La historia del fútbol tuvo un alto en el camino el 20 de octubre de 1976. Nadie lo sabía. Quizá algunos, premonitorios, podían intuir algo, pero era imposible que nadie se imaginase todo, absolutamente todo, lo que ocurriría desde aquella fecha hasta un último vals en El Monumental, en casa del eterno rival, 21 años después. Ahí, en medio de ese lapso de tiempo, la historia de un niño crecido en el humilde Villa Fiorito y que tocó el cielo -y el balón, también- con las manos convirtiéndose en el mejor futbolista del planeta -y para muchísimos de la historia-, en un ídolo, en un símbolo, en una figura que, por momentos, llegó a trascender al fútbol.
Obviamente, para conseguir todo aquello tuvo que haber un inicio. Todo tiene un inicio. Y el de este muchacho melenudo, diminuto y convencido arrancó, como decíamos, un 20 de octubre. Su edad de entonces decía mucho. Estaba a diez días de cumplir los 16. Y pudieron ser unas cuantas fechas antes si no llega a salir expulsado de un partido ante Vélez, en juveniles, que lo apartó de los terrenos de juego durante cinco encuentros. Síntoma, este también, de la personalidad de un adolescente que estaba a punto de entrar en un mundo de adultos. Pero no fue antes, y fue ese 20 de octubre, cuando Juan Carlos Montes, técnico de Argentinos Juniors, le dio la alternativa a un chico que se llamaba Diego. Era ante Talleres, uno de los mejores equipos del país entonces, y Argentinos enfiló hacia la caseta perdiendo 0-1.
En el entretiempo Montes agarró a ese niño y le preguntó: “¿Te animás?”. Él asintió. Y el técnico le dio una única consigna. “La primera pelota que agarrás, tirá un caño”. Se ajustó la camiseta con el ’16’ a la espalda, se ató las botas y saltó al césped. Por supuesto, a la primera que tuvo le hizo caso al técnico: un caño para empezar. El lugar exacto del rectángulo donde lo realizó no está claro, el mito, la leyenda y la fábula toman siempre caminos fantásticos para engrosar o estrechar la historia según se prefiera. A palabras de su compañero Humberto Minuti, “Diego estaba cerca de uno de los laterales”, mientras otras voces cuentan que fuera en el centro del campo y aún hay otras que dicen que la única intención era que amonestaran al rival, por cierto, de nombre Juan Cabrera. Aquel gesto técnico fue como una presentación al público de Argentinos, y al mundo. Como recordaría años después en Yo soy el Diego: “La pelota pasó limpita y enseguida escuché el ‘ooooole’ de los hinchas, como una bienvenida”.
El partido no lo ganó el equipo de Maradona, se lo llevó Talleres, pero al día siguiente no se hablaba de nada ni nadie más que no fuera Diego Armando Maradona. Ya en su primer día en la oficina deslumbró a todos. Era el alumno aventajado. Clarín destacó: “La entrada del chico Maradona le dio mayor movilidad al ataque pero solo no pudo vencer la valla cordobesa. Maradona es un chico hábil pero no tuvo con quien tocar”. La Razón, por su parte, señaló que “la entrada de un chico de 15 años que hasta no hace mucho entretenía a los espectadores haciendo malabarismos con la pelota en los entretiempos y que se llama Diego Maradona tuvo mucho que ver, porque su atrevimiento se constituyó en el eje de su conjunto, destapándose para recibir y desequilibrar con su gambeta endiablada y metiendo pelotazos”. El resumen: había nacido una estrella.
Y en ese primer año en Argentinos Juniors ya dejó diversas pinceladas de todo lo que podría hacer. Luego vendrían 19 goles en el siguiente año. Cuatro premios al máximo goleador del campeonato antes de cumplir los 20. Una desilusión por no entrar en la lista de Argentina’78. Y mucho más. Pero nada de esto hubiera ocurrido sin el inicio de la historia, el del niño que debutó con 15 años y a la primera que tuvo le coló un caño al rival.
Fotografía de Imago.
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