“Mi padre era un apasionado del tenis. Un loco. Le encantaba. Y de ahí viene mi nombre, sí”, arranca Roland Garrós (Barcelona, 1990), siempre sonriente. Pero a él, delantero del Martinenc, de Primera Catalana, siempre le tiró más el fútbol. “Desde pequeño. Desde niño. Cambié rápido la pelota de tenis por la de fútbol”, bromea.
Pero más allá de la anécdota, de lo curioso del nombre, está el hombre. Un hombre, un niño en un cuerpo de hombre, que continúa honrando, y dignificando, el fútbol con su pasión, que continúa disfrutándolo con la misma ilusión que cuando era un chaval e imitaba a Ronald Koeman, su gran ídolo de la infancia, al chutar las faltas.
“Pero yo era, y sigo siendo, delantero”, apunta Garrós, culé de cuna, volviendo a aquellos años de camisetas Kappa, de mundialitos en las calles, en las plazas, en los que empezó a escribir una historia que pronto, siendo aún un preadolescente, le llevaría hasta la luna.
Hasta La Masia. “Llegué ahí con mucha, muchísima, ilusión. Había hecho realidad el mayor sueño de mi vida, siendo aún un preadolescente. Pero de la noche a la mañana me echaron. Cuando ven que sí, pero que quizás no tanto y que no serás una estrella mundial, te chutan. El mundo del fútbol es muy complicado e injusto, y cuando interesas, interesas, pero cuando no interesas vales una mierda, y todo aquello fue un golpe muy fuerte. Costó encajarlo, siendo un niño tan pequeño. Porque no eres consciente de que hay más mundo más allá del Barça, de que hay vida más allá de La Masia, y piensas que ya se te ha acabado el fútbol. ‘He estado en lo más alto, arriba del todo, y no me han querido. ¿Por qué debo seguir jugando ahora?’, te repites. Ahora, gracias al paso del tiempo, lo veo diferente y me siento un privilegiado, un afortunado, de haber podido formar parte de un club tan grande, pero cuando eres un niño lo único que ves es que tú ya no estás ahí, que ya no llevas el escudo del Barça en el pecho. Y te vas haciendo pequeño, pequeño”, añade el jugador catalán; que, después de pasar por las categorías inferiores del Espanyol y el Europa, empezó a labrarse un nombre en el futbol territorial catalán con la camiseta del Ripollet.
La vida futbolística le ha llevado, desde entonces, por el Singuerlín, la Gimnástica Iberiana, el Pubilla Casas, el Palau Solità, el Turó de la Peira, la Montañesa, el Prat, el Cerdanyola, el Granollers, el Martinenc, el Santboià y, de nuevo, el Martinenc barcelonés; al que ha regresado este verano y con el que ha celebrado hasta 40 goles en 67 encuentros oficiales, repartidos en dos temporadas y media (2016-17, 2017-18, 2018-19) y en dos categorías, Primera Catalana y Tercera División.
“No hay nada como marcar un gol, la verdad. Es indescriptible. Siempre quieres más. Nunca te sacia. Te hace tan feliz, te da tanta alegría, que se hace imposible explicar esa sensación con palabras”, afirma Roland, hermano del también futbolista Boris Garrós, antes de concluir que “los años pasan, y es cierto eso de que hace frío lejos del Camp Nou, pero sigo teniendo la misma ilusión, el mismo sentimiento, por este deporte que cuando era muy pequeño y veía vídeos de la falta de Koeman, jugaba con la Penya Anguera o nos colábamos en un campo de fútbol del barrio con mi hermano. El fútbol lo hemos llevado siempre en la sangre. Disfrutábamos mucho del fútbol, y sigo haciéndolo. Sigo sintiendo mariposas en la barriga, como cuando era un niño, y los nervios. Hay momentos complicados, y, aunque la gente no lo vea, es muy sacrificado. El fútbol es muy bonito, y es mucho, muchísimo más, que lo que pasa dentro de esas cuatro líneas, que lo que pasa sobre el césped durante los 90 minutos, pero, sobre todo a estos niveles, también es muy, muy, sacrificado. Tienes todos los fines de semana llenos, y tienes que cuidarte muchísimo y combinarlo con otro trabajo porque a nivel económico la cosa está como está, y no se valora a los futbolistas como se debería y hay muchos casos de impagos. Es poco menos que una inversión, al final. Este año nos pegaremos un montón de viajes a Lleida; y el fin de semana pasado, por ejemplo, jugamos en Sitges y tuvimos que pagarnos el peaje y la gasolina de nuestro bolsillo, y total por una broma de dinero a final de mes, pero es que esto es lo que yo siempre he querido y lo llevo muy adentro en el corazón. Y es que al final lo haces por ti. Porque es una cosa que te gusta muchísimo, que te encanta, que disfrutas. Te llena. Te hace feliz. Y vale la pena. Vale muchísimo la pena. Ayer, por ejemplo, trabajé de 6 de la mañana a 7 de la tarde, y después, petado, fui a entrenar, pero es que es una cosa que me gusta, que me da la vida; aunque alguna vez mis compañeros de trabajo me han dicho que estoy loco. Porque cuando llegas al campo todo lo malo queda al margen, y desconectas. Desconectas. Te evades y te desahogas. Ahí no existen las preocupaciones, los problemas, las hipotecas, los problemas del trabajo o los malos días. Ahí lo único que importa es correr, chutar, reír y pasártelo bien. Ahí vuelves a ser un niño pequeño”.
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Fotografías cedidas por el F.C. Martinenc.