“En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto”
El otro tigre, Jorge Luis Borges
Dicen que uno no debe regresar a los lugares donde ha sido feliz. Sin embargo, Radamel Falcao ha fichado este año por el Rayo Vallecano, volviendo así a la capital de España. Nunca sabremos de qué está hecha la nostalgia, ese país secreto, pero cómo nos gusta sentirla, qué placer extraño. Hay valor en lo perdido, en aquello que secretamente se llevó el azar o el tiempo. También Falcao se fue un día de nuestra liga, de manera un poco misteriosa, y pese a ser doloroso, fue un final feliz.
A Falcao le llaman el ‘Tigre’. No sorprende su apodo al verlo por el campo, suave en sus formas, elegante siempre y letal solo cuando lo necesita. Recuerdo entonces aquello que escribía William Blake en uno de sus poemas sobre los tigres: “Reluciente incendio en las selvas de la noche”.
Aunque el colombiano mide 1,76 metros, cuando salta se eleva como un huracán. Justo después de marcar, da las gracias a Dios. Pensamos que quizás, más que el gol, sea eso lo que busque al quedar suspendido en el aire: nuevos modos de agradecerle al de arriba, de acercarse al cielo. Tras sus plegarias, se esconden la fascinación y el misterio, y es que el señor siempre ha estado en su vida. Con ocho años entró en una comunidad religiosa en Colombia y juró fidelidad perpetua a la fe. Casualidad o no, conoció a su esposa años después en la iglesia evangélica de Buenos Aires. ¿Qué azares, qué secretos te han traído hasta aquí, Radamel?
Los grandes delanteros, como los gánsteres, nunca tienen prisa. Falcao nunca tiene prisa. Sabe que tarde o temprano va a llegar el momento esperado, el momento perfecto
De su niñez solo se sabe que, al contrario de lo que suelen ser las infancias, no fue esta una etapa aburrida. Su padre era defensa central y vagó por muchas ciudades, por lo que aquel pequeño colombiano, futbolista por herencia, tuvo que ser extranjero en todas partes: poco importa el lugar cuando tú hablas el idioma del fútbol. Viviendo en Venezuela, el bueno de Falcao estuvo a punto de dejar el balón para dedicarse a ser profesional del béisbol. Lo que nos hubiéramos perdido, Radamel.
Su primer partido lo jugó con 13 años en la segunda división colombiana, convirtiéndose en el jugador más joven de la historia de esa liga. Era el año 1999 y aunque algo grande flotaba en el horizonte, las cosas no fueron fáciles para él. Fichó por River dos años después y lo que empieza entonces es una historia feliz y trágica: se inicia en primera argentina, se rompe el ligamento, debuta con la selección, gana el Clausura 2008 con Simeone como técnico y al año siguiente quedan últimos en el Apertura 2008. Se va al Porto en 2009, donde marca una infinidad de goles y se convierte en uno de los mejores delanteros del mundo, ganando incluso la Europa League 2010-11, en la que se sale y anota 17 goles.
Muchos le conocimos cuando fichó por el Atlético de Madrid. Tenía aspecto de dios antiguo cuando aterrizó en España: los ojos tristes, la voz lenta y el pelo largo, siempre perfectamente peinado. También tenía la aparente calma del que sabe que, cuando eres un delantero de los grandes, no importan ni el tiempo ni las circunstancias. Los grandes delanteros, como los gánsteres, nunca tienen prisa. Falcao nunca tiene prisa. Sabe que tarde o temprano va a llegar el momento esperado, el momento perfecto. Harvey Keitel se peinaba en mitad del atraco de Reservoir Dogs, fumaba un cigarrillo y se alisaba las arrugas de la americana. Falcao se toca el pelo, se ajusta bien la camiseta, se sube las medias.
El ‘Tigre’, siempre tan sobrio, como suspendido en una nube, moviéndose suave sobre la noche, ya saben, reluciente incendio. O quizás tormenta, que hablamos del Rayo
Se marchó del Atleti dejando un vacío tremendo, pero también un legado envidiable. Consiguieron ganar al Real Madrid después de 14 años, en una final de copa en el Bernabéu. Atrás quedaron también la final de Bucarest contra el Athletic o el hat-trick al Chelsea. Ese año había compartido delantera con Diego Costa, alumno aventajado, que consiguió minimizar el dolor de su partida. Pero Radamel se olvidó de Madrid y fichó por un efervescente Mónaco, donde una lesión le dejó sin el Mundial de 2014 y sin temporada. A ratos brillante, a ratos perdido, terminó vagabundeando por Inglaterra, cedido al Chelsea y al Manchester United, para volver al Mónaco, donde ahora sí, en un equipo para la historia, ganó la Ligue 1 en el 2017.
Poco importa, en realidad, lo que hiciera todos esos años, si sabemos que al igual que Ulises va a acabar volviendo al lugar del que se fue. Somos egoístas y siempre queremos que las personas sean felices a nuestro lado, que si se lo pasan bien, sea cerca de nosotros. Ni siquiera toleramos ver que el pasado se ha marchado, y que ahora esté en otra parte. Es por eso que recibimos con una sonrisa la noticia de que Falcao volvía a Madrid. Fichaba por el Rayo Vallecano, un equipo humilde para un jugador humilde. Se había cortado el pelo, como Sansón, y sin embargo no había perdido ni un ápice de clase.
A sus 35 años, juega con la tranquilidad del que ya lo ha hecho todo. Del que sabe hacerlo todo. A menudo, la gente mayor se lamenta de que están aprendiendo los mecanismos de la vida cuando ya les queda poco tiempo para morir. Quizás pase lo mismo con los futbolistas veteranos: cuando más saben dónde colocarse, cómo moverse; van perdiendo agilidad y velocidad. No creo que este sea el caso del ‘Tigre’. Siempre tan sobrio, como suspendido en una nube, moviéndose suave sobre la noche, ya saben, reluciente incendio. O quizás tormenta, que hablamos del Rayo.
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Fotografía de Imago.