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Quiero creer que Riquelme jugó en el Barça

Como si el paso del cometa Halley te hubiera pillado meando. Como si la chica que te gusta hubiera aparecido en el momento exacto en el que tú fuiste a pedir una copa. Como si en casa se hubiera ido la luz justo cuando Fàbregas se disponía a asistir a Iniesta en la final del Mundial. Como si nunca hubiera ocurrido. Como si nunca hubiera estado. Como si el cromo con su figura vestida de azulgrana no hubiera existido. Cuando pones vídeos de Juan Román Riquelme en YouTube, sus pisadas y sus controles orientados nunca suceden en el Camp Nou. Es una putada no poder presumir de que el jugador favorito, de tu jugador favorito, un día jugó para tu equipo. Cuando llegó Ronaldinho al Barça dijo que era un admirador de Riquelme, con el que solo llegó a coincidir en algún que otro rondo de entrenamiento antes de que este se marchara cedido al Villarreal.

Solo tenía nueve años en el verano de 2002, pero recuerdo perfectamente cómo acudía al bar cada mañana desesperado, cual señor mayor falto de su café solo largo, para abrir las páginas del periódico y ver de una vez por todas que Riquelme había fichado por el Barça. Ni siquiera lo conocía, pero ya lo necesitaba. No sabía cómo jugaba, pero me bastaba con haberlo visto portando la número ’10’ de Boca, llevando unas botas completamente negras que parecían prestadas, y celebrando goles con un carisma sin alardes que le viene de nacimiento. Tenía todo lo que el culé ansiaba para volver a ilusionarse. Un argentino que llegaba con un relato invencible, después de haber destrozado él solito a todo el Real Madrid en la final de la Copa Intercontinental del año 2000.

Si al juego de Riquelme le ponías de fondo música de Andrés Calamaro, podía salirte de ahí una película con opciones de estatuilla en la gala de los Óscar. Era un tipo al que se le daba bien el fútbol porque sí. Que no poseía automatismos provenientes de rigurosos entrenamientos. Que tiraba caños porque eran el camino más sencillo para llegar a su destino. Que levantaba a la hinchada sin la intención de hacerlo. Que se atrevió a dejar en un segundo plano a Zinedine Zidane el día de su despedida en un Santiago Bernabéu lleno hasta la bandera. “Román es mágico. Esa tarde nos volvió locos a todos. Es un honor haberme retirado con su camiseta en mis manos. Fue la última que intercambié en mi vida”, aseguró el francés a L’Equipe años más tarde.

 

Si al juego de Riquelme le ponías de fondo música de Andrés Calamaro, podía salirte de ahí una película con opciones de estatuilla en la gala de los Óscar

 

Acababa de aterrizar en Barcelona y, sin apenas tiempo para soltar el equipaje, Riquelme fue citado en el despacho del entonces técnico azulgrana Louis van Gaal. “Estos vídeos son todos de usted. Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando no la tiene, jugamos con uno menos en el campo”, le espetó el holandés. El que fuera entrenador del Ajax no solo se quedó ahí, además le soltó que “usted es un fichaje del presidente. Se hizo una encuesta después de que derrotarais al Madrid y la gente votó masivamente por su fichaje. Por eso está aquí”. Con bienvenidas así da gusto iniciar una nueva etapa…

Jugaba a ratos y nunca llegó a ser indiscutible. Después de regalar dos asistencias a Kluivert en un partido frente al Racing de Santander, recibió una bronca de Van Gaal por haber abandonado su posición sobre el césped. “Yo no aguantaba de puntero izquierdo. Si me quedaba ahí tocaba tres pelotas en el partido. Aquel Barcelona no era como el de ahora, que la tienen todo el rato”, recordaba resignado el argentino. La temporada en el banquillo la terminó Radomir Antic, pero el panorama de Riquelme no mejoró y en verano de 2003 se marchó cedido al Villarreal, que acabaría fichándolo al año siguiente. En El Madrigal sí encontró la libertad para gambetear y poder convertirse en el ídolo de la afición.

Los culés, en cambio, tenemos que lamentarnos por no conservar recuerdos nítidos de él en el Camp Nou. No queda nada, salvo alguna que otra imagen de su icónica celebración llevándose las manos a las orejas para oír al graderío eufórico. A veces incluso me pregunto si eso realmente llegó a ocurrir. Se trata de un fenómeno extraño, pero casi nadie tiene la camiseta de aquella temporada. En internet he encontrado réplicas de todas las equipaciones, pero nunca la de la campaña 2002-03. Tampoco he visto a aficionados paseando por la Rambla con el nombre del argentino en la espalda. Es como si hubiera sucedido un salto en el tiempo. Sospecho que haya podido ser un montaje del mismo que creó El Show de Truman. Para que todos fuéramos un poco más felices pensando que Riquelme un día portó el número ’10’ del Barça. Si es así, que no me despierten de este letargo.

 


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Fotografía de Getty Images.

Emilio Valenzuela

Ver comentarios

  • Un jugador maravilloso, lástima que Van Gaal no le diera opciones en el Barça, podría haber marcado una época.

  • Gran jugador pero no para el estilo del Barça. A Riquelme le tienes que construir un equipo alrededor, pero no puedes esperar que él se adapte a tu juego. En el Barça parecía lento, tocaba demasiado el balón antes de pasarla… con todo el respeto, lo comparo un poco con Coutinho, son buenos, pero no encajan en nuestro ecosistema.

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