La boca se abre en los momentos de máxima felicidad, siempre: cuando la felicidad es tan mayúscula, tan indomable, que no cabe en el cuerpo busca un camino para salir al exterior. Lo encuentra en la boca. El sábado 25 de mayo de 2019 Dani Parejo levantó la Copa del Rey al cielo del Benito Villamarín, boca abierta de par en par, ojos achinados. Su sonrisa era grandiosa, ingente, quizá solo del mismo tamaño que la alegría ‘ché’. El Valencia acababa de alzar su octava Copa del Rey tras vencer al Barça (2-1).
Sobre el tapete verdiblanco, Marcelino García Toral, convencido talibán del 4-4-2, armó un once con Jaume Domènech bajo palos, Daniel Wass, Ezequiel Garay, Gabriel Paulista y José Luis Gayà atrás, Carlos Soler, Dani Parejo (Geoffrey Kondogbia, 65′), Francis Coquelin y Gonçalo Guedes en el medio y Rodrigo Moreno (Mouctar Diakhaby, 88′) y Kevin Gameiro delante. El ‘9’ francés celebró el primer gol de la noche, a los 21 minutos: tirano del balcón del área, recibió un balón desde el flanco izquierdo, bailó con Jordi Alba y aprovechó la apatía azulgrana para perforar las mallas de Jasper Cillessen con un duro chut. El meta neerlandés, fusilado sin apelación, ni siquiera pudo moverse. Nélson Semedo ni siquiera salió en la foto, desubicado. Las redes, heridas, todavía latían cuando Gameiro sonrío y se tapó un ojo. Después abrió la boca de felicidad, claro.
El segundo gol, el segundo y definitivo clavo en el ataúd ‘culé’, no tardó demasiado en llegar: las desgracias se sucedían rápido en el bando azulgrana, se amontonaban. Cayó en el minuto 33: Carlos Soler, 22 años, se impuso a Jordi Alba por velocidad en el carril derecho y puso un balón en el área pequeña. Puntual en la andana, Rodrigo, libre de marca, olió petróleo a la espalda de Gerard Piqué y embocó la pelota de cabeza. Primero abrió los brazos y después abrió la boca de felicidad, claro. También se golpeó el pecho: con una mano estiraba la camiseta para mostrar el escudo y con la otra golpeaba el escudo. El escudo brillaba por los flashes, también por su color dorado en motivo del centenario ‘ché’. Rodrigo saboreaba la alegría que el propio Piqué le había arrebatado en el 2′, sobre la línea de gol. “Cada contra del Valencia era un puñal para el Barcelona, sobre todo cuando atacaban por las alas. La izquierda la aprovechó Gayà y la derecha, Soler. Gameiro mandó a la red el centro de Gayá y Rodrigo, el de Soler”, dijo Ramon Besa en El País, bajo el título Luto en el Barcelona, boda en el Valencia. “La final expresó el estado de ánimo de los dos equipos: el Valencia rebosa optimismo y el Barça lleva el luto puesto desde Anfield. La puñalada de Anfield no cicatrizará como la herida de Roma”, añadió Besa. Mientras escribía, Luis Suárez, maltrecha la rodilla, se lamentaba en la grada. Y Leo Messi, maltrecha el alma, se lamentaba en el césped, de mustio verde para el Barcelona. El Barça, brillante ganador de las cuatro ediciones anteriores de la Copa del Rey y apenado campeón de la Liga 18-19, ahondaba en las profundidades de su depresión, buscando siempre un nuevo motivo para llorar. Buceaba por el barro, con su fútbol manchado.
El Valencia de Marcelino, todo de pulcro blanco, impoluto, cuarto en La Liga por segunda temporada seguida, se encontró por delante en una eliminatoria por primera vez en aquella Copa, la 115ª de la historia. En dieciseisavos, ante el Ebro, comenzó perdiendo en La Romareda, pero remontó con un doblete de Santi Mina y en la vuelta se impuso por 1-0; en octavos de final, ante el Sporting de Gijón, cayó por 2-1 en El Molinón, pero volteó la eliminatoria en Mestalla, con un nuevo doblete de Santi Mina y un tanto de Ferran Torres; en cuartos, ante el Getafe de José Bordalás, hincó la rodilla en el Coliseum Alfonso Pérez (1-0), pero en la vuelta logró un billete para semifinales con un hat-trick de Rodrigo Moreno, con dos goles decisivos en el 92′ y en el 93′. “Rodrigo revivió al Valencia cuando estaba muerto. La clasificación era imposible: necesitaba dos goles, era el tiempo añadido, nadie creía. Solo él. Y lo logró”, contó Marca. “Alcanzar una semifinal de Copa da vida, multiplica las ilusiones. El Valencia tenía todas las de perder, pero obró el milagro cuando el partido encaraba su recta final. El fútbol es grande por noches como esta, de las que quedan en el recuerdo por haber desafiado a lo imposible. Lo imposible era que el Valencia diera la vuelta a la eliminatoria cuando al minuto de juego ya tenía un gol en contra. Lo imposible era que con tablas en el 90′ cambiara el destino, pero lo hizo Rodrigo Moreno en solo dos minutos”, se extendió la crónica de El Mundo. Ya en semifinales, contra el Betis, el Valencia arañó un empate en el Benito Villamarín después de igualar un 2-0 adverso con tantos de Denis Cheryshev en el 70′ y de Gameiro en el 92′ y superó la eliminatoria con un tanto de Rodrigo en Mestalla (1-0).
La boca se abre en los momentos de máxima felicidad, siempre: cuando la felicidad es tan mayúscula, tan indomable, que no cabe en el cuerpo busca un camino para salir al exterior
El Barcelona, por su parte, aterrizó en la final tras vencer a la Cultural Leonesa, al Levante, al Sevilla y al Real Madrid (1-1 en el Camp Nou y 0-3 en el Santiago Bernabéu). Pero el conjunto de Ernesto Valverde naufragó ante el Valencia. Jasper Cillessen; Nélson Semedo (Arturo Vidal, 46′), Gerard Piqué, Clément Lenglet, Jordi Alba; Arthur (Malcom, 46′), Sergio Busquets, Ivan Rakitić (Carles Aleñá, 76′); Sergi Roberto, Leo Messi y Philippe Coutinho monopolizaron la posesión de la pelota, 77% a 23%, 774 pases a 233, pero se estrellaron una vez tras otra con el Valencia, de defensa hoplita, de trabajo estajanovista. “Jugó el Valencia con mucha aplicación defensiva, una gran determinación en ataque y un fuego selectivo cada vez que armó el remate ante Cillessen”, acentuó Besa en su crónica. Messi, solista sin coros, abandonado entre tanto blanco, ahogado entre líneas y sin espacios, acarició el gol en una acción deliciosa, tras zafarse de medio Valencia. Lo halló en el 73′, tras un córner sacado por Malcom, cabeceado por Lenglet, rechazado por el palo: el ’10’ recogió el balón en el área pequeña, lo introdujo en la portería, lo abrazó de nuevo y lo dejó en el círculo central. Igual que el Valencia tuvo el 3-1 en las botas de Guedes, con un chut demasiado cruzado y un disparo desde el centro del campo sin portero ni puntería, el Barça, espoleado por la ambición de Messi y Piqué, tuvo opciones de empatar, pero no encontró el gol que hubiera tapado tantas penurias. Los azulgrana perseguían su título copero 31 en su final 41, pero encajaron un nuevo revés, el enésimo. “La situación demanda cirugía, no una terapia conservadora como querría la plantilla azulgrana, acomodada y envejecida”, concluyó Ramon Besa en el texto de El País.
Al final Messi acabó con los brazos en jarra. Y Parejo, con las manos en las mejillas. Y con la boca abierta de felicidad. Incluso lloró: “No tengo palabras, todo esto es increíble”.
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Fotografía de Imago.