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José Luis Morales, ‘El Comandante’ de nuestro fútbol

Representa la clase humilde del balompié español, la que conforman aquellos futbolistas que dignifican este bello deporte, aquellos que lo humanizan

En una época en la que el balompié camina decididamente hacia la más profunda mercantilización, en la que se planean absurdas e irracionales excursiones a los Estados Unidos mientras se maltrata de forma incesante al aficionado, a la esencia de este precioso deporte; los futbolistas como José Luis Morales resultan más necesarios que nunca. Son ellos quienes, en definitiva, representan la tan necesaria clase humilde del fútbol español, la que conforman aquellos futbolistas que, alejados de los focos, eternamente desahuciados de las portadas de los grandes medios de comunicación, dignifican el fútbol haciéndolo más humano; aquellos futbolistas que compiten de tú a tú contra los extraterrestres del balón, contra los semidioses que tan frecuentemente creen estar por encima del bien y del mal.

Homenajeando sus orígenes humildes en cada una de sus vertiginosas jugadas (“Mi padre era electricista y mi madre, después de cuidar de los cuatro hijos, entró en una empresa de limpieza. Una familia en la que jamás hemos tenido muchas cosas, y eso hace que valores mucho más lo que vas consiguiendo”, reconocía en Radio Marca); Morales se ha convertido en una de las grandes estrellas de Primera División, en la indiscutible referencia de un Levante que, de la mano de Paco López, ha sumado 28 de los últimos 36 puntos posibles.

 

A sus 31 años, José Luis Morales se ha convertido en una de las grandes estrellas de Primera División, en la indiscutible referencia del Levante de Paco López

 

Ciertamente, el camino hasta la élite no ha sido nada fácil para aquel muchacho que, tras abandonar el kárate, aprendió a regatear “en el parque de San Isidro, en Getafe, enfrente del colegio, jugando con los amigos”. “Yo jugaba al fútbol sala y un entrenador me vio en un campeonato de Navidad y me mandó a hacer las pruebas del Madrid, pero no trascendió. Seguí haciendo mi vida en el parque y jugando al fútbol como mera diversión”, añadía el ’11’ del Levante, un jugador de los que prefieren “ganar por 5-4 que por 1-0”, de los que piensan que “el fútbol es para disfrutar” y que “si tienes que llegar, ya llegarás”.

A Morales, que nació en Madrid en julio de 1987, el destino le llevó a defender las camisetas de la ADC Brunete, de la AD Parla y del CF Fuenlabrada en sus primeros pasos como futbolista. Fue allí, en el fuenlabreño estadio de La Aldehuela, donde le descubrió (por pura casualidad) Juan Luis Mora. En 2011, el exguardameta del Levante (que también jugó en la élite del fútbol estatal con el Oviedo, el Espanyol y el Valencia), miembro de la secretaria técnica del conjunto granota, fue a ver un partido del Fuenlabrada, que por aquel entonces competía en Tercera División, porque el filial levantinista necesitaba un central. “Por esa razón estaba allí. Pero me llamó la atención la vistosidad que tenía Morales sobre el campo. Pedía el balón con insistencia, regateaba a los defensores, arrancaba con velocidad y llegaba hasta la línea de fondo para centrar. No era un futbolista egoísta, eso también me llamó la atención. Entraba desde la banda izquierda o partía hacia el área desde la media punta. Tenía una zancada muy potente y mucha velocidad. Además, tenía un buen control de balón”, apuntaba, en un reportaje de la Agencia EFE, el exfutbolista madrileño, que quedó asombrado por el potencial de Morales y que tan solo necesitó verle dos veces en directo para lanzarse a recomendar su contratación, a pesar de conocer de antemano que Morales tenía ya 24 años y que, por norma, no podría compatibilizar el filial con el primer equipo.

“Volví a Fuenlabrada para verlo de nuevo y me reafirmé en todo lo que había visto. El director deportivo me dio vía libre para iniciar las negociaciones y me puse en contacto con él. Quedamos en un hotel de Aranjuez. Yo llevaba el contrato y antes de sentarnos para explicarle cómo era el Levante, lo que queríamos de él, su posición… le pregunté si quería alguna cosa. Me refería a si quería tomar algo, pero el me contestó que quería un boli para firmar”, aseguraba Juan Luis Mora, que aún recuerda sorprendido que ningún equipo potente de Madrid se hubiera interesado antes por Morales, antes de enfatizar que “era el último tren que le pasaba por la proyección que podía tener. Él quería venir a toda costa, aunque tenía que dejar a su familia y su ciudad. Llegaba a un filial con vistas al primer equipo. Estábamos convencidos de que podía dar el salto. Tenía condiciones y seguridad en sí mismo. Nadie le ha regalado nada”.

 

“A Morales, nadie le ha regalado nada”

 

Convencido de que se trataba de su gran oportunidad de llegar a ser futbolista profesional (“Hasta que no llegué al Levante no pensaba que podría serlo porque nunca había estado en un club así, porque siempre había tenido el fútbol como un entretenimiento y no como un trabajo, como ahora”), sabedor de que el destino le había situado en el sitio exacto en el momento ideal; el atacante madrileño empezó a quemar etapas. Primero en el Atlético Levante, donde coincidió con Roger Martí; después en el Eibar, donde se erigió en uno de los futbolistas clave en la consecución del histórico ascenso a Primera División del cuadro armero. Finalmente, después de aquella temporada cedido en el Estadio Municipal de Ipurua, Morales cumplió el sueño de debutar en la máxima categoría del balompié el 30 de agosto de 2014, en un encuentro contra el Athletic Club disputado en el nuevo San Mamés.

Desde entonces, la evolución del ’11’ del conjunto levantinista ha sido vertiginosa, meteórica. Con su estilo eléctrico e incansable (“Si no corres más que tu rival, estás perdido”), con su carácter sencillo (en una entrevista, respondió que si pudiera tener cualquier oficio del mundo sería “profesor de educación física”), trabajador e inconformista, Morales, un jugador tan polivalente como desequilibrante, tan descarado como atrevido, se ha convertido en la pieza más codiciada del Levante, en un futbolista capital e imprescindible, en el icono de la entidad granota, en el gran referente de una afición que, versionando el “Will Grigg is on fire” que entonaba la afición de Irlanda del Norte en la última Eurocopa, le venera en cada encuentro al ritmo de: “Marca un gol, Morales marca un gol. El portero tiene miedo, Morales is on fire. Ciertamente, tal y como aseveraba Aitor Lagunas la semana pasada en el que señalaba su “obstinada determinación por salir del barrio a base de regates”, el delantero madrileño “no es rápido, ni resistente, ni delicado con el balón, pero en realidad es las tres cosas”. Con 22 tantos en 107 encuentros, también es ya el máximo goleador histórico del Levante en Primera División. Lo consiguió el curso pasado, la que le permitió confirmarse como una de las grandes estrellas de la competición al anotar diez goles y repartir ocho asistencias.

Es cierto que tardó en llegar; pero, a sus 31 años, Morales, plenamente consciente de lo que le costó aterrizar en la élite (“Yo jugaba en campos de tierra y llegaba a casa con heridas, quemaduras y alucinabas con los campos de hierba artificial. Cuando llovía el campo se quedaba duro y era como jugar con botas en una carretera y la verdad es que aprendes a valorar lo que tienes ahora y lo que cuesta llegar a conseguirlo”, reconocía en una entrevista en Esportbase), está aprovechando al máximo su madurez futbolística. Lo volvió a demostrar en el encuentro contra el Betis de la primera jornada. En el minuto 54, el ’11’ se vistió de artista para dibujar una obra de arte, una galopada extraordinaria, de 74 metros, en la que se deshizo de más de cinco rivales para certificar una victoria de prestigio, para silenciar un Benito Villamarín que quedó asombrado con la exhibición de Morales, efervescente e inalcanzable para la impotente zaga local. El tanto, de una belleza extraterrestre, es el séptimo que marca el atacante madrileño en los 12 encuentros de liga que se han disputado desde que, en marzo, Paco López se hizo cargo de un Levante que parecía inevitablemente condenado al descenso a Segunda, que se acercaba peligrosamente al infierno, al abismo.

Después de pelear lo indecible, Morales es feliz en el Ciutat de València, donde anhela acabar su carrera futbolística (“Soy un chaval de principios y estoy muy agradecido con toda la gente que me muestra su cariño. Qué menos que devolver un poco de ese cariño estando muchos años aquí.  Tengo contrato hasta 2021 y cuando llegue ese año espero poder renovar y estar mucho más tiempo en el club”, afirmaba la semana pasada en los micrófonos de Radio Marca). Fiel representante de todos aquellos enfermos incurables que responden sin pestañear que su palabra favorita es “fútbol”, de todos aquellos que todavía sueñan con un balompié más humano, el ’11’ incluso se atreve a fantasear con una llamada de Luis Enrique. “Si llega estaré contento. Y, si no, estaré igual de contento, porque estoy disfrutando de esta maravilla de deporte en la élite”. Así es José Luis Morales. Un soldado raso que un día se convirtió en capitán; un capitán que hoy es el comandante de nuestro fútbol.