Rafael Garza Gutiérrez fue un niño como tú, como yo, como cualquiera, enamorado del balón desde pequeño. Amaba el fútbol. Como si de una obsesión se tratase, Rafael solo podía pensar en aquel deporte recién llegado desde el otro lado del charco. Jugaba con sus amigos en la escuela, y después. Siempre que pudiera. Pero aquello no le saciaba. Quería más. Necesitaba crear algo. Hacerlo gigantesco. Y un día, en 1916, con apenas 13 ‘primaveras’, cogió a su amigo Germán y decidieron crear un equipo con lo mejorcito del Colegio Mascarones.
Para sentar las bases de su nuevo club, primero debían buscar un lugar donde reunirse. Eso fue cosa de Germán. Los citó a todos en la casa de su tía ‘Calita’, en la calle José Antonio Alzate, para hablar de esto y de aquello. De todo lo necesario para iniciar su historia. Pero la llegada de Rafael a aquella casa zanjó asuntos vitales de los que hablar. Él ya había hecho el trabajo por el resto. Se personó ahí con una camisa de botones, desgastada, de las que utilizaban todos ellos en los Mascarones. En teoría era amarilla, aunque el paso del tiempo la convirtió en crema. Los pantalones eran azul marino. Sacados del armario de su padre y recortados con tijeras a
la altura de las rodillas. Con la tela restante le pidió al sastre de su padre que le escribiera la palabra ‘Récord’ detrás, a su espalda.
Todos se quedaron embobados. Les encantó. No hubo duda, el uniforme ya estaba decidido. El nombre del club y el apodo de Rafael, también, ‘Récord’.
El problema vino después. Solo tenían un balón para entrenar y se les hacía imposible recolectar uniformes para todos. Tenían jugadores buenos, buenísimos, pero con aquello no daba. Y para solucionarlo, abrieron fronteras más allá del colegio. En una escuela cercana, en la Perpetua, chicos de su edad también habían formado un equipo. Se llamaba Colón. E iban sobrados de material, dos balones reglamentarios y capacidad para producir uniformes para todos. Pero les faltaban jugadores. Les costaba mares reunir a la gente necesaria para jugar. Entonces, la solución se hizo más que evidente.
Los cabecillas de Récord y Colón quedaron el 12 de octubre de 1916 para sellar las bases del acuerdo que los ligaría de ahí en adelante. A Pedro Quintanilla, de Colón, se le ocurrió el nombre de América, por coincidir su reunión con el día del ‘descubrimiento’. Y todavía se mantiene. A nadie, absolutamente, se le ocurrió cambiar la camiseta que Rafael -después jugador y entrenador del América- ideó para su primer club. Los colores del niño al que todos llamaban ‘Récord’ aún se mantienen.
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Fotografía de Imago.