Gracias a una evolución sostenida pero imparable, Jordi Alba se ha convertido en un futbolista esencial en la estructura táctica del Fútbol Club Barcelona. Desde hace un tiempo, de hecho, pertenece a ese exclusivo grupo de futbolistas cuya relevancia se hace más notable en su ausencia que en su presencia. Porque es cuando no está, cuando no ocupa todo el carril izquierdo con una inteligencia muy pocas veces señalada, cuando el conjunto blaugrana descubre que estaba equivocado: que Alba no es consecuencia, sino causa, de todo lo positivo que sucede a su alrededor.
Tomemos como ejemplo la jugada por la que todos le recordaremos dentro de 30 años: la pared más larga de la historia del fútbol. Es evidente que en ésta la importancia de Leo Messi es superior. Sus pases no sólo encuentran a Alba, sino que le dicen donde tienen que ir. Además, su timing para luego acudir a zona de remate es el que le permite sorprender donde todos le esperan. En resumen, es una jugada que sólo existe dentro de esa falsa realidad llamada Leo Messi. Pero una vez ha quedado constancia de esto, también hay que señalar que es una jugada que sólo es realizable en la práctica gracias a la suma de habilidades que definen a Jordi Alba como jugador.
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Es muy posible que en ataque Jordi Alba no haga prácticamente nada que no hiciese ya en 2012, pero ha limado, perfeccionado y potenciado cada uno de los aspectos que caracterizaban su juego hasta convertirse en un constante elemento de desequilibrio.
Su velocidad, por ejemplo, ahora tiene un sentido muy diferente. No sólo es capaz de habilitarla de menor manera, demostrando un timing perfecto para saber cuándo subir sin restarle espacio al pasador ni a sí mismo, sino que además, una vez recibe, es capaz de reducir su zancada, coordinarse con el resto de compañeros y pillar a contrapié a todo el sistema defensivo rival para así poder elegir la mejor forma de finalizar dicha acción. O lo que es lo mismo: de encontrar a Messi en el área.
Es aquí donde entra en juego su mayor comprensión del juego. Y de sí mismo. Un jugador que alcanza la velocidad punta que alcanza Alba ya es peligroso per se, pero uno que, además, es capaz de detenerse a continuación es directamente decisivo.
Porque cuando Alba arranca, el resto están parados. Cuando Alba alcanza su máxima velocidad, el resto todavía están girándose para comenzar a correr. Y cuando Alba recibe y desacelera, el resto aún están tratando de llegar a su posición. Es esta diferencia de ritmos, propiciada por su velocidad pero sólo posible por su lectura, la que coloca a Jordi Alba en un huso horario diferente al de toda la defensa contraria. La jugada pasa de desarrollarse a 100 kilómetros por hora a congelarse dentro del área; es imposible que, como consecuencia de esto, no comiencen a surgir los espacios.
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A partir de todo esto, que queda bien resumido en la citada jugada con Leo, Jordi Alba obliga a condicionar los planteamientos rivales. Esta temporada hemos visto como Asier Garitano le pedía a su jugador de mayor talento ofensivo, Mikel Oyarzabal, que le persiguiera de línea de fondo a línea de fondo. En el clásico de Liga del Camp Nou, tras una primera parte donde nadie le siguió, Julen Lopetegui se vio obligado a probar con el sistema de tres centrales para poder adaptarse así a Alba sin perder potencial arriba. Y por último, por señalar sólo los ejemplos más significativos, estuvo el planteamiento de Pablo Machín en el Sánchez Pizjuán. El técnico sevillista cambió de dibujo, alineó a cuatro centrales para defender mejor por dentro a Messi y le encomendó a Jesús Navas, en ese partido extremo derecho, perseguir a Jordi Alba de principio a fin.
Cuando arranca, el resto están parados. Cuando alcanza su máxima velocidad, el resto todavía están girándose. Y cuando recibe y desacelera, el resto aún están tratando de llegar a su posición
Y aun así, el lateral de L’Hospitalet siempre logra escaparse. Porque como decía el Coco Basile: “yo a mis equipos los paro bien en la cancha, el problema es que cuando empieza el partido los jugadores se mueven”. Y Jordi les obliga a moverse a tanta velocidad que ni siquiera son capaces de reflexionar hacia dónde se están moviendo.
Eso sí, con Jordi Alba hay un pero: no es autosuficiente. Necesita ciertas (pocas) cosas de su equipo para luego poder entregarle a sus compañeros todo lo ya apuntado. Esto es algo que se está comprobando en los últimos años en Champions. En el día a día liguero Jordi Alba marca diferencias. En cambio, los martes y miércoles de primavera no sucede lo mismo. Esa pared con Leo Messi no se puede realizar con la misma continuidad con la que se ejecuta en el resto de la temporada, pues el Barça no mueve el balón con la misma velocidad… ni juega a la misma altura.
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Sea como fuere, reducir el impacto futbolístico de Jordi Alba al apartado ofensivo sería el mayor de los errores. Porque, de hecho, donde sí es autosuficiente, donde sí ha ganado registros diferentes temporada a temporada, es en el aspecto defensivo.
Jordi Alba llegó al Camp Nou siendo una concesión permanente en el lateral izquierdo. Era demasiado nervioso para pararse y demasiado impaciente para esperar la acción del rival, lo que le convertía en el punto débil de la defensa blaugrana. Sin embargo, mientras también crecía con balón, Alba ha mejorado increíblemente sin pelota hasta el punto de convertirse en un jugador que no sólo no resta, sino que siempre suma.
Además del peso que tiene su velocidad, lo que permite corregir situaciones que de otra manera sería imposible, caso de muchos de sus cortes dentro del área en los que llega a ayudar hasta al central derecho, está su gran capacidad para defender el uno para uno del rival. Se perfila bien, aguanta bien y choca bien. Ya no se mueve de más. Ya no regala el regate metiendo el pie. Ahora es un especialista en una materia que, primero con Luis Enrique y ahora con Valverde, es cada vez más necesaria en el Fútbol Club Barcelona.
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Así, Jordi Alba se está erigiendo con cierta suficiencia como el mejor lateral izquierdo de lo que va de temporada 2018/2019. Pero en realidad lo verdaderamente importante es que, entre lo que permite al Barcelona en ataque y lo que ahorra al Barcelona en defensa, Jordi Alba se ha convertido en la mejor versión de sí mismo. Y eso es, a fin de cuentas, a lo que aspiramos todos en esta vida.