Sin pretenderlo (o quizá de manera plenamente consciente; con él nunca se sabe), Cristiano Ronaldo protagonizó una de las grandes imágenes de esta Eurocopa: tras fallar un penalti en la primera parte de la prórroga —uno de esos momentos que decantan no solo partidos, sino que pueden marcar trayectorias enteras—, se echó a llorar sin remedio. Incluso las cámaras se desviaron del partido para centrarse en otro objetivo: el primer plano de Cristiano y sus lágrimas inconsolables. También las de su madre, desencajada en el palco, sin saber muy bien dónde mirar, pensando que ese desastre ya no tenía arreglo.
Ante Eslovenia, Cristiano jugó su propio partido. En realidad, lleva haciéndolo toda la Eurocopa. Algunos dirán que lleva haciéndolo toda su carrera, y no les faltaría razón. Obsesionado por el gol y las estadísticas, por encontrar un hueco en los libros de historia, movido siempre por ese ego que muchos no aceptan ni entienden, Cristiano se ha labrado una imagen que ya no va a cambiar. Es su sexta Eurocopa —nadie ha jugado tantas— y a estas alturas de la película es absurdo esperar otro Cristiano. Si ha llegado hasta aquí es porque Cristiano es así: gustará más o menos, despertará recelos o admiración, odios o pasiones, pero nadie puede dudar de que sin ese punto de egoísmo, Cristiano hubiera sido simplemente un buen jugador, como tantos otros.
Cristiano protagonizó una de las imágenes de esta Eurocopa: tras fallar un penalti en la prórroga, se echó a llorar. Incluso las cámaras se desviaron del partido para centrarse en otro objetivo: el primer plano del luso y sus lágrimas inconsolables
Además de sus lágrimas —oro puro para las cámaras, carne de cañón para aficionados ociosos con ganas de comentar la jugada en las redes—, Cristiano Ronaldo volvió a mostrar en octavos todo su catálogo gestual: protestas al árbitro, quejas, lamentos, ánimos a sus compañeros, miradas oblicuas al rival o a la grada; por no hablar de toda su liturgia antes de lanzar las faltas. Todo muy barroco: si fuese un actor, diríamos que sobreactúa y le pediríamos un poco de moderación, un poco de naturalidad para poder creer en él.
Pero quién sabe qué hubiera sido de Cristiano Ronaldo sin toda su teatralidad. Sin su personalidad desbordante, tan histriónico que a veces se pasa de pantalla y dan ganas de abrazarlo, darle un poco de cariño y decirle que el mundo no es un lugar tan hostil, que no todo el mundo está en su contra.
A fuerza de verlo una y otra vez subido a esa gestualidad tan cargante, uno pasa del hastío a la compasión. Y parece que sus compañeros de selección también: cuando falló el penalti ante Oblak y se echó a llorar como si el partido hubiese acabado ahí, sus compañeros corrieron a abrazarlo. Parecieron decirle que el reloj seguía corriendo, que el partido no concluía con su error: fue curioso ver cómo el líder se dejaba consolar; una especie de Napoleón resignado a que sus soldados le miren con lástima mientras recogen los restos del naufragio.
Pero mientras muchos se relamían pensando en el Waterloo de Cristiano, el destino le regaló otra oportunidad. Llegó la tanda de penaltis y se encargó de lanzar el primero. Lo marcó, y lo primero que hizo fue mirar a la grada y pedir perdón: aún estaba pensando en su penalti fallado, como si viviese atrapado en el tiempo, en un bucle de filias y fobias del que ya nunca podrá salir.
Su paradoja nunca se resolverá, pero mientras los demás nos dedicamos a filosofar, él acumula récords: nadie ha jugado tantas Eurocopas como él, nadie ha marcado tantos goles con su selección como él
Sus detractores le seguirán reprochando su ego desmedido. Sus admiradores se rendirán a su competitividad, también desmedida. Y ambos tendrán razón. Cristiano Ronaldo es así. ¿Es competitivo porque es egoísta? ¿O es egoísta porque es competitivo?
Su paradoja nunca se resolverá, pero lo cierto es que mientras los demás nos dedicamos a filosofar, él acumula récords: nadie ha jugado tantas Eurocopas como él, nadie ha marcado tantos goles con su selección como él. Seguirá jugando su propio partido, persiguiendo el objetivo de ser el primer jugador que marca en seis Eurocopas.
Excelente competidor y mediocre actor, los números le seguirán dando la razón.
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Fotografía de Getty Images.