Pasaportes

Antonio Rüdiger, más allá del personaje

Qué fácil es hacerse viral hoy en día. Y más si ya eres famosete. A veces pensamos que conocemos a las grandes estrellas del cine, del deporte o de la música solo por lo que vemos cuando las cámaras están encendidas. TikTok es una estafa piramidal. Es como un inversor que decide persuadir a la gente engañando a inocentes con toneladas de insalubre información, haciéndonos creer que los cortes, rebosantes de dopamina y sacados de contexto, son más valiosos que una entrevista cara a cara, llegar bien a la cobertura o tener clara la estrategia a balón parado.

Por eso Rüdiger nos llama tanto la atención. Nos reímos cuando al completar una acción de mérito saca la lengua y pone los ojos como la niña de El exorcista, o cuando le entra complejo de Mike Tyson en la celebración de un gol, pegando collejas a sus compañeros como si fuera el matón de clase. Pensamos en que se ha vuelto completamente loco cuando corre hacia el balón, igual que Antetokounmpo marcando los pasos para entrar a canasta. O cuando bromea con golpear a un policía nacional antes de jugar el ‘Clásico’. Nos reímos por dentro durante unos segundos, le tiramos un like al fragmento y alimentamos al algoritmo mientras este prepara su siguiente movimiento. Deslizamos el dedo hacia arriba y a lo siguiente. Igual que en El show de Truman. Así, nuestro inocente y sobreexcitado cerebro va asimilando que Antonio es todo felicidad y que su sonrisa es el reflejo de una vida de lujos y despreocupaciones. Que se toma su trabajo como un hobby barato, mientras su mente se pasa el día en las nubes pensando en lo que va a hacer después de quitarse las botas.

 

Nos reímos cuando al completar una acción de mérito saca la lengua y pone los ojos como la niña de El exorcista, o cuando le entra complejo de Mike Tyson y pega collejas a sus compañeros

 

Lo que no sabemos, porque probablemente no nos lo han contado, es que fue criado por una madre que tuvo que huir de su país a causa del estallido de la Guerra de los Diamantes en Sierra Leona. Ni que creció en el libre albedrío de Neukölln, un barrio problemático al suroeste de Berlín que nunca fue sinónimo de paz y tranquilidad. Rüdiger tampoco lo tuvo fácil en su entrada al equipo blanco. Llegó cuando el club tenía una angustiosa necesidad de defensores, después de que Varane, Ramos y Marcelo partieran de la capital. Y a pesar del cambio generacional que estaba viviendo la plantilla, veía desde el banquillo cómo la confianza de Ancelotti se decantaba por Militão y Alaba en los partidos decisivos. “En el primer año, en Madrid, no estaba del todo conforme. Jugué muchos partidos, pero yo quería jugar los más importantes”, explica Antonio a Panenka en un evento organizado por Under Armour.

Mientras sus gestos y muecas divertidas siguen haciéndose virales, Antonio es un hombre que lleva sus orígenes tatuados en la memoria, recordando a ese niño que vivía con tan poco. Es consciente de lo complicado que ha sido llegar a la cima y remarca la importancia de la mente y la ambición en su trabajo: “A veces tienes que darle la espalda al mundo. Tienes que estar concentrado y preocuparte únicamente por lo tuyo”. Su primer año en la capital fue complicado, pero él siempre ha estado al acecho de oportunidades. En los dos cursos que lleva en Madrid ya ha ganado cuatro títulos, mientras hoy mira con ojos apetitosos un campeonato de liga que está al caer. Y por si fuera poco, observa desde cerca cómo su equipo ansía levantar su decimoquinta ‘Orejona’, después de haber metido el penalti decisivo en la tanda contra el City que le dio el pase a los blancos a la semifinal.

 

Lo que no sabemos es que fue criado por una madre que tuvo que huir de la guerra en Sierra Leona. Ni que creció en las calles de Neukölln, un barrio problemático al suroeste de Berlín

 

Antonio está preparado para lo que venga. Su mentalidad se ha forjado con la experiencia y por esa razón sabe que lo que se gesta en la mente, muchas veces sobrepasa la fuerza, el regate o la capacidad defensiva. “Mi mayor virtud es la cabeza. Gano muchas batallas aquí dentro”, aclara, señalándose la frente. El espíritu competitivo no es igual de evidente para nuestras córneas como una entrada perfecta, la disputa de un duelo aéreo o un cabezazo en el último minuto. Porque no hay cámaras que filmen el sentimiento del día en el que no puedes seguir y acabas llorando desolado en la moqueta de tu piso. En ese momento solo los guerreros levantan el peso de una armadura llena de cicatrices y vuelven a pisar el verde con la mirada de ese día en el que se enamoraron del balón.

 


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Fotografía de Getty Images.

Albert García

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