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Rayden: “El fútbol es una máquina del tiempo”

"Es una bombona de oxígeno, un soplo de aire fresco, y tiene una capacidad de unir muy bestia. Funde barreras", afirma el prolífico cantante de Alcalá de Henares

Normal que el fútbol moderno a mí me mire tan mal, ya que estoy hecho de otra pasta”, canta David Martínez Álvarez (Alcalá de Henares, 1985), aka Rayden, en Ya no quedan centrales como los de antes, una de las 12 canciones de su sexto y último trabajo de estudio, Homónimo. El prolífico cantante, ‘merengue’ de cuna y amigo de jugadores como Álvaro Arbeloa, Isco, Óliver Torres o Borja Iglesias, asegura que su último trabajo tiene mucho de nostalgia; y a partir de ese sentimiento se aproxima, también, al fútbol, su otra gran pasión desde la niñez. Desde los tiempos de Oliver y Benji y los primeros goles de Raúl González Blanco.

¿Qué es el fútbol?

Como las canciones, el fútbol es una máquina del tiempo. Es una cápsula del tiempo. Una vía para regresar a nuestro yo de ayer: cuando ves un gol o escuchas una canción recuerdas qué estabas viviendo cuando la descubriste, con quién y dónde. Recuerdo la ‘manita’ al Barcelona, que mi padre compró un llavero blanco con los autores de los goles, Zamorano (3), Amavisca y Luis Enrique, una colección de pines del 98, con Šuker, Mijatović y compañía, coleccionar cromos, guardar recortes de periódico en el revistero del salón, vivir con el anuario de altas y bajas bajo el brazo, una camiseta Kelme de Madrid de color azul marino, la primera que tuve, y momentos como el cabezazo a Luis Enrique en el Mundial del 94. Era un verano muy caluroso y estaba sin camiseta, con la espalda pegada al suelo, fresquito, y recuerdo la rabia que sentí al ver el cabezazo y al perder de esa manera. Fue frustrante, pero todavía me dolió más lo del día de Corea.

¿Del Madrid desde pequeño?

Mi abuelo, que siempre me contaba historias de fútbol, era muy del Atlético, y era un niño cuando ganaron el doblete del 96, pero desde que tengo uso de razón soy del Madrid. Por mi padre, por mi madre, y, sobre todo, porque al poco de nacer yo apareció Raúl González Blanco, y cada vez que marcaba despertaba cosas en mí inexplicables. Esas vaselinas eran increíbles. El Atleti tenía mejores delanteros en esa época, con Vieri, Hasselbaink o Pantić, pero Raúl me cautivó. Siempre me cogía a Raúl cuando jugaba con los amigos en el patio o en la calle, y en balonmano jugaba con su ‘7’ y celebraba los goles como él. En balonmano se meten muchísimos goles, y además a mí se me daba bien, y recuerdo que a veces mi portero me miraba y me decía: ‘para ya, llevas siete goles. Aprende a ganar’.

¿Recuerdas tu primera vez en el Santiago Bernabéu?

Me ocurrió desde dos perspectivas: la indoor y la outdoor. La outdoor fue, creo, el mismo año que salió en cines Gladiator. Hicimos una excursión con el colegio y pasamos delante del Bernabéu justo a esa hora de la mañana en la que a veces hay como un poco de niebla y el estadio emergía entre las nubes y era impresionante. La indoor fue, creo, un partido que el Madrid ganó al Celta por 3-1. Recuerdo sentir que era una cosa enorme, mastodóntica, y sentirme minúsculo.

 

“Me repatea sentirme débil por el fútbol, y me molesta que patrocinadores vengan de no sé dónde, pero luego marca un gol tu equipo y es imposible no emocionarse. Hay que ser humildes y aceptar que somos humanos que se dejan llevar por pasiones”

 

El fútbol es, quizás, el camino más corto hacia la infancia.

No me acuerdo de la cara o del nombre de algunas personas, pero recuerdo nítidamente goles que marqué en el recreo: se jugaban mil partidos a la vez, algunos con pelotas de papel albal, pero todo el mundo sabía cuáles eran sus porterías, aunque fuesen mochilas. Era un caos organizado. Yo viví y crecí en Nueva Alcalá, y con los niños de los tres bloques de edificios que había en nuestra zona jugábamos en un campo de tierra que había justo detrás de los pisos. Éramos 40 niños con una pelota, y teníamos todo lo que queríamos. Jugábamos a fútbol todo el día. Solo parábamos cuando nuestras madres nos llamaban para merendar y a la hora de Oliver y Benji, que es curioso porque justo ahora mismo mi hijo está en el salón cantando la canción de la serie. Hay trenes que permiten estrechar lazos entre padres e hijos, y creo que el deporte es uno de los más potentes: es un idioma común, una pasión común. Los que tenemos la suerte de ser padres no vivimos la vida a través de nuestros hijos, o al menos yo no, pero nos ayudan a encontrarnos con nosotros y con partes del pasado, de lo que fuimos. En aquella época tenemos ese punto de inocencia, esa hambre por la vida y esa mirada encendida que nunca debemos perder. Veíamos la catapulta infernal, el tiro combinado o el nuevo truco que hicieran en Oliver y Benji y bajábamos a ponerlo en práctica, y yo hacía lo mismo con los vídeos de VHS de Roberto Carlos y de Ronaldinho. En la falta de Roberto Carlos ante Francia había que pegarle a la pelota justo por donde entra el aire. Lo que era imposible de imitar, e incluso imposible de intentar, era la volea de Zidane. Lo de conseguir tres Champions League en cuatro años fue muy loco visto desde los ojos de un niño. Fue una bestialidad. Fue descomunal.

Además de una cápsula del tiempo, ¿qué más es el fútbol?

Una bombona de oxígeno. Un soplo de aire fresco. Un sastre de sonrisas. Y tiene una capacidad de unir muy bestia. El deporte en general, y, sobre todo, el fútbol porque tiene más focos, separa, pero une más de lo que separa, funde barreras. Un día, de vacaciones por Marraquech, por Países Bajos o por cualquier parte del mundo, te encuentras con alguien de Alcalá, por ejemplo, que te suena de vista y, aunque nunca le hayas saludado por la calle, te paras y retomas una amistad que nunca ha tenido inicio. Que nunca ha existido. Y el fútbol es eso precisamente: te hace sentir como conocido a alguien desconocido. Ves a alguien en otro lugar del mundo con la camiseta de tu equipo y sientes que tienes algo en común. Como cuando ves un partido y marca tu equipo e incluso te das la libertad de abrazar a alguien que no conoces de nada y sientes que sois como compañeros de gesta.

¿Cómo conviven, en ti, la parte fanática y la racional?

En pelea constante. Me repatea sentirme débil porque el fútbol me despierte cosas así, y me molesta que patrocinadores vengan de no sé dónde y estén a favor o en contra de no sé qué, pero luego marca un gol tu equipo y es imposible no emocionarse. Hay que ser humildes y aceptar que no somos ni para tanto ni para tan poco, que somos humanos que se dejan llevar por pasiones, ni más ni menos. Y que no hay que tomarse la vida tan en serio porque ella tampoco lo hace. Se trata, creo, de que una parte no se coma la otra, como en Jekyll&Hyde, y que ambas se sepan perdonar.


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Fotografía de Steven Bernhard.