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Nápoles, el mejor escenario del mundo

Ya es una realidad: Nápoles vuelve a celebrar un Scudetto. Publicamos un avance de 'Unico grande amore', el libro de Toni Padilla sobre Italia y el fútbol, en el que el autor pasea por la ciudad como si fuera la escena de una película

Unico grande amore, el libro de Toni Padilla que Panenka acaba de publicar, es un viaje por cincuenta ciudades italianas a través del fútbol. Después de que el Napoli, 33 años después, se haya vuelto a proclamar campeón de la Serie A, publicamos como avance el capítulo que Padilla dedica a la ciudad sureña, con el cine como protagonista.


 

“Me encantaría vivir en un planeta enteramente napolitano porque sé que allí estaría bien”

Marcello Mastroianni

 

El tren entre Caserta y Nápoles va lento, como si castigase al viajero posponiendo la llegada a la población partenopea. Cruza ciudades periféricas feas, laberintos de edificios gigantescos, barrios con mala fama por la corrupción y los clanes mafiosos. Nápoles te recibe con sinceridad, mostrando su cara más cruda en la estación central.

 

La primera vez que el viajero llegó a Nápoles cuando era un crío, una motocicleta con tres adolescentes sin casco casi lo atropella nada más salir de la estación. Después, se hizo el amor. El viajero tiene un idilio con Nápoles. En el trayecto de tren ha escuchado Napule è, de Pino Daniele, el cantante que unió el blues con la lengua napolitana. “Nápoles es mil colores, Nápoles es mil miedos. Nápoles es una voz de criaturas”, pronunciaba Daniele, fallecido en 2015. En el primer partido después de su muerte, en el estadio San Paolo cantaron su declaración de amor a Napule. Qué bonito suena el nombre de la ciudad en napolitano. Napule.

Nápoles es un gran escenario. La cuna de la gran escuela del teatro napolitano, el hogar de grandes intérpretes y directores. “Nápoles es una de las pocas metrópolis que, si bien presenta un experimento social entre el centro y la periferia digno de las grandes ciudades del mundo, sigue siendo un lugar donde la modernidad en sus peores aspectos no ha llegado del todo, donde, al caminar, te encuentras personas. Y esto es fundamental para los que hacemos teatro”. Lo dijo el maravilloso actor Toni Servillo, que saltó de los escenarios a la gran pantalla. Esta es una urbe tan mágica que todos los directores se fijan en ella. Es un exquisito guion en el que cada día suceden historias sorprendentes, aunque el cine y el fútbol son como dos amantes que se acuestan juntos alguna vez, pero que jamás alcanzan la felicidad de la mano. Cuesta encontrar buenas películas en las que la pelota sea protagonista. Recientemente, Francesco Lettieri rodó un film llamado Ultras sobre los radicales del Napoli. Estos lo boicotearon al considerar que solo mostraba su peor cara. No fue un éxito, aunque su música atrapa, obra de Liberato, un misterioso DJ que esconde su identidad, como si fuera la escritora napolitana Elena Ferrante, quien se negaba a revelar su rostro hasta que un periodista descubrió que era la traductora Anita Raja.

El viajero llega al Caffè Gambrinus, donde los turistas que bajan de los cruceros se mezclan con los vecinos que se niegan a ceder sus lugares sagrados a las masas. Dicen que aquí nació la preciosa tradición del ‘caffè sospeso’. Cuando pides un café, pagas dos. El segundo lo aprovechará un desconocido sin recursos económicos o que simplemente está teniendo un mal día. En las mesas de las elegantes salas interiores se sentaron escritores como Oscar Wilde, Ernest Hemingway o Jean-Paul Sartre. Y, cómo no, Gabriele D’Annunzio, que escribió en sus mesas el poema A vucchella. No existe intelectual que no haya visitado esta ciudad. Nápoles imanta. Será la presencia del Vesubio, el volcán activo que preside de fondo el plano, amenazando con cubrir el cielo de ceniza. El recuerdo de la cercana Pompeya lleva a los napolitanos a vivir al día, a ser muy conscientes de la fragilidad de la existencia.

Esta gente es diferente. El productor de cine Carlo Ponti lo sabía bien. Se casó con Sofia Loren, napolitana. “Como milanés digo que los napolitanos son los únicos italianos que no son italianos por- que son mucho más napolitanos que italianos. Tienen características especiales. Son diferentes, son napolitanos”, argumentaba. El viajero deja pagado el segundo café. Allá los que quieran quedarse únicamente con la cara fea de Nápoles, y hablar de camorra y suciedad. El viajero cree que el amor es más fuerte. Que la luz, bellísima en este golfo, se impone a la oscuridad. Y sube al barrio del Vomero para gozar de la vista desde las alturas.

 

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Una de las viejas mansiones con vistas sobre el mar era la de Eduardo Scarpetta, el hombre que inició una de las dinastías de actores y directores de teatro más gloriosas de todos los tiempos. Un linaje donde se cruzan los destinos de los hijos reconocidos y no reconocidos. Todo es una gran comedia en esta vida. Scarpetta fue de los primeros actores que reivindicó el teatro dialectal. Utilizaba el napolitano e imaginaba a personajes como Felice Sciosciammocca, un clásico de los escenarios que simboliza a la gente inocente a la que le toman el pelo. El apellido, de hecho, es una forma dialectal para referirse a aquellos que se quedan con la boca abierta.

En 1876, Scarpetta se casó con Rosa De Filippo, con quien tuvo a Domenico, un hijo que en realidad no era suyo, pues el padre era ni más ni menos que el rey Víctor Manuel II, el primero de Italia. El monarca había dejado preñada a esta chica cuando ya era la novia de Eduardo, pero este no tuvo problemas en darle su apellido. No deja de ser irónico que un actor de teatro popular cuide a un hijo del rey. Se cuenta que una vez, en una obra, escuchó que alguien le gritaba que llevaba cuernos. Él, con una carcajada, respondió alegremente: “Sí, pero los míos son reales”. Con Rosa tuvo otros dos hijos. Uno murió cuando era un bebé. El otro, Vincenzo, creció con una hermana, María, hija de una amante de Eduardo. En una casa con tres criaturas, ninguna tenía los mismos padres naturales. Aunque la situación todavía era más complicada, pues Eduardo también tuvo una larga relación sentimental con la sobrina de su mujer, Luisa Di Filippo. Con ella tuvo tres hijos: Eduardo, Titina y Peppino De Filippo. Pero hay más, pues también tuvo descendencia con Anna De Filippo, la hermanastra de Rosa. Es decir, se acostó con tres miembros de la misma familia. Con esta última tuvo otras tres criaturas: Eduardo, también actor de teatro, Pasquale y Ernesto, un poeta que después fue el padre de uno de los cantantes más queridos de Nápoles, Roberto Murolo. Como toda la ciudad hablaba de ellos, Scarpetta ordenó grabar en piedra en su casa del Vomero una frase: “Qui rido io”. O sea, ‘aquí me río yo’. La cita se usó para titular un film sobre su vida en el que Servillo interpretó al protagonista. Scarpetta jamás perdió la sonrisa, aunque sufrió un duro golpe. En 1904 escribió una parodia de una obra de teatro que había triunfado ese año. Se trataba de La figlia di Lorio, de un tal Gabriele D’Annunzio. Sí, de nuevo el maldito poeta. D’Annunzio no tenía sentido del humor, se amaba demasiado a sí mismo. Pero Eduardo vivía en las antípodas y se rió con aquella historia. Durante tres años, los jueces estuvieron discutiendo si Eduardo debía dinero a D’Annunzio. Al final, la justicia decretó que para hacer una parodia no era necesario pagar derechos de autor, un caso que creó jurisprudencia en Italia, aunque los gastos del proceso y el poco éxito del proyecto dejaron sin una lira a Scarpetta, que falleció pobre. De todos los hijos, el que llegó más lejos fue Eduardo De Filippo, un genio que daría el salto al cine. En 1931, estrenó su mejor obra, Natale in casa Cupiello, una comedia que él mismo interpretó tanto en el teatro como en la gran pantalla. Cada Navidad, los napolitanos tienen como costumbre ir a verla. También la pasan por la televisión. ¿Cómo no amar a Nápoles, con tantos enredos y esta fe en el humor?

 

No existe intelectual que no haya visitado esta ciudad. Nápoles imanta. Será la presencia del Vesubio, el volcán activo que preside de fondo el plano, amenazando con cubrir el cielo de ceniza

 

El viajero vuelve al centro y se acerca al viejo puerto para comer en la Locanda del Cerriglio, un restaurante del que se tienen referencias ya en 1288, aunque en 1885 las autoridades lo cerraron. Los propietarios sobrevivieron convirtiéndolo en un almacén donde vendían comida hasta que, con unas obras, lo pudieron reabrir al público. En la puerta del local, en 1609, un grupo de lugareños le dieron una paliza a un forastero altanero, el pintor Caravaggio. Cada rincón de Nápoles esconde una anécdota a la que deberían dedicar una película. Cerca del restaurante, en Vico dei Panettieri, un artista urbano ha realizado un grafiti de Pino Daniele donde aparece como un santo. Para los vecinos, Daniele remite a los años 80, cuando realizó la banda sonora de hasta tres películas de un buen amigo, el actor Massimo Troisi. Es la santísima trinidad: música, cine y fútbol. Daniele, Troisi y Maradona.

Nápoles había sufrido una epidemia de cólera en los años 70. En 1980, un terremoto asoló la ciudad dejando a más de 3.000 personas sin casa en plena guerra de clanes de la Camorra. Luego, llegó la redención. Con Maradona, el conjunto local ganó dos ligas y cerró la boca a los fanfarrones del norte. “Era una ciudad oscurecida, violenta. Era la ciudad de la guerra entre la vieja y la nueva Camorra. Recuerdo que cuando salía de fiesta mi padre me repetía las normas: de noche no te pares nunca en un semáforo, tienes que pasar en rojo. Cuando llegó Maradona, nos liberó”. Lo dijo Paolo Sorrentino, autor de películas como La gran belleza o series como The Young Pope. Sorrentino, napolitano y maradoniano, decidió llevar a las pantallas la historia de su infancia en Fue la mano de Dios. Es decir, una referencia al famoso gol con la mano de Maradona a los ingleses en el Mundial de 1986. “He escogido ese nombre porque Maradona me salvó la vida. Y no es una exageración. Fue uno de sus milagros”, bromeó para recordar que, siendo un adolescente, consiguió el permiso de sus padres para ir un 5 de abril de 1987 a ver un Empoli-Napoli. Ellos, a su vez, se marcharon a la casita que tenían en Roccaraso, un pueblecito cerca de Castel di Sangro. La mala combustión de una estufa los mató mientras dormían. Sorrentino sostiene que su obsesión por ver jugar al argentino le salvó la vida. Cuando ganó el Óscar por La gran belleza, el astro lo llamó para felicitarlo mientras embarcaba en el avión de vuelta a Roma en Los Ángeles. El director, para alargar la conversación con el ídolo, se negó a ocupar su silla y consiguió retrasar la salida del vuelo.

Cuando el Napoli ganó sus ligas, Troisi solía aparecer en la RAI haciendo de humorista. Esos días, celebró los éxitos del club en los morros de los tertulianos de la Juventus. Troisi ya se había convertido en el heredero del actor más querido quizá de todo el país, el también napolitano Totò, fallecido en 1967 y considerado el Chaplin italiano. Todos aquí sabían quién era Troisi, aunque el resto del mundo lo descubrió demasiado tarde. En 1994, participó en el precioso film El cartero, dirigido por Michael Radford. Troisi, que colaboró en la escritura del guion, pospuso una cirugía cardíaca para poder terminar la filmación. Fallecería un día después del fin del rodaje, con 41 años, y sería nominado al Óscar de forma póstuma. Maradona ya no estaba en Nápoles, Troisi había muerto y Daniele tenía problemas de salud. Se acababa una época preciosa.

 

 

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El filósofo Benedetto Croce solía decir que para entender Nápoles era necesario entender que “estamos donde se encuentran el cielo y el infierno”. Entre la vida y la muerte. El viajero se dirige a Quartieri Spagnoli, los barrios populares del centro, para ver el famoso mural gigante dedicado al ‘Pelusa’. Aquí, los héroes deben surgir de los barrios bajos para poder escarmentar a los ricos. Personajes como el famoso Masaniello, un pescador que en 1647 lideró una revuelta contra los impuestos españoles. Pino Daniele le citaba en su canción Je so pazzo. Dicen que Maradona, un día que Daniele le daba un concierto privado, le preguntó quién era ese Masaniello que competía en fama con él. “Masaniello eres tú, Diego”, respondió el cantante. Desde la muerte del argentino, el mural en los Quartieri Spagnoli, un laberinto de callejuelas, se ha convertido en un lugar de peregrinación.

La gran obra de teatro que es esta ciudad no se puede entender sin Maradona, ni tampoco sin su equipo, nacido en 1926 gracias a la fusión de distintos conjuntos bajo la iniciativa del industrial Giorgio Ascarelli, miembro de la comunidad judía local. La historia del Napoli, con fama de perdedor, cambió en 1969, cuando el empresario Corrado Ferlaino logró hacerse con el control de la entidad. Poco a poco, Ferlaino construyó un vestuario ganador que superó por primera vez a los gigantes del norte. Como cuenta Sorrentino en su película, los napolitanos no se podían creer lo que leían en la prensa. Ferlaino afirmaba que ficharía al mejor jugador del planeta, Maradona, que jugaba en el Barcelona. Se sentían demasiado desgraciados entonces. Pero no era un sueño. Con el ‘10’ ganaron dos ligas, una Coppa, una Supercoppa y una Copa de la UEFA en apenas cinco años, de 1985 a 1990. En Nápoles se cuenta la historia de un hombre que escribió en el muro del cementerio un mensaje: “No sabes lo que te has perdido, querido padre”.

 

En la puerta del local, en 1609, un grupo de lugareños le dieron una paliza a un forastero altanero, el pintor Caravaggio. Cada rincón de Nápoles esconde una anécdota a la que deberían dedicar una película

 

En el Bar Nilo, ubicado en el centro, exponen un pelo de Maradona como si fuera una reliquia. Si quieres sacarte una foto con él, tienes que tomar un café. El viajero lo consume, hace la foto y paga dos. Justo al lado del local, se encuentra una de las entradas a las galerías subterráneas de una urbe llena de misterios. Y a cinco minutos se levanta el precioso Duomo, que protege las reliquias de San Genaro. En esta ciudad de supersticiones, cada 19 de septiembre los napolitanos acuden a la catedral para ver cómo un cardenal saca de su recipiente una botellita que contiene sangre solidificada del santo. Si esta se vuelve líquida, la localidad queda protegida un año más. De vez en cuando, la sangre sigue siendo una masa negra y sólida. No hay milagro. Y los napolitanos esperan lo peor, como en el 2020, en plena pandemia. “Poco después murió Maradona, ¿te parece una casualidad?”, le dice el camarero del Bar Nilo al viajero.

En una metrópolis convertida en un gran plató, los últimos años el equipo ha sido comprado por el productor de cine Aurelio De Laurentiis. Su padre Luigi fundó en los años 70 la productora Filmauro, que trabajaba con otra creada por Dino, su tío, en Estados Unidos. Por eso Aurelio se crió allí, al otro lado del Atlántico. Después de la Segunda Guerra Mundial, produjeron algunas de las cintas más famosas del cine italiano como Riso amaro, protagonizada por Silvana Mangano. Invirtieron también en La strada de Fellini, que ganaría un Óscar. En total, firmaron 181 películas, a las que hay que sumar más de 350 como coproductores. Con Las noches de Cabiria, también de Fellini, llegó una segunda estatuilla norteamericana. También colaboraron con directores extranjeros del tamaño de Jean-Luc Godard, John Huston, Sydney Pollack, Ingmar Bergman, Robert Altman o Milos Forman. Los De Laurentiis fueron claves en la carrera de Sofia Loren y en los mejores años del neorrealismo italiano. Trabajaron con casi todo el mundo.

Pero el heredero, Aurelio, olvidó que el cine es un arte. Sus películas suelen tener muchos espectadores porque apuesta por comedias fáciles que llenan las salas justo antes de Navidad. Guiones de dudosa calidad, llenos de bromas burdas y de mujeres enseñando piernas muy largas. Solamente le interesa el dinero. Después de vivir en Estados Unidos, en 2004 decidió comprar el Napoli aprovechando la bancarrota de la entidad, que estaba en el pozo de la tercera división. En su primer año bautizó al equipo como ‘Napoli soccer’, a la americana. La idea no gustó y duró poco. Vittorio Cecchi Gori, el gran rival de los De Laurentiis en la producción de películas, afirmó que Aurelio había comprado el club porque lo quería imitar a él, que había sido el presidente de la Fiorentina en los años de Batistuta, cuando ganaron una Coppa. Gori arruinó al club toscano, que acabó refundado en la quinta categoría. A De Laurentiis le va mejor. Gracias a su gestión, el Napoli ha ganado títulos, aunque no consigue la tan deseada tercera liga. Si un día la levanta, la ciudad volverá a ser un enorme escenario donde se vivirán escenas sorprendentes.

 

El viajero se dirige a Quartieri Spagnoli, los barrios populares del centro, para ver el famoso mural gigante dedicado al ‘Pelusa’. Aquí, los héroes deben surgir de los barrios bajos para poder escarmentar a los ricos

 

Tan sorprendentes como ver cada domingo a Corrado Ferlaino, el presidente que fichó a Maradona, visitando el mural dedicado al argentino en los Quartieri Spagnoli. Él, un napolitano rico, camina mientras casi le besan las manos por un barrio humilde, mira la imagen del mito y se marcha. El mural, por cierto, lo hicieron en un edificio calculando mal los tamaños, y el rostro del jugador queda justo sobre un ventanal. A la familia propietaria de ese piso le han pedido que no tiendan jamás la ropa en esa ventana, porque si la abren desfiguran a Maradona. Una historia digna de De Filippo o Sorrentino.

El viajero sale de Quartieri Spagnoli hacía el Castel dell’Ovo, una pequeña isla amurallada unida con la ciudad por un puente. Allí se encuentra la Bersagliera, un restaurante centenario donde se dispone a comer marisco. Si en algún sitio vale la pena rascarse el bolsillo, es en Nápoles. Cierto que este es el lugar donde nació la pizza, pero el viajero quiere oler el mar. Y elige el restaurante donde en 1954 Roberto Rossellini rodó escenas de su Viaggio in Italia. ¿No es lo que está haciendo él, viajar por Italia?

 

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Fotografía de Getty Images.