PUBLICIDAD

Míchel: “No me imagino sin hablar de fútbol”

Miguel Ángel Sánchez, 'Míchel', ha pasado de enamorar a Vallecas con su zurda a liderar al equipo en su regreso a Primera. Charlamos con el jefe del Rayo

Ante todo, parece un hombre absolutamente vocacional. Su mirada defiende la felicidad de hablar de fútbol. La sensación de estar siempre dispuesto a hacerlo de tú a tú con los jugadores o a plantearle al periodista un debate en cada respuesta que enriquezca el día siguiente: vivir es aprender. Así es Míchel (Madrid, 1975), el entrenador del Rayo Vallecano. Al lado de los futbolistas, casi parece uno más si no fuese porque el carnet de identidad no se lo perdona: ya tiene 42 años y, a día de hoy, dice que le sobran “tres o cuatro kilos”. Pero su pie izquierdo ya es leyenda en la elite. Hizo lo que debía hacer, sobre todo, en Vallecas, donde ha instaurado una relación de amor incondicional. Ha llegado a dar hasta el pregón en las fiestas. Quizá porque desde la naturalidad también se puede llegar al fin del mundo. Hoy es el entrenador de un equipo al que ha ascendido a Primera División. El hombre que toma decisiones duras o valientes. El mismo que no se perdió ni un solo partido del Mundial. El que tampoco se dejará impresionar por la inmediatez del tiempo. “El hecho de que se haya ido Raúl de Tomás significa que hemos perdido muchos goles, pero traeremos gente arriba”, apuesta de cara a un futuro, que comparte con su familia, con su mujer y sus dos hijos con los que, a la hora de comer o de cenar, seguirá hablando de fútbol, tal vez porque el fútbol sea la perfecta válvula de escape para encontrar el mundo que queremos.

No podemos vivir sin hablar de fútbol.

No, yo personalmente no. Ni me lo imagino. Toda mi vida ha estado unida al balón y lo sigue estando. Incluso cuando llego a casa es parte de mi día a día porque a mis hijos, de 15 y 12 años, les encanta hablar de fútbol. Así que, al final, tiene que participar hasta mi mujer sea para poner paz o para no quedarse al margen. Necesitamos a todos.

¿De qué equipo son sus hijos?

Mis hijos son de Messi, porque en él ven lo que todos queremos ver en los futbolistas: lo diferente. Pero en este Mundial también han descubierto la velocidad de Mbappé, el potencial de Griezmann y, sobre todo, a la selección de Bélgica,  la cantidad de situaciones y de variantes que hemos visto hacer a una sola selección en un mismo campeonato.

En esa Bélgica usted hubiera sido Hazard.

No tanto [risas]. No lo creo porque yo era menos potente. Quizá tenía su forma de entender el juego, de asociarme con los demás. Sabía cuando se podía jugar rápido y cuando había que parar. Pero esta comparación no se puede medir por el talento, porque yo no tenía ese cambio de ritmo que tiene Hazard para arrancar y, de pronto, para frenar. No tenía ese físico que le hace a él tan diferente.

¿Y eso era culpa suya? ¿No trabajaba lo suficiente?

No se trata de eso. Siempre digo que hay algo llamado talento natural que hay que respetar al máximo. La naturaleza crea diferencias. Hay jugadores que lo máximo que pueden alcanzar es un ocho y no se pueden comparar con los que pueden llegar hasta sacar un diez. Pero eso no hace de menos a nadie si sabe encontrar su lugar en el campo o en la vida. No hay que pensar en lo que son los demás. Hay que pensar en lo que puedes ser tú. Hay determinadas situaciones en las que no podemos luchar frente a la genética.

Sin embargo, el fútbol es lo más democrático que existe. Mire el banquillo de Bélgica: Roberto Martínez. ¿No es un estímulo?

Sí, claro, pero sobre todo por lo que has visto hacer a su equipo. Me ha gustado Bélgica porque ha sabido adaptarse a las situaciones que le proponía el rival. En ese sentido el máximo exponente fue el partido frente a Brasil, la manera en la que supo combatir su superioridad. El hecho de situar a Lukaku como extremo derecho en la banda de Marcelo. Significó mucho. Significó que es un equipo con alternativas, que tiene un entrenador que no tiene miedo a cambiar de un partido a otro y que, siendo un equipo dominador, fue capaz de jugar ese día a golpe de transiciones. Su entrenador no tuvo miedo de cambiar de un partido a otro, y eso no es fácil.

¿El problema es tener miedo?

No sé si el miedo sería la palabra. Pero hay cambios que a veces a uno le parecen tan difíciles… Mire, yo le voy a poner de ejemplo mi caso en el Rayo: cambiar de un 4-3-1-2 a un 4-3-3 no resulta tan difícil. Pero hacerlo a un 3-4-3, sí; y entonces te surgen preguntas, ¿acaso el equipo está lo suficientemente mecanizado para jugar con una defensa de tres, acaso lo tenemos tan asimilado como para arriesgarse? Entonces es probable que no quieras correr ese riesgo y te quedes sin hacer el cambio.

¿Cómo es posible que usted, que fue un futbolista de tanto talento, hable tanto de tácticas?

Mi idea es mejorar al futbolista dentro de un contexto grupal que es el fútbol, darle las suficientes herramientas para que se sienta a gusto. Pero eso es imposible si él se olvida de que tiene otros diez compañeros o si se olvida de que hay que jugar hacia adelante. Si lo entiende siempre estará más cerca de ser un gran futbolista. Pero si el entrenador ve que ese futbolista no lo ha entendido y no hace nada, ¿qué clase de entrenador sería ese? Eso también forma parte del talento de la profesión.

¿Qué clase de entrenador es usted?

Podría contestarle a través de un ejemplo. Yo tuve un entrenador, Paquito, que estuvo en miles de sitios y que nos traía libros con metáforas, cuentos que, sobre todo, eran lecciones de vida y que, como él decía, las lecciones de vida siempre se pueden aplicar al fútbol. No lo olvidaré nunca. Pero, ¿sabe sobre todo lo que recuerdo de él? El día que me dijo, ‘eres el jugador con más talento de la plantilla y eres el que menos va a jugar’. Entonces supongo que me enfadaría, pero hoy me doy cuenta de que Paquito llevaba razón, porque yo era un futbolista que sólo me reivindicaba con el balón. Sin el balón, era uno menos. No tenía mentalidad de ir a buscarlo. Pensaba que eso era tarea de los otros diez compañeros y no es así. El fútbol no es así.

¿Qué papel hubiese hecho el Rayo Vallecano en el Mundial?

Muy difícil. No lo sé. Ni siquiera lo he analizado a fondo. Sí que he visto muchos equipos de transición y muy pocos dominadores. He visto también a pocos equipos que hiciesen presión alta. Es más, le diría que he visto equipos que han llegado agotados, jugadores que han llegado en condiciones difíciles para contrarrestar el juego del rival. Ante eso nos han dejado las transiciones y el juego a balón parado que nos recuerda que el 70% de los goles hayan sido así. Y eso no es normal, pero así ha sido en este Mundial.

Sin embargo, no me ha contestado a la pregunta. ¿Qué hubiera hecho el Rayo?

Es muy difícil saberlo. Pero seguro que hubiésemos llevado a cabo nuestra idea, que hubiésemos ganado o perdido con nuestros principios porque los hubiésemos llevado hasta las últimas consecuencias. Si hay que perder, que sea fiel al fútbol combinativo como hizo Alemania hasta el final…  A partir de ahí, ¿qué significa ganar o perder? ¿Que un balón choque en el poste en vez de entrar a portería? ¿Acaso eso hace mejor o peor el trabajo de los entrenadores? No, eso no es trabajo, eso es suerte o mala suerte. Por eso soy de los que defiendo hasta dónde podría haber llegado España si hubiese pasado por penaltis ante Rusia, ¿hasta dónde?

 

“¿Qué significa ganar o perder? ¿Que un balón choque en el poste en vez de entrar a portería? ¿Acaso eso hace mejor o peor el trabajo de los entrenadores? No, eso no es trabajo, eso es suerte o mala suerte”

 

Los resultados son grandes impostores.

Hay un término que yo empleo mucho que es la minoría del fútbol, que son los que se olvidan de los resultados, los que valoran la forma de conseguir las cosas, los que no creen que el fin justifique los medios. Los que vienen y te dicen en esta profesión, ‘trabajamos para que la gente se divierta’, porque esos son los míos o yo soy uno de ellos. Por eso yo nunca sueño con goles, sueño con ocasiones de gol. Si hacemos esas ocasiones significa que lo estamos haciendo bien. Si luego entran o no, eso ya es distinto, no tenemos esa varita mágica. Pero nuestro trabajo ha sido el mismo que es lo que pretendo explicar.

¿Entonces a usted no le importa que sus hijos suspendan los exámenes en el colegio si se esfuerzan?

Mire, se lo puedo decir otra manera o lo que le digo a ellos: ‘El ocho no me gusta si no han hecho nada para conseguir el diez’. A partir de ahí sé que el máximo rendimiento es difícil, pero esa es la pelea, la cultura del esfuerzo de la que siempre hablo en casa. Quizá porque a mi edad ya aprendí a ponerla en valor. He tenido pruebas suficientes en el fútbol base. El que destacaba a esa edad luego casi siempre le costaba más llegar a la elite. Quizá lo sé porque fui uno de ellos. Sin embargo, el que no ha destacado en la base, el chico del que todos los entrenadores hablan bien, el que sabe que el esfuerzo llega donde no llega el talento… Ese siempre llega, porque la humildad es parte de su cultura y de lo que ha vivido. Luego, las inseguridades, si las hay, ya se solucionan con el tiempo. Todos tenemos alguna inseguridad.

¿Tiene usted alguna inseguridad?

Creo que tengo una ventaja. Mi apoyo es mi mujer. Sé que puedo hablar de cualquier tema con ella y siempre me va a dar un apoyo, una solución.

¿Entonces consulta a su mujer el once titular en caso de duda?

No al cien por cien, pero si lo hago sé que me va a dar esa solución desde lo personal. Me va a preguntar: ‘¿Qué quieres? ¿Qué buscas?’, yo le daré esa información de lo que busco y ella sabrá por donde estoy pensando. Me dará una solución, incluso, o me instará al día a día porque no hay mejor solución que el día a día. Pero, sobre todo, me recuerda que es importante que no me equivoque con los jugadores, que no tenga miedo a hablar con ellos de tú a tú, porque no sólo es lo que va a marcar mi trayectoria. También mi capacidad, la de hablar, la de dialogar con los jugadores. Hay amigos míos que me lo dicen: ‘Habla con los jugadores, habla siempre porque a ti se te da bien’.

¿El ego es el principal inconveniente del futbolista?

No lo creo. He tenido mi ego. He sido futbolista. El ego no es negativo. El ego es necesario porque todos quieren jugar. Pero la diferencia está en los que saben adaptar su ego a las necesidades del equipo, los que recuerdan que nada de lo que tú consigas lo puedes conseguir sin los demás. Por eso, el día que ascendimos a Primera yo les dije a los futbolistas que este ascenso lo hemos logrado todos, hasta los que no han jugado, por lo que han aportado ellos en el día a día del vestuario. Y le digo no sólo como jugadores, sino también como personas, porque de la combinación de ambas cosas también surgen grandes futbolistas. Los que no juegan también pueden ser grandes futbolistas. El que es capaz de jugar un día, hacerlo bien y luego volver al banquillo, eso tiene un gran valor, es una lección para él y para todos los que estamos a su lado.

Sin embargo, usted no pensaba así en su época de futbolista. ¿Era mal futbolista?

He mejorado con el tiempo. Es lo que ya le he contado. La experiencia te da sabiduría. Por eso intento hablar tanto con el jugador. Quizá porque me veo reflejado en las cosas negativas que puedan pasarle. Porque entonces recuerdo que yo jugaba en la selección sub-15 y jugaba bien cuando me daban la pelota pero cuando había que hacer una ayuda defensiva, pensaba que para eso ya estaba el resto. Ahora entiendo por qué hasta los 21 años no llegué a jugar en el primer equipo del Rayo Vallecano. Y si se da cuenta estoy incidiendo mucho en mi caso, porque me valió para aprender, para darme cuenta…

Se juega como se vive.

Sí, estoy de acuerdo. Por eso es importante saber donde estás, recordar al jugador, ‘tu herramienta es tu cuerpo’ y explicarle que debe vivir 24 horas con esa idea en la cabeza, porque es la exigencia que demanda esta profesión.

¿Y eso no es obsesivo?

Si te gusta no. Mire, yo he visto todos los partidos del Mundial. No me he perdido ni uno, y eso que estaba de vacaciones. Pero los he visto todos porque me gusta y es lo que te permite ver casos como el de Cueva, el futbolista de Perú, que te impresionan. Quiero contar su caso, porque es un ejemplo de humildad. Vino al Rayo a jugar en Primera en la época de Paco Jémez con 20 o 21 años. Pero como no jugaba pidió hacerlo con el equipo de Tercera, porque a esa edad no se veía para estar parado. Y mire dónde ha estado ahora, jugando un Mundial… lo que nos recuerda que las cosas cambian de la noche a la mañana. Pero tenemos que poner de nuestra parte para que cambien.

¿Los entrenadores también cambian?

No lo sé, pero sí le puedo decir que no me gustan las etiquetas. Es más, las etiquetas te pueden engañar, pero lo que pasa en el césped no te engaña nunca. Quizá sea así porque me he criado en la calle de mi barrio, en Vallecas. Mis padres tenían una frutería y entre la humildad es difícil que uno pueda equivocarse.  Mi propia familia… A mí me ha ido bien, tengo unas posibilidades, pero no me olvido que mi hermano trabaja de cajero en Alcampo y mi hermana en una tienda de moda… Tienen sueldos justos, pero han conseguido hacer su vida, adaptarse a lo que tienen y ser felices. Al final, eso es lo importante.

 

“No me dejo guiar por la inmediatez del tiempo ni tomo las decisiones pensando en los demás, porque, al final, eso nunca sale bien”

 

¿Hubiera hecho usted lo que Lopetegui a dos días del Mundial?

Es normal. Todos podemos tener ofertas que no te alejen de la realidad y, en todo caso, ¿quién marca los tiempos de las ofertas de cuando deben aparecer y cuando no?  Pero en este caso no puedo ser neutral porque conozco a Julen. He estado con él seis años en el Rayo Vallecano. Sé cómo trabaja, lo conozco lo suficiente. Sé lo que ha trabajado estos dos años, y no hubiese habido problema, pero…

¿Ser entrenador es tan duro?

Nunca se sabe dónde está la dureza. Mire, yo nunca lo pasé tan mal como en el Murcia donde fui el fichaje más caro de la historia en una época en la que ficharon a Esnaider, a Fredi, a Bonano, el portero que había jugado en el Barça… y, como los resultados no se dieron bien, sentí hasta rechazo. Quizá fue mi experiencia más dura, la que me convirtió definitivamente en el hombre más crítico conmigo mismo. Aprendí que hay momentos malos y que esos momentos no avisan… Pero ahí estás tú para saber adónde quieres ir, para saber que es lo que pretendes y que es lo que viste de los entrenadores que has tenido…

¿Y ahora a seguir hablando de fútbol en casa con los hijos?

Sí, seguro, porque nada más llegar a casa me preguntarán si hemos hecho algún fichaje más… Y cuando empecemos la temporada vendrán las preguntas: ‘¿Por qué este no juega más?’. Pero, en fin, parece que confían en mí y en cómo hago las cosas, no me dejo guiar por la inmediatez del tiempo ni tomo las decisiones pensando en los demás, porque, al final, eso nunca sale bien.