“El gol no se entrena, se tiene”, decía Santi Triguero, el máximo realizador catalán de todos los tiempos. A primera vista, Javi Sánchez (Barcelona, 1984) nos demuestra que es fiel a esa sentencia. Porta una camiseta con la imagen del último penalti de la tanda que lanzó Antonín para elevar a Checoslovaquia a los cielos de Europa en 1976. El legendario penalti de Panenka preside el pecho y las tripas de ‘El Fusil’. Quizás por amor al gol, quizás por amor al fútbol. Quizás para compartir la misma humildad que ‘El Rifle’ Pandiani yendo a entrenar con su camión. Este sujeto está a punto de explicarnos una carrera repleta de barro. Una trayectoria en el fútbol catalán que, tras probar las raíces del lodo, empezó a impulsarse con un debut en Tercera División a los 26 años. “Llegué tarde, pero sabía que iba a llegar”, explica. Un año después, Rubí vio nacer al hombre de hierro, a un tipo cercano y singular que se ganó el respeto de las redes de una portería (marcó 22 goles esa temporada) y el de todos sus compañeros -amigos del fútbol, como los llama él- a base de esfuerzo, sacrificio y compromiso. Un tipo que, además, solo tenía un sueño: jugar en el CE Europa. El Nou Sardenya le abrió las puertas en 2013 y, junto a Pedro Dólera y un auténtico Dream Team, consiguió alzar una Copa Catalunya. Las lesiones marcaron su prematuro adiós del club de Gracia y le condujeron a explorar otros caminos: Cerdanyola, Granollers, Vilassar de Mar, Martinenc y Montañesa. Hasta que, con 36 años, después de superar una pericarditis y vivir la época más dura del Covid, quiso dejar el fútbol antes de que el fútbol le abandonara a él. “¡Y Javi guardó su Fusil!”.
Ya ha pasado más de un año desde que anunciaste tu retirada. ¿Qué es lo que Javi Sánchez echa más de menos del fútbol?
El vestuario. Echas de menos competir, las rutinas… Pero sobre todo el día a día con los compañeros. Saber que te vas a ver con todos ellos es muy importante porque, además de ser jugadores, muchos también son tus amigos. Cuando era cadete, un entrenador me dijo que cuidase mucho a mis amigos del fútbol, porque acabarían siendo mis mejores amigos. Y tenía toda la razón. Si volviese al fútbol, creo que las compañías serían la clave. Echo de menos a las personas. Practicarlo como tal ya lo aborrecí en su momento, pero también lo echo muchísimo de menos. Tanto, que hasta me duele ver partidos. La verdad es que, pese a estar confinados y hacerlo de manera virtual, cuando anuncié mi retirada me vi abrumado por la cantidad de cariño que la gente me hizo llegar a través de llamadas y redes sociales. Lo pasé fatal, pero acabé más que satisfecho de ver lo que pensaban de mí. Orgulloso del camino.
¿Y los goles?
Yo he sido un delantero de rachas. Tuve años regulares, años de meterlos sin querer, años menos buenos… Recuerdo un partido en Gavà con el Europa que salí de suplente. Estábamos echando la mañana en el banquillo y recuerdo entrar y en el primer córner me giré porque el defensor me dio con el codo y la metí con la espalda. Todo son dinámicas. En Cerdanyola, en Granollers, haciendo también las cosas como toca, no entraban. El fútbol es emocional. Todo está en la cabeza. Cuando todo acompaña, perfecto, pero cuando tienes otros problemas y le das vueltas a todo, buscas culpables. Y, normalmente, el culpable eres tú. Como jugador, en tu día a día, no haces esa valoración, pero ahora, a posteriori, con el tiempo, lo ves. Todas mis rachas han coincidido con épocas de mi vida. Cuando uno no está bien y no entiende su rol, es difícil enderezar el rumbo. Es lo único que cambiaría de mi carrera. Haber visto mejor cuando era protagonista y cuando tenía un papel secundario.
¿Por qué decides dejarlo?
Nunca vi el momento de dejarlo. Yo conocí a mi mujer con 16 años, con lo cual me ha sido relativamente fácil hacer todos estos sacrificios porque ella me ha acompañado desde el principio. Siempre ha valido la pena. Nos quedábamos sin vacaciones siempre, pero lo aceptábamos. Siempre me ha encantado entrenar, competir y el deporte. Me gusta estar bien. El elemento socializador del fútbol también es clave. Sí que es cierto que llegan dos momentos en los que me doy cuenta de que ese ya no es mi sitio. Uno es en la escuela donde trabajo. Siempre hacíamos una cena para navidad y el año precovid fuimos a comer y a tomar algo. A las 18h, me doy cuenta de que me tengo que ir a entrenar. Con casi 35 años. Ya no me tocaba, no compensaba. Otro de ellos fue un lunes después de entrenar en mi última temporada (Montañesa).
Todos eran muy jóvenes, todos tenían sus cosas, no sabía ni de lo que hablaban. Y me sentí solo. Era un grupo espectacular, pero no era mi sitio. Yo tenía que estar ya en casa, con mis hijos y sin la obligación de estar días enteros del fin de semana sin poder hacer vida personal. Quería dejar el fútbol antes de que el fútbol me dejara a mí. Tuve la suerte de poder jugar mi último partido. De hecho, tuve muy buenas sensaciones, pero no valía la pena estirar el chicle. La vida son ciclos. Nunca he puesto el fútbol por delante a nivel económico. He tenido mi vida laboral de forma paralela porque nunca sabes lo que te puede pasar y, al final, es lo que me queda y lo que va a dar futuro.
Comentas que jugaste tu último partido antes de retirarte con la Montañesa (contra el Can Vidalet en Primera Catalana), pero tenías claro que querías dejar el fútbol. ¿Crees que el cuerpo te hubiera dado para seguir?
El fútbol me dio señales. Este ya no es tu sitio, me dije. Tuve una pericarditis. Yo no quería ser Julian Ross, todo el día pendiente del corazón. Me empecé a encontrar mal por la tarde, como si me encontrara constipado. Pero fui a entrenar igual. Sentía pesadez muscular y me notaba latidos demasiado intensos. Y al llegar a casa me dio un bajón. No dormí en toda la noche, sentía mucha presión en el pecho y muchos nervios. Llegó un momento que me entró un dolor que me quería morir. Me he roto la nariz tres veces, el peroné… Pero ese dolor de pecho no lo había sentido jamás. Fui en coche a la Quirón y me dijeron lo que tenía. Reposo total, nada de deporte, la baja de la escuela y obligado a estar en pulsaciones bajas constantemente. Ahí realmente me replanteé muchas cosas. Todas las pruebas que me he hecho a posteriori han salido bien y nunca he tenido ninguna cardiopatía que pudiese facilitar la pericarditis, pero solo por pasar por ello, ya ves las cosas distintas. Es un aviso.
“Yo no quería ser Julian Ross, todo el día pendiente del corazón”
La pericarditis fue un buen susto, pero lo cierto es que te acostumbraste a lidiar con las lesiones a lo largo de tu carrera. Como dices, te has roto la nariz tres veces, el peroné…
Era ‘El Fusil’ de hierro. La primera vez -de tres- que me rompí la nariz fue en juveniles. Un lunes de recuperación, haciendo un mundialito, lanzaron un balón alto y fui a rematar con la mala fortuna de que cuando yo bajaba mi compañero subía a por él. Me dejó la nariz de lado, me la veía con un ojo. Sangraba sin parar. Solo me entraba aire por un orificio. La segunda fue en el Júpiter. Un portero salió de puños y me golpeó en la cara. Y la tercera en el entrenamiento previo a la final de la Copa Catalunya contra el Girona, en mi segundo año en el Europa. Acabé jugando con una máscara prestada. Ponen un centro y Víctor Durán, que es muy amigo mío, pone la bota para despejar y yo la cabeza. Me frustró ese golpe porque pensaba que no podría estar listo para el día siguiente, era uno de los partidos más importantes de mi vida. No queríamos que me dieran la baja e intentamos mentir en el hospital. Al final pude estar en la final frente al Girona. Recuerdo la ovación al salir al campo (ganando 2-1 y en la recta final), fue una pasada. Fue un detalle de Pedro Dólera dejarme entrar. Significó mucho para mí después de lo mal que lo había pasado en las últimas 24 horas. A la semana siguiente de la Copa Catalunya me rompí el peroné entrenando en una acción con Nils Puchades. Ahí se acaba una parte de mi carrera.
¿Cuándo empieza a forjarse la leyenda de ‘El Fusil’?
Todo empezó en un torneo con el bueno de Andrés Montes, que decía que “Rudy sacaba su fusil” desde la línea de tres. Rudy estaba aquí en la Penya y yo iba a verlos jugar con mis amigos, hasta que un día un colega me dijo lo de “Javi sacó su fusil” por Messenger. Y a partir de ahí nos hizo gracia y lo sentí mío de cierto modo. Estaba en Masnou por aquel entonces, antes de ir a Castelldefels y a Rubí, que fue donde más sonó el apodo.
Debutaste en Tercera División con el Masnou teniendo 26 años.
Llegué tarde, pero sabía que iba a llegar. De hecho, fui a probar en el Europa con 23 añitos y no me cogieron, pero me acabó llegando esa oportunidad. Sabía que a Segunda B nunca llegaría. Tuve opciones para hacerlo tras pasar por Rubí, pero tenía que dejar de lado aspectos que nunca he querido dejar por el fútbol. Mi mujer me hubiese acompañado a donde hubiese hecho falta, lo sé de sobras, pero no nos lo podíamos permitir. Me hubiese hecho gracia, pero no me arrepiento. Ahora tomaría la misma decisión que tomé.
En Masnou aprendí mucho, sobre todo el segundo año, que fue el del debut en Tercera División. Nos salvamos de milagro después de hacer más puntos en las últimas nueve jornadas que en todas las anteriores. En el Castelldefels se torcieron las cosas. Llegamos a estar casi cinco meses sin cobrar. Suerte que hicimos un grupo humano tremendo: Sascha, Alberto García, Amantini, Ramón Montilla, Juan León…
En Rubí haces tu mejor año. 22 goles te abren el escaparate.
Metí más goles que Enric Gallego, solo me superó Carlos Martínez. Allí me encontré con Alberto Fernández, que la verdad es que a mí me cambia. Creo que es el entrenador que mejor me ha llegado a entender como jugador. Vio algunas características en mí que pocos habían visto. Jugaba como mediapunta, aunque me costó encontrar mi sitio. Necesitaba espacios grandes para correr porque no era un jugador explosivo y, de hecho, no jugué las primeras jornadas. Hasta que marqué en el añadido ante la Pobla de Mafumet saliendo como revulsivo. A partir de ahí, me empezó a poner en campos grandes, me potenció y no paré de meterlos. Recuerdo que en la última jornada ganamos 10-2 al Balaguer, que estaba descendido. Carlos Martínez llegó a pensar que le sacaría el Pichichi, pero no metí cinco o seis, que eran los que me faltaban para alcanzarle. Nunca me ha gustado ser ni cola de león ni cabeza de ratón. Siempre he querido ser cabeza de león. No nos metimos en play-off porque volvimos a tener problemas económicos en marzo, otra vez. Sufrimos bajas y irregularidades en los entrenamientos y no pudimos llegar.
Y llegas, por fin, por todo lo alto al Europa. Primer año de ensueño.
Tuve ofertas de Tercera y Segunda B, pero cerré mi llegada al Europa antes de que ellos jugaran play-off, al final de la temporada anterior (2012-13). A Pedro Dólera ya lo conocía porque estuve con él en el Marianao Poblet, hacía tiempo que teníamos contacto. Tengo muy claro que llegué al sitio perfecto. Valores, afición, vestuario, historia… Viví cosas que nunca había vivido y me lo pusieron todo demasiado fácil. Es lo más cerca que me he sentido de ser profesional. Además, marqué goles como churros. Estaba a la orden del día jornada tras jornada. Y eso nos gusta a todos. Ese primer año fue muy bueno, aunque no acabó como nos merecíamos. Perdimos la liga en las dos últimas jornadas y tuvimos que luchar con todo el mundo en play-off. Primero nos tocó el Mutilvera, que en la ida nos salvó Rafa Leva sacando varios balones increíbles bajo palos. Marcó Cano, fíjate lo que te digo… Y encima con el pecho. Y allí en Mutilvera conseguimos pasar con mucha épica bajo la lluvia. En segunda nos tocó el Socuéllamos y lo medio celebramos. Llegaban con una mala dinámica en la recta final de liga y con bajas sensibles. Eso sí, al verlos bajar del autocar flipamos. Tenían firmados a jugadores del Albacete, una plantilla muy física. Era un equipo hecho para ascender. Nos sorprendieron demasiado y no supimos reaccionar a tiempo. Es de las veces que más inferior me he sentido sobre un terreno de juego. No fue cuestión de suerte. Nos quedó la espinita de no haber conseguido el título. Recuerdo una derrota en Terrassa que nos dejaba ya fuera de la lucha y fue una tarde muy dura. De los días más tristes que he vivido sobre un terreno de juego. Mucha impotencia y muchos lloros. No supimos gestionar esa recta final. La liga la perdemos nosotros, las cosas como son. Fíjate si fue grande el bajón que perdimos en el Nou Sardenya en la última jornada ante un Masnou ya descendido (0-2).
En el Europa viví cosas que nunca había vivido y me lo pusieron todo demasiado fácil. Es lo más cerca que me he sentido de ser profesional. Además, marqué goles como churros
La temporada pasada, llegó el momento. El Europa se proclamó campeón y consiguió abandonar las catacumbas de la Tercera División 27 años después. ¿Cómo viviste ese histórico ascenso y cómo ves al equipo ahora en 2ª RFEF?
Lo viví muy de cerca. A finales de la temporada 2019-20 se convocaron elecciones en el club. Contactó conmigo David Prats, uno de los precandidatos. Me propuso que me encargara de la parte deportiva de su ambicioso proyecto y desde el primer momento me empapé del día a día del primer equipo. Desde el primer partido de liga, en casa contra el Vilafranca, se veía que podía ser el año, y así fue. Con un fútbol atractivo, desenfadado y con mucha personalidad, fueron merecidos campeones de liga.
Este curso, en la nueva Segunda RFEF, les está costando mucho más desplegar su juego. Las categorías superiores se suelen caracterizar por el rigor táctico y los equipos físicos. Un Europa con una plantilla similar a la pasada y refuerzos conocidos como Jordi Cano intenta paliar su falta de experiencia en la categoría con un juego alegre y de ataque. El problema reside en que los equipos son capaces de aguantar las idas y venidas que plantea el equipo de Gracia y no se desarbolan tan fácilmente como los rivales del año pasado. Me gusta que sea un equipo con personalidad y no renuncie a lo que le ha llevado allí. Confío en su juego y en su progresión, pero me genera dudas si no acaba de despegar en estas próximas jornadas, ya que cuando los tres puntos son vitales cada semana, la cabeza puede ser determinante en cada partido. ¿Emocionalmente están preparados para lidiar con ello? Yo espero que así sea.
Dices que el Europa es todo lo que habías soñado. ¿Cómo lo definirías como club?
Es un club que yo siempre he sentido como muy especial. Las cosas allí me fueron bien desde el inicio, el vestuario era maravilloso. Conecté desde mi llegada. Todos los equipos históricos barceloneses de Tercera tienen una solera y un aura que el Europa representa a la perfección. En el Júpiter tuve una sensación parecida. No se puede explicar. No te puedo dar un motivo en concreto, pero todo lo que le rodea es bueno. Además, cuando llegué, los ‘Eskapulats’ acababan de empezar a rodar y claro, eso impactó el doble. El Europa es un club que siempre está en la palestra.

¿Cómo recuerdas los derbis contra el Sant Andreu?
No tuve la oportunidad de vivir ningún derbi con la escapulada. Los dos años que estuve en el Europa coincidieron con el Sant Andreu en Segunda B. De hecho, volvieron a bajar a Tercera cuando yo me fui. Sí que recuerdo con mucha intensidad los derbis contra la Montañesa y la rivalidad bastante intensa que tenía con Amantini, gran amigo mío. En un partido me llegó a pegar un cabezazo sin balón y luego se lo devolví con una patada en una jugada posterior. Nunca he guardado rencor a un rival una vez el partido finaliza. Siempre he respetado que lo que sucede sobre el terreno de juego se queda ahí.
Ese segundo año os proclamáis campeones de la Copa Catalunya dejando a Espanyol B, Barça B, Sabadell y Girona por el camino. Casi nada, ¿no?
Empezamos ganándole al Espanyol B, luego vino al Sardenya el Barça B de Eusebio Sacristán con los Adama, Dongou, Patrick, Bagnac, Sergio Juste, Campins, Rolón… Y ya nos plantamos muy seriamente en semis ante el Sabadell. Recuerdo la final porque fue muy espectacular jugarnos lo que nos jugábamos con un equipo de la magnitud del Girona. Jandro, Granell… Tenían jugadores de una calidad inmensa. Y además fuimos muy superiores. El campo estaba lleno a rebosar y había un ambiente para el recuerdo. También os digo que esa alegría no convalida la decepción de la promoción, una cosa no quita la otra. Esto al final fue un premio, un grandísimo premio, pero no era el objetivo que andábamos buscando. Con el objetivo, pinchamos. Además, la Copa Catalunya fue en marzo, con lo cual el mes de junio fue insalvable. Y fue difícil de gestionar. No estuvimos a la altura de las expectativas.
Tu llegada fue por todo lo alto. ¿Y tu marcha?
Entró alguien en la dirección deportiva que hizo cambiar las cosas. La segunda temporada fue algo peor que la primera y en el play-off nos volvieron a bajar los humos, pero esta vez en primera ronda. Nos tocó el Jerez extremeño y en el partido de ida pudimos haber sellado la eliminatoria en el Nou Sardenya, pero nos fuimos allí con un 1-0 y demasiada confianza. Y en play-off de Tercera eso es delito. En la vuelta, nos hicieron el 2-0 a pocos minutos del final y aquello fue un drama porque no supimos rehacernos ni por asomo. De hecho, jugué muy poco porque Pedro nos reservó en cierta medida para las siguientes rondas. La vuelta fue dura. Más de 1.000 km donde ya se olía la no continuidad de Pedro. El proyecto empezaba a trastabillarse. Nos dijeron que nos irían llamando uno a uno y, según parece, por motivos económicos, nos dieron la baja a la mayoría de veteranos. La decisión me la comunicó alguien que no había estado con nosotros durante toda la temporada y, a día de hoy, sigo sin saber con certeza el motivo por el cual no acabó continuando en Gracia. Tampoco el por qué decidieron delegar la función de comunicármelo a alguien que no tenía nada que ver con lo vivido. Me costó muchísimo entender que me tenía que ir, incluso habiendo llegado ya a Cerdanyola.

Te vas un poco tocado de Gracia y recalas en el Cerdanyola. Comentas que te cuesta arrancar, ¿qué sientes?
Hablé con el presidente. Él ya me había llamado antes cuando jugaba en el Rubí, pero no me decanté por aquel entonces. La verdad es que empiezo muy mal. De hecho, estuvieron cerca de darme la baja. Yo tenía mucho dolor por la lesión del peroné y me tuve que infiltrar en el talón de Aquiles para ir mejorando. Y anímicamente no estaba tampoco. Cualquier cosa de nuestra Tercera comparada con las dimensiones del Europa se quedaba pequeña. No estaba mal pero no supe valorar la oportunidad que me dieron, sobre todo al inicio, donde aún me dolía el adiós del Europa. Empecé cogiendo un rol secundario porque no podía aspirar a más, y no fue hasta febrero que volví a conectar tras meter un gol de cabeza. Aquella semana me había tatuado un león y todo empezó con el ‘Mufasa is back’. Nos quedamos a nada de meternos en promoción. Metí ocho goles en los últimos tres o cuatro meses de competición, pero no me valieron para ser titular el año siguiente. Y en octubre llegué a un acuerdo con Toni para que me dejara salir porque era lo mejor para ambas partes. La plantilla había dado un salto de calidad y yo ya tenía la sensación de que no iba a poder competir por jugar. La separación tendría que haber llegado antes, pero al menos pudimos solucionarlo a tiempo. Sé que tener a un jugador de mi carisma descontento es difícil de gestionar.
Aprovechando que ahora el Cerdanyola está despuntando en Segunda RFEF tras su histórico ascenso y tú tuviste la oportunidad de estar con Toni Carrillo. ¿Cómo es como entrenador y por qué crees que es un modelo de éxito?
El Cerdanyola es un muy buen proyecto que se está cociendo a fuego lento. Felipe López, el presidente, es una persona muy inteligente que ha tenido un objetivo muy claro y que ha sabido gestionar los timings a la perfección. Sin necesidad de realizar una gran inyección de dinero, ha firmado a los jugadores más adecuados para la situación del club en cada momento. Por poner un ejemplo: si el Cerdanyola jugaba en Segunda Catalana, firmaba a los mejores jugadores de Primera Catalana, no a los mejores jugadores de Segunda B. Aparte, ha potenciado el fútbol base, lo ha trabajado muy bien. Ha firmado coordinadores a dedo, gente específica para cada cargo. Y mientras se iba trabajando el primer equipo no ha descuidado el femenino, el fútbol sala, el fútbol base, como decía, ha impulsado la proyección externa del Cerdanyola… Creo que lo ha hecho muy bien en muchos ámbitos, y además ha confiado en Toni Carrillo como su entrenador desde el principio. Eso, a la larga, con una buena plantilla, un club saneado económicamente hablando y con recursos, provoca que haya jugadores que quieran ir al Cerdanyola, independientemente de la categoría en la que esté.
Toni Carrillo siempre ha tenido muy claro a lo que quería jugar. Él es fiel a un tipo de juego muy directo, muy intenso, donde las caídas son muy importantes. Sabe jugar muy bien a eso. Y luego tiene un carácter que imprime a su equipo y que hace que el Cerdanyola ahora mismo compita como pocos.

Del Cerdanyola pasaste al Granollers, que venía de estar en Primera Catalana la temporada anterior. ¿Cómo fueron esos dos años en el Municipal del Carrer Girona?
Llevaba unas semanas un poco asqueado porque la edad empezaba a pesarme y no encontraba mi mejor versión, y en Granollers encontré a Albert Cámara, que era un ídolo, un mito de Badalona, mi ciudad. Era un espectáculo verlo jugar y, como entrenador, más de lo mismo. Explicaba las cosas de forma muy sencilla. Además, me encontré con un grupo muy bueno y con unos trayectos en coche de Badalona a Granollers que eran espectaculares. Coincidí con Víctor Colchero, Carles Mur y Cristian Hidalgo, que jugó en el Barça. Siempre explica que había una aplicación donde salía que había ganado una Champions, pero no jugó ni un partido. Mi entreno era ese, el viaje de 35-40 minutos todos los días, las rutinas que teníamos en el coche, las paradas en el McDonald’s para coger patatas y comentar el entreno a la vuelta… De los cuatro, además, tres llegamos a la misma vez y cambiamos una dinámica un poco viciada del club. Los resultados fueron llegando y yo, pese a que sí que es verdad que a nivel de juego estaba aportando, me quedé un poco estancado a nivel goleador. No le marcaba ni al arco iris. Entendí que mi rol tenía que ser otro. En lugar de marcar, generar jugadas de gol. Me intenté adaptar y la verdad que fue muy fácil porque, en lo futbolístico, con Cámara fue muy bien.
¿Por qué se dio tu salida de Granollers?
Acabé porque hicieron una cosa muy mal, me indigné y dije que me iba. Echaron a Cristian Hidalgo en la caseta de la lavandería. Para contextualizar un poco, el club estaba dividido en dos partes: por un lado, la parte antigua, que seguía moviendo hilos por detrás, y luego la parte oficial, que estaba orquestada por la empresa de Dinora, la mujer de Dani Alves. Entonces, dos días antes de que pasara lo de Cristian, yo ya había avisado de que si se daba alguna baja que no fuera ratificada por el cuerpo técnico me iba. Pues bien, llegamos al entreno del martes y vinieron Carles Mur, Colchero, Marc García, que fue la nueva incorporación del segundo año en el coche (risas), pero Cristian no entró. Se lo habían llevado a la sala de material y le habían dicho que cogiera sus cosas y se fuera. Cuando me enteré, me cambié y hubo un poco de tensión porque dije que ese día no iba a entrenar y que quería irme. Para mí, ciertamente, estaba siendo una temporada un poco dura a nivel personal porque mi hija empezaba a ser un poco más grande y no me veía cuando llegaba a casa, mi hijo se levantaba a medianoche para ver si había llegado o no el papa… No estaba disfrutando, todo aquello me suponía una losa. Así que lo que pasó con Cristian fue la gota que colmó el vaso. Cristian se buscó otro equipo en Andorra y a mí no me dieron la baja hasta que cesaron a Cámara como entrenador, vino Solivelles y yo ya dije que me tenía que ir porque al final íbamos a acabar mal. Ya no quería estar ahí. Un día antes de cerrar el mercado lo acabaron aceptando.
Ese año fue muy intenso, ¿no? Porque en enero te fuiste al Vilassar de Mar.
Cuando salí del Granollers tuve muchas opciones. La verdad es que siempre he tenido suerte en ese sentido. Excepto el año del Júpiter, cuando he salido de un club siempre he tenido donde escoger. Concretamente, aquel año también tuve la opción de irme al Sant Boi, pero, por comodidad, me iba mucho mejor ir al Vilassar. También estaba Rovira allí (es el jugador con el que he coincidido en más equipos, tengo mucha amistad con él) y Valderas se estaba recuperando de una lesión… Era una buena oferta económica y sabía que estaban abajo pero que lo podíamos hacer bien. Y la verdad es que competimos, pero no acabaron de salir las cosas. Lo peor fue cuando llegó el día en el que nos dijeron que nos olvidáramos del dinero que habíamos pactado en un principio. Que nos podían dar para la gasolina. Justo un día después de un partido contra el Granollers donde Carles Santaló (‘Kolderiu’) se paró todo lo habido y por haber y nos dejó casi virtualmente descendidos, nos dijeron que no nos podían dar el dinero que nos habían prometido. No querían pagar a un equipo que iba a descender. Por desgracia, es una de las lacras de estas categorías. Cuando palman, se ahorran el sueldo de sus jugadores. Así que no llegué a estar ni tres meses allí.
Tu penúltima aventura fue en el Martinenc, en Primera Catalana.
En ese momento, me llamó Manuel Murciano (director deportivo) y me ofreció irme al Martinenc. Acepté y también firmaron a Rovira, que se encontraba en la misma situación que yo. Allí volví a tener la sensación de ser superior. Hacía ocho o nueve temporadas que no pisaba Primera Catalana. El primer partido lo jugamos contra el Balaguer y me pregunté: ‘¿Qué hago aquí?’ El ritmo, el físico, todo era diferente. En liga regular marqué tres o cuatro goles y tuvimos la oportunidad de ser campeones y ascender directamente en el último partido, pero perdimos contra el Viladecans (3-0) por un mal planteamiento y el San Cristóbal acabó líder. Entramos en play-off y jugamos contra el Manresa de Dani Andreu. En el partido de ida (casa) empecé en el banquillo, Adrià Felius marcó el 1-0, entré los últimos cinco minutos y nos empató Roger Escamilla, que ahora está en el Granollers. Muertos. Teníamos que ir con un 1-1 al campo del Manresa. El míster propuso un 5-3-2 y parecía que el plan salía bien. Pero en el 51’ Manel Sala, otro mitazo del fútbol catalán, nos mete de cabeza. En ese momento empecé a atarme los cordones en el banquillo. Adrià Felius me dijo… ‘¿Qué haces?’. Y le dije que me iba a poner a calentar. ‘¿Pero cómo lo sabes?’, me respondió. Y, efectivamente, el míster se levantó y me mandó a calentar junto a dos compañeros más. En mitad del calentamiento le dije a Felius que solo necesitaba tener una para marcar. Tenía la sensación de que, después de jugar una final de la Copa Catalunya y play-offs de ascenso a Segunda B, un play-off de ascenso a Tercera División no me suponía nada de presión. La gente estaba helada. Pues bien, cuando salí, la primera que tuve me la sacaron bajo palos. Me giré y le dije a Felius: ‘la segunda’. Y así fue, la segunda la metí. Ahí yo ya sabía que íbamos a ganar. El Manresa empezó a dudar. En la segunda parte, nada más empezar, Adri Ruiz marcó el 1-2 y el partido acabó 1-4. Con el ascenso a Tercera y el papel protagonista que tuve al final, tenía muy claro que quería renovar en el Martinenc y que ese fuese mi último año.

Pero, tal y como fue la temporada en Tercera, no podía permitirme retirarme así. Empezamos en una muy mala dinámica y cesaron a Miguel López. El club lo hizo muy mal. Firmó a Manel Moya, un entrenador que no transmitió lo que necesitaba el club.
Estaba totalmente desconectado. Los entrenos eran inadecuados para la edad del grupo de jugadores que había (muy jóvenes). Charlas una hora o una hora y media antes de los partidos… Nosotros dijimos que pensábamos que no era el entrenador adecuado para sacar adelante la situación, pero nos respondieron que era lo que tenían y que lo iban a mantener hasta el final. Íbamos abocados al fracaso. En la segunda jornada con Manel en el banquillo nos mete 11-0 el Hospitalet. Parecíamos mucho peores de lo que éramos. Acabamos descendiendo de nuevo a Primera Catalana y yo pensé que no podía irme así.
Y para quitarte el mal sabor de boca de esa temporada en el Martinenc recalas en la Montañesa para jugar tu último año, con ascenso a Tercera incluido. ¿Cómo surge la oportunidad de ir a Nou Barris y cómo fue allí? Antes has comentado que te retiraste jugando el último partido…
En febrero me había llamado Pedro García, director deportivo de la Montañesa, pero no quise irme del Martinenc sin acabar el año. Una vez acabado, prioricé totalmente jugar en un equipo que fuera ganador porque sabía que, esta vez sí, posiblemente iba a ser mi último año. Me planté en la Monta y la cosa empezó muy bien. Marqué en el primer partido contra el San Ildefonso. Teníamos un equipazo: Josua, José Santos, Jaime, Agustín, Omar, Erik, Miguel, Arimany… Fuimos muy superiores en Primera Catalana. Aun así, ese año empezó todo el proceso de la pericarditis y Arimany empezó a jugar arriba, pero con la pandemia tuvo que irse del equipo. En ese momento me tocó volver a jugar a mí, salí el partido contra el Can Vidalet y lo hice muy bien (su último partido como jugador de fútbol), pero el Covid también me dijo basta. Pensé: ‘se acabó’. Me retiré jugando, que era lo que quería.
“Me retiré jugando, que era lo que quería”
Antes de retirarte escribiste un hilo en Twitter inspirado en el de Rajadores de Fútbol donde describías en un tono distendido a jugadores que habían pasado por tu carrera deportiva en el fútbol catalán. Todo un éxito.
En ese hilo resumí lo que soy y lo que he sido. Intenté desgranar a las personas con las que en momentos puntuales coincidí en equipos o con las que fui rival para enseñar que son más que futbolistas. La intención era mostrar que detrás del juego había una serie de situaciones, contextos y circunstancias que también disfrutábamos. Me lo pasé en grande. Tuve peticiones de gente que no conocía para que la pusiera en el hilo. Se me colapsó Twitter. Y, evidentemente, había cosas que no podían explicarse. Una vez tomada la decisión de retirarme, fue un muy buen homenaje a toda la gente que compartió algo conmigo por todo lo bueno que me habían dado.
Has comentado en varias ocasiones que en los equipos en los que has estado a lo largo de tu trayectoria siempre has formado parte de los capitanes, pese a estar poco tiempo en alguno de ellos. ¿Cómo lo explicas?
Yo creo que va un poco como mi trabajo (jefe de estudios en una escuela de Primaria). Asumes responsabilidades, eres más empático con la gente y siempre intentas imponer la voz del colectivo. Yo siempre he tenido muy claro que formaba parte de un equipo. En muchas ocasiones he librado batallas que no eran las mías, y no me cuesta hacerlo si forman parte de mi grupo. Y entiendo que mucha gente no tiene esa facilidad. La verdad es que siento que me ayudaron mucho cuando era joven y empecé a jugar en equipos de Regional y es algo que siempre he intentado recordar. Cuando entra alguien nuevo a un equipo es importante que los jugadores que tienen más estatus sean cercanos. Para mí hubiera tenido la misma importancia Sergio García que un chaval que sube del juvenil en la Montañesa, por ejemplo. Son cosas intrínsecas de uno mismo, era vocación. Aparte, se lo ponía fácil a los entrenadores. Era un jugador que entrenaba bien, fuerte. Ellos querían tener un representante que no les fuera a vender, que priorizaba el colectivo por encima de mi bienestar.
¿Ahora mismo sigues ligado al fútbol?
No, me encantaría, pero no encuentro el proyecto que me pueda seducir. Una de las motivaciones que tuve para dejar el fútbol fue presentarme para una candidatura en el Europa como director deportivo. Tuve la suerte de coincidir con David Prats, que me permitió pensar y diseñar mi club ideal en el club que mejor me he sentido. A mí todo lo que no sea un proyecto profesional de esa magnitud, que no acabó saliendo, me sabe a poco. Por otra parte, como he estado mucho tiempo muy obsesionado con el fútbol, no quiero volver a hacerlo. Ahora mismo no estoy preparado para ser entrenador porque sé que le dedicaría más horas aún de las que le dedicaba al fútbol como jugador. Mi familia no se merece eso, me necesitan de otra manera. Me toca ser marido, padre, hermano… Si todo va bien, me enrolaré en algún sitio o crearé algún proyecto que tengo en mente.
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