“Sonando en la calle, no en Los 40”, como canta en Total 90, Pedro Armando (Málaga, 1991), aka Foyone, se ha convertido en uno de los principales nombres del rap español: su #RapSinCorte L tiene 12 millones de escuchas en Youtube. “Esto es como el deporte. Pa’ algunos es un juego. Ninguno son Messi, solo nace un Diego. Con esto me refiero: no cualquiera puede. Pa’ ser el primero en clase hay que hacer muchos deberes”, canta en Glocks junto al argentino Acru. En el tren, de camino a Madrid desde Málaga, regresa a la infancia a través del fútbol, un atajo a la niñez y a los abuelos. El de Foyone se llamaba Antonio: “Era súper futbolero. Y era del Málaga, a muerte”.
Su abuelo le llevó por primera vez a La Rosaleda. “Lo recuerdo. Porque además estábamos cerca de la gente con los tambores y las banderas y tal. Es como que hay algo mágico en todo eso, en toda esa experiencia: mucha gente poniendo su energía y su atención en unas personas jugando al fútbol. Yo, que soy un friki de esas cosas de las energías y tal, lo veo como que se crea ahí una especie de herramienta para canalizar la tensión, la energía y las ganas de tanta gente, en un equipo o en otro. Se crea algo grande. Al final es un rito de nuestra sociedad y de otras muchas. Es algo fuerte, que ya sobrepasa las barreras de ser un deporte. Si vas a jugarlo tú, de chico o ahora, no deja de ser un deporte, pero a esos niveles empieza a ser más que un deporte, casi como una religión muchas veces. Coge como otro calado y se convierte en un rito, en algo que tiene una relevancia más allá del deporte, en algo que identifica a las personas y forma parte de su personalidad y su identidad”, señala.
Su padre tenía la Mega Drive y recuerda jugar al Italia ’90: “Ese fue el primero. Luego jugué a ese que solo era de fichar, que ni siquiera era de jugar los partidos. El Football Manager. Ese estaba guapo”. Como todo hijo de los noventa, la infancia también fue caer rendido a la magia de Ronaldinho, Ronaldo y de “todos los brasileños que empezaron a despuntar, a llamar la atención, por ser un poco diferentes, algo más vistoso de lo que había”. Y fue jugar en un equipo de fútbol sala, siempre como cierre, “porque era un tío grande y tal”, y jugar mucho en el barrio. “Nos pasábamos todas las tardes jugando al fútbol y los fines de semana saltábamos a los patios de los colegios para jugar con una portería que no fueran dos piedras”. “El fútbol te transporta a esas etapas y al final va quedando un poco en la infancia, pero es algo que recuperas siempre que hay oportunidad. De hecho, la última vez que estuve en Argentina con Acru echamos una pachanguilla en su barrio, con los chavales”, asegura Foyone.
“Nos pasábamos todas las tardes jugando al fútbol y los fines de semana saltábamos a los patios de los colegios para jugar con una portería que no fueran dos piedras”
Como todo hijo de los 90 en Málaga, su mejor y su peor recuerdos futbolísticos se escriben juntos, yuxtapuestos, y junto a los nombres de Pellegrini, Caballero, Jesús Gámez, Weligton, Demichelis, Eliseu, Ignacio Camacho, Iturra, Toulalan, Isco, Joaquín, Saviola, Santa Cruz, Baptista y compañía. “Sí, aquella Champions que nos robaron. Me acuerdo bien, porque fueron unos años de decir ‘hostia, el Málaga se sale del pellejo’. Era una pasada verlo. Pero al final fue todo como una ilusión creada por el dinero de nuestro amigo jeque. Ahora tiene al Málaga como lo tiene, que no lo deja ir ni pa’lante ni pa’trás”. “Al final son ilusiones creadas con un montón del billetes. Un tipo con billetes puede hacer que eso sea como su Football Manager”, dice. Tres años antes, en 2010, la selección española había conquistado el mundo: “Vi la final en un centro comercial. Pusieron unas pantallas gigantes y fuimos todos los amigos a verlo ahí. Recuerdo un buen momento, haberlo pasado bien. Y la celebración: salir a la calle y ver a todo el mundo con las caras pintadas, bañándose en las fuentes. La euforia, la alegría. Era como que había pasado algo súper positivo”.
“Partiendo de la base que al final todo son cosas de las perspectivas: lo puedes ver como una mierda y como un engaño y tal, pero sí que es algo que es indiscutible que da muchísima alegría a mucha gente. Y mientras sea para dar alegría, bueno es”, argumenta Foyone sobre el fútbol. Su visión sobre el deporte rey puede parecer negativa por sus letras (“Sálvame pa’ mi mujer y el fútbol pa’ mi / Con eso me conformo y soy feliz / Es a lo que aspiramos lo que estamos por aquí, en Ole; Los puse entre rejas / Dije que eran libres y se lo creyeron / Traje cervezas y se las bebieron / Les di televisión y ellos se sentaron / Les puse el fútbol y hasta disfrutaron / A mí me encanta el ser humano: es fácil de domesticar”, en En la oscuridad), por esa parte de opio del pueblo, de pan y circo, de elemento de control y dominación, de distracción y manipulación, pero matiza que “el fútbol tiene esa parte igual que la tiene cualquier cosa que está ya expandida en la sociedad, como puede ser la televisión, los móviles o Internet”.
El fútbol puede oler a puro y coñac (“¡Hey!, orgulloso estoy de mi rey / ¡Ole! Madrid, Barça hoy a las seis, así que / ¡Ole! Fumándome un puro, matando un toro / ¡Ole! Poner más pinchos en la vallas ‘e los moros”, en Ole), “pero también hace cosas maravillosas. El Langui, por ejemplo, tiene un equipo de fútbol benéfico en Estepona para ayudar a los chavales más desfavorecidos. Y esos chavales pasan de unos ambientes que son un poco más chungos a poder encontrarse en un campo de fútbol y disfrutar haciendo un deporte como todos. El fútbol no solo tiene ese lado malo, pero sí que también tiene ese algo icónico del puro”. También dice que sirve y ejerce como pegamento social, como punto de encuentro y unión: es de lo que se habla en la peluquería y en el bar. Y antes de despedirse, concluye: “Creo que en España el fútbol es algo cultural. Todo el mundo lo ha jugado de chico y lo ha seguido cuando era más grande, de alguna manera o de otra, por la influencia que tiene”.
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Fotografía de Guillermo J. Carazo.