“Esta foto lo resume todo”, acentúa Borja Pérez-Peñas (Madrid, 1982) al reencontrarse con la que es la imagen que mejor ilustra la preciosa proeza que el Alcorcón protagonizó el martes 27 de octubre del 2009 al deshacerse del Madrid por un eterno e inolvidable 4-0 en la ida de los dieciseisavos de la Copa; reivindicando el fútbol modesto, humano; el de los bocatas a 3,50; el de las camisetas sin nombre; el que se vive, se sufre, se disfruta, a pie de césped, entre amigos. “No todos los jugadores son como los de Primera, aunque la gente se lo piense. Hay muchos futbolistas, muchos currantes, que se tiran de los 18 a los 35 dando vueltas por toda España con un salario normal, sufriendo meses de impagos. No es como en Primera o Segunda, que todo es maravilloso, magnífico. Aquí se disfruta, sí. Pero también se sufre. Se sufre mucho”, asevera un Borja que en aquella noche otoñal se erigió en uno de los grandes protagonistas de una de las mayores gestas que ha acunado el siempre imprevisible torneo del KO. “Soy la cara visible de todo aquello por los dos goles, pero me gustaría que mis compañeros, mis amigos, también estuvieran aquí porque lo conseguimos entre todos. Fue un éxito colectivo”, matiza, convencido, el atacante madrileño; que este domingo, con motivo del décimo aniversario de la victoria que situó Alcorcón en el mapamundi balompédico, volvió a ponerles el vídeo a sus dos hijos, de seis y cuatro años. “Es bonito que tus hijos se enorgullezcan de su padre. Y hacerles ver que se pueden conseguir cosas así; que a veces estas cosas pasan, que, si le pones ganas, a veces suceden milagros. Y que puede ser igual de gratificante, de meritorio, ser el primero que caer en octavos de final tras haberlo dado todo. Se lo digo mucho a mis hijos. Vivimos en una sociedad muy competitiva en la que parece que si no eres el número uno no eres nadie; pero el resto, todos los que quedan por detrás del campeón, también pueden tener mucho mérito. Hay que saber competir. En todos los ámbitos de la vida”, insiste en remarcar un Borja que ya anotó dos dianas en las dos primeras eliminatorias; ante el Palencia (2-0) y el Lagun Onak (1-2).
Formado en la cantera de un Real Madrid en el que estuvo hasta ocho años, y socio del club desde 1991, promediaba, también, un gol por partido en los cuatro encuentros que, hasta el momento, había disputado contra el conjunto blanco en la Copa; con el Leganés, primero, y el Alicante, después, poniendo siempre contra las cuerdas al cuadro del Santiago Bernabéu; que, reforzado con jugadores del renombre de Cristiano Ronaldo, Kaká, Karim Benzema, Xabi Alonso, Álvaro Arbeloa o Raúl Albiol para amenazar la incipiente hegemonía del Barça de Pep Guardiola, afrontaba el torneo del KO de la 09-10 con la ambición de romper una desoladora racha de hasta 16 años sin alzar el trofeo. El duelo se presentaba como un simple trámite para el Real Madrid, como una exhibición, un besamanos, ante una ciudad encantada de poder ver de cerca al que para muchos era el equipo de su vida, pero el Madrid se topó con un grupo de amigos, de descarados futbolistas, que le brindó a la afición de Santo Domingo uno de los días más gloriosos de la historia de la entidad. Guiados por Juan Antonio Anquela, que justo antes del encuentro, tal como recogía Marca, versionó ante sus hombres la historia de la Cenicienta (“Ellos son los mejores, los altos, los guapos, los conocidos. Nosotros, pobres, trabajadores, desconocidos. Pero igual a las 12 de la noche nos sucede como a Cenicienta y nos ligamos al príncipe; así que a atarse los zapatos, a no salirse del camino y a trabajar con la honradez, la honestidad y la humildad de siempre”), Juanma Barrero; Nagore, Íñigo López, Borja Gómez, Rubén Anuarbe; Fernando Béjar (Carmelo Yuste), Rubén Sanz, Sergio Mora, Ernesto Gómez (Jérémy Lempereur); Borja Pérez-Peñas (Sergio Bravo) y Diego Cascón arrollaron a los Jerzy Dudek; Álvaro Arbeloa, Raúl Albiol, Christoph Metzelder, Royston Drenthe; Esteban Granero (Marcelo), Mahamadou Diarra, Guti (Fernando Gago); Rafael van der Vaart; Raúl González (Ruud van Nistelrooy) y Karim Benzema. Desnortado, asediado, apático, padeciendo ya los primeros síntomas de una enfermedad que Miralem Pjanić convertiría en irreversible unos meses más tarde, fue pereciendo el Madrid; incapaz de olvidar el tardío gol de Eneko Romo que lo había eliminado de la Copa en los dieciseisavos de la temporada anterior, de templar el ambicioso carácter de un Alcorcón desbocado; transformado en un huracán incontenible.
“Estuvimos todos a un nivel espectacular. Brillante. Es cierto que el Madrid no estuvo fino, pero el mérito fue nuestro. Les atropellamos. Con el primer gol nos vinimos arriba. Y ya no bajamos el pistón”, prosigue el delantero madrileño, que abrió el marcador en el minuto 16 con un chut desde el balcón del área. “Me fui corriendo hacia la esquina en la que estaban mis familiares, mis amigos. Fue brutal”, añade, feliz, antes de contar que su padre, socio del Madrid desde hace más de 50 años, conserva todos los recortes de prensa de aquellos días; que en las Navidades siguientes sus primos le hicieron un cuadro con una imagen de aquella eliminatoria. Todavía temblaban las gradas de Santo Domingo cuando el conjunto de Anquela multiplicó por dos su renta gracias a un gol en propia puerta de Álvaro Arbeloa. El 0-3, obra de Ernesto Gómez, llegó, también, antes del entretiempo; embelleciendo, un poco más aún, un anochecer que ya se intuía histórico, eterno. “Me acuerdo mucho del descanso. Anquela entró como un loco. ‘No podemos continuar así. Estamos cometiendo errores. Les estamos dejando espacios’, nos decía mientras daba golpes a la pizarra. Flipábamos. Alucinábamos nosotros. Desde el máximo respeto hacia él, que al final buscaba mantenernos alerta, que saliéramos enchufados en la segunda mitad, que no nos durmiéramos, incluso nos reíamos”, rememora un Borja que todavía guarda la camiseta con el ’22’ con la que hicieron historia y que en el minuto 50 puso el broche de oro al encuentro fusilando a Dudek desde la frontal del área pequeña; certificando la victoria de un Alcorcón que, reescribiendo la leyenda de David y Goliat, materializó una proeza salvaje, inimaginable para aquellos hombres que tan solo unas horas antes observaban desde una esquina de Santo Domingo cómo sus rivales entraban al estadio. Inimaginable para un Borja a quien el día anterior su mujer le había dicho, mientras compraban en el súper, que estuviera tranquilo, que todo saldría bien. Inimaginable, incluso para aquel niño que soñaba con que el equipo ascendiera al balompié profesional para jugar con él en el FIFA.
“Hay partidos que invitan a reflexiones esenciales. ¿Qué es el fútbol? ¿Qué significa jugar bien? ¿Cuándo estamos ante un gran equipo? ¿Qué es el poder? En ese viaje traumático a las profundidades del Sur suburbano, el Madrid se descubrió a sí mismo y lo que encontró no le gustó nada. El equipo que le expuso a sus miserias fue el Alcorcón, un grupo armadito y alegre que salió a divertirse. Consiguió con creces su propósito. El Alcorcón se lo pasó en grande. Jugó con el orden y la complicidad que caracteriza a los equipos de barrio. Y en los barrios, ya se sabe el balompié es una cosa muy seria. Tan solo así puede comprenderse su asombroso despliegue, su respeto por el juego y sus ganas de corresponder con esfuerzo a la emoción que sentían”, narró Diego Torres en la crónica del encuentro de El País, glosando las virtudes de un equipo humilde; siempre consciente de su realidad. “Después del partido me fui a tomar algo con mis padres. La base del éxito, pienso, es que éramos gente normal. Nadie se vino arriba. Nos lo tomamos con normalidad”, apunta Borja. “Vengo aquí, que sabéis que no me gusta, para librarme de tanto micrófono. Os aviso: que no os mareen. Sois jugadores del Alcorcón”, les había dicho justo después del partido Esteban Márquez, el presidente de un equipo que redondeó, completó, su heroica proeza dos semanas más tarde al caer por un ajustado 1-0 en el Santiago Bernabéu, ante casi 80.000 aficionados; escribiendo así las últimas líneas de uno de los capítulos más gloriosos de toda su historia, el undécimo de los que destaca el club de Santo Domingo en su página web.
El duodécimo (y último, al menos hasta la fecha) es el del ascenso a la categoría de plata que el equipo, que se despidió de la Copa en octavos de final al caer eliminado a manos del Racing de Santander, celebró el 20 de junio del 2010 tras derrotar al Ontinyent en una eliminatoria de infarto. “Aquel duelo contra el Madrid cambió la historia del club. Todo lo que ha venido después nació aquella noche. Todo comenzó aquella noche. Fue la piedra sobre la que se cimentó todo. Aquel día nos convencimos de que podíamos ascender a Segunda División, de que podíamos hacer historia”, enfatiza Borja, uno de los hombres gol de aquel Alcorcón que, rebelándose contra la lógica, contra la historia, la temporada siguiente rozó el ascenso a la élite del balompié español, quedándose a tan solo un paso de la gloria. De la gloria que ya saboreó, feliz aquel otoño del 2009 en el que protagonizó una victoria tan incontestable, tan inapelable, como eterna, imperecedera. “Hicimos feliz a mucha gente. Fue muy bonito. Los que están arriba no son conscientes de la capacidad que tenemos de hacer muy feliz a la gente. Para mí, desde mi modesto nivel, fue brutal ver tan felices a mis amigos, a mis padres, a mi pareja. Recuerdo las caras de felicidad de mi familia. Mi padre se me quedaba mirando, sin hablar. Fue muy bonito. A veces pienso que podría haber hecho las cosas mejor, también peor, pero que me quiten lo bailado. Aquello nos queda para siempre. Para siempre”, afirma Borja Pérez-Peñas, el ’22’ de aquel valiente Alcorcón que hace justo una década alzó la voz para gritar que los modestos también existen, que también tienen su derecho a soñar; que la dignidad de este deporte no está en los estadios majestuosos, sino en los bocatas a 3,50.