En el año 1967, cuando en Europa aún no se había disputado ni la tercera edición de su torneo continental de selecciones, al otro lado del charco ya llevaban más de medio siglo enfrentando a sus combinados nacionales para ver qué país mandaba con el balón a sus pies a lo largo y ancho de América del Sur. La Copa América de ese mismo año, por entonces conocida como Campeonato Sudamericano, iba a disputarse en Uruguay, siendo esa la sexta vez que el país ‘charrúa’ se encargaba de albergar un campeonato que, con el pasar de los años, ha ido haciendo y deshaciendo su estructura, su organización y su calendario con excesiva facilidad.
El de Uruguay’67 fue el último torneo que se celebró íntegramente durante los meses de verano del hemisferio sur. En aquella edición, la vigesimonovena, apenas seis países tendrían representación sobre el césped del Estadio Centenario, el único recinto en el que se jugarían todos los duelos. Acompañando al anfitrión, solo Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y una debutante Venezuela harían acto de presencia. Brasil, en otros tiempos para el fútbol sudamericano, no quiso ni presentarse a la cita. De hecho, mientras en Uruguay se jugaba la Copa América, el Santos de Pelé y compañía recorría el continente recolectando dinero para sus bolsillos a base de amistosos.
Como el número de participantes daba para lo que daba, aquella Copa América se disputó como una liguilla única, repitiendo la fórmula de los últimos seis torneos. Seis equipos, cinco partidos por barba y a ver quién sumaba más puntos al concluir la historia. De este modo, el partido inaugural, el primero de los 15 encuentros, enfrentó a Uruguay contra Bolivia un 17 de enero en un duelo que se llevarían los charrúas con contundencia. 4-0 y los dos primeros puntos en el casillero. Pero si por algo quedaría en el recuerdo aquel torneo no fue por ese Uruguay-Bolivia, sino por la curiosidad que se viviría al día siguiente.
Quizá el de Venezuela no fuera el mejor debut en una Copa América, pero para el recuerdo siempre dejarán aquel día que los hinchas de Peñarol y los venezolanos, por 90 minutos, compartieron colores y pasiones
Aquel 18 de enero de 1967, alrededor de 7.000 espectadores se acercaron al Centenario de Montevideo para presenciar el histórico primer partido de una novel Venezuela en la Copa América. Enfrente de los venezolanos, unos chilenos ataviados con su característico uniforme rojo, muy similar al color que vestía la ‘Vinotinto’. El árbitro, el paraguayo Isidro Ramírez, se negó a que ambos combinados saltaran al césped con los colores que les identificaban y sorteó cuál de los dos equipos debía usar otra equipación. El azar hizo que fuera Venezuela la que cambiase de muda. Pero había otro problema, que en esos tiempos no se estilaba aquello de los uniformes alternativos, así que hubo que husmear por las entrañas del Centenario a ver si encontraban alguna vestimenta que pudiera diferenciar a ambas selecciones durante el encuentro. Por suerte, uno de los utilleros del coliseo ‘charrúa’ le encontró una rápida solución al conflicto. Sacó de un baúl unas camisetas de Peñarol y se las ofreció a los venezolanos para que pudieran disputar el encuentro. Así, Venezuela hacía historia al jugar por primera vez una Copa América ataviada de aurinegro, con los colores de uno de los históricos de Uruguay. Unos colores que, muy a pesar de la grandeza que representaban, no le dieron excesiva suerte al conjunto dirigido por el argentino Rafael Franco, pues perdieron en su estreno por 2-0, con sendos goles obra del talentoso Rubén Marcos.
Después de aquella primera derrota, llegarían otras dos. Esta vez, de manera abultada. Uruguay, a la postre campeona de la edición, le endosó cuatro tantos a la ‘Vinotinto’ apenas cuatro días antes de que los venezolanos recibieran otro duro correctivo por parte de Argentina. Venezuela finalizaría su primera aparición en una Copa América con un registro de cuatro derrotas, la última contra Paraguay (5-3), y una única victoria, en el penúltimo partido ante Bolivia (3-0). Quizá -seguro- el de Venezuela no fuera el mejor debut en una Copa América, pero para el recuerdo siempre dejarán aquel día que los hinchas de Peñarol y los venezolanos, por 90 minutos, compartieron colores y pasiones, como reconocería años más tarde el defensa Freddy Elie, titular en aquella selección venezolana: “Sin quererlo, muchos [futbolistas de la plantilla] nos hicimos adeptos a Peñarol por la tradición que tiene en Uruguay”.