Un club en una grave crisis institucional, un presidente necesitado de buenas noticias para mantener su posición, un entrenador mítico que deseaba un giro inesperado en su plantilla y el partido más mediático del fútbol español como excusa. Esta escenografía explica la historia del futbolista que fue fichado, exclusivamente, para jugar… un Clásico.
1 de abril de 1989. Día de elecciones en el FC Barcelona (sí, antiguamente se aprovechaban los partidos de local para facilitar el voto a todos los socios del club) y de ‘Clásico’ ante el Real Madrid en un momento delicado para la institución. La historia de aquel día podría empezar con el temor de Josep Lluís Núñez a no ser reelegido como presidente azulgrana tras casi doce años en la cúspide del club, que le habían servido para catapultar poco a poco su naturaleza financiera, pero que le habían costado numerosas críticas desde el propio vestuario (Motín del Hesperia mediante). También podría empezar el recuerdo de aquel día con la figura del entrenador, un Johan Cruyff que aún no sumaba un año en el banquillo, que vivía un momento muy negro (a tres puntos de su gran rival en la clasificación y con un partido más que el imparable Madrid de ‘La Quinta de Buitre’) y que estuvo a punto de destrozar su idílica historia de amor culé.
Aquella jornada acabó colocando nuevamente a Nuñez como presidente del club (en las segundas elecciones democráticas de la historia en el Camp Nou) venciendo a Sixte Cambra con 25.441 votos (59,1% de los votantes, que aquel día apenas fueron el 50,1% de los socios, lo que demostraba una pasividad enorme hacia estas decisiones). Y también, acabó por certificar que la Liga iba a ser nuevamente madridista tras un 0-0 insulso que sirvió, al menos, para no acelerar el proceso de destrucción que parecía pronosticar un caos en el Barcelona. Pero lo curioso, es que aquel 1 de abril de 1989, el protagonista no fue el presidente ni el entrenador, sino alguien que saltó al césped para jugar el Clásico anónimamente vestido de futbolista azulgrana: Romerito.
En la semana previa a aquel partido absolutamente trascendental para las opciones desesperadas del FC Barcelona de poder alcanzar al Real Madrid en el liderato liguero, cualquier detalle podía marcar diferencias. La meta no era otra que generar una sensación de expectación máxima que levantara a la afición para empujar al equipo y que, a su vez, creara alguna duda en un imponente rival que sabía que tenía muy de cara el título. Una última oportunidad que Johan Cruyff decidió afrontar como una final en toda su dimensión, por lo que no dudó en tomar cargo y realizar una inesperada operación de mercado.
Tanto dudó Cruyff al mirar la falta de recambios para Bakero que, inesperadamente y en tiempo récord, convenció a la directiva de contratar un refuerzo de urgencia
Durante aquellos días claves, los problemas físicos de Jose Mari Bakero (determinante en su esquema e ideología), representaban una pesadilla para el técnico holandés que, sin uno de sus líderes en faceta ofensiva, empezó a dudar de cómo plantear más problemas a su enemigo con las armas que tenía disponibles. Tanto dudó al mirar la falta de recambios de los que disponía en su plantilla que, inesperadamente y en tiempo récord, convenció a la directiva de contratar un refuerzo de urgencia que pudiera otorgarle más soluciones ofensivas y, a su vez, sirviera para dar un golpe anímico al vestuario y a la afición. Su petición fue el legendario Enzo Francescoli, pero el Racing de París donde jugaba en ese momento el uruguayo, le indicó que no le permitiría salir hasta final de temporada. Tras fallar en su primer intento, Cruyff pasó al segundo nombre de la lista. No era tan mediático como el primero y nunca había jugado en Europa (pese a tener una gran experiencia en Sudamérica siendo icono de Fluminense), pero confiaba en su calidad. El fichaje, que hay que entender desde la falta de información de la época y desde el desconocimiento global que suponía cualquier futbolista que no tuviera un entorno mediático acentuado, acabó siendo el paraguayo Julio César Romero, más conocido como Romerito y apodado por la prensa catalana de inmediato como ‘Romerito Superstar‘.
“Para mí fue una sorpresa muy grande, yo estaba saliendo de una pretemporada con Fluminense. Estábamos en las primeras fechas del campeonato carioca. Jugué un partido en el que ganamos con un gol mío de cabeza y, justamente esa noche, a las 02:00 de la mañana, me llaman por teléfono y me dicen que tengo que ir a Barcelona. ¿Cómo me voy a ir si estoy aquí contento y además allí están ya en la fase final de temporada con mucho más ritmo que yo?, le dije al presidente. A mí los únicos que me hablaron fueron los dirigentes de Fluminense y que me estarían esperando en Barcelona, que ya estaba todo cerrado en la transacción. Yo me negaba pero a los dos días me convencieron y me fui… lastimosamente”, recuerda Julio César Romero con detalle como si de un hecho actual se tratara.
“No tuve opción porque decían que era importante para Fluminense y como ellos son el equipo de mi vida, lo acepté como si les hiciera un favor. Pero yo sabía que era muy difícil. Para mí era un desafío muy grande. Primero porque yo salía de una pretemporada y no estaba al ritmo de un campeonato intenso como el español”, admite, consciente de la odisea que tenía ante sí que, pese a temerlo, nunca imaginó que los acontecimientos se iban a dar de una manera mucho más especial y delicada para él.
“Cuando llegué a Barcelona, me recibieron los directivos y me llevaron del aeropuerto directamente a pasar el examen médico. Pasé todas las pruebas, me quedé en el hotel y al día siguiente ya me puse a entrenar con el que era mi nuevo equipo. Todo muy rápido y todo sin pensar demasiado porque había que preparar al máximo el partido ante el Real Madrid que querían que jugara. Yo sabía cómo estaba el equipo, la necesidad que tenía de ganar y que si marcaba un gol en ese Clásico, iba a mejorar todo”, explica el paraguayo, que era un absoluto desconocido para la afición azulgrana y que vio como, en aquellos días, los periódicos de la Ciudad Condal se preguntaban quien era el nuevo refuerzo que Cruyff, de manera tan acelerada, había exigido.
“Uno tenía que arriesgar y, si reviso todo, me pone contento ver lo que pude vivir, pero también os digo, si hoy me dicen que puedo volver a elegir… no habría ido allí”
Como sería aquella semana y aquél fichaje que, en el banco madridista, también analizaron tan disparatado movimiento de mercado: “Me parece una falta de respeto hacia todos los jugadores del Barcelona y especialmente hacia los suplentes. No pongo en duda la calidad de Romerito, pero si yo fuera suplente del Barcelona me cuestionaría para qué demonios estoy aquí”, recalcó con tono crítico y sorpresivo el mismísimo Manuel Sanchís.
En apenas 48 horas, Romerito había pasado de ser el icónico capitán del Fluminense que buscaba empezar bien el campeonato carioca, a convertirse en el fichaje desesperado de un Barcelona desnortado que buscaba un golpe de efecto milagroso. Tan rápido, tan brusco y tan radical fue aquella gestión que el propio ‘Romerito’ admite hoy, casi 30 años después de aquellos ajetreados días, que tenía jet lag. ¿Un futbolista cansado, agotado, sin ritmo, desconocido para todos y jugando un Clásico donde el Barcelona tenía que ganar sí o sí? Parecía una osadía ponerlo en el once inicial pero Johan Cruyff sorprendió a todos e, inesperadamente, sacó del once titular al mismísimo Gary Lineker para meter al paraguayo: “Claro que tenía jet lag, era lógico. Si habían pasado muy pocas horas y yo nunca había jugado en Europa. Además, no conocía a mis compañeros y eso es muy complicado. Yo llegué para jugar el Clásico, estaba claro. Traté de relejarme al máximo y Johan Cruyff me ayudó. Me dijo donde iba a jugar, que tenía confianza en mí y nunca olvidaré una cosa. Me dio un botín viejo, ya usado, que él guardaba para mí en ese partido. Me entró bien en el pie y me deseó suerte porque, según él, con esas botas siempre le había ido bien y había marcado goles. Era un amuleto suyo que aún guardo. Me encantó”, recuerda con cariño sobre el gesto del mito holandés aquel día con su desesperado fichaje.
Sin embargo, el amuleto no hizo milagros y, a tenor de las crónicas de aquella tarde en el Camp Nou, al guaraní no le fue demasiado bien. De hecho, se guarda aquella comparecencia como una de las más sangrantes en la historia del club. Curioso, porque para Romerito, nada fue así, sino que su partido fue más que acertado: “No, no estoy de acuerdo, yo jugué muy bien aquel partido. No me cansé nunca. Lo que pasa que no marqué el gol cuando sí tuve alguna oportunidad para hacerlo. Yo tuve dos claras y no pude llevar la pelota a la red. Pero sabía que si hacía un gol, iba a quedar en la historia del Barcelona. Las elecciones del club ese día creo que fueron importantes para que yo llegara allí, pero mi problema aquel partido es que Buyo hizo una gran actuación y me paró las ocasiones claras”, recuerda con más optimismo que el que se tiene sobre su figura en Barcelona. ¿De verdad existía la certeza de que tan disparatada historia podría haber tenido un desenlace positivo?
Tras aquel partido y la falta de opciones para ganar la Liga, el experimental fichaje de Romerito tomó otra dimensión aún más dubitativa. El paraguayo pasó apenas 40 días en el club, suficientes, eso sí, para marcar un gol que le sirve para formar parte de la leyenda (pónganle el color que deseen a la leyenda, gris, rosa o acarbonada…) de un club que considera muy especial en su carrera: “El ambiente a nivel internacional de un partido como el Clásico, el haber jugado un partido así, el haber sido fichado de emergencia, el tener a Cruyff como entrenador y conocer la cultura catalana, me encantó. Y, además, pasara lo que pasara, al menos marqué un gol con el Barcelona ante el Málaga. La historia fue así. Uno tenía que arriesgar y, si reviso todo, me pone contento ver lo que pude vivir, pero también os digo, si hoy me dicen que puedo volver a elegir… no habría ido allí”, afirma ahora con la sinceridad por bandera pero con la convicción de que disfrutó de algo muy grande y de que formó parte de los meses previos a lo que fue el ‘Dream Team’ de Johan Cruyff. Porque antes de la obra de arte, se probó un curioso boceto paraguayo.
En el programa-podcast Nº10 de ElEnganche en SpainMediaRadio, estuvieron con nosotros: Quique Guasch (periodista con mucha experiencia que vivió el partido debut de Romerito) y el propio futbolista Julio César Romero, ‘Romerito’.