La nostalgia es negación, negación del doloroso presente.
Midnight in Paris, de Woody Allen
Renato Sanches llegó a Francia en el verano de 2016 con la misma ilusión que Gil Pender unos años antes. El protagonista de Midnight in Paris, interpretado por Owen Wilson, tenía el propósito de escribir un libro que contara la historia de un hombre que trabajara en una tienda de nostalgia, “un lugar donde venden cosas viejas, memorabilia”, según explicaba. Pender adoraba la vida de los años 20, una época a la que se transportaba mágicamente cada día a las 12 de la noche para codearse con artistas como Hemingway y Buñuel. El inquieto personaje creado por Woody Allen buscaba la satisfacción personal a través de la literatura, mientras que Renato la perseguía a través del fútbol. Ambos eran dos estrellas sin brillo con ganas de brillar. Dos artistas sin obra que conquistaron la medianoche parisina rodeados de genios que les acompañaron en su momento de mayor fluidez mental.
Renato Sanches, con 18 años, logró coronarse en el Stade de France de París siendo uno de los artífices del éxito de Portugal. El mejor jugador joven de la Eurocopa, el Golden Boy de aquel mismo año, el reciente fichaje del Bayern, tocó el cielo la medianoche del 10 de julio de 2016 de manera tan repentina que rebotó y cayó en picado hacia la vida terrenal. Tras el torneo de selecciones su carrera hizo un fundido a negro. Múnich no fue París. Ni tampoco lo fue Swansea. Eran más bien los sótanos del fútbol con el que se tuvo que reconciliar mientras la opinión pública le ponía una soga en el cuello, pues la paciencia y la comprensión no figuran en el diccionario de este deporte. Aquí las divinidades se alzan tan rápido como se derriban.
Todos fracasamos una y otra vez, pero tarde o temprano también triunfamos, porque la vida es un bucle agridulce
Gil Pender creía que para escribir algo que valiera la pena debía deshacerse de la falsa ilusión de ser feliz en una época anterior, así que huyó del glamour nocturno de París y de sus ídolos y amigos Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y Ernest Hemingway para que los años 20 no se convirtieran en su presente. No obstante, Renato se quedó anclado en un tiempo remoto. Hasta hace poco, algunos aficionados seguíamos ubicando al luso en Saint-Denis, pues el Renato posterior era otro jugador, alguien diferente. Todos fracasamos una y otra vez, pero tarde o temprano también triunfamos, porque la vida es un bucle agridulce. Y para Renato Sanches no iba a ser diferente. En Lille, donde se mudó hace dos veranos, ha logrado deshacerse de la etiqueta de promesa frustrada que le perseguía desde 2016.
A pesar de que aún no ha cumplido las expectativas, es precisamente ahora, que vive más cerca de París, cuando ha conseguido escapar de aquella medianoche, reencontrar la harmonía, superar la presión mediática que le oprimía. El pasado 3 de marzo, casi cinco años después de la final europea, cinco largos años en los que ha muerto y ha resucitado, volvió a la capital gala para vencer al PSG en el Parc des Princes y allanar el camino hacia el título liguero. Igual que Gil Pender rechazó la magia del pasado para ser feliz en el presente, Renato Sanches se ha reconciliado con el fútbol para evadir la anacronía. Ahora ha vuelto la Eurocopa, el mismo escenario que le encumbró, el torneo donde tocó la cima. El viejo Renato ya solo es un recuerdo, tal vez almacenado en alguna tienda de memorabilia.
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Fotografía de Imago.