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Stop Crying Your Heart Out

Besas la medalla de subcampeón como subterfugio de tu tristeza. Aplaudes a los tuyos con el antifaz de la dignidad. Y una canción de Oasis para amortiguar la caída

Las finales sin lágrimas no son finales. Dan comienzo con la certeza de que, unos u otros, terminarán llorando tras el silbido final. Ocurre por naturaleza. Del mismo modo que lo hacen los niños al nacer, cuando nos golpean, cuando nos emocionamos, cuando perdemos a un ser querido. El partido tan solo es una cuenta atrás. Un pasatiempo hasta la tragicomedia final. El realizador capta el alzamiento del trofeo mientras se vislumbran, en segundo plano, las lágrimas de los vencidos.

Besas la medalla de subcampeón como subterfugio de tu tristeza. Aplaudes a los tuyos con el antifaz de la dignidad. El rival intenta consolarte mientras suena el clásico de Queen. Observar la copa se convierte en un pulso individual. Basta con dos segundos, no más. Te has pasado tres décimas y te echas a llorar. Estás en el escenario que soñabas, pero en el otro lado. En modo fake. Duele. Duele cuando el derrotado se convierte en espectador de la victoria. Duele cuando no se cumplen nuestros deseos, cuando nuestras aspiraciones se desvanecen igual que el confeti en el cielo de Oporto.

Para eso está la música, para apaciguar el desánimo. “Un amigo estaba pasando un mal momento con sus hijos y compuse Stop Crying Your Heart Out. La escribí con él en mi mente”, desveló una vez Noel Gallagher. Una canción que hoy sirve como antídoto a la decepción ‘skyblue‘. Como si el ‘citizen‘ más célebre, en 2002, la hubiera creado con ojos de visionario. Porque nadie mejor que un músico es consciente de la importancia de las canciones en nuestra vida diaria. Aquella letra es hoy más terapéutica que nunca; Hold up, hold on, don’t be scared. You’ll never change what’s been and gone (‘Aguanta, no te rindas, no tengas miedo. Nunca cambiarás lo que ha ocurrido. Ya pasó’).

 

Duele cuando el derrotado se convierte en espectador de la victoria. Duele cuando no se cumplen nuestros deseos, cuando nuestras aspiraciones se desvanecen igual que el confeti en el cielo de Oporto

 

Asumir el fracaso. Abandonar lo irreversible. Dejarlo estar. Así comienza el día después. No hablas, no lees la prensa, no contestas los mensajes. Miras a tu alrededor y tus compañeros se adueñan del mismo espíritu decaído. Solo quedáis tú y tus auriculares. Una voz te dice: All of the stars are fading away. Just try not to worry, you’ll see them someday. Take what you need, and be on your way, and stop crying your heart out(‘Todas las estrellas se están difuminando. Intenta no preocuparte, algún día las verás. Toma lo que necesites, ponte en camino y deja de llorar desconsoladamente’).

De pronto, piensas que -después de la primera- habrá nuevas oportunidades. Como si este razonamiento tan simple fuera un hallazgo insólito, un rayo de esperanza que perfora el cielo nublado de Mánchester. Le has cogido gusto a la canción, aunque eras más feliz escuchando Don’t Look Back In Anger. Lástima que el puro se haya mojado.

 


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Fotografía de Imago.