En una de las muchas entrevistas que ha ido concediendo a lo largo de su carrera, el preparador físico y optometrista francés Paul Dorochenko, experto en reprogramación neuromotriz y célebre por enderezar el físico de Roger Federer en sus primeros años en el circuito profesional de tenis, argumentó que una de las seis claves para triunfar en el deporte residía en no estar adelantado biológicamente, siendo más recomendable tener un cuerpo algo más débil en edades tempranas en lugar de uno demasiado fuerte, porque de este modo se ejercita antes la mente que la fuerza. Es una idea interesante, como todo su trabajo sobre la visualización del gesto técnico y la lateralidad, que de algún modo condensa el viaje migratorio de aquellos jugadores que comienzan como extremos desequilibrantes y terminan su odisea, sin la explosividad del regate, como mediapuntas cerebrales.
Como en tantos otros contextos donde el ser humano asiste y experimenta, el aficionado al fútbol se ha empeñado en negar su propia experiencia para exigir al talento prematuro, desde el primer momento, una serie de deberes y garantías -continuidad, consistencia, templanza, concentración o compromiso- que solo y de forma rotunda se consiguen con el paso de los años. Este viaje, el del jugador que adquiere un grado de sabiduría y soberanía sobre el juego, ha ocurrido tantas veces y de forma tan parecida que debería calmar la ansiedad del más exigente cuando un jugador con un gran talento pisa baches, se pierde por el camino mientras lo busca o no responde a las exigencias que sus propias condiciones han elevado. Si añadimos a aquellos que van perdiendo condición física y facultades mientras encuentran el refugio de la experiencia y el conocimiento del juego, nos topamos con una figura realmente predecible y conocida, que se repite como un patrón contundente. Pongamos que hablo de Muniain.
Iker es el último de una inmensa lista que indudablemente seguirá extendiéndose. Sus inicios como extremo izquierdo desequilibrante, uno de aquellos que ya nacieron a pierna cambiada ante la aparición de los laterales largos, prometían un jugador marcado para el uno contra uno pero con alguna carencia en el desborde por potencia una vez dominaba el engaño, una narrativa que le dejó algo trabado tras dos roturas de ligamentos. Muniain no terminaba de representar ese papel originario y además no disponía de serie de una gran llegada al gol ni de un gran remate, aunque tuviera momentos de gran lucidez, así que lo mejor que le podía pasar era mantener la calma, saber esperar, aliarse con el tiempo y madurar hasta adoptar un rol ascendente sobre el juego, que es, como canta Rufus T. Firefly, “(…) saber donde van los patos cuando se congela el lago”.
Usar el cerebro y preguntarte por qué es un gran aliado para jugar mejor al fútbol y disfrutar del juego cada minuto
En paralelo, su lugar dentro del proyecto del Athletic Club no puede atravesar un mejor momento. En lo referente al vestuario, tras ser el cachorro de camadas anteriores, ocupando el lugar de los veteranos para tutelar a los recién llegados, una cuestión sanguínea casi sacramental en un club como el Athletic. En lo táctico, un punto de apoyo y parada indispensable de los ritmos del equipo. San Mamés avanza firme hacia el vértigo de los hermanos Williams como horizonte al que dirigirse, por fin sin titubeos, tras varios años de dudas, donde sólo los longevos Aritz Aduriz y Raúl García sostenían el presente hasta la aparición de genes frescos. Así, la naturalidad con la que Muniain ha asumido e integrado esos dos aspectos, ha dado, a sus 30 años, con un jugador superior, apoyado en un golpeo sublime, perfeccionado tras casi 15 años de carrera, y un dominio del espacio y el ritmo que diversifica los ataques y hace del Athletic un equipo mucho más reflexivo, capaz de decirle a los suyos donde pararse en cada salida a la contra, aunque enfrente esté un equipo superior que le obligue a distanciar sus transiciones cada diez minutos.
Catalogándolo como uno de los viajes más estimulantes que existen para observar como espectador, Iker Muniain es ahora bandera de esos futbolistas llamados a valorar los porqués de las cosas que ocurren en los partidos. Como pasa con los grandes centrocampistas, cuando no dispones de una gran carrocería o el paso del tiempo te la ha arrebatado, usar el cerebro y preguntarte por qué es un gran aliado para jugar mejor al fútbol y disfrutar del juego cada minuto, como se ha atrevido a confesar Luka Modric, dejando entrever que los que se hacen mayores juegan mejor al fútbol. Pongamos que hablo de Muniain, pero podrían ser muchos otros que le enseñaron a Iker el camino antes de que sea él quien, como ahora, lo muestra a los que van llegando.
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Fotografía de Imago.