Mayo es el mes de la mentira. Se viste de corto, pero se pela de frío. Siembra la primera semilla del verano, pero esconde la última bala del invierno. Puede confluir todo en un mismo día. La lluvia torrencial y el sol abrasador. El paraguas y la crema solar. El plumífero y las sandalias. Por la mañana te has quemado y por la noche te has resfriado. Es la guerra entre la serotonina y la febrícula. El COVID sube como la espuma. La séptima ola que te resistes a aceptar cuando la única que esperabas era la de la playa del Cabañal. Joder con mayo. Mi armario está loco. Mi armario es Ancelotti tratando de frenar a Bernardo Silva. Ese jugador que, moviéndose entre líneas, no sabe muy bien lo que quiere ser. Si delantero o centrocampista. Si frío o calor. Le ha cogido el gustillo a las dos áreas, ya sea para empezar la jugada o para terminarla. Bernardo Silva soy yo dudando hasta el último instante de si coger o no el paraguas.
Al final me he mojado, como el portugués en el Bernabéu. El fútbol sabe que estamos en mayo y que unos tienen que llevarse el chaparrón y otros la vitamina D. Por eso se cubrió el City de borrascas y se iluminó el Madrid con un rayo de sol fugaz. Mayo se excedió con Mahrez -que apuró hasta el último momento para hacer el cambio de armario- y regó la flor de Rodrygo, erguida y elegante como ninguna. En mayo hay futbolistas que se desprenden de la crisálida y otros que, por el contrario, se pudren en su propia masa. A algunos clubes como el Real Madrid, el Liverpool, el Eintracht o el Glasgow Rangers, se les alarga la vida hasta fin de mes, cuando se celebran las finales. Otros como el Leeds, el Levante, el Amorebieta o el Stuttgart, están pendientes de morir o seguir con vida, mal contando los puntos que necesitan para salvarse. Por último, están los que carecen de objetivos, esos que deambulan como zombis, alimentándose de la ilusión de los futuros fichajes.
Los aficionados, siempre sujetos al juicio final de sus ídolos, están dispuestos a reír o llorar con ellos. El primero que dijo que el fútbol nos une a todos debió hacerlo en el mes de septiembre, cuando la derrota no pesa y la victoria no consigue desatar la euforia. Cuando todavía no hay clasificados, eliminados, campeones, descendidos. Un tiempo en el que la gente, a pesar de los colores, es capaz de convivir plácidamente. Mayo recoge todo lo ocurrido desde septiembre y lo vierte en el pantano de Chirbes. Cada cual saca de allí lo que puede. Unos hierros, una trucha, un tercer puesto o una final de la Champions. Hay quien no encuentra nada y se vuelve deprimido paseando por el marjal. ¿Con qué cara vas a mirar ahora al tipo que se llevó el palé de ladrillos que tanto querías? Aquel que se ocultaba entre los carrizales. En mayo estamos todos en el bar Castañer de Olba. Barajando las cartas. Asumiendo el éxito o el fracaso. Difamando a los que se llevaron la mayor parte del pastel. O brindando por ellos. Simeone y Xavi, con el mono de trabajo sudado, contemplan la contienda desde la barra, sin más monedas que apostar.
Mayo recoge todo lo ocurrido desde septiembre y lo vierte en el pantano de Chirbes. Cada cual saca de allí lo que puede. Unos hierros, una trucha, un tercer puesto o una final de la Champions
Si el pantano engulle a tu equipo, odiarás al rival que lo arrojó. Abrirás hueco a la antipatía, aunque sea a través de una rendija. Que si la suerte. Que si siempre igual. Que si el puñetero árbitro. Te olvidarás del fútbol hasta pasado el verano. Le quitarás las pilas al transistor. Desinstalarás la app con la que sigues los partidos. Puede que le dediques más tiempo a la prensa generalista. O puede, incluso, que ni leas los periódicos. Tu única esperanza recae en el resurgimiento de Ansu Fati, la llegada de Ten Hag o la vuelta de los hermanos Milito. En cambio, si tu equipo flota en el pantano, seguirás echando la caña al agua. A ver cómo de gordo es lo que vas a pescar. Llenarás tu copa de vino. Para celebrar, para estirar el arrebato. Te mantendrá vivo el aliciente de la plaza europea, el ascenso, la salvación o la final de Tirana. Vuelves a sentir orgullo por tu Feyenoord. O por la ‘Loba’. Mourinho es el carpintero que tuvo que bajar la persiana tras la crisis. Ese que ahora trata de rehacerse con una cuadrilla de paletas recién llegados a la aldea. Obtuvo, al fin, su prórroga mensual.
Tú también la quieres, pero mayo tiene poco que ofrecer. Sólo hay sitio para los que curraron de verdad. Zarandeando la retroexcavadora, rellenando la hormigonera, agarrando algarrobas o transportando sacos de morcem. Porque los últimos coletazos del fútbol se escriben con el mismo pulso, crudo y realista, que animó a Chirbes a firmar su novela más lúcida, En la orilla. Poco tiene que ver con el fútbol, pero sí con la vida, que es lo mismo.
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Fotografía de Imago.