Crecí a miles de kilómetros de Buenos Aires y a otros tantos de Nápoles. Nací en 1992 y para entonces el Diego ya había actuado en todos los teatros del mundo, no existe ningún nexo o enlace entre uno y otro. En mi familia el fútbol no era algo cotidiano, realmente solo me gustaba a mí. Entonces, ¿cómo le explico a alguien que me siento huérfano de aquel con el que jamás compartí tiempo ni espacio? Es una locura, sí, pero es nuestra locura. El ’10’ nos parecía lo único eterno, esquivó la muerte en varias ocasiones como lo hacía a sus rivales sobre el césped. Era capaz de dejar por los suelos la mayor máxima posible: todo tiene su inicio y su final. Con el Diego sabíamos cómo comenzó el relato, también el nudo pero del desenlace no queríamos saber nada. ‘Eso nunca va a suceder’, nos decíamos los unos a los otros. Por eso, ahora que ha llegado, la incertidumbre se apodera de todo y es cierto lo que algunos decían, este día iba a llegar. Nos gustaba el ’10’ porque de todos los dioses posibles era el único terrenal, aquel que tras hacer auténticos milagros y tocar el cielo caía al infierno. Caía y lo reconocía, asumía sus imperfecciones. El ser humano no aclama a los ídolos que no se manchan las manos de barro, se identifica con aquellos que, al igual que ellos, también muerden el polvo, les hace sentir que son terrenales.

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La vida de Diego era una pelea constante en la que siempre salía ganador, él contra todos desde que salió desde Villa Fiorito. En el mismo año nos hemos quedado sin Dieguitos ni Mafaldas, ¿y ahora qué hacemos? Sencillamente: dejarle en paz, que descanse. El ’10’ por fin podrá descansar tal y como mereció en vida ya que jamás pudo, nunca le dejamos que apartara a un lado esa cruz que llevaba a rastras. Asumió y le gustó portar esa capa de superhéroe, de representante de todo aquel que soñaba con hacer todo eso que su cabeza sí quería pero sus piernas le negaban. El más generoso de todos, ese que se sentía más cómodo jugando en un terreno irregular que en el mejor de los estadios construido por el ser humano. La mayoría de dioses exigen sangre, porque los dioses no sangran. Él no. Esta nota, no puede ser de otra manera, es cortita y al pie, las palabras sobran y es mejor guardar silencio. Ahora sí, al fin, descansa en paz.

 


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Fotografía de Getty Images.

Iñaki Lorda

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