Esta entrevista está extraída del #Panenka108 (junio 2021), un número que todavía puedes conseguir aquí


 

En la cultura italiana, el café no es solo la bebida más popular para empezar un nuevo día o terminar la comida. Se suele utilizar como pretexto, por ejemplo, para conocer más a una persona. A veces, ese ‘¿tomamos un café?’ es la primera frase con la que empieza una historia de amor. También es la excusa para abrazar a un viejo amigo y ponerse al día. No debe sorprender que, en un día nublado, cuando vamos a encontrarnos con Marcello Lippi (Viareggio, 1948), concertemos una cita en un bar de su ciudad natal: espresso normal para él, manchado para mí. El resultado es una charla informal, más que una entrevista a un entrenador laureado.

Una vez retirado, ha vuelto al lugar donde todo empezó. Cuando era niño, jugaba en un equipo llamado Stella Rossa, como el famoso Estrella Roja de Belgrado, “una célula del Partido Comunista, o casi”, bajo la atenta mirada de Ilario Niccoli, leyenda del fútbol local. Hoy en día se dedica al Marco Polo Sports Center, un centro polideportivo que está creciendo en el homónimo barrio de la ciudad, iniciativa empresarial que comparte con su hijo Davide. Lo dijo él mismo cuando presentó la instalación hace dos años: “Mi conexión con Viareggio siempre ha sido fuerte”. Pasó también en el Mundial de 2006, antes de la semifinal contra Alemania: los periodistas observaron que todo el mundo estaba subiéndose al carro ganador después de las críticas iniciales. “No me preocupa, yo soy de Viareggio y llevo los ‘carros’ en la sangre”, contestó, refiriéndose a las carrozas del popular carnaval local. En su ciudad, mucha gente lo llama Marcello en lugar de signor Lippi, apellido bastante común por aquí, y lo saluda cuando lo ve pasar en bicicleta o desayunando en el bar. Lo saluda, pero raramente se acerca para pedirle un autógrafo o una selfi. Porque lo ven como a uno más de Viareggio, uno más de ellos. Por supuesto, el más famoso. Pero uno más. Paradójicamente, esa cercanía provoca que los viareggini casi pasen por alto la importancia de su conciudadano en la historia del fútbol.

Icono de la Juventus noventera con su chándal plateado y negro, su cigarrillo y su parecido con el actor Paul Newman (“Cuando entrenaba el Cesena los hinchas me llamaron ‘el Paul Newman de la Romagna’, y sí, estaba bien, aunque él era bastante más viejo que yo…”, contó una vez), gracias a Lippi la ‘Vecchia Signora‘ volvió a conquistar la Serie A y levantó la Champions League, una Supercopa de Europa y una Copa Intercontinental, entre otros trofeos. Pero Lippi es también el hombre que llevó a Italia a su cuarta Copa del Mundo en 2006, la última gran alegría ‘azzurra‘, la del cabezazo de Zinédine Zidane a Marco Materazzi y la proeza de Fabio Grosso. Y cuando se marchó a China, seis años más tarde, siguió ganando: logró el título nacional y la Liga de Campeones de Asia con el Guangzhou Evergrande. Una charla con Lippi podría dar para un libro. Y, sin embargo, la pregunta más inteligente es la suya: “¿Por dónde empezamos?”.

En octubre anunció su retirada como entrenador. ¿Cómo llegó a esa decisión?

Lo decidí después de mi última experiencia como técnico de la selección china. Pasó hace dos años, cuando el presidente Xi Jinping vino a Italia para una visita institucional a nuestro presidente, Sergio Mattarella. No había tenido el placer de encontrarme con él en China: sabía que es un gran aficionado al fútbol y que quería congratularme por los triunfos con el Guangzhou Evergrande y por haber alcanzado los cuartos de final de la Copa de Asia con la selección, un éxito histórico para el país. Xi Jinping preguntó si sería posible invitarme a la cena de gala, así que acudí con mi mujer: había 170 comensales y nos sentamos bastante lejos de él. Pregunté si podía ir a estrecharle la mano. Me dijeron que no sería posible. ‘Entonces, ¿qué he venido a hacer aquí?’, pensé.

¿Y qué hizo?

Nos fuimos a otro salón, en el que estaba el cantante Andrea Bocelli, al que habían invitado para interpretar algunas romanzas. Me senté con mi mujer y, de repente, llegó el mismísimo presidente con su séquito. Se acercó a mí, preguntándome si quería continuar en China. Le contesté: ‘Bueno, sí, ya veremos…’, dándole una palmadita en la espalda. Ya sabes, cosas que se dicen en esas circunstancias.

No me dirá que se lo tomó al pie de la letra…

Me llamaron del ministerio de Deporte chino, y también mi exjefe del Guanghzou Evergrande. ‘Venga míster, venga… -me insistió-. No puede decirle que no al Gobierno’. Me di cuenta de que había presiones desde arriba. Sentí el deber de devolver esa confianza, y la oferta económica era irrenunciable, no quiero ser hipócrita. Pero no estaba muy convencido: ganar la Champions League asiática con el Guangzhou fue posible porque teníamos los mejores futbolistas chinos y muy buenos extranjeros, mientras que la selección estaba todavía por debajo de Japón, Corea del Sur, Australia o Irán. De todas formas, fuimos a Dubái para enfrentarnos a Siria en la clasificación para el Mundial. Jugamos un partido de mierda, era evidente que no habíamos progresado nada. Estaba tan enfadado que grité cosas que nunca antes había dicho a mis futbolistas: ‘¿Sabéis cuánto me llevo de sueldo cada mes? Hacerlo así es como robar dinero, y yo no soy un ladrón. Me voy’. Tampoco volví a China: pedí a mi intérprete que enviara a Italia mis efectos personales. Solo me falta cerrar la cuenta bancaria.

 

“Cada 9 de julio, los jugadores con los que gané el Mundial me llaman y escriben”

 

Y ha vuelto a Viareggio.

Con 73 años, ya no tengo ganas de estar en el césped. Si me dan un trabajo como secretario técnico o algo así, pues bien. Pero no quiero irme tan lejos, como ocurrió con China. Eso, nunca más.

¿Qué opina de los entrenadores italianos?

Hay muchos a los que les gusta el fútbol ‘hablado’, utilizan palabras como si fuesen profesores… Cuando un futbolista se retira y empieza su trayectoria de entrenador, está convencido de saberlo todo del fútbol. Fue mi caso, también, y me di cuenta de que no es exactamente así. Yo prefiero a los que practican el fútbol ‘jugado’, como por ejemplo Vincenzo Italiano: no es un charlatán y su equipo nunca malogra el balón, sino que es propositivo y quiere imponer su estilo de juego. Puede ganar a cualquier rival.

¿Qué siente viendo a todos esos exjugadores suyos que se han convertido en entrenadores?

Son casi 40, sumando a los de la Juventus, el Inter, la Atalanta y la selección. Un diario una vez publicó todas sus fotos bajo el título Los hijos de Lippi. Hijos futbolísticos, por supuesto. Mi mujer lo vio y le dije: ‘No es lo que estás pensando…’. Es la señal de que estoy envejeciendo, y eso es un poquito triste. Pero me encanta que se acuerden del periodo que vivimos juntos y que me tengan como ejemplo: siempre les decía que podían hacer cosas que tres meses atrás no se imaginaban.

Empecemos por Zinédine Zidane.

Zidane es una persona clara como el sol. El verano después de su retirada [2006] nos encontramos en Ibiza, y le pregunté, riendo: ‘¿Has dejado ya de dar cabezazos? ¿Qué quieres hacer ahora?’. Me dijo que no lo sabía, y me lo siguió diciendo durante años, hasta que me contó que querría ser entrenador. Fue cuando Carlo Ancelotti llegó al Real Madrid. Nos enviamos unos correos en los que compartíamos los ejercicios de pressing y marcaje que hacíamos en la Juventus. ¿Y sabe quién me había dicho algo parecido? Andrea Pirlo.

¿De verdad?

Vino a Forte dei Marmi, cerca de aquí, y comimos juntos. Ten en cuenta que, cuando se retiran, los futbolistas reciben un montón de propuestas, pero acaban de salir de experiencias importantes y no tienen exigencias económicas. Andrea me decía que no tenía mucha prisa, y luego lo llamó la Juventus.

¿No le pareció demasiado temprano para que Pirlo se hiciera cargo de un club tan grande?

Lo último que hay que hacer es juzgar lo que hacen otras personas: lo que puedo decir es que, si hay un club que pueda hacer una apuesta, este es la Juventus. Andrea sabe cómo enseñar y explicar el fútbol. Es una persona muy elocuente, aunque parezca silenciosa: si se hacían bromas en el vestuario, él estaba presente.

Hablando otra vez de Zidane, ¿cómo es regresar a un club al que ya se ha entrenado con éxito?

Hay quien dice que nunca deberías volver al mismo equipo. ¿Conoces la ribollita, la sopa de pan típica de la Toscana que se escalda más de una vez? Dicen que los entrenadores que vuelven a un club donde ya han trabajado son ‘ribolliti’. Pero no es así: significa recuperar una relación que nunca se ha acabado. En mi primera etapa con la Juventus ganamos todo y llegamos a tres finales consecutivas de la Champions League. Como Zidane, con la diferencia que él las ganó todas mientras que yo solo una [ríe]. ¿Sabe qué significa? Que fuimos el dominador a nivel internacional durante tres años. Luego me fui al Inter, donde estuve un año…

Un año y una jornada, precisamente. La derrota contra la Reggina y la famosa rueda de prensa en la que solicitó a la dirigencia ‘echar el entrenador’ y ‘poner a los futbolistas contra la pared y patearles el culo’.

No me encontré muy bien allí. Ese entorno nunca aceptó mi ‘juventinidad’, que siempre he defendido con fuerza. Luego, me llamó de vuelta la Juventus y ganamos otra liga, y nos clasificamos para mi cuarta final de Champions, que es todavía la que más me duele, contra el Milan, en Mánchester.

A propósito de ello, Lippi ha confesado recientemente un hecho muy íntimo a la presentadora televisiva Caterina Balivo. “Mi padre odiaba a la Juventus, era un viejo socialista al que no le gustaba el poder. Murió en 1991, tres años antes de que me llamara Agnelli. Fui al cementerio: ‘Papà, ten paciencia…’, dije delante de su tumba”. El resto es historia: “Cuando llegué a la Juventus, llevaban diez años sin ganar el Scudetto, hasta tal punto de que Agnelli prefería ir a ver al Inter o al Milan. Conmigo volvieron a ser campeones, y Agnelli dijo que en un 99% se debía a mí”. Al diario La Verità le reveló otro aspecto inesperado: “Mi nieto nació en Roma, es romanista y todavía conservamos el banderín que le dedicaron: ‘Ar maggico Lorenzo nato ner maggico 2001 l’anno der maggico Scudetto da ‘a maggica Roma‘. Sí, me hubiera gustado entrenarlos. Es una lástima no haberlo hecho”. En un momento concreto, hablamos de Gattuso. “Rino es todo corazón”, dice. “Siempre defiende a sus jugadores, cuando algunos son indefendibles. Contra el Verona, cuando entrenaba al Napoli, concedieron un gol por un balón perdido en el centro del campo: si uno de tus jugadores te provoca una derrota de esta manera, deberías agarrarlo del cuello. ¡Tal y como me hizo él a mí cuando ganamos la final del Mundial contra Francia!”. Una asistencia perfecta para desempolvar otros recuerdos bonitos.

 

Ya han pasado 15 años desde aquella noche mágica en Berlín. ¿Qué queda de ese triunfo?

He tenido la suerte de ganarlo todo, pero nada me ha dado tanta satisfacción como levantar la Copa del Mundo. Durante el confinamiento revivimos todos los partidos y fue conmovedor incluso con la distancia que suponen estos 15 años. Con los jugadores tengo una bellísima relación, hablamos frecuentemente y cada 9 de julio, el aniversario de la final, me escriben o me llaman.

2006 también fue el verano del escándalo Calciopoli. ¿Qué le molestó más, las peticiones para que lo echasen o que esos mismos críticos luego se subieran al carro ganador?

Fue todo una instrumentalización. Hablaron de mi hijo y de su implicación en la GEA, la sociedad de agentes de futbolistas con la que colaboraba [Davide Lippi fue absuelto en 2009 del cargo de asociación ilícita]. Mientras estábamos en Alemania, hablé con el presidente de la federación y le dije que me iría, independientemente del éxito que consiguiéramos: lo que estaba pasando era una vergüenza. Cuando ganamos, se me acercó Gattuso y, agarrándome del cuello, exclamó: ‘¡Si te vas, te mato!’. Hasta fue a hablar con mi mujer para que ella me convenciese de que cambiara de idea. Pero ya había tomado mi decisión.

 

“Mi padre odiaba a la Juventus, era un viejo socialista al que no le gustaba el poder. Murió en 1991, tres años antes de que me llamara Agnelli”

 

Contra Francia, tuvo tiempo de guardar sus gafas.

Sí, es verdad. Es que, cuando ganamos la Champions contra el Ajax en Roma, en 1996, me puse a correr por la cancha con las gafas sobre mi nariz. Y se acabaron rompiendo. Como mi vista no había mejorado diez años después, en Berlín tuve la sangre fría de ponerlas en el bolsillo del chándal y luego pude ir a festejar. Es un gesto muy raro, porque normalmente cuando ganas te vuelves loco. Un día me llamó el director del museo de la FIFA en Zúrich, que había sabido de esta historia, para pedirme mis gafas y exponerlas. Y se las envié.

En cuanto a esa final, Lippi no ahorra en anécdotas. “Siempre he pensado que los mejores deben tirar los penaltis primero, y elegí a Pirlo y Materazzi”, cuenta en un encuentro en el Caffè della Versiliana de Marina di Pietrasanta. “Del Piero hubiera sido el tercero, pero me dijo: ‘Quiero ser el quinto, como en la final de Roma [Champions 1996]‘. ‘Pero si tampoco lo tiraste…’. De Rossi estaba allí cerca: ‘Míster, seré yo el tercero’. Faltaba solo el quinto, y miré alrededor. Vi a Grosso. ‘Tíralo tú’, le dije. Y él, sorprendido: ‘¿Yo?’. Parece una broma, pero fue así, de verdad. Había provocado el penalti contra Australia en el minuto 90 y había marcado contra Alemania casi en el último minuto de la prórroga de la semifinal. Así que tenía que tirar el último penalti”. Y cuando Trezeguet se acercó a los once metros: “En Mánchester [Champions 2003], nadie se ofrecía: unos se ataban los zapatos, otros saludaban a las gradas… Vino Trezeguet y me dijo: ‘Yo lo tiro’. ¡Parecía que me hiciera un favor! De hecho, lo falló. En Berlín, mientras iba a tirarlo -esta vez con el rival, Francia-, lo miré. Y pensé: ‘Me debes algo’. Y lo falló”.

¿El dulce recuerdo del Mundial 2006 hace olvidar el fracaso de cuatro años más tarde en Sudáfrica 2010, donde Italia fue eliminada con dos empates y una derrota?

Es una de las cosas en las que he fallado en mi carrera. La vida está hecha de altibajos. Y menos mal, digo yo: los grandes triunfos llegan después de momentos negativos.

Fue Michael Jordan quien dijo: ‘He fracasado una y otra vez en mi vida y eso es por lo que tengo éxito’.

Es una gran verdad. Tener solo alegrías en la vida no es bonito, además de ser imposible. En cuanto al Mundial de Sudáfrica, los futbolistas me rogaron que me quedara. ‘Míster, no se vaya. Ganemos la Eurocopa’, me dijeron. Sentía como si los hubiera traicionado. Pero volver a entrenar a la selección fue un gran error.

 


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Fotografías de Imago.

Simone Pierotti

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