Contra la injusticia, Keita Baldé

Keita Baldé y la lucha por los derechos de los temporeros de Lleida.

Cada mayo la misma historia. Cada mayo el mismo silencio. Cuando se acerca la temporada de la recogida de fruta miles de migrantes africanos llegan a España como pueden para ganarse la vida. Son muchos los agricultores que les ofrecen un lugar donde descansar, pero también los hay que les dejan en la penuria, sin una cama, sin un techo, sin comida, sin ropa, sin nada. Les da igual que las leyes les exijan proporcionar un alojamiento a cualquier trabajador que se encuentre a más de 75 kilómetros de su residencia; no les importa dejarlos en la calle. No es cosa de un año. Es una situación que se repite mayo tras mayo y que ninguna institución ha querido solventar, mirando siempre hacia otro lado.

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Keita Baldé nació en Arbúcies, en Catalunya, como sus dos hermanos, hijos los tres de un matrimonio senegalés que crio a aquellos tres niños “remarcando siempre el tener respeto, ayudar a la gente y ser positivos en la vida”. “Los africanos crecemos con esa cultura, de ayudarnos, de cuidarnos entre nosotros”, asegura el propio Keita Baldé en una conferencia virtual en vísperas del nuevo Informe+, Hermanos, que verá la luz el próximo jueves (21.45h) dedicado precisamente a cómo se involucró el actual futbolista de la Sampdoria, a préstamo del Mónaco desde agosto, con los temporeros que acudieron a Lleida el pasado verano; africanos que vinieron aquí en busca de un futuro mejor, como el padre de Keita, que después de llegar a Arbúcies se trasladó con su familia a Santa Maria de Palautordera, donde abrió un locutorio. “Ahí había personas que a lo mejor no tenían un alquiler o un sitio donde dormir, y me acuerdo muy bien que mi padre, por las noches, ponía colchones en el suelo del locutorio para quienes tenían dificultades pudieran descansar y pasar la noche. Y también, cuando íbamos en coche de Palautordera a Sant Celoni y veíamos a gente que hacía ese camino a pie, se paraba con el coche y decía: ‘Subid, subid, que os llevo’. Yo pensaba: ‘¿No tendrá miedo, si no sabe ni quién es?’. Eso se te queda. Te queda todo. Lo recuerdas todo”, rememora un Keita que, aunque nació en Arbúcies, sus primeros recuerdos se ubican en Palautordera, el pueblo en el que pasó la infancia, en el que hizo sus primeras amistades. “Allí empieza mi verdadera vida”.

Y allí también fue donde dio las primeras patadas al balón, por las calles y en el Club de Futbol Palautordera. Del equipo del pueblo pasaría a la Damm, para más tarde, en 2004, aterrizar en las categorías inferiores del Barça. De Palautordera a la gran ciudad. Una historia, la suya con la camiseta azulgrana, que dio un giro inesperado tras una broma a un compañero de equipo. “Lo hicimos muchos, pero lo pagaron conmigo”, recuerda. Aquello acabó con la cesión de Keita Baldé a la UE Cornellà, donde el joven futbolista entendió que “saliendo del Barça se pueden aprender muchísimas cosas”. “Me di cuenta de lo que era la realidad de volver a cargar una maleta en la espalda, de no encontrarte todo perfecto, de no ver la toalla siempre limpia, las chancletas en su sitio. Era todo una lucha de sacrificio y de fuerza de voluntad. Y el Cornellà me puso los pies en la tierra”. Al acabar el préstamo en el conjunto verdiblanco el Barça lo quería de vuelta, pero Keita tenía otros planes en mente que no pasaban por el Camp Nou.

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El pasado verano se repitió la misma situación que en años anteriores. De nuevo miles de migrantes llegaron para ejercer de temporeros. Esta vez, en medio de una pandemia que paralizó el mundo, por lo que la situación de aquellos que venían aquí a trabajar en la época de la recogida de fruta se agravó. Saltaron las alarmas. Salieron en los telediarios. Decenas y decenas de africanos durmiendo en las calles mientras un virus se asomaba a la vuelta de cualquier esquina. El problema, por eso, fue el mismo de siempre, nadie hacía nada por ellos. No se les daba voz. Uno de los pocos que lo hizo fue el actor Paco León, que a través de su cuenta de Instagram difundió una conversación con Serigne Mamadou, uno de los temporeros afectados, en la que explicaba cuáles eran las condiciones de trabajo y de vida a las que estaban sometidos: “En diez u once horas solo descansas 30 minutos. No duermes bien, no comes bien, estamos en la calle”.

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Con tan solo 16 años, Keita Baldé hizo las maletas y se fue de casa en busca de nuevos retos. Le fichó la Lazio, con la que, después de un año en blanco por cuestiones burocráticas y otro en el primavera, el filial, debutaría con el primer equipo ‘laziale’ un 15 de septiembre de 2013, ante el Chievo Verona. Tras aquello, otros 136 encuentros, con 31 goles en su haber, antes de fichar por un Mónaco campeón de liga que ese mismo verano vería cómo su mayor promesa, Kylian Mbappé, se iba al Paris Saint-Germain. “Estaban Falcao, Fabinho, Lemar, aún había jugadores de los que ganaron la liga que se quedaron. Pero al año siguiente yo me fui al Inter, Fabinho se fue al Liverpool, Lemar al Atlético, etc. Conocí otro tipo de fútbol, otro tipo de liga, y eso siempre hace bien”, recuerda Keita sobre su primera etapa en el Principado, donde volvería tras un año cedido en el Inter de Milán, en una temporada marcada por la pandemia del coronavirus.

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A finales de abril, después de más de un mes con la vida, y el fútbol, parados, con la persiana bajada, desde el gobierno francés se anunció el fin de las competiciones deportivas del país, incluida la Ligue 1. Todos a sus casas, todos encerrados. Y fue entonces, en medio de un confinamiento mundial, cuando las vidas de Keita Baldé y Serigne Mamadou cruzaron sus caminos. “Internet es un desastre para según qué tipo de cosas. Para otras, es perfecto. Hay mil vídeos que, a lo mejor, los empiezo a ver y los cambio. Y en ese, no sé por qué, me quedé mirando y mirando. Estaba con los auriculares. Más concentrado. Hasta el final. Hablaban Paco León y Serigne, que aún no lo conocía. Vi que se expresaba muy bien, que hablaba muy bien el español. Sabía que no era ninguna tontería lo que decía. Estaban hablando de la vida, del trabajo. Me quedé mirándolo en shock. Muy emocionado. Muy tocado por lo que estaban sufriendo Serigne y los demás”, explica el hoy futbolista de la Sampdoria acerca del momento en el que conoció la historia de los temporeros de Lleida.

“Tenía clarísimo que algo iba a hacer. Clarísimo. Al 100%. Aunque no sabía ni el cómo ni el qué”. Y empezó su movilización. Habló primero con Serigne para conocer a fondo cuál era su situación. Más tarde, le contactó Nogay Ndiaye, profesora de secundaria y activista antirracial ilerdense, de padre senegalés y madre catalana, quien le puso al corriente de todo: “Era la que mejor me lo podía explicar. Y le dije que me ofrecía a darles un sitio donde dormir, comida y algo de ropa. Me comprometí a echarles una mano con esas tres cosas”. Dicho y hecho. Poco tiempo después llegó a Lleida un cargamento de camisetas, pantalones, sudaderas y demás para los temporeros: “Tenía una marca de ropa, pero la cerré. Y con toda la ropa que tenía en el stock, en mi casa, dije: ‘Ya sé qué hacer’. Tenía la intención de enviarla a África, pero, con todo lo que había pasado, dos amigos míos alquilaron una furgoneta desde Barcelona, cargaron todo, la llevaron para Lleida, y la distribuyeron”. Después de enviarles ropa, también se aseguró de que les llegara comida. El último paso, un lugar en el que hospedarse, la tercera pata de la silla, resultó más complicado. “Los hoteles sabían de su situación, y también que había una persona que les podía ofrecer la posibilidad de dormir en un sitio, y que ya tenían todo pagado, pero no querían alquilar. Primero hicimos lo de la ropa. Luego, lo de la comida. Pero la cosa más importante era, creo yo, dónde poder estar y dónde poder dormir. Eso se nos alargó un poco. No encontrábamos un sitio; un lío por aquí, otro por allá… Bastantes piedras en el camino. A uno le pone un poco triste, cuando quiere ayudar, ver cómo está el panorama de hoy en día”. Todo eran pegas, impedimentos, obstáculos, puertas cerradas; “llámalo miedo, llámalo racismo, como tú quieras. Yo no le pondré nombre”.

 

“Ya estamos en mayo otra vez. Con lo mismo. ¿Y qué hacemos? ¿Rezamos para que venga otro Keita para ayudar? Creo que hay que tener más organización y buscar más soluciones”

 

Finalmente, Keita, Nogay, Serigne y el resto de implicados, consiguieron un alojamiento para ellos a mediados de junio. “Me quedé loco. Pensativo. Creo que llevo casi tanto tiempo en Italia como en España. Y tengo que venir yo desde Mónaco para solucionar un problema de Lleida. Si yo no veía ese vídeo, ¿qué pasaba? Estarían aún en la calle. Nadie hablaba de eso, no pasaba nada”, apunta Keita Baldé sobre la nula movilización de las instituciones con relación a la situación de los temporeros antes de añadir que, gracias a su profesión, quizá pueda “llegar a tener más poder que alguien que esté en el ayuntamiento de Lleida. He podido dar más económicamente que uno que está trabajando ahí. Así de claro. Nadie me ha dado nada a mí. Es de mi bolsillo. Se lo quito a mi hijo para dárselo a otra gente que ni conozco, no los conocía. Sí, son senegaleses. Pero no sabía quiénes eran. Y eran 200. No 20. 200. Hay algo que no va bien. Yo me siento un momento y pienso: ‘¿Quién soy yo? Si soy un niñato de 25 años que juega al fútbol’”. Un ‘niñato’ que movió tierra, mar y aire para que dos centenares de personas pudieran vivir en condiciones decentes, y no infrahumanas. Un ‘niñato’ que quiere que se deje atrás la estigmatización que hay sobre la figura de los futbolistas, a quienes muchos ven en una burbuja, alejados de la realidad; “si me siento a tomar un café con Raúl, Alberto y David, se darán cuenta de que soy un chico más normal que otro amigo suyo, si me ven comiendo un plato de pasta aquí, no dirían ni que soy futbolista. Quiero quitar esa etiqueta que nos pone la gente”.

Ha pasado ya casi un año de esto y el tiempo corre a contrarreloj para que vuelva la temporada de recogida la fruta. Y, como todos los años, vendrán centenares de africanos a nuestro país para ejercer de temporeros. “Ya estamos en mayo otra vez. Con lo mismo. ¿Y qué hacemos? ¿Rezamos para que venga otro Keita para ayudar? Creo que hay que tener más organización y buscar más soluciones”, reclama Keita Baldé. Harto de ver cómo se mira a otro lado en estas circunstancias. Cansado de que lleguen tantos africanos como él que no gozan de ningún privilegio, todo lo contrario. Él mismo lo dice: “Mi coche ha cambiado, mi casa ha cambiado, mi vida ha cambiado. Mi posición ha cambiado. Pero yo no”. Él, futbolista, famoso, rico, sigue siendo el mismo Keita que jugaba al fútbol por las calles de Santa Maria de Palautordera soñando con marcar goles como su ídolo Samuel Eto’o. Entonces, el problema es que el mundo le vea como una persona diferente.

 


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Fotografías cedidas por Informe+.

Jorge Giner
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