Todos los que tenemos la nacionalidad española sabemos que formamos parte de una monarquía constitucional. Nos guste o no, en nuestro carné de identidad pone (como dice más de uno) que somos súbditos del Reino de España. No obstante, nuestros esquemas mentales difieren de la retórica de esa vieja Europa, principesca y cancilleresca, por mucho que la prensa del corazón y otros medios muy influyentes intenten presentar una renovada vida cortesana en color de rosa. Es verdad que, simbólicamente hablando, es mayor la distancia que separa a los franceses de sus antiguas cabezas absolutistas, por terrorífico que suene. No es menos cierto que al otro lado del Canal de la Mancha, son escasas las millas que unen a los anglosajones con su pasado regio. Es gracias, en parte, a que la monarquia británica se acogió a tiempo a lo de: ‘Rex regnat et non gubernat’. Una sentencia anacrónica que leí en un artículo de Alfred López, en los periódicos impresos del 20 minuts que solían repartir antes de entrar en el subsuelo. Sí, como divulgó el citado periodista hace cerca de una década, esta frase fue pronunciada por el canciller polaco Jan Zamoysky a finales del siglo XVI, en un enfrentamiento dialéctico con el rey Segismundo III, en lo que era entonces el parlamento de la Mancomunidad de Polonia-Lituania en esa suerte de República de Dos Naciones. Sí, los ingleses van por delante en todo, fue así en el pasado, cuando los teníamos en la retaguardia concediendo patente de corso a piratas como Francis Drake y sucede hoy en día, en el presente, cuando dan títulos nobiliarios a sus más ilustres artistas e intelectuales: Sir Rowan Atkinson, sin ir más lejos.
En el Slovan Bratislava juega un tal Vlad Weiss, jugador que, a sus 34 años, luce orgulloso la misma cara de niño y la misma cabeza descubierta que brilló bajo los focos de Cornellà-el-Prat junto a Coutinho, ambos por los extremos
Pero piensen en Charles, el que fue tanto tiempo príncipe de Gales, y el cual, muchos años atrás, cuando nadie creía que heredaría la Corona, fue reclamado por, ni más ni menos, que los monárquicos checos que ya he invocado en alguna ocasión. Sospecho que los partidarios de la restauración del Antiguo Reino de Bohemia desconocían que en el Športový klub Slovan Bratislava futbal juega un tal Vlad Weiss, jugador que, a sus 34 años, luce orgulloso la misma cara de niño y la misma cabeza descubierta que brilló bajo los focos de Cornellà-el-Prat junto a Coutinho, ambos por los extremos. Nada se parece el eslovaco a su tocayo principesco de los Cárpatos: Vlad Tepes, convertido en Conde Drácula por un Bram Stoker, el gran escritor que nunca pisó el sur de la moderna Rumanía, como Julio Verne, vaya, que no salió de su pueblo y recorrió 20.000 leguas de viaje submarino. En todo caso, Tepes fue un personaje histórico que defendió despiadadamente las fronteras del Principado de Valaquia frente a las ordas otomanas. Seguramente los turcos de aquella época no fueran angelitos, pero desde luego el príncipe Vlad no se ganó el sobrenombre del empalador por recolectar setas en los bosques de Transilvania, valga la redundancia. Vlad III (su padre y actual entrenador es el segundo; y su abuelo, que también jugó en el club, el primero), el de Bratislava, esa ciudad que en otra época formó parte del Imperio Húngaro, es otro tipo de príncipe, más civilizado, por suerte para sus rivales, que como mucho pueden apodarle ‘El encarador’: por lo peligrosos y mortiferos que siguen siendo sus regates para los defensas de la liga eslovaca; tanto cuando parte de las fronterizas bandas como cuando lo hace desde el centro del terreno de juego. Pero si algo destaca en Vlad Weiss, a diferencia de otros treintañeros con los que comparte profesión, es su eterna juventud y su larga carrera, características que nos permiten ver que la promesa del este, que jugó en Inglaterra, Escocia, España, Italia, Grecia o Catar y que volvió a Eslovaquia sin reinar en ninguno de sus equipos, es y ha sido siempre: ‘El pequeño príncipe a orillas del Danubio’.
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