Hay libros que son chispazos en una habitación a oscuras. Estos días he leído Pelota sudaca (Impedimenta). En él, Jerónimo Parada y Andrés Santa María confeccionan biografías ficticias para los grandes mitos del fútbol latinoamericano. Como si la marmita del realismo mágico se hubiese derramado al fin sobre el terreno de juego, los escritores moldean las vidas de algunos genios que, por otra parte, ya se distinguieron por hacer cosas inexplicables sobre el césped. Una de las leyendas reconstruidas es la de Gabriel Omar Batistuta, delantero argentino que marcaba goles con la facilidad con la que Dylan se encendía cigarrillos y cuya famosa melena refulgía en el área como una llama ondeada por el viento. Muchos años después de haber llegado a la cima, ya retirado, Batistuta entró un día a un hospital suplicando que le arrancaran las piernas. Por culpa de las lesiones que sufrieron en los campos, sus tobillos estaban condenados para siempre, y un dolor insoportable regresaba como un boomerang
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Fotografías de Getty Images.
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