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¿Quién quiso joder a Batistuta?

Hay libros que son chispazos en una habitación a oscuras. Estos días he leído Pelota sudaca (Impedimenta). En él, Jerónimo Parada y Andrés Santa María confeccionan biografías ficticias para los grandes mitos del fútbol latinoamericano. Como si la marmita del realismo mágico se hubiese derramado al fin sobre el terreno de juego, los escritores moldean las vidas de algunos genios que, por otra parte, ya se distinguieron por hacer cosas inexplicables sobre el césped. Una de las leyendas reconstruidas es la de Gabriel Omar Batistuta, delantero argentino que marcaba goles con la facilidad con la que Dylan se encendía cigarrillos y cuya famosa melena refulgía en el área como una llama ondeada por el viento. Muchos años después de haber llegado a la cima, ya retirado, Batistuta entró un día a un hospital suplicando que le arrancaran las piernas. Por culpa de las lesiones que sufrieron en los campos, sus tobillos estaban condenados para siempre, y un dolor insoportable regresaba como un boomerang

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maligno en cada mínimo movimiento que intentaba el exjugador. Los doctores, que ya no podían curarle, le ofrecieron algunas soluciones menos dramáticas para calmar el tormento, aunque la escena tuvo que ser impactante: el mismo ariete felino que tantas vidas había alegrado con sus remates, ahora les rogaba un milagro para salvar la suya. ¿Cómo podía explicarse esa miserable maniobra del destino? ¿Quién quería joder a Batistuta? En su libro, Parada y Santamaría juegan a encontrar un culpable, y regresan a esas tardes adolescentes en las que el santafesino todavía se decantaba por el baloncesto, hasta que en una de ellas, fruto de la impotencia, le propinó un patadón a la pelota naranja que despertó su verdadera vocación y al mismo tiempo indignó a uno de sus compañeros, que le lanzó una maldición irrevocable. La literatura es el lugar al que acudimos cuando no encontramos respuestas para las preguntas más insoportables. Es imposible entender por qué aquello que nos hace felices, a la vez, tarde o temprano, nos acaba puteando. Por qué cada placer tiene su reverso oscuro. Si toda la comida que está rica engorda, o las mejores noches de tu vida desembocan en una resaca inaguantable, ¿cómo iba a librarse del mal un tipo que tuvo la suerte de ser el mejor goleador del mundo? Hay misterios que te hunden en un mar de dudas. Son los mismos que te empujan a seguir braceando.

 


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Fotografías de Getty Images.

Marcel Beltran

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