Confiesa Pedro Juan Gutiérrez en Diálogo con mi sombra que sus ídolos literarios son Juan Rulfo y Ernesto Sabato, porque siempre paraban de escribir cuando había que hacerlo. Sin manías, sin egos. Según su opinión, delante de un folio, hay que hacer como ellos: “Escribir solo lo absolutamente imprescindible, lo que sale de las entrañas. No más. No aburrir a los lectores con tonterías. No molestar. No llamar la atención. No añadir más confusión al caos”. Y eso incluye, en el caso de que no surja nada, dejar la hoja en blanco, porque pocos ruidos suenan peor que las palabras de un autor cuando no sabe qué decir y aun así dice. Últimamente estoy agobiado. Sospecho que el mundo me sugiere que, si quiero ser escritor, tengo que aprovechar cada minuto disponible para escribir de casi cualquier cosa; pero aun así, al mirar adentro para buscar las palabras, me encuentro con el escenario opuesto: un piso vacío con los plomos bajados y las ventanas tapiadas. Quizá por eso me alivia descubrir los casos de Gutiérrez, Rulfo o Sabato. Quizá por eso me jode saber que Marco Reus ya no será jugador del Borussia Dortmund el próximo curso. Reus creció siendo socio del Dortmund, y después de una aventura forzada en el Mönchengladbach, al que recaló porque el club de su vida le dijo que no le veía futuro, regresó a casa y encadenó 12 temporadas seguidas vistiendo el mismo color amarillo. Durante ese tiempo, descartó jugar en equipos más grandes, tener a compañeros más buenos, ganar títulos más importantes. Prescindió del Excel y de actualizarse LinkedIn. Se olvidó de la hiperproductividad y de las listas de tareas pendientes. Eligió ser la Resistencia, el Anti-Llados. Hizo lo contrario que se espera hoy de los triunfadores: tomar decisiones arriesgadas, salir de la zona de confort, vivir a toda pastilla, conocer a gente nueva, pensar en el futuro. Y aun así, triunfó. Porque fue feliz y, a su vez, nos ayudó a serlo a los demás, especialmente a aquellos que nos damos de hostias con nuestras ambiciones. Reus se va, pero quedará su huella. Una marca en el camino para recordar que entre vencer y fracasar, existe una tercera opción: estar en paz con uno mismo. Su carrera es un desahogo y una invitación a relativizar. Como aquello que decía a la prensa Salvatore Schillaci, el ariete de Italia en el Mundial de 1990, cuando atravesaba una mala racha goleadora: “Ser delantero se ha convertido en un oficio difícil, pero siempre será mejor que trabajar”.
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Fotografía de Getty Images.
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