Nigeria 3-2 Argentina
Final Juegos Olímpicos – 03/08/1996
Sabford Stadium, Athens
Este artículo está extraído del #Panenka100, un número que sigue disponible aquí
A finales de 1995, el mundo torcía el gesto al mirar hacia Nigeria. Ken Saro-Wiwa, activista y escritor, había alzado la voz ante los atropellos de la dictadura de Sani Abacha, que se llenaba los bolsillos a cambio de que multinacionales petroleras destruyeran el delta del Níger. Ken, de etnia ogoni, lideró el Movimiento para la supervivencia del pueblo ogoni, en pie contra la destrucción de sus tierras. La respuesta de la dictadura militar fue férrea y violenta; dejó miles de muertos y terminó con el intelectual y candidato al Premio Nobel en la horca.
La repulsa internacional por la ejecución, liderada por la nueva Sudáfrica de Nelson Mandela, puso presión sobre el régimen, que reaccionó llamando a sus futbolistas al boicot de la Copa de África, que se iba a disputar desde enero de 1996, precisamente en el país sudafricano. El campeón no iba a poder defender el título, y entre la ciudadanía nigeriana, la incomprensión se mezclaba con la rabia. Mientras, en el equipo nacional reinaba la incertidumbre.
Menos de un año después, los chicos de la selección olímpica de fútbol estaban jugando el partido por la medalla de oro de Atlanta’96. Ante una Argentina temible, habían reaccionado dos veces a un gol rival, y resistían, 2-2. Ya encaminados a la prórroga, las ‘Súper Águilas’ iban a tener una última opción, con una falta lateral.
Rival tras rival, todos cedían ante el entusiasmo de un equipo técnico, rápido y alegre. Los meses que había vivido el país, y por ende su fútbol, deberían haberlos deprimido y, sin embargo, de esos jugadores brotaba alegría
¿Cómo habían llegado hasta ahí, lastrados por la falta de ritmo competitivo, por los problemas económicos que casi provocan la dimisión del seleccionador, Jo Bonfrère; por situaciones tan rocambolescas como tener que pagar de su propio bolsillo los trayectos al campo de entrenamiento? ¿Cómo se las habían apañado para remontar en las semifinales un 3-1 ante una Brasil estelar, con nombres como Ronaldo, Rivaldo y Roberto Carlos? ¿Cómo se entiende que el talento de Kanu, de Okocha, de Babayaro o de Babangida los cogiera por sorpresa?
Rival tras rival, todos cedían ante el entusiasmo de un equipo técnico, rápido y alegre. Los meses que había vivido el país, y por ende su fútbol, deberían haberlos deprimido y, sin embargo, de esos jugadores brotaba alegría, esperanza verde. El centro lo puso Oruma, y Amunike, solo ante una torpe ejecución argentina de la estrategia del fuera de juego, hizo el 3-2. Final, oro, y el mundo que ahora sonreía al mirar a Nigeria. Porque su fútbol, nacido de la superación, era lo opuesto a la barbarie: una expresión pura de libertad.
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