Este texto es el editorial con el que abríamos hace el #Panenka24 (2013), nuestro número sobre el Atlético
Alfred Hitchcock, que fue quien acuñó el término, decía que un MacGuffin era aquel elemento que permitía que la trama y los personajes de una película avanzasen aunque el elemento como tal no tuviera nada que ver con el relato principal. Un hilo argumental que, en el fondo, no tiene relación con el argumento.
Quizá algún ejemplo ayude a clarificar el concepto. En el inicio de Grease, Sandy llega al instituto de Danny porque, de golpe y porrazo, su familia, que debía irse a vivir a Australia, ha decidido quedarse en Estados Unidos. ¿Por qué? Nadie lo sabe. ¿Importa? Pues no, pero es el pretexto argumental que justifica tanto la película como el acento australiano de Olivia Newton-John.
En Las brujas de Zugarramurdi, los infelices protagonistas acaban topándose con un ejército de hechiceras en un recóndito bosque de Euskadi cuando huyen de un atraco en el que han robado 25.000 anillos de oro. De golpe, el botín deja de ser algo trascendental en la trama y, en vez de joyas, podrían haber sido billetes o riñones que la película hubiera funcionado igual de bien (o de mal).
Vienen a cuento tantas divagaciones sobre el celuloide porque difícilmente exista un club en España tan cinéfilo como el Atlético de Madrid. A una lista de célebres directores como José Luis Garci, David Trueba o Fernando León de Aranoa, se une la figura del presidente Enrique Cerezo, el productor que, hace más de una década, no encontró mejor manera de romper la maldición liguera ante el Real Madrid, y de promocionar de paso el último film de Álex de la Iglesia, que llevarse a toda la plantilla al estreno de Las brujas de Zugarramurdi dos días antes de imponerse en el Bernabéu. Por no hablar de los memorables spots engendrados por la agencia publicitaria Sra. Rushmore, los que eligieron para su logo el entrañable rostro de Dody Goodman, la señorita Blanche, secretaria del instituto Rydell de Grease.
Cualquier aficionado colchonero es capaz de recitar del tirón una ristra de conceptos que le unen con su compañero de asiento en el estadio rojiblanco o con el aficionado atlético más remoto
En uno de los primeros de esa serie de míticos anuncios promocionales se lanzó la pregunta existencial que explica el universo rojiblanco. ¿Por qué somos del Atleti? Para la cuestión no existía hasta hace poco una respuesta consensuada. Ni los propios interesados eran capaces de encontrar un argumento común. El Atleti era una actitud vital, una herencia, una terapia, un ejercicio de fidelidad, un vicio masoquista… Un intangible emocional en el que el fútbol funcionaba como truco, como engaño, como excusa… como MacGuffin.
Con Simeone, el enigma ha dejado de ser tal. Cualquier aficionado colchonero es capaz de recitar del tirón una ristra de conceptos que le unen con su compañero de asiento en el estadio rojiblanco o con el aficionado atlético más remoto. Orgullo, sacrifico, equipo, fe…
¿Y como MacGuffin? Ningún atlético necesita ahora hablar de un MacGuffin.
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Fotografía de Getty Images.