Hubo un tiempo, pasado pero no remoto, plagado de talentos perdurables y trascendentes que formaban parte de un juego del fútbol muy diferente al de hoy. Y no porque éste fuese distinto, pues es el mismo que el de ahora a excepción de las normas que lo reglan, sino porque éste será lo que quieran sus jugadores y aquel lo jugaban otras personas, con otras ideas, otras sociedades, otras culturas y en otros tiempos, y por tanto se interactuaba, se razonaba y se pensaba de manera diferente. De aquel tiempo se dice que el talento era más libre, que no dependía tanto del físico y que se apoyaba con mucha más frecuencia en cosas que la nostalgia destapa como anhelos de lo que ya no es. Pero muchas de esas cosas no son ciertas o, al menos, no cuentan toda la verdad. Toni Kroos (Greifswald, Alemania, 1990) lleva más de diez años contándonos cómo se piensa el juego del fútbol hoy a diferencia del pasado y por qué él, un jugador que no es bueno haciendo cosas por su cuenta (sic, 11-07-2023 en ‘El País’) ha podido -acercándose ya a ser pasado, qué crueldad de tiempo verbal-, dominar todos y cada uno de sus resortes, sus espacios, su lenguaje y su dinámica.
Toni Kroos nace al mundo unos pocos meses antes de que la Alemania entrenada por Franz Beckenbauer levante la Copa del Mundo de 1990. El fútbol de los centrocampistas que va desde cualquier punto anterior hasta ese justo momento, se piense bien en la propia nación germana, bien en Italia, Inglaterra, Brasil, Países Bajos, Argentina o España, estaba irremediablemente ligado al movimiento y a la acción, es decir, a hacer muchas cosas por cuenta propia. En aquella selección campeona, la nómina de centrocampistas no puramente defensivos la componían Lothar Matthäus, Pierre Littbarski, Thomas Hassler, Olaf Thon o Andy Möller. Antes o junto a ellos, Alemania recordaría también y para siempre a Gunter Netzer, Wolfgang Overath o Bernd Schuster. Todos ellos, a diferentes niveles, trasladaban el balón hacia su objetivo -compañero o portería- de dos formas: a través del golpeo, con un desplazamiento en largo extraordinario y un demoledor disparo lejano autóctono, o desde la conducción y el recurso individual como forma de progresión, esto es, “yo llego hacia a un punto, compañero o portería, arrancando, frenando, cambiando de dirección y volviendo a arrancar”. Surgían paredes y asociaciones, claro, pero el fútbol que jugaban aquellos hombres entendía la posesión del balón como una sucesión de cambios de ritmo, acciones explosivas y grandes dosis de talento individual nacidos de la propia iniciativa del sujeto en su interacción con el balón por delante de su interacción con el juego en su conjunto que entendemos y pensamos hoy.
Kroos lleva más de diez años contándonos cómo se piensa el juego del fútbol hoy a diferencia del pasado y por qué él ha podido dominar todos y cada uno de sus resortes, sus espacios, su lenguaje y su dinámica
A partir de ese momento comienzan a sucederse una serie de ideas, reglas, circunstancias y decisiones que dan lugar a una nueva forma de jugar y, por tanto, una nueva forma de pensar colectivamente el fútbol más o menos reciente o contemporáneo. Paulatinamente, y mezclando causas con consecuencias, aparece la nueva regla del fuera de juego, la defensa zonal, los perfiles defensivos, la calidad y menor altura del césped, la prohibición de la cesión al portero, el control con la pierna alejada, el pase corto como vehículo y traslado de la pelota hacia los objetivos, la organización del espacio y la confrontación de estructuras. Los equipos pasan a ser, lustros después, bloques unitarios que responden a un modelo de juego y una idea conjunta de conductas y comportamientos, por lo que la forma de interactuar, el lenguaje que comunica a unas personas con otras dentro de ese juego, cambia de una forma desconocida hasta el momento. La iniciativa individual y la creatividad de lo inesperado que surgen de esa relación del individuo con el balón se mantiene, pero con menor frecuencia entre los centrocampistas, dando paso al jugador-cerebro. En el fútbol europeo, unos años después, los mediapuntas clásicos o número ‘10’ pasan a ser mediocentros o interiores de posesión (Pirlo, Kroos, Xavi, Verratti, Koke, Mac Allister). Se suceden los triángulos, el tercer hombre o la presión en posiciones intermedias y, por tanto, los centrocampistas comienzan a hacer menos cosas por su cuenta y mediante su cuerpo, mientras construyen equipos para derrotar al azar sirviéndose de la mente.
Tras la hegemonía de la España tiránica en la que se alcanzó una distopía, la no pérdida de balón, aparece Toni Kroos junto a la evolución que Alemania había experimentado previamente. A las órdenes de Jupp Heynckes en el Bayer Leverkusen, Kroos es, en origen, un centrocampista ofensivo de gran disparo que incide principalmente en la frontal (¿les suena?), pero pronto, bajo el mando de Guardiola y tras su llegada a Madrid, retrasa su posición. Pep percibe que su primer control y calidad de pase están muy por encima de la de los demás y, en un clásico movimiento de su universo futbolístico, lo retrasa en el campo de manera espacial y, aún más importante, lo coloca por detrás del balón en todo momento como aspecto transversal. Es en ese instante cuando el fútbol de los mejores centrocampistas europeos ha cambiado para siempre: que sobre la vertical del campo, de portería a portería, se sitúe por detrás del balón al jugador más preciso, preclaro y presente de todos, con tal de poder habilitarle una panorámica del mayor número de jugadores posibles, compañeros y rivales, y la mayor cantidad de terreno por ver y dominar. Nace el pensador desde el que contrarrestar todo tipo de alturas defensivas y presiones intensas. Sube líneas el rival, baja metros Toni Kroos. Entre medias, el balón.
No existe ni una sola acción irracional en el fútbol de Toni Kroos. Todo está en la mente del número ‘8’. Y en el campo resulta abrumador
Bajo esta premisa, han existido multitud de centrocampistas organizadores fantásticos, algunos mejores que Kroos en algunos aspectos concretos, que han crecido, competido y aprendido a jugar el fútbol de ese modo: dar más de 100 pases cada día, domesticar la física del balón para rasearlo a una velocidad adecuada o distribuir el juego teniendo, por norma, tomada la decisión antes de recibir el balón que después de hacerlo. Pero Kroos ha alcanzado alguna estrella más lejana en dicha y metafórica ascensión. Gonzalo Vázquez habla en su reciente libro Viaje al centro de la NBA de la diferencia empírica, inmesurable, de ver el baloncesto por televisión a verlo desde la grada. Gonzalo profundiza con su vida en un deporte que es vértigo, velocidad, intercambio de posesiones y ‘goles’ constantes. Su sensación es que, a diferencia contraria de lo que ves en la TV, en el campo firmas un pacto: renunciar al análisis, por la velocidad a la que transcurre todo, para abrazar un éxtasis. En el fútbol, y con Kroos, sucede exactamente lo contrario, o cuanto menos acontece una situación algo paradójica: en el campo recibes más éxtasis que en el sofá, pero también dispones de una mejor ubicación para el análisis, pues el plano de TV limita diversos factores.
Los que hemos tenido la suerte de ver en numerosas ocasiones a Toni Kroos y sentir su influencia en el juego podemos afirmar que la realidad cambia. Hay un hombre que modifica la dinámica interna del juego y extingue el factor ambiental en cancha ajena. Ese jugador decide en qué distancias van a jugar su rival y sus compañeros, hacia donde se va a dirigir la escena, qué se va a evitar -listo- y qué se va a solucionar -inteligente-. Percibes que la pelota viaja cargando el ambiente, definiendo la intensidad del juego de élite, combinando precisión con anticipación. Kroos no puede hacer cosas inverosimiles por si mismo que invaliden cualquier proceso de cognición. Todas sus virtudes, a excepción de una técnica de pase extraída de las entrañas del snooker, se han construido por un proceso de reconocimiento: percibir, sentir, procesar y tomar una decisión. No existe ni una sola acción irracional en el fútbol de Toni Kroos. Todo está en la mente del número ‘8’. Y en el campo resulta abrumador.
Entre las grandes cualidades que le diferencian de otros centrocampistas organizadores, es obligatorio mencionar su inhibición motora, una clave primordial en el fútbol de acosos, presiones altas y búsquedas del detalle. Esta cualidad, que adquirimos desde niños, se define como la capacidad del individuo de inhibir su comportamiento ante un estímulo, lo que facilita acciones flexibles. De este modo, ante un estímulo sobrevenido, que no es otra cosa que el acto primario de un juego, tú ya descartas y eliges; sabes a qué no hay que prestar atención y cómo responden tus músculos y tu cuerpo para realizar una acción no sólo técnica sino intelectual. Hay que darse cuenta del valor y alcance de esta cualidad en el alemán, teniendo en cuenta que es un futbolista de traslado corporal lento, que no es ágil, ni escurridizo, potente o rápido, es decir, que no puede valerse por sí mismo a nivel físico para solucionar un problema como si hacen otros jugadores extraordinarios. Esa inhibición motora, la que reprime respuestas del cuerpo, se relaciona con la inhibición cognitiva, con la que descartamos información no relevante o peligrosa para la decisión, quedándote, en fracciones de segundo, con la opción más eficiente y, en muchas ocasiones, la que menos espera el rival que vas a acometer. Como ver a un tío ganando peleas a base de esquivar golpes y colocar elementos con los que el otro termine cayendo por un precipicio.
Kroos es uno de esos futbolistas que parecen más grandes de lo que son cuando son capturados por una cámara; sólo tienes que seguir sus pasos hacia el córner para notar su trascendencia
El catálogo de jugadas mentales de Kroos tienen mucho que ver con aquello que decía Roberto De Zerbi sobre cómo jugar ante una presión concreta del rival que orienta tu salida hacia donde le interesa. El italiano utilizaba en su discurso un argumento contraintuitivo para expresar su negativa a jugar al lado abierto, allí donde el rival quiere que vayas. “No, no hay que llevar la pelota allí donde no haya gente sólo porque lo quiere el oponente; yo decido hacia donde juego”. En el manual lúdico de Kroos puedes encontrar de todo, pero su capacidad para inhibir información del rival sería una de esas reliquias o sudarios si el fútbol fuera una religión que trata de contarle al mundo la existencia de Dios a través de sus milagros. Su talento perceptivo para anticiparse al correr lógico del fútbol e insistir y progresar por el lado aparentemente más cerrado, a tiempo entre la invitación a buscar el espacio libre, el comienzo de la basculación del rival y el engaño, es el legado inmaterial de una mente tan sencilla como superior; un golpetazo tremendo para quienes definen el fútbol como un juego insignificante.
Todo esto sólo forma parte de lo más objetivo, su trascendencia en la historia y su influencia sobre los demás. En el terreno de lo subjetivo entraríamos en lo que Antonio Damasio, neurocientífico, llama la amabilidad del cuerpo y cómo Kroos ha creado una fotogenia propia que ha elevado la importancia de su figura cuando es narrada visualmente. Kroos es uno de esos futbolistas que parecen más grandes de lo que son cuando son capturados por una cámara; sólo tienes que seguir sus pasos hacia el córner para notar su trascendencia, como aquellos planos de Robert Redford cruzando cualquier calle en el cine de los años 70. Su cadencia en el paso, su economía gestual, su ausencia de gesto o ánimo aparentes, su extrema concentración, su liderazgo colectivo, su diligencia y compromiso para arrimar el hombro, la sutilidad con la que se interpone entre dos compañeros imprecisos a los que calma las pulsaciones y los nervios o su forma de rebelarse contra el individualismo desde la defensa de un juego colectivo. Alguien al que le habría correspondido negarse a ceder sus derechos de imagen, impidiendo que se pusiera su nombre en la camiseta, otro signo de extrema egolatría desde que el fútbol es negocio. Todo esto añade una capa más de distinción que hace su huella tan eterna como profunda. Siendo el hueso que le da sabor al puchero, una de las mayores virtudes de Kroos es esconderse, literal y figuradamente. No se sabe qué piensa, usa pocas palabras, rara vez desvela sus pensamientos; no suele opinar, no da pistas, juega al enigma y con la apariencia, deja la duda sobre la mesa. Solo él es dueño de sus actos. Y son estos los que han creado un fútbol, el de los últimos 15 años, jugado por él, indudablemente mejor. Qué potra la nuestra poder haberlo visto.
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