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Una estrella roja contra el Tercer Reich

TEXTO DE ARNAU SEGURA 

La historia de Rino della Negra es la de un héroe francés, anónimo y silencioso, que compaginó su amor por el balompié con la resistencia armada contra la Alemania nazi hasta que fue capturado y fusilado en 1944.


15:29, 21 de febrero de 1944. Fuerte de Mont-Valérien, oeste de París. Cruelmente atravesado por las balas de las ametralladoras alemanas, el cuerpo sin vida de Rino della Negra cae al suelo junto a los de George Ferdinand Cloarec, Cesare Lucarini y Antonio Salvadori, tres compañeros de lucha de este joven incansable que acaba de ser fusilado por colaborar de forma activa con la Resistencia Francesa en su honrado objetivo de salvaguardar la libertad del país galo ante la barbarie del nazismo. Pero, citando una vez más a la incomparable V de Vendetta, ¿quién era realmente ese hombre?

Della Negra llegó al mundo el 18 de agosto de 1923. Nació en Vimy, un pequeño municipio del departamento norteño de Pas-de-Calais en el que sus progenitores, dos inmigrantes italianos, se habían asentado tratando de escapar de la Italia fascista de Benito Mussolini y de los temidos camisas negras de Il Duce, que se encargaban de atemorizar y de reprimir a los elementos más reivindicativos del movimiento obrero transalpino y que, precisamente por este motivo, tenían al padre de Rino en el punto de mira.

En 1926, cuando Della Negra tenía tan solo tres años, la familia emigró hacia la región de París y se instaló en Argenteuil, aquella población francesa que inmortalizó el célebre pintor impresionista Edouard Manet y que, por aquel entonces, acogía una importante colonia italiana en la que convivían más de 2.200 inmigrantes y en la que predominaba un profundo sentimiento antifascista. Fue allí donde Rino comenzó a alimentar su relación con las ideas de izquierdas, claramente hegemónicas en el cinturón rojo de París, y con el deporte rey.

De hecho, el joven Della Negra, que a los 14 años había empezado a trabajar en una gran empresa automovilística de Asnières-sur-Seine, “destacó bien pronto con el balón en los pies, jugando por las calles de su barrio, y sus habilidades no pasaron desapercibidas para el principal club local, la Jeunesse Sportive Argenteuillaise, donde se convirtió en un hábil extremo diestro que llamó la atención de algunos de los principales clubes de Francia de la época”, escribía el historiador Ramon Usall en las páginas de L’Esportiu de Catalunya en 2012.

 

En 1942 Rino se incorporó a las filas del Red Star, uno de los grandes equipos de la época

 

Al inicio de la temporada 42-43, Rino della Negra, un futbolista veloz y habilidoso, un jugador que, según cuenta la leyenda, en los primeros años de la ocupación nazi participaba en partidos contra soldados alemanes y después bromeaba diciendo que era la mejor manera que tenía de hacer frente al enemigo que le perseguía desde que era un niño; se incorporó a las filas de uno de los grandes equipos franceses de la época: el Red Star. No en vano, el conjunto de Saint-Ouen -una ciudad de 50.000 habitantes situada en el extrarradio de París- acababa de ganar su quinta Copa de Francia en tan solo 21 años (1921, 1922, 1923, 1928 y 1942).

Pero Rino y el Red Star no solo convergían por su condición de estar ambos en el primer nivel del balompié galo, sino que también lo hacían por sus inclinaciones políticas. Y es que, a pesar de su ideología manifiestamente conservadora, cuando Jules Rimet, su hermano Modeste y unos amigos crearon el club el 21 de febrero de 1897 en un pequeño café del centro de París, fijaron como una de sus principales razones de ser el fomentar la práctica del fútbol entre todas las clases sociales; una idea totalmente contracultural en una época en la que aún se defendía que el balompié tan solo debía ser por y para las élites. En medio de ese arcaico ecosistema, el Red Star era un elemento discordante y único.

Atraídas por el nombre del club y por la estrella roja que lucían en el pecho los futbolistas del equipo, las clases populares parisinas comenzaron a acercarse a un equipo que en la década de los 40 ya había tejido una gran conexión con el ideario de izquierdas, convirtiéndose en un club inequívocamente comunista, antifascista, solidario; en un club, en definitiva, que pretendía ser el representante y el referente de los obreros de la capital francesa.

Con todo, la relación entre L’Étoile Rouge y Rino della Negra no pudo durar tanto como ambas partes hubieran deseado. El joven jugador de Vimy, ese que había crecido entre fábricas y balones, tan solo estuvo seis meses en la entidad y ni siquiera llegó a disputar un partido oficial con el primer equipo, pero no fue porque no tuviera la calidad necesaria para competir en un conjunto de élite. De hecho, las pocas crónicas periodísticas que tuvieron tiempo de glosar su figura hablaban de un futbolista excelente. “Probablemente habría sido una estrella de la pelota redonda porque su clase era innegable. Jugador de una finura digna de Ben Barek, él era la gran esperanza audonniene, llegaría a asegurar Le Réveil. Y, en la misma línea, en 2004, Le Parisien afirmaba que Della Negra era un futbolista que “sabía cómo disparar con los dos pies, corriendo a toda velocidad, sacudiendo las redes”. “Era el mejor del equipo. Corría los 100 metros en once segundos. Cuando tenía el balón nunca podíamos atraparlo”, concluía hace unos años Dédé, excompañero de Della Negra en el Red Star.

 

“Probablemente habría sido una estrella de la pelota redonda porque su clase era innegable”

 

Como sucede tantas otras veces, el mito que se creó entorno al hombre hace difícil establecer un relato exacto. Sin embargo, y aunque la realidad parece que fue más modesta de lo que se puede extraer de estas bellas palabras, lo que es irrefutable es que la prometedora carrera futbolística de Rino se vio duramente afectada en octubre de 1942, cuando el Servicio de Trabajo Obligatorio (STO), un instrumento instaurado por el colaboracionista régimen de Vichy que permitió entregar unos 700.000 franceses al Tercer Reich en calidad de mano de obra barata, le comunicó que tenía que ir a trabajar a Alemania. “Era un gran mozo deportista que no tenía más que una ambición: convertirse en futbolista profesional. Obrero en la fábrica Chausson de Asnières, cuando recibió la convocatoria del STO, según su propio testimonio, solo pensó una cosa: ya no podría pasar sus tardes de sábado y sus domingos en el terreno de juego. Era la injusticia suprema”, destaca Philippe Ganier-Raymond en El cartel rojo.

Pero había otra opción: no aceptar lo inaceptable. Emulando con valentía a los numerosos jóvenes franceses que desoyeron el mandato del STO, Della Negra decidió quedarse y sumarse a la causa de la Resistencia Francesa, integrándose en el tercer destacamento italiano de la región de París de los Francs-tireurs et partisans – Main d’œuvre immigrée (FTP-MOI, en castellano: Francotiradores y partisanos – Mano de obra extranjera). Rino se unió al Grupo Manouchian, una cuadrilla que estaba comandada por el poeta armenio Missak Manouchian y que contaba con otros 22 miembros: ocho polacos, cinco italianos, tres franceses, tres húngaros, un armenio, un rumano y el español Celestino Alfonso.

 

“Combinaba las botas, el balón y la camiseta del Red Star con el fusil de resistente”

 

Tal y como apunta Ramon Usall, en 1943 el grupo “se convirtió en una verdadera pesadilla para los oficiales nazis”, emprendiendo casi un centenar de acciones con el objetivo de defender la dignidad de Francia y de atacar al Tercer Reich. Muchas de estas actuaciones contaron con la implicación de Rino della Negra, que “no abandonó la práctica del fútbol a pesar de su actividad clandestina y continuó vistiendo la camiseta con la estrella roja mientras preparaba las acciones armadas de la resistencia”. “Combinaba las botas, el balón y la camiseta del Red Star con el fusil de resistente”, subraya el historiador barcelonés, autor de dos libros sobre fútbol y política: Futbol per la llibertat y Futbolítica. “Era tal su pasión por el fútbol que a pesar de todo venía a jugar”, remarcaba en 2004 el capitán del Red Star en la temporada 42-43, Léon Foenkinos.

De hecho, Rino incluso podía hacer las dos cosas en un mismo día. En este sentido, en un artículo de L’Humanité que parece bailar sobre la fina frontera que separa la realidad de la leyenda, el autor francés Didier Daeninckx cuenta que justo después de consumar un ataque y de detenerse un instante con un niño que estaba jugando a fútbol para revelarle el secreto de su calidad –“es simple, bailamos juntos. Tienes que aprender la ligereza. El fútbol es aire. Observa un globo; vuela, rebota, gira. Cuando estoy en el césped es como cuando invito a una chica a la pista de baile. La guío suavemente… ¡Lo entenderás mejor cuando seas lo suficientemente mayor como para ir a un baile!”-; Della Negra acudió al estadio del Red Star para entrenarse con sus compañeros. “Eran casi las seis en punto cuando apareció. Foenkinos, el capitán, ya estaba cambiado. ‘Hola, Rino. Pensábamos que se te había olvidado la cita’. Tan pronto como estuvo solo en el vestuario subió a un taburete para ocultar su arma en un nicho detrás de uno de los armarios de metal. Se desnudó por completo, se dio una ducha fría y saltó al campo. Hizo algunas aceleraciones y se asoció al milímetro con su cómplice Gómez, con quien formó una formidable ala derecha”, narra Daeninckx.

 

El Grupo Manouchian era un faro de esperanza para la deprimida población francesa, pero de repente todo se truncó trágicamente

 

Bajo el sobrenombre Chatel y haciendo gala de su carácter comprometido, Rino participó activamente en el asesinato del general Von Apt, uno de los altos responsables del Tercer Reich en la Francia de Vichy, del 7 de junio; en el ataque a la sede de París del Partido Nacional Fascista Italiano del 10 de junio; y en el ataque a la caserna Guynemer de Rueil-Malmaison del 23 de junio. El Grupo Manouchian era a la vez un tormento para los alemanes y un faro de esperanza para la deprimida población francesa, pero de repente todo se truncó trágicamente.

Nervioso, Rino della Negra jugó un mal partido el día 12 de noviembre de 1943. “Falló dos ocasiones de oro, lo que causó el estupor en las gradas del estadio de Saint-Ouen. El equipo contrario aprovechó la confusión para marcar dos goles. Vuillemin, el entrenador, le cambió al principio de la segunda mitad. ‘¡Llegas tarde al entrenamiento y juegas como un hierro! ¡Espero que juegues mejor el domingo que viene!'”, relata Daeninckx. Pero ese imberbe muchacho de tan solo 20 años, el más joven de los integrantes del grupo liderado por Missak Manouchian, jamás volvería a saborear el placer de pisar un campo de fútbol.

Una vez sustituido, Della Negra “se vistió y se dirigió al Faubourg Saint-Antoine con su arma, sin esperar el final del juego. Además de a Rino, la nueva misión había movilizado a seis hombres: dos franceses, tres italianos y un polaco”. En esta ocasión, el objetivo era un convoy alemán repleto de francos franceses y de marcos alemanes estacionado delante del número 56 de la calle La Fayette. “Tuve un presentimiento mientras esperaba las armas. Había demasiado movimiento a su alrededor”, aseguraba en el propio L’Humanité Inés Tonsi, el enlace de Della Negra y una de las anónimas encargadas de hacer llegar al grupo el armamento imprescindible para acometer sus ataques.

 

“Tuve un presentimiento mientras esperaba las armas. Había demasiado movimiento a su alrededor”

 

Debidamente escondida, Tonsi presenció todo lo que ocurrió aquel fatídico día de 1943 en el que vio como Rino, un hombre que “no le tenía miedo a nada”, ese chaval que, según Philippe Ganier-Raymond, era “un especialista en acciones rápidas a pleno sol gracias a su velocidad loca”, era capturado por las fuerzas nazis. “Estaban escondidos en una sala, cerca de un café donde los dos transportistas estaban comiendo. Todo el resto del grupo estaba estacionado a lo largo de la Rue La Fayette para cubrir su huida”, expone Didier Daeninckx. Y continúa así: “Rino avanzó hacia la puerta giratoria y disparó tan pronto como el hombre de uniforme pisó la acera. Se inclinó para agarrar el maletín mientras el vaso explotaba a su derecha. Estaban disparando dentro de la cervecería. De repente, sintió una fuerte quemadura en el hombro. Su boca se volvió seca, áspera. De inmediato, sus piernas comenzaron a temblar. Se hundió. La última imagen que vio antes de perder el conocimiento fue la de su compañero de misión, que estaba corriendo bajo una lluvia de proyectiles. Después de unos minutos, los soldados le agarraron y le colocaron en la parte trasera de un camión cubierto mientras un destacamento sitiaba el sótano en el que su compañero se había refugiado”.

Los siete participantes en esa acción contra el convoy alemán fueron los primeros miembros del Grupo Manouchian en caer en manos de la Gestapo y de la policía política francesa, pero en los siguientes días los 16 restantes también fueron detenidos y la banda quedó completamente desarticulada. Después de tres meses de crueles torturas y de interminables interrogatorios, los 23 integrantes del comando fueron condenados a muerte.

 

“Besa a todos aquellos a quienes conocía bien. Y envía una salutación y un adiós a todo el Red Star”

 

Antes de que la sentencia fuese ejecutada, Rino della Negra tuvo tiempo de enviar dos emotivas cartas escritas con lápiz desde la cárcel de Fresnes. La primera de ellas fue para sus padres: “Queridos padres, dos líneas para deciros que estoy condenado a una pena muy fuerte. Siento mucho no haberos dicho nunca lo que hacía, pero era necesario. Haced como si estuviera en el frente, sed también tan valerosos como yo. Padre y madre, siempre fuisteis el paraíso para mí. Abrazo a todo el Argenteuil, desde el comienzo al final. Vuestro hijo querido que os quiere hasta el último minuto de su vida. Rino”.

En la segunda -y última- misiva, escrita pocas horas antes de ser fusilado y significativamente más larga que la primera, Rino dedicaba unas líneas a hacerle tres peticiones a su hermano menor con un mensaje tan tierno como inequívoco: “Besa a todos aquellos a quienes conocía bien. Ve al Argenteuillaise y abrázalos a todos, desde el más joven hasta el más viejo. Y envía una salutación y un adiós a todo el Red Star”. El balón había sido siempre su gran pasión, hasta el punto de que uno se imagina que les debió pedir a los bárbaros soldados alemanes que le silenciaron para siempre si, en el momento de disparar sus ametralladoras, podía tener un pie sobre la tierra de ese país por el que había sacrificado su vida y otro sobre un esférico, ese amor que había tenido que abandonar demasiado pronto.

A las 15:29 del día 21 de febrero de 1944, la Wehrmacht acabó con las vidas de George Ferdinand Cloarec, Cesare Lucarini, Antonio Salvadori y Rino della Negra (segundo por la izquierda), convirtiéndoles en cuatro de los 1.014 hombres que fueron ejecutados en Mont-Valérien entre 1941 y 1944.

La muerte de la totalidad del Grupo Manouchian fue muy utilizada por la Alemania nazi, incluso desde antes de los fusilamientos y de la decapitación de Olga Bancic, la única mujer de la cuadrilla. En este sentido, para desacreditar y criminalizar a los 23 combatientes extranjeros y para evitar que pudieran llegar a ser considerados héroes nacionales, en la primavera de 1944, la propaganda del Tercer Reich y la Francia de Vichy editó el Affiche rouge, un cartel en el que, sobre un fondo rojo, se podían ver las caras, los nombres y la nacionalidad de diez de los integrantes del grupo encima de unas fotos que pretendían ilustrar su maldad y sus delitos. La composición, de la que se distribuyeron unas 15.000 copias con la intención de hacer creer a la población civil que la Resistencia Francesa estaba encabezada por extranjeros, desempleados, marxistas, judíos y criminales que atentaban contra la soberanía nacional del país y contra su modo de vida; se completaba con dos frases contundentes: “¿Liberadores? ¡La libertad para el ejército del crimen!”.

Una de las curiosidades del cartel nace de la ausencia del nombre de Rino della Negra, que “no aparecía porque era ‘demasiado italiano’, y la Italia fascista era una firme aliada de los ocupantes nazis”, argumenta Ramon Usall. Con todo, a pesar de las intenciones de la propaganda alemana, “el cartel contra los resistentes y su posterior ejecución suscitó un efecto radicalmente opuesto al que buscaban las autoridades alemanas y sus colaboradores. Se despertó una corriente de simpatía entre la población por las actividades de la resistencia y por la implicación que tenían en esta los inmigrantes”, concluye el escritor catalán.

Seguramente, una de las pruebas más reveladoras del enorme respeto del pueblo francés por los actos del Grupo Manouchian la verbalizó el autor parisino Louis Aragon en el poema Strophes por se souvenir (1955, en castellano: Estrofas para rememorar). “Eran veintitrés cuando los fusiles florecieron. Veintitrés que entregaron sus corazones antes de tiempo; veintitrés extraños y sin embargo hermanos nuestros; veintitrés amantes de la vida hasta la muerte; veintitrés que gritaron ‘Francia’ al caer”; así terminaba un poema que se convirtió en un bello homenaje para unos héroes que hoy aún permanecen en la memoria del pueblo francés.

 

“Eran veintitrés cuando los fusiles florecieron; veintitrés que gritaron ‘Francia’ al caer”

 

De hecho, por el impacto de todo lo que hizo aquel escuadrón de los Francs-tireurs et partisans – Main d’œuvre immigrée, seguro que los franceses más mayores, como Léon Foenkinos, aún recuerdan qué estaban haciendo en el momento exacto en el que se enteraron del trágico final de los 23 resistentes. Según novela Didier Daeninckx en L’Humanité, en aquel preciso instante, el capitán del Red Star estaba disputando un partido de fútbol: “Fred Aston, el capitán del Racing de París, se inclinó hacia Foenkinos. ‘No veo a Rino en tu ala derecha. ¿Lo tienes en reserva?’. El silbido del árbitro interrumpió la conversación. 45 minutos más tarde, el césped se vació y los pocos cientos de espectadores fueron a por un refrigerio. Cuando regresaron a su lugar, Ribella [una mujer que, según algunas crónicas de la época, pudo haber mantenido una relación con Rino] e Inés Tonsi se levantaron. Antes de desaparecer, abrieron sus chaquetas y lanzaron unos papeles. El viento hizo girar una de las hojas, que se detuvo entre los dos capitanes. Aston recogió el folleto mal impreso. Debajo de la hoz y el martillo, un título: ‘Los soviéticos liberan Leningrado después de 900 días de asedio’. En la parte posterior, había una noticia que para ellos era aún más importante: ‘La semana pasada veintidós de los miembros del Grupo Manouchian fueron asesinados por los verdugos nazis. Entre ellos, Rino della Negra. La estrella del equipo de Saint-Ouen le dio un mensaje a su hermano: ‘Envía una salutación y un adiós a todo el Red Star”. Cuando el árbitro silbó para reanudar el partido, los dos capitanes se miraron. Los veintidós jugadores no se movieron. Hubo 45 minutos de silencio en Saint-Ouen, en memoria de los veintidós”.

Habiendo asumido, una vez más, la imposibilidad de separar la ficción de la leyenda en algunas fases del relato, lo que resulta innegable es que Della Negra fue una persona de una enorme trascendencia en dos de los personajes secundarios de la historia como Léon Foenkinos y Inés Tonsi, que en 2004 explicó que aún no había olvidado el instante de la detención de Rino. “Siempre tomo pastillas para dormir”, reconocía Tonsi, una mujer eternamente luchadora que, a pesar de su avanzada edad, también aseguraba que si fuera necesario volvería a comprometerse porque “es normal levantarse por la libertad”.

Léon Foenkinos e Inés Tonsi estuvieron presentes en los actos de homenaje del Collectif Red Star Bauer a Rino della Negra de 2004 y 2013.

Desde la profunda admiración hacia la persona de su excompañero de equipo en el Red Star, Léon Foenkinos admitía hace unos años: “Me encantaba ese chico, un italiano que defendió a Francia. No sabía que estaba en la resistencia, no lo supe hasta que fue asesinado en 1944”. Y, en otra entrevista, añadía: “No sabíamos nada. Él venía al estadio, se cambiaba, entrenaba y se iba. Nos daba la mano y siempre nos saludaba, pero no podía decir nada porque era peligroso. Nunca hablábamos sobre sus actividades porque sospechábamos que nuestro entrenador era un colaboracionista”. “¡Tienes que reunirte con el ayuntamiento para que le den una calle a Rino della Negra porque ese niño era un héroe! Debemos trabajar en eso”, concluía emocionado Foenkinos, que en 2004 y 2013 pudo encontrarse con Inés Tonsi en los emotivos homenajes que el Collectif Red Star Bauer organizó para recordar que “una estrella roja nunca muere”, tal y como rezaban los carteles de presentación de los actos.

Porque Rino della Negra nunca llegó a debutar con el primer equipo del Red Star y nunca llegó a convertirse en la estrella que tantos auguraban, pero ni una cosa ni la otra tienen ahora ninguna relevancia. “Él representaba los valores que nosotros apreciamos. Antirracismo y tolerancia, estas son las ideas que nos legó. Rino encarna una alquimia entre los dos elementos que nos preocupan: el fútbol y los valores humanos”, asentía Vincent Chutet Mezence, el presidente del colectivo, uno de los entes que jugaron un papel clave para que, después de sesenta años de olvido, el club recuperara la figura de Rino Della Negra y le convirtiera en su símbolo, en su gran emblema.

De hecho, las pancartas con su rostro siempre están presentes en el viejo Stade de France, conocido popularmente como Stade Bauer en referencia al médico Jean-Claude Bauer (1910-1942), fusilado en Mont-Valérien durante la ocupación alemana por colaborar con la Resistencia Francesa. Y, desde la tribuna Rino della Negra de ese modesto estadio que, según cuenta la leyenda, durante la Segunda Guerra Mundial sirvió como un escondite de armas para luchar contra el Tercer Reich, los aficionados del Red Star hacen bandera de la multiculturalidad y reivindican que 123 años después continúan existiendo, que L’Étoile Rouge, digna heredera del carácter luchador e incansablemente combativo de su futbolista más célebre, no ha sucumbido ante el implacable paso del conjunto que ha acabado convirtiéndose en su antítesis: el Paris Saint-Germain.

Y es que, aunque pueda parecer incomprensible, Della Negra es el mejor jugador de la historia del Red Star para los hinchas del club. No tienen ninguna duda de ello; Rino es su héroe, su referente vital. Saben que él, que sacrificó su vida tratando de doblegar la sucia bota del fascismo, es un elemento clave en la identidad de su equipo, y son plenamente conscientes de que su deber es conservar su legado, recordarle eternamente, reivindicar el valor de la memoria histórica y darle voz a esa frágil herencia para que no se pierda en los libros de historia y para que, tal y como rezaba el editorial de #Panenka72, dedicado al fútbol en el Tercer Reich, “el terror del nazismo no aparezca nunca más, contra nadie, en ningún lugar. Tampoco en el fútbol. Ni en sus gradas ni en sus calles ni en sus Mundiales ni en sus torneos de barrio”. Convencidos de ello, los aficionados del Red Star luchan en cada encuentro para dignificar el recuerdo de Rino della Negra, y afrontan la vida teniendo siempre presente lo que él les enseñó: que hay que resistir hasta el final. Resister jusqu’au bout!