La Liga de Campeones y la Copa de la UEFA de la temporada 96-97 tuvieron acento alemán, pero no bávaro BVB y Schalke 04 se impusieron en sendas finales a dos rivales italianos, dejando por el camino a varios clubes españoles Ottmar Hitzfeld y Huub Stevens llegaron sin hacer ruido a Renania del Norte-Westfalia y se marcharon como entrenadores de culto
Cierren los ojos e imaginen por un momento que Athletic Club y Real Sociedad se reparten la Liga de Campeones y la Europa League en menos de una semana de diferencia. O que los elegidos para levantar estos dos títulos son Valencia y Villarreal. Viajemos más al sur: pongamos que los dominadores europeos en un año natural son Sevilla y Betis.
Si han hecho bien el ejercicio, no les costará reproducir en sus mentes la explosión de júbilo que se viviría en el País Vasco, la Comunidad Valenciana o Andalucía con semejantes ingredientes. ¿Dos rivales históricos, orgullo de una región, compartiendo la gloria continental? No habrían portadas suficientes para destacar la efeméride. Pero, ¿dónde quedaría el campeón de liga -pongamos por caso que Barça o Madrid, tampoco abusemos de la ficción- en una situación como esta? Pues ya les anticipo que sin entrada para la fiesta.
Por increíble que parezca, todo esto ya sucedió. Pero no en España. Ocurrió en Alemania hace exactamente dos décadas. Si preguntan a cualquier aficionado del Bayern de Munich por la temporada 96-97, probablemente les contará que la segunda etapa de Trapattoni en el banquillo bien valió una Bundesliga, que Jürgen Klinsmann se despidió del club con honores (fue máximo goleador del equipo con 15 goles) y puede que hasta les recuerde (a modo de desagravio) que el Real Madrid (por aquellas fechas) también seguía contando (como ellos) Copas de Europa en blanco y negro.
Aquel lejano mayo de 1997 la Europa balompédica fijó sus ojos en el país teutón y, sin embargo, no encontró al todopoderoso Bayern de Múnich
Pero lo que seguramente no les detallará es que aquel curso terminó con fuegos artificiales al noroeste del país, concretamente en la Región del Ruhr, el área metropolitana más poblada de toda Alemania y, por unos meses, también la más laureada a nivel deportivo. Aquel lejano mayo de 1997 la Europa balompédica fijó sus ojos en el país teutón y, sin embargo, no encontró al gigante bávaro. Borussia Dortmund y Schalke04, algo más que vecinos y rivales, se habían puesto de acuerdo para coronar la cima.
BVB: la mano de Hitzfeld
Ottmar Hitzfeld llegó al banquillo del Borussia Dortmund en 1991. Lo hizo tras haber ganado un par de ligas y dos copas con el Grasshopper suizo, pero sin levantar demasiada expectación. A pesar de haber jugado en el Stuttgart en los años 70 y de haber defendido a la selección de Alemania Oriental en los Juegos Olímpicos de Múnich, lo cierto es que su figura se había diluido fuera de las fronteras germanas; en Suiza colgó las botas y en Suiza se inició como entrenador. Si la idea de regresar a su país natal pasaba por llamar la atención cuanto antes, la jugada le salió redonda. En la cuarta jornada de la Bundesliga, su equipo caía 5-2… ante el Schalke 04.
“Llevaba más de 20 años en Suiza, no sabía nada sobre Dortmund. ¡Nadie me había dicho que este tipo de partidos no se podían perder!”, reconocía en una entrevista a la ESPN. El técnico descubría, de golpe y sin anestesia, el verdadero significado del Revierderby, una rivalidad nacida en 1925 entre dos ciudades, Dortmund y Gelsenkirchen, separadas por apenas 35 kilómetros.
Pero ni aquel golpe hundió a Hitzfeld ni su equipo volvería a ser vapuleado en los siguientes duelos ante el eterno rival, que serían muchos y variados, fruto de la larga carrera que el preparador estaba destinado a realizar a las órdenes del BVB. Al contrario, Hitzfeld lograría, en su estreno, un subcampeonato inédito desde hacía casi tres décadas. Fue el preludio de un cuatrienio, el de 1992 a 1996, en el que el Dortmund llegaría a una final de la Copa de la UEFA y levantaría dos Bundesligas consecutivas. Para entender la magnitud de la gesta, cabe subrayar que el club solo había ganado el campeonato liguero en tres ocasiones, todas ellas antes de la reunificación alemana (1956, 1957 y 1963).
La Juventus no tuvo piedad del Dortmund en la final de la UEFA de 1993. Cuatro años más tarde volverían a medirse. Esta vez, en una final de la Liga de Campeones. Esta vez, con el equipo de Hitzfeld como dominador del fútbol germano
El equipo que le arrebató la UEFA en 1993 fue la Juventus, que con un global de 6-1 y la inspiración de Dino y Roberto Baggio, no tuvo piedad del cuadro alemán. Pero como el fútbol siempre brinda segundas oportunidades, ambos conjuntos volverían a medirse en 1997. Esta vez, en una final de la Liga de Campeones. Esta vez, con el equipo de Dortmund como dominador del fútbol germano.
Schalke 04: La oportunidad de Stevens
Aquel 5-2 que el Schalke 04 le endosó al Dortmund para darle la bienvenida a Hitzfeld se celebró en el Parkstadion como un título. No en vano, el club acababa de regresar a la Bundesliga después de tres años en la segunda división alemana, el máximo periodo consecutivo alejado de la élite. Si los 80 habían sido sinónimo de inestabilidad deportiva y económica, con la entrada de la nueva década el cuadro minero recuperó una tranquilidad que perdura hasta hoy. Nunca más ha vuelto a bajar de categoría.
Al regreso triunfal del Schalke 04 a la Bundesliga le siguieron años de pocos sobresaltos. Tres cursos consecutivos viviendo en la media tabla dieron un respiro a la afición del club de Gelsenkirchen. Pero cuando parecía que el conformismo se había adueñado del Parkstadion, volvieron los vaivenes emocionales. Esta vez, en positivo.
Como en su día hiciera con el Eintracht de Frankfurt, Jörn Berger había logrado, en la 95-96, un espectacular tercer puesto que daba acceso directo a la Copa de la UEFA. Hacía 20 años que el conjunto blanquiazul no jugaba en Europa. Sus últimas apariciones databan de los 70, donde en hasta dos ocasiones se quedó a las puertas de ganar su primera Bundesliga.
Cuatro días después de ganar al Roda y superar la primera ronda de la Copa de la UEFA, el Schalke despidió a su técnico y fichó al entrenador del conjunto al que acababan de eliminar. Una decisión que acabaría cambiando la historia del club alemán
Pero todas las sensaciones positivas que había dejado aquel curso, se esfumaron nada más iniciarse el siguiente. Tras un arranque decepcionante en cuanto a resultados, el conjunto minero decidió despedir al preparador alemán a finales de septiembre, pocos días después de eliminar al Roda holandés en la primera ronda de la competición europea. El escogido para sustituirle fue… ¡el propio técnico del Roda!, un Huub Stevens que aceptó, encantado, la propuesta.
La llegada del técnico holandés, como ocurrió en Dortmund con Hitzfeld, estuvo rodeada de interrogantes. Además de aterrizar con la temporada iniciada, pocos lo ubicaban en el panorama internacional. Entre sus méritos se contaban, básicamente, el subcampeonato liguero cosechado el año anterior con el modesto club neerlandés y varios años de experiencia en las inferiores del PSV.
Cosas de la vida, Stevens prolongaría su estancia en Gelsenkirchen hasta 2002, tiempo suficiente para que la afición minera lo reconociera como el mejor entrenador de toda su historia. El botín que dejó en las arcas del club tuvo algo que ver en la percepción de la hinchada: dos DFB-Pokal, un subcampeonato de liga y la joya de la corona, la primera y única Copa de la UEFA de la entidad.
La primera Champions del ‘General’
Tras caer en cuartos de final en la edición anterior, la Liga de Campeones 96-97 se presentó en la vida del Borussia Dortmund como una oportunidad para enmendar los errores del pasado. Con una disciplina marcial, fruto de la obsesión de Ottmar Hitzfeld por el orden y las matemáticas -solía reducir todas las variables tácticas y de rendimiento a números-, el campeón de Alemania se centró en la máxima competición continental desde el principio.
“Un equipo poco estético pero tremendamente eficaz. Disciplina, colocación, seriedad, oficio. En definitiva, un puro exponente germano. Un producto creado para ganar”, definió al cuadro alemán el periodista Enrique Ortego, encargado de seguirle para el diario ABC.

Aunque acabó segundo de su grupo, por detrás de un Atlético que venía de conquistar el doblete y que le infligó la única derrota de todo el torneo (1-2 en el Westfalenstadion), el BVB dejó claro su potencial a través de un juego coral que iba en sintonía con “la fuerza del colectivo” que pregonaba su entrenador. Así las cosas, los hombres de Hitzfeld validaron el acceso a cuartos siendo el equipo más goleador de los 16 participantes (14 tantos), pero también el de más variedad de anotadores (hasta diez jugadores distintos vieron puerta solo en la fase de grupos). Y todo gracias a un sólido 3-5-2 donde los laterales actuaban de carrileros y uno de los tres centrales hacía las funciones de líbero.
A pesar de no tener a una estrella mundial en sus filas, el Dortmund contaba con dos de los internacionales alemanes del momento: el capitán y vigente Balón de Oro, Mattias Sammer, y el mediapunta Andreas Möller. Comandados por la magia del segundo, el equipo fue un martillo para los rivales que se cruzaron en su camino. Primero derrotando al Auxerre, con un global de 4-1, y después eliminando al Manchester United de Alex Ferguson y Éric Cantona sin encajar ni un solo gol (1-0 y 0-1), los alemanes certificaron el acceso a la primera final de Champions de su historia. En el Olímpico de Múnich esperaba la Juventus, que defendía el título e intimidaba gracias a la creatividad de hombres como Zidane o Jugovic y la contundencia arriba de Vieri, Boksic y un joven Del Piero.
El duelo ante los italianos quedó prácticamente sentenciado antes de la primera mitad. A las puertas de los 32 años, un inspirado Karl-Heinz Riedle, campeón del Mundo en 1990 pero ausente en la Eurocopa también ganada por Alemania un año antes por culpa de una lesión, firmó un doblete con cinco minutos de diferencia. A pesar de reducir distancias con un brillante taconazo de Del Piero en la segunda mitad, la Juventus no pudo evitar que el joven Ricken, segundos después de sustituir al ariete suizo Chapuisat, pusiera el 3-1 definitivo en el marcador. Futbolistas como Kohler, Júlio César o el propio Möller habían privado al Borussia Dortmund de la Copa de la UEFA de 1993 vistiendo la camiseta de la Juventus. En esta ocasión celebraban, como indispensables ‘soldados’ reclutados por el ‘General’ Hitzfeld, la mayor conquista del BVB en toda su historia.

La UEFA del ‘Eurofighter’
Al contrario que el Dortmund, el Schalke no tuvo a ningún campeón de la Euro’96 en sus filas. En cambio, sí contaba -y desde hacía años- con dos piezas de la gran revelación y finalista de aquel torneo, la República Checa. Con Nèmec y Látal en los costados, más como interiores que como extremos para que se pudieran proyectar los laterales, la prioridad de Stevens fue siempre la de consolidar un bloque de corte defensivo que pudiera dejar en los pies del gran fichaje de la temporada, el belga Marc Wilmots, la responsabilidad del gol.
Una especie de 5-3-1-1 que exigía un despliegue físico y una concentración máxima pero que, para ganar en estabilidad, se apoyaba en una columna vertebral netamente germana. El joven Jens Lehmann en la portería, el experimentado Olaf Thon en el centro de la zaga y el sacrificado Andreas Müller ejerciendo labores defensivas.

Si el Dortmund fue capaz de besar la ‘Orejona’ sin tener que recurrir a la épica, para llegar a la final ante el Inter de Milán (y ganarla) el Schalke tuvo que ofrecer una versión ultracompetitiva. Todavía con Berger, los de Gelsenkirchen habían resuelto con cierta comodidad la primera eliminatoria ante el Roda de Ruud Hesp (5-2 en el global). Sin embargo, ante el Trabzonspor y el Brujas el pase no se resolvió hasta los compases finales. Contra los turcos, tuvieron que empatar ‘in extremis’ y a domicilio (3-3) para avanzar de ronda; y contra el cuadro belga, los mineros se vieron obligados a remontar el 2-1 de la ida. En aquel choque, ante su afición, se empezó a forjar la leyenda del ‘Eurofighter’, apodo con el que aquel equipo acabaría siendo conocido por su resistencia a la adversidad. En un Parkstadion lleno a rabiar, un gol de Mulder en el 90’ ponía el 2-0 en el marcador y al Schalke, en los cuartos de final.
Aquella edición de la Copa de la UEFA pasaría a la historia como la última con una final a ida y vuelta. Y lo cierto es que el Schalke 04, con su afán de llevar los 180 minutos al límite, supo cómo despedir con honores este formato. Con los deberes por hacer en la Bundesliga -sellaron la permanencia en las últimas jornadas-, los hombres de Stevens se dedicaron en cuerpo y alma a la competición europea. Por eso antes de enfrentarse al Inter, tuvieron que amargarle el año a dos equipos españoles: Valencia y Tenerife. La eliminatoria ante el conjunto ‘che’ no tuvo demasiada historia. El 2-0 en Alemania fue demasiado para los de Jorge Valdano, que no pasarían del empate en el partido de vuelta celebrado en Mestalla. En cambio, ante el sorprendente Tenerife de Jupp Heynckes, la cosa fue muy distinta. Los canarios ganaron en la ida de semifinales (1-0) con un gol de penalti de Miñambres, un partido recordado en el Heliodoro Rodríguez López por cómo el conjunto ‘chicharrero’ logró resistir con nueve hombres los últimos 15 minutos. En Alemania, sin embargo, los locales lograron llevar el partido a la prórroga, donde el omnipresente Marc Wilmots acabaría decantando la eliminatoria con un gol en el minuto 107’. A costa del ‘EuroTenerife’ de Pinilla, Ballesteros, Vivar Dorado o Jokanovic, el Schalke lograba hacer historia en la segunda competición del Viejo Continente.

La final se acabaría resolviendo en Milán, donde el cuadro alemán se presentó con un 1-0 (cómo no, Wilmots) de la ida. A pesar de contar con el aliento de su afición, el Inter fue incapaz de desactivar el cerrojo visitante hasta el 84′, minuto en el que Iván Zamorano logró la igualada. Desde entonces y hasta el final de la prórroga, el cuadro italiano tuvo las ocasiones más claras. Maurizio Ganz, ‘pichichi’ del torneo con ocho goles, se topó con el travesaño y Youri Djorkaeff también estuvo a punto de batir a Lehmann. En la tanda de penaltis, y mientras Huub Stevens se lo miraba desde la banda ataviado con una camiseta promocional de la final (en contraste con un elegantemente trajeado Roy Hodgson), el futuro portero de la selección alemana haría el resto. Primero le paró un penalti a Zamorano y luego desestabilizó a Aaron Winter para que acabara enviando el balón fuera. Los cuatro lanzadores del Schalke no fallaron.
Al término del partido, el medio reconvertido a defensa Olaf Thon resumía así el choque: “Antes de jugar ya habíamos ganado. Llegar a una final era un éxito para un club como el nuestro en el que hay una formidable solidaridad entre jugadores y afición“. Toda una declaración fundacional: la rúbrica a un equipo que jamás se descompuso, poseedor de una fuerza mental y física que le hizo sobreponerse a cualquier dificultad.

Orgullo de una región
Entre el 21 y el 28 de mayo de 1997, Gelsenkirchen y Dortmund fueron dos ciudades felices. A fin de cuentas, el Borussia Dortmund no solo logró la primera Liga de Campeones de su historia (el segundo trofeo europeo después de la Recopa de 1966). La victoria frente a la Juventus significó también la primera Champions de un club alemán tras la caída del Muro de Berlín. Un honor que el Bayern no lograría restablecer hasta el nuevo siglo, y para más inri, con Ottmar Hitzfeld en el banquillo. El ‘desempate’ de Champions llegaría en 2013. En un Bayern-Dortmund inédito, los bávaros acabarían imponiendo su ley.
El BVB fue el primer club alemán en conquistar la Champions tras la caída del Muro. El Schalke 04, por su parte, estrenó su palmarés continental

Con la Copa de la UEFA, el Schalke 04 estrenó, directamente, su palmarés continental y, desde entonces, lo más cerca que ha estado de un título europeo fue en 2011, cuando, comandado por el exmadridista Raúl, disputó las semis de Champions contra el Manchester United.
Esa doble gesta supuso un antes y un después en la historia moderna de ambos equipos. Y más allá de la dimensión de cada título, puede que incluso cada uno tuviera a bien celebrar el éxito del rival. Como colofón a aquel inolvidable 1997, y en uno de los los primeros derbis como ‘eurocampeones’ -no se vieron las caras en la Supercopa de Europa porque entonces este título lo disputaban el campeón de la Champions y el campeón de la Recopa-, los dos equipos firmaron tablas. Fue un 2-2 de tinte poético en el Westfalenstadion, con tres goles en el último cuarto de hora, uno de ellos en el añadido. Obra, por cierto, de Jens Lehmann a la salida de un córner. Como es lógico, el guardameta lo celebró como un loco. A fin de cuentas, y a pesar de la gloria compartida, un derbi siempre es un derbi.