El pasado 12 de octubre, el seleccionador cubano trabajó menos de lo normal. Apenas unas horas antes del encuentro pre mundialista que mediría a su equipo con Canadá en Toronto, un federativo le susurró un dato: “Se han escapado cuatro jugadores. Sólo nos quedan once”. A Alexander González la situación política de la isla caribeña le simplificó la tarea de confeccionar la alineación. Su solitaria figura, apenas escoltada por un puñado de ayudantes en un banquillo huérfano de suplentes, simbolizó el estancamiento del balompié bajo el régimen de los hermanos Castro. “Resulta complicado mantener unido al equipo, y para mí es difícil hablar de todo esto. Los chicos persiguen el sueño americano“, admitía González en la rueda posterior al encuentro. Con un once obligado por las circunstancias, los Leones del Caribe habían caído 3-0, confirmando sus nulas opciones de participar en Brasil 2014. Ni siquiera en un partido de fútbol pudo Cuba disfrutar de la refrescante sensación de renovación que siempre traen los cambios.
La huída de esos cuatro futbolistas, lejos de suponer una anécdota puntual, confirma un goteo incesante: sólo en la última década, 21 jugadores cubanos han aprovechado distintas convocatorias internacionales para huir de su país. Semejante fuga de capital deportivo enfatiza una parálisis de la que no es causa, sino consecuencia. “La dejadez con la que se trata el fútbol en la isla sólo deja una opción para que los mejores jugadores progresen: la huída”, apunta el periodista deportivo Omar Claro, también exiliado en Estados Unidos. Claro señala varias razones de fondo: estructuras decadentes, un campeonato nacional abandonado, estadios antediluvianos, escasa atención mediática y un sistema político castrante, también en el deporte. “El reloj se detuvo hace muchos años para nuestro balompié”, sanciona.
La opacidad informativa se erige en uno de los denominadores comunes de toda dictadura. En una era en la que apenas un clic nos separa de las ligas más remotas del planeta, no resulta fácil arrancarle a Internet la clasificación de la primera división cubana. Únicamente un aspecto de aquel fútbol parece de dominio público: que se sitúa por detrás del béisbol en cuanto al favor de los aficionados. Pero no siempre fue así. En los años 20 y 30 del pasado siglo, con la huella colonial española todavía reciente, el balompié atravesó una edad de oro en la isla. Entonces, los mejores equipos del mundo recalaban en La Habana para medirse a la elite local, de marcado sabor ibérico: Centro Gallego, Juventud Asturiana, Real Iberia… “A finales de los años 20 el fútbol era la disciplina número uno. El Español de Ricardo Zamora, el Sporting de Gijón, incluso el propio Real Madrid hicieron giras por la isla”, argumenta Claro. En aquel periodo, varios jugadores cubanos desfilaron por la Primera División española; el más célebre, Chus Alonso, que vistió las camisetas de Oviedo y Real Madrid.
Poco después, en 1938, la selección nacional disputó en Francia su único Mundial. Tras derrotar a Rumanía en un partido de desempate, los antillanos besarían la lona con estrépito ante Suecia (8-0). A pesar de la goleada, Cuba se había plantado en los cuartos de final de una Copa del Mundo. “Entonces éramos un peso pesado y ahora no somos ni un peso mosca”, abunda Claro, autor de Pasión por el cuero, una de las mejores (y escasas) obras sobre la historia del balompié caribeño.
La Revolución de 1959, con Fidel Castro y Ernesto ‘Che’ Guevara a la cabeza, guillotinó las estructuras sociales del pasado. Entre ellas, las colectividades sobre las que se basaban los clubes de fútbol. Un nuevo sistema se creó de la nada, y terminó generando una competición con pocos alicientes, calendario caótico y sistema de enfrentamientos variable. “Se ha llegado a ventilar el torneo en dos semanas, concentrando todos los encuentros en una misma sede”, denuncia Claro. Se refiere al estadio nacional Pedro Marrero de La Habana, prácticamente inalterado desde el día en que se inauguró, un ya lejano 10 de octubre de 1930.
CUBA SE VUELVE A APASIONAR
Pero el idilio del balón con Cuba no sólo se conjuga en pasado. En los últimos años, el fútbol le está recuperando terreno al béisbol. El pasado abril, la emisora habanera Radio Coco realizó una encuesta entre 2.000 de sus oyentes: el 43,5 por ciento afirmó seguir las evoluciones del Barça-Madrid que le dio la Liga a los de José Mourinho, frente a un escaso 18 por ciento que antepuso el Cuba-Estados Unidos de la Copa Mundial de béisbol. “Un cine de la capital anunció la emisión del clásico español, pero la canceló a poco del comienzo. Se formaron algaradas entre los hinchas locales de uno y otro equipo, e incluso tuvo que intervenir la policía”, señala el periodista Mario Lara. La pasión creciente por el balompié llega hasta el registro civil, donde cada vez se inscriben más niños con nombres futboleros. Ya no proliferan los Vladimir o Yuri, de inspiración soviética; ahora la moda responde por Lionel o Cristiano Ronaldo.
“Los mejores no pueden salir para enriquecer su fútbol, y encerrándonos nos atrasamos más”, resume Mario Lara.
“La culpa de esta afición recuperada es del Madrid, cuyos hinchas son mayoría en Cuba, el Barça, la Argentina de Messi o la selección española”, incide Lara. El fútbol internacional se cuela en los televisores cubanos con frecuencia: los partidos de la Liga BBVA, la Premier, la Serie A o los Mundiales abundan en la parrilla. Sin embargo, Tele Rebelde apenas emite encuentros del Campeonato Nacional. En consecuencia, toparse por La Habana con camisetas albicelestes, merengues o blaugranas resulta mucho más común que hallar elásticas de los equipos locales o la propia selección cubana.
Parte de ese desencanto con el balompié autóctono surge, obviamente de la comparación. Un Holguín-Guantánamo no encuentra parangón con el fútbol que llega de fuera. Así, salvo en los partidos decisivos, las gradas cubanas rara vez albergan más de 200 almas. Pero, en el fondo, todo ello es sobre todo producto de la desatención gubernamental que padece este deporte frente a otros más mimados, como el béisbol. “Hace dos campañas, las autoridades del Pinar del Río, uno de los mejores equipos del país, entregaron botas nuevas a los jugadores. Con una condición: devolverlas al final del curso. Sin embargo, cuando comenzó la temporada pasada, los directivos las habían vendido en el mercado negro”, revela Lara.
En otro pasaje impropio de una máxima categoría nacional, el último campeón, Villa Clara, disputó la final del torneo con unas equipaciones donadas por el Inter de Milán… sin números en la espalda. Y las condiciones de subdesarrollo trascienden lo simbólico. En Cuba, los futbolistas están remunerados como obreros. Cobran en torno a unos 15 dólares al mes: en toda su carrera un jugador de elite cubano habrá ganado tanto como Samuel Eto’o en la hora que se tarda en leer esta revista. Además, los fichajes no existen: los jugadores solo pueden actuar en el equipo de la provincia en la que están censados, no hay incorporaciones foráneas y la Asociación Nacional niega constantemente el transfer a todo aquel club extranjero que se interesa por un cubano. “Los mejores no pueden salir para enriquecer su fútbol, y encerrándonos nos atrasamos más”, resume Mario Lara.
EXILIO INTERNO: LAS RENUNCIAS
Joel Apezteguía lo sabe por experiencia propia. Goleador con el Ciudad de La Habana, este joven ha coleccionado matasellos en su pasaporte durante los últimos años. “Quería evolucionar, por eso aproveché que mi padre había emigrado a Vigo y me reuní con él. Yo no deserté; salí con todo en orden”, especifica. En Galicia le esperaban jornadas que agotan de sólo imaginarlas: de seis de la mañana a cuatro de la tarde descargaba pescado en el puerto, luego daba clases de salsa, más tarde entrenaba y finalmente ayudaba en el negocio familiar hasta la madrugada. “Algunos días tenía las piernas hinchadas”, apunta con inocencia.
Pero un ánimo a prueba de bombas le impulsa hacia aventuras rocambolescas: pruebas con el Stavaek y Valerenga noruegos, una campaña en la liga moldava –“los presidentes eran más peligrosos que los centrales”– y, tras una parada infructuosa en Italia, vuelta a España. “Como no soy comunitario, tengo que jugar en divisiones territoriales”, explica mientras se prepara para saltar al entrenamiento. Son las ocho de la tarde de un jueves en el municipal de Ripollet, una población del extrarradio barcelonés. Repican las campanas de una iglesia cercana mientras, en el bar del campo, cuatro parroquianos dialogan sobre Joel: “se nota que la Primera catalana se le queda pequeña. Al menos tiene categoría para Tercera o Segunda B”. El año pasado, en media temporada con el Manresa gritó 16 goles. Ahora, Apezteguía está ilusionado porque en marzo recibirá el pasaporte comunitario. “Seguro que tendré más posibilidades”, vaticina.
Está a punto de cumplir 29 años. Su amor por el fútbol emociona. Antes de emigrar, a Joel le ofrecieron integrar la selección cubana, pero él renunció. Ocurre bastante. Recientemente, tres futbolistas abdicaron de su internacionalidad dadas las penosas condiciones: entrenaban temprano, bajo 35 grados de temperatura, con apenas un vaso de agua con azúcar por todo desayuno. “Los federativos sólo llaman a jugadores que consideran fiables. Creen que pertenecer a una organización juvenil comunista avala que el futbolista no se quejará ni huirá. No se enteran: en Cuba, uno tiene que mentir muchas veces al cabo del día”, sanciona Mario Lara. Ese control político atrofia carreras. Como la de Leonel Duarte, que lideró la selección tras una defección masiva hace cinco años, y al que luego se marginó por reclamar mejores medios para el fútbol. Terminó huyendo.
El denso aliento de la política se intensifica especialmente durante los viajes. Los entrenadores mantienen al equipo siempre junto y las orejas bien abiertas. Y luego están los directivos. Durante la pasada Copa de Oro celebrada en Estados Unidos, el exiliado Osvaldo Alonso -el futbolista cubano más destacado de la actualidad gracias a su gran papel en el Seattle Sounders- quiso saludar a sus ex compañeros y entregarles un material deportivo que él mismo había comprado. “No pudo ni acercarse al hotel: el presidente de la Asociación se interpuso gritándole que él no era cubano”, revela Lara. El que sale se convierte oficialmente en un traidor y puede olvidarse de regresar a la selección, una represalia que en realidad sólo daña al combinado nacional. Mientras Raúl Castro alivia las condiciones para dejar la isla, su balompié se pudre en un ambiente político opresivo y un amateurismo autárquico. Los clubes no participan de los torneos de la CONCACAF, y los técnicos apenas entran en contacto con las nuevas corrientes tácticas. Mirada con perspectiva, la situación del fútbol cubano es tan alarmante como la inacción de la FIFA.
EL OTRO BLOQUEO
“Esto no puede ser, tenemos que actuar”, musitó Joseph Blatter cuando supo de la deserción de los cuatro internacionales el mes pasado. No especificó si se centraría en luchar contra unos dirigentes que bloquean arbitrariamente los transfers de sus jugadores cada vez que reciben una oferta del extranjero. O en erradicar las evidentes injerencias políticas en el seno de la federación, algo por lo que se ha sancionado a otros países. O en controlar las ayudas del programa Goal -cerca de un millón de dólares cuatrienales-, que en Cuba podrían haberse destinado también al fomento de otras disciplinas como el béisbol. “Algunos dicen que el fútbol cubano es más activo en los pasillos de Zúrich que en los terrenos de juego”, desliza Omar Claro. En el fondo, es normal que la FIFA reaccione con tanta lentitud: Blatter y los Castro son prácticamente de la misma generación.
“No puedes pensar en la selección si no cuidas tu Campeonato Nacional. En cualquier país la cantera se basa en la estructura de los clubes, pero en Cuba no los hay; sólo son equipos”, resume Omar Claro.“Mientras el jugador siga amarrado, no se le permita jugar profesionalmente dentro de su país, ni salir de él y seguir defendiendo a la selección, las fugas van a continuar”, predice Mario Lara. El régimen de La Habana esgrime desde hace décadas el vergonzoso bloqueo económico que Estados Unidos ejerce contra su vecino comunista como causa de todos los males que sufre la isla. Pero el fútbol cubano padece su propio aislamiento: el que el castrismo mantiene contra sus jugadores, en un extraño caso de autoembargo deportivo que obliga a sus futbolistas a huir.