La revista noruega Josimar, asociada con Panenka, ha podido comprobar cómo al menos 110 ciudadanos norcoreanos han trabajado en las obras del Zenit Arena de San Petersburgo, una de las sedes del Mundial 2018 Expertos internacionales describen a estos trabajadores asiáticos como “esclavos y rehenes” El régimen norcoreano fomenta la salida de trabajadores al exterior como una nueva fuente de ingresos
El inmenso parque a la salidad de la estación de metro Krestovsky Ostrov aparece partido en dos por una amplia avenida. El Zenit Arena se erige en uno de los extremos de este pulmón verde. Ha costado 1.500 millones de dólares y 11 años de obras, que aún no han terminado. Ya se ha convertido, eso sí, en un monumento al abuso sistemático de los trabajadores inmigrados, de las condiciones de neo-esclavitud, de la corrupción y de la muerte.
Alineados a ambas orillas del parque se ubican los kioscos de refrescos y puestos de comida. Un viento afilado se cuela entre la niebla. Este es un parque popular entre los paseantes aunque hoy sea un domingo de febrero de 2017 y nadie parezca atreverse a pasear por aquí.
Caos y corrupción
En 2006, mucho antes de que Rusia ganase la nominación como organizadora del Mundial 2018, el Zenit de San Petersburgo -uno de los mayores clubes del país- había decidido la construcción de un nuevo estadio. El amado pero desfasado Petrovsky Stadium había cortado su cinta inaugural en los años 20, cuando los restos de la Revolución rusa aún humeaban en la entonces recién bautizada Leningrado. Como entonces, ahora se trata de darle a la ciudad una nueva fortaleza, un nuevo emblema deportivo. El plan preveía la mudanza del club a su flamante hogar del siglo XXI en diciembre de 2008.
A mitad de marzo de 2017 el recinto aún no está concluido. La instalación eléctrica es vulnerable, las grietas en el cemento se hacen obvias a primera vista -algo a lo que ayudan las goteras- y el suelo bajo el terreno de juego vibra. Documentos a los que Josimar ha tenido acceso prueban que la Agencia de seguridad rusa (FSO) ha notificado hasta 22 incidencias tras una inspección el pasado mes de enero.
“Cuando comenzó el proyecto, en 2006, se calculó un coste aproximado de 220 millones de dólares. 11 años después la cantidad se ha multiplicado por seis veces, hasta los 1.500 millones, de acuerdo con la propia página web del gobierno. Esta cifra no incluye el coste de las nuevas infraestructuras construidas por exigencia del estadio: se le ha tenido que dotar de una nueva carretera y una estación de metro. La factura total podría estar por encima de los 3.000 millones de dólares” afirma Dimitry Sukharev desde la oficina en San Petersburgo de ‘Transparencia Internacional’.
“Si nos basamos en los estándares de calidad y precio, estimamos que el coste debería haber sido alrededor de un tercio de esa cantidad. O algo menos de un tercio,” apostilla el portavoz de esta ONG en contra de la corrupción. “La única explicación al crecimiento del gasto es la corrupción. Otra razón podría ser que las descripciones del proyecto solo se hayan escrito después de construido. Los presupuestos solo se acabaron cuando el dinero efectivamente ya se había gastado, para poder justificar el enorme sobrecoste”.
Cuántos millones de dólares se han filtrado entre las grietas de la corrupción es algo que probablemente nadie sabe. Pero mientras unos pocos se han enriquecido en este proyecto, miles de trabajadores aún esperan cobrar lo que les prometieron.
Casi cada día desde 2006 hasta hoy, miles de personas han desarrollado trabajos dentro de la obra del estadio o en sus áreas anexas. La mayoría de ellos procedían de varias ex-Repúblicas de la Unión Soviética: Tayikistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Bielorrusia, Moldavia, Ucrania… Pero también del Estado más misterioso y cerrado del planeta.
La República Popular Democrática de Corea (del Norte).
“Un mínimo de 1.500 obreros han trabajado aquí cada día desde 2009. Eso, que nosotros sepamos. Y muchos de ellos eran inmigrantes. En coherencia con las prácticas comunes toda Rusia, es completamente improbable que hayan recibido un trato correcto. A nadie le preocupa la ley, su protección, sus contratos. Los inmigrantes no tienen derechos”, denuncia Sukharev. Un capataz implicado en las obras desde 2015 ratifica esta visión.
“Diría que el 80 por ciento de la fuerza de trabajo consiste en inmigrantes. Algunos tenían contrato y recibieron el sueldo estipulado. Pero he escuchado que otros muchos no han cobrado nada en absoluto. Aquí están implicados demasiados contratistas deshonestos. Llevo en el ámbito de la construcción desde hace 20 años y jamás he visto una obra más caótica que la del Zenit Arena”, afirma Pavel, empleado de una de las muchas subcontratas implicadas en el estadio.
El 11 de febrero, el Zenit Arena abrió sus puertas. Bueno, más o menos. Hubo música, bailes y acrobacias. “Aunque el estadio no estaba acabado, Putin exigió que se inaugurase”
Su tarjeta de identificación para acceder a las obras le acredita como asalariado de una de las mayores constructoras de Rusia, con sede en Moscú. Accede a hablar con Josimar a condición de que su identidad sea ocultada. Según él, las del Zenit Arena fueron unas obras relativamente seguras hasta el pasado verano.
“Cuando llegaron Igor Albin [vicegobernador de San Petersburgo] y su equipo, todo se convirtió en un completo desastre. Accidentes graves comenzaron a ocurrir de forma semanal. Entre agosto y Navidades, cuatro trabajadores perdieron la vida”, sostiene Pavel.
– ¿Cómo murieron?
– O por caídas o por electrocución.
Josimar ha contactado a las autoridades del Ayuntamiento así como al servicio de ambulancias para comentar estas circunstancias. No ha obtenido ninguna respuesta.
Un oso en bicicleta
Sergey Kagermazov, periodista de un medio independiente (MR7), ha seguido atento a la construcción durante estos años. “Las autoridades se niegan a hablar sobre trabajadores inmigrantes, accidentes y muertes”, confirma. En septiembre de 2016, él mismo accedió a la obra camuflado como un trabajador más. Y comprobó que lo más importante en ese momento era tapar las goteras. Por todas partes había pequeños agujeros en el cemento. El agua no paraba de manar.
“Mi equipo estaba compuesto por 20 trabajadores: estábamos divididos en dos grupos. Uno tapaba los agujeros y el otro recogía escombros. Yo trabajaba de ocho de la mañana a cinco de la tarde. De acuerdo con la ley laboral, tú no puedes currar más de ocho horas diarias, pero el capataz nos prometió que aquellos que quisieran podrían hacer horas extras. Algunos se quedaban hasta las diez de la noche. Otros acababan con el tiempo justo para coger el último metro de la noche. Le pregunté al capataz sobre cuándo llegaría mi contrato. Él me respondió que no debía preocuparme por eso”, explica Kagermazov.
El 11 de febrero, el Zenit Arena abrió sus puertas. Bueno, más o menos. Hubo música, bailes y acrobacias. “Aunque el estadio no estaba acabado, Putin exigió que se inaugurase”, recuerda Kagermazov.
Por todas partes se podían leer letreros de aviso: “Si ves una gotera o problemas de drenaje, llama al siguiente número de teléfono inmediatamente…”. En las gradas se juntaron 10.000 personas. “Fue más un test que una inauguración, para ver cómo el recinto soportaba tanta afluencia de gente. Hubo canciones, coreografías e incluso un oso montado en bicicleta”.
– ¿Cómo? ¿Un oso de verdad?
– Sí. Esto es Rusia.
Los actos arrancaron con dos horas de retraso: se habían previsto para las tres de la tarde pero no dieron comienzo hasta las cinco. “La gente que esperaba quería comprar comida y bebida. Pero el sistema de cobro con tarjeta no funcionaba. Así que solo aquellos que llevaban dinero en metálico pudieron comer y beber algo”.
Un regalo para la ciudad
En el verano de 2016, Igor Albin -un ex ministro del gobierno de Vladimir Putin y hoy influyente vicegobernador de San Petersburgo- decidió prescindir de Transstroj como principal contratista de la construcción del Zenit Arena. Hasta el año pasado, Transstroj había sido propiedad del oligarca Oleg Deripaska.
El vicegobernador “animó” entonces, según Pavel, a varias constructoras de la zona de San Petersburgo a trabajar gratis en las obras del estadio hasta final del año a cambio de futuras concesiones y menos inspecciones. El tiempo se había convertido ya en el mayor enemigo del Zenit Arena. En ese punto, el proyecto acumulaba ocho años de retrasos. Y sólo doce meses después -en junio de 2017- el nuevo recinto debería albergar algunos partidos de la Copa Confederaciones.
Figuras prominentes del Estado, como el presidente Putin, el primer ministro Dmitry Medvedev y el viceprimer ministro (además de presidente del comité organizador del Mundial) Vitaly Mutko proceden de San Petersburgo. Este último, antiguo presidente del Zenit, se cuenta entre los hinchas más vociferantes del equipo.
Una de las constructoras que se plegaron a las condiciones del vicegobernador Albin fue Dalpiterstroj. Especializada en la construcción de grandes bloques de apartamentos en la ciudad, la compañía empezó a movilizar hacia finales de agosto a unos 60 trabajadores norcoreanos. Los asiáticos se encargaron en un principio de adecentar los exteriores del estadio.
“Los norcoreanos son como robots. Todo lo que hacen es trabajar, trabajar y trabajar. Trabajan desde las siete de la mañana hasta la medianoche. Cada día. Nunca libran. Son muy buenos trabajadores pero parecen infelices. No tienen vida”, afirma un obrero ruso
“Gratis, Dalpitersroj desarrolló un trabajo que valía muchos millones de rublos. Fue un ‘regalo a nuestra gran y bella ciudad'”, pregona Pavel.
– ¿Qué quieres decir cuando mantienes que el vicegobernador Albin ‘animó’ a las constructoras a hacer un regalo a la ciudad?
– Pues que si se hubieran negado, estas empresas habrían cerrado las puertas inmediatamente a cualquier obra posterior. Además, se habrían arriesgado a inspecciones meticulosas y a auditorías en sus cuentas.
Otra de las empresas que aceptó la ‘invitación’ de Albin fue Seven Suns, una compañía famosa por sus apartamentos de lujo para la clase alta de la ciudad. También trajeron norcoreanos: unos 50 se encargaron de pintar el estadio.
Mientras nuevas constructoras comenzaban a asomar la nariz en las obras del estadio, un norcoreano de mediana edad llamó a la puerta de la oficina de Pavel. “Me dijo que podía proporcionar 100 obreros de Corea del Norte, entrenados y preparados para trabajar ‘durante todo el día’ hasta final de año. Tasó sus servicios en seis millones de rublos. Cuatro deberían ser enviados al gobierno de PyongYang. El resto, repartido entre su empresa y los obreros, cada uno de los cuales recibiría unos 600 rublos diarios. Dije que no. No necesitábamos más mano de obra”, explica Pavel.
Los norcoreanos que sí trabajaban en el Zenit Arena comenzaban su jornada laboral temprano y la acababan tarde. Vivían en contenedores situados en una zona delimitada por vallas justo a la salida del estadio. En noviembre, algunas webs rusas informaron de la muerte de un norcoreano cerca del recinto.
Según la policía rusa, el hombre falleció de un ataque al corazón.
“Alguien me dijo que se lo encontraron en el contenedor en el que vivía”, apunta Pavel.
Varias ONG han contactado a la FIFA para expresar su preocupación tras la muerte de aquel obrero norcoreano. El máximo organismo del fútbol mundial prometió investigar.
Esas mismas ONG admiten ahora que nunca han vuelto a tener una respuesta por parte de la FIFA.
Obreros y armas
“Son como robots. Todo lo que hacen es trabajar, trabajar y trabajar. Trabajan desde las siete de la mañana hasta la medianoche. Cada día. Nunca libran. Son muy buenos trabajadores pero parecen infelices. No tienen vida”.
Un obrero de la construcción ruso, grande como un armario, con la boca llena de dientes de oro, nos habla de sus colegas de andamio procedentes de Asia. Estamos en Shushary, unos kilómetros al sur de San Petersburgo. La empresa Dalpiterstroj está levantando aquí un enorme complejo de apartamentos. Estamos a sábado y son las nueve de la mañana, pero los currantes ya llevan un rato en el tajo. Tras las verjas rematadas con alambradas los trabajadores se afanan de un lado a otro. Guardias que tiran de pastores alemanes vigilan las entradas a la obra. La mayoría de los trabajadores procede de Corea del Norte; el resto son rusos, tayikos y uzbekos.
El obrero ruso no quiere dar su nombre y no nos permite fotografiarlo. “No me quiero meter en problemas. Os recomiendo que os marchéis antes de que los guardias vengan y os echen”.
Justo enfrente de la obra, una caseta temporal suministra bebidas alcohólicas y tabaco. La vendedora admite que los norcoreanos compran a veces en su establecimiento. “Normalmente solo cigarrillos”, confiesa, antes de compadecerles. “Ellos no hacen nada salvo trabajar. Cuando llego por la mañana ellos ya están trabajando. Y cuando me voy, aún continúan allí. Parece una vida dura”.
Algo más tarde nos encontramos a dos norcoreanos que salen de la obra. Llevan grandes cubos de plástico que supuestamente quieren llenar de agua potable. No hablan ni inglés ni ruso, y se enfadan visiblemente cuando descubren la cámara del fotógrafo. Su ‘campamento’ se sitúa a unos 300 metros de los andamios. Rodeados por alambradas, viejos contenedores de barco en un descampado cubierto de nieve sirven para que estos 100 norcoreanos descansen y duerman entre sus largos turnos de trabajo.
Los obreros paran para comer. Un asiático tras otro va atravesando las verjas. Algunos refunfuñan al vernos, otros ni reparan en nosotros mientras se dirigen en silencio, despacio, a su pausa del mediodía. Ahora, a mitad de febrero, están en esta obra. Pero desde agosto hasta finales de 2016 muchos de ellos trabajaron en el Zenit Arena.
El empleo de ciudadanos de Corea del Norte despierta controversias en la comunidad internacional. Varias organizaciones humanitarias describen a los obreros norcoreanos del exterior como esclavos y rehenes. Se les retiene hasta el 90% de su paga. ‘Día libre’ es un concepto desconocido para ellos. Pasan las 24 horas del día bajo vigilancia. Carecen de derechos. El régimen de Pyongyang abusa de ellos, exactamente igual que sus patronos que les emplean en el extranjero. Muchos de los trabajadores han abandonado su país con un contrato de diez años.
Marzuki Darusman, hasta 2016 relator de los derechos humanos en Corea del Norte para la ONU, describe a los trabajadores norcoreanos en el extranjero como “esclavos”.
Como consecuencia del boicot internacional a Corea del Norte, debido a los frecuentes ensayos nucleares de su ejército, el régimen de Kim Jong-un ha enviado cada vez más trabajadores al extranjero. Para un país de recursos limitados, esta mano de obra emigrada constituye una entrada de divisas esencial. Naciones Unidas cifra esos ingresos en unos 2.000 millones de dólares anuales. Otras entidades, como la organización humanitaria surcoreana NK, hablan de cantidades aún mayores. Según muchas organizaciones, con esos fondos el gobierno de Pyongyang ayuda a financiar su programa atómico. Marzuki Darusman, hasta 2016 relator de los derechos humanos en Corea del Norte para la ONU, describe a los trabajadores norcoreanos en el extranjero como “esclavos”.
Distintas ONG pugnan ahora por conseguir la colaboración de los países que contratan esta mano de obra norcoreana.
El viaje de Kim
“Los trabajadores norcoreanos están completamente agotados, mental y físicamente. Trabajan y viven en condiciones terribles. Saben que si se quejan sufrirán represalias, ellos y sus familias en casa. Esa es la gran diferencia con otros trabajadores inmigrados. Un uzbeko sabe que si se queja su familia no sufrirá las consecuencias”.
Olga Tseitlina es una abogada especializada en casos de derechos humanos. El año pasado ayudó a un cliente norcoreano, Kim. Por razones obvias, no revela su nombre completo.
“El régimen de Jong-un le obligó a trabajar en un aserradero de una aldea siberiana. Se le instruyó debidamente: le dijeron que era su deber ayudar a su querida patria y que beneficiaría económicamente a su familia”.
“Aquello ocurrió poco después de que hubiera concluido su servicio militar de diez años, el mínimo en Corea del Norte. En el ejército, él y muchos otros sufrieron a menudo abusos de sus superiores. Nadie se atrevía a protestar, puesto que eso sólo agravaría las palizas. Kim comparaba la dureza de su tiempo en el aserradero a la de la mili”.
Kim vivía en un campamento sin agua corriente. Su cuerpo estaba lleno de picaduras de insectos. Los piojos abundaban. Durante tres años, sobrevivió como un esclavo antes de hacer lo que la inmensa mayoría de sus compatriotas explotados en el extranjero no se atreven ni a pensar: Kim huyó.
La abogada explica que Kim recibía cinco dólares al mes. El resto de su salario se enviaba a Pyongyang. Como leñador de la industria forestal siberiana, las jornadas laborales eran largas y duras. No había días libres. “Les daban una manzana, un huevo y algo de arroz durante el día; eso era todo”, afirma Tseitlina.
Kim y los suyos vivían en un campamento sin agua corriente ni la posibilidad de asearse debidamente. Su cuerpo estaba lleno de picaduras de insectos. Los piojos abundaban. Durante tres años, sobrevivió como un esclavo antes de hacer lo que la inmensa mayoría de sus compatriotas explotados en el extranjero no se atreven ni a pensar: Kim huyó.
Sin dinero ni documentación, Kim se dirigió hacia el oeste. Tras pocos meses de huída, conoció a una mujer rusa. Se enamoraron. Tuvieron dos hijos.
El otoño pasado, Kim fue arrestado. Poco después, un tribunal decidió que debía ser repatriado a Corea del Norte. “Kim contactó a la policía para pedir un permiso de residencia. No quería seguir viviendo como un prófugo. Había comenzado una nueva vida, había formado una familia y quería dejar de huir”, narra Tseitlina.
“En lugar de ayudarle, la policía inició el proceso de deportación. Al mismo tiempo, los agentes avisaron a las autoridades norcoreanas. Pyongyang y Moscú tienen un acuerdo: los potenciales desertores deben ser denunciados inmediatamente. El tribunal decidió que, efectivamente, debía ser entregado al gobierno de su país natal. Lo resalto porque, anteriormente, cuando los norcoreanos eran deportados de Rusia podían pedir asilo en Corea del Sur o en otras naciones. Pero él no; él tenía que ser repatriado a Corea del Norte”.
La embajada de Pyonyang en Moscú se involucró tan pronto tuvo noticias del caso de Kim. La diplomacia de Pyongyang presionó al ministro ruso de Asuntos Exteriores, incluyendo una carta de su mujer e hijo norcoreanos. Ellos le echaban de menos, decía la carta, pensaban en él cada día, pedían que Kim volviera pronto a su amada patria.
“Kim decía que su mujer e hijo habían sido forzados a escribir esa carta, bajo amenaza de muerte. Recordaba haber presenciado de joven ejecuciones en masa. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, fusilados por pelotones de ametrallamiento”, evoca Tseitlina. El 10 de febrero la abogada fue informada de que su cliente había ganado la apelación gracias a un tecnicismo. Kim no sería deportado.
Le preguntamos a Tseitlina si podríamos hablar con él. “Tiene miedo a dar entrevistas. Podrían ser consideradas alta traición, con consecuencias fatales para su mujer e hijo norcoreanos. El régimen de Pyongyang conoce su identidad y su domicilio. Incluso se pone nervioso si yo telefoneo a su mujer”.
Tras escapar de un campo de trabajo en Siberia, Kim logra mantenerse gracias a trabajos temporales en la región de San Petersburgo. Ahora trabaja en un lavadero de coches. “Sueña con un permiso de residencia ruso. Pero será complicado. Espero alcanzar un acuerdo con el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, para conseguirle residencia legal en un país seguro. A él y a su familia rusa”, concluye Tseitlina.
Amenazas y silencios
Encontrarse y hablar con trabajadores desplazados en Rusia supone una tarea difícil. En los últimos años, las ONG dedicadas a ello han sufrido presiones constantes del Kremlin. Muchas han sido acusadas de colaboración con agencias de inteligencia extranjeras, y en consecuencia han perdido sus subvenciones. Algunas incluso se han visto obligadas a cesar sus actividades. Este enero, Bellona -una organización medioambientalista noruega- fue acusada de ser una tapadera de agentes extranjeros.
En una ciudad con 500.000 trabajadores desplazados solo hay tres organizaciones dedicadas a la ayuda de los inmigrantes. En 2013 había diez.
Dos de esas tres que aún siguen en activo, como la rama local de la Cruz Roja, rechazaron reunirse con los autores de este artículo. No tienen problemas en hablar maravillas del régimen de Putin ante los periodistas rusos, pero a los extranjeros prefieren evitarlos. Sin embargo, Andrey Yakimov, de la PSP Foundation, sí aceptó nuestras preguntas.
Sus oficinas se sitúan en el ático de una iglesia luterana, en el centro de la ciudad. Las misas tienen lugar los domingos; hoy es martes. La PSP Foundation cuenta con seis empleados a tiempo completo, así como docenas de voluntarios. La mitad de su presupuesto procede del erario público ruso. La otra mitad, de pequeñas aportaciones, especialmente de donantes del extranjero. Yakimov es abogado y antropólogo. Su campo de trabajo son las minorías étnicas y los trabajadores desplazados. Como lo son uno de cada diez trabajadores en San Petersburgo.
“Cooperamos con los líderes de las comunidades inmigradas. Les proveemos de información acerca de los derechos que les amparan, les asesoramos con el papeleo y les ayudamos en caso de abusos policiales”, arranca Yakimov. El número de trabajadores desplazados está en Rusia íntimamente ligado al valor de su divisa. Si el rublo se debilita, muchos regresan a casa; cuando se recupera, regresan.
“El principal tema aquí es la falta de derechos en el puesto de trabajo. Trabajan muchas horas, reciben un bajo salario, y la mayoría no están contratados. Es un problema enorme, especialmente en el sector de la construcción, pero también ocurre en el de la limpieza o el transporte. Hasta las empresas que dependen del ayuntamiento abusan de los inmigrantes”.
Un documento del Defensor del Pueblo de San Petersburgo confirmaba en 2014 que los trabajadores desplazados cobran menos, tienen menos garantías y carecen de contratos. “El tratamiento de estos ciudadanos constituye una verdadera prueba de fuego para el estado ruso. Una prueba que indica si nos estamos convirtiendo en un estado esclavista”, afirma. “Los emigrantes son buenos trabajadores pero sufren abusos: de sus patronos, de sus capataces, de sus compañeros”.
Yakimov niega que la PSP Foundation sea una tapadera de agentes extranjeros: “La corrupción siempre comienza en las élites”, suspira Andrey. Cifra en unos 2.000 los norcoreanos infra-empleados en la región de San Petersburgo. “La mayoría de sus compatriotas en Rusia están en Siberia o los Urales; solo unos pocos consiguen llegar hasta el mar del Norte”.
“Cuando se les recluta en Corea del Norte solo se les prometen mayores raciones de arroz y el eterno agradecimiento de Kim Jong-un”, relata Yakimov
Yakimov conoce bien los abusos que sufren estos trabajadores. “Se encuentran bajo constante vigilancia. No tienen contacto con los demás. Reciben un salario mínimo por jornadas interminables. Se trata en su mayoría de trabajadores sin cualificación ni conocimiento de herramientas modernas. Cuando se les recluta en Corea del Norte solo se les prometen mayores raciones de arroz y el eterno agradecimiento de Kim Jong-un”, concluye.
La visión desde Corea
Andrei Lankov es profesor en la Kookmin University de Seúl. Es considerado un especialista mundial sobre Corea del Norte. “Únicamente hombres adultos casados y con hijos reciben el encargo de trabajar en el extranjero. El gobierno quiere protegerse de los desertores. Y cualquiera tentado de desertar sabe las horribles consecuencias para su familia que podría suponer eso. Por supuesto, se les retira el pasaporte… ¿Qué esperábais?”, afirma desde el otro lado de la línea telefónica.
La ‘exportación de mano de obra’ se ha convertido en una de las principales fuentes de ingresos del régimen de Jong-un. “El país ha enviado 100.000 obreros al exterior, quizá el doble. La mayoría rumbo a China, Rusia y Oriente Medio. 30.000 de ellos se encuentran en la Federación Rusa, originariamente en la industria maderera siberiana”.
Sin embargo, Lankov no cree que los trabajadores norcoreanos hayan sido forzados por el gobierno de Pyongyang. “Salir al exterior es muy atractivo para ellos. Puedes considerarte afortunado si lo logras. Para ir a trabajar a Rusia has de pagar una importante suma de dinero, unos 700 dólares. China ofrece condiciones carcelarias. Rusisa es casi un sueño para muchos”.
– En San Petersburgo vimos a algunos de ellos durmiendo en contenedores de barco detrás de vallas alambradas.
– Igualmente las condiciones son mejores que en Corea del Norte. Se trata de gente sin esperanza.
– ¿Qué parte de su salario le detrae el régimen de Jong-un a cada obrero?
– Entre un 30 y un 50 por ciento.
– Un norcoreano nos relató cómo de niño presenció ejecuciones masivas.
– Y probablemente sea cierto. Hace unos años dejaron de abundar pero aún ocurren de vez en cuando.
La historia de Alisher
Tarde de viernes: tiempo de orar. Montones de gente enfilan sus pasos hacia la mezquita de San Petersburgo. En un café cercano, Alisher sorbe té humeante. El tampoco quiere revelar su apellido. Tiene 50 años, pasaporte de Uzbekistán y permiso de trabajo legal en Rusia que renueva anualmente. Su familia (mujer y cuatro niños) se han quedado en su país de origen.
Desde que llegó a Rusia, a principios de la década pasada, Alisher ha desempeñado todo tipo de oficios: desde el andamio hasta el taxi. Pero en 2010 fue contratado como capataz de una cuadrilla de 32 albañiles en el Zenit Arena. “Trabajábamos diez horas al día, siete días a la semana, lo más rápido posible para cobrar los bonus que nos prometieron: 4.000 rublos por cada metro cuadrado de hormigón”.
Él y sus compañeros vivían en las inmediaciones del estadio. “14 de nosotros compartíamos contenedor. Teníamos colchones pero resultaba incómodo y estrecho”. Calcula que en aquellos días había de 3.000 a 4.000 trabajadores en el Zenit Arena. La mayoría, trabajadores inmigrados. “Éramos demasiados al mismo tiempo: un caos”.
– ¿Viste a operarios de Corea del Norte?
– Sí. Bueno, creo que eran de allí. No estoy seguro. No hablé nunca con ellos. Solo se comunicaban entre sí.
Alisher cree que la mayoría de los trabajadores recibían sus salarios en metálico. “Casi todos los días, camiones blindados traían el dinero al estadio, escoltados por furgones de policía. Otro contenedor hacía las veces de oficina de pagos. La primera vez que fui a cobrar me hicieron firmar dos recibís. Uno por valor de 50.000 rublos y otro de 25.000. Entonces me dieron 25.000 rublos. No tenía sentido protestar. Había una larga cola detrás esperando cobrar, y unos policías armados vigilando la escena”.
Tres camaradas
Cerca de una céntrica estación de metro nos encontramos con Rustam, Ibe y Kockhor. Tres tipos de Kirguizistán, los tres padres de familia. Ibe, de hecho, acaba de ser padre por tercera vez hace unos días.
– ¡Por supuesto que me gustaría estar en casa ahora! Pero les veré cuando vaya durante las vacaciones, el próximo otoño.
– ¿Tienes una foto del bebé?
– No… pero espero que se parezca a su madre.
Los tres ríen. Son tres amigos cerca de cumplir la treintena. Desde agosto de 2016 hasta el pasado mes de enero formaron parte de una cuadrilla de 45 obreros del Zenit Arena.
Vimos a un montón de obreros sin medidas de seguridad. Y vimos accidentes graves, pero no sabemos si murió alguien mientras estuvimos allí. Los capataces nunca nos decían nada
“Nos prometieron salarios diarios de 2.000 rublos. Y la primera semana cumplieron con lo prometido. Pero luego siguieron otras dos semanas sin ver ni un billete. Entonces nos quejamos y volvimos a cobrar aunque cantidades mucho menores de las acordadas: entre 500 y 800 rublos al día. Nos quejamos. Nos dijeron que más adelante nos darían el resto. Pero eso nunca pasó”, relata Rustam.
“Movíamos un montón de hormigón en cada jornada. Acabábamos exhaustos”, apostilla Ibe. Les proporcionaron uniformes y cascos. “De todas maneras, una obra como esa no es un lugar seguro. Vimos a un montón de obreros sin medidas de seguridad. Vimos accidentes graves pero no sabemos si murió alguien mientras estuvimos allí. Los capataces nunca nos decían nada”.
Según sus cálculos, en esos meses había de 3.000 a 5.000 obreros en el Zenit Arena.
– ¿De dónde procedían?
– Casi todos parecían uzbekos y tayikos. También vimos muchos norcoreanos. Vivían en contenedores a los que no podían acceder el resto de los trabajadores.
– ¿A pesar de ello, los norcoreanos socializaban de alguna manera con los demás?
– No, se aislaban del resto. No hablan ruso y nosotros no hablamos coreano. Pero trabajaban una barbaridad. Más que ninguna otra nacionalidad.
– La Copa del Mundo es uno de los eventos más lucrativos del deporte. Y en cambio a vosotros no os pagaban ni siquiera la mitad de lo acordado.
– No tenemos tiempo de pensar en eso. Estamos orgulloso del trabajo realizado. Cuando el Mundial comience, pondremos la tele y nos diremos: “nosotros hemos construido ese estadio”. Ni siquiera estamos enfadados con la gente que no nos pagó.
– ¿Por qué no?
– Los tiempos son difíciles para todos, también en Rusia. Estamos en una era en la que todos engañan a todos. Cosas así pueden pasar.
La factura
“Los contribuyentes rusos no necesitan pagar este torneo”. Maxim Reznik, líder opositor en San Petersburgo, era un buen amigo de Boris Nemtsov, un político crítico con Vladimir Putin que fue asesinado en una céntrica calle de Moscú hace dos años.
“Me gusta el fútbol pero Putin está usando este Mundial como propaganda. Es una manera de vender sus virtudes, y al mismo tiempo de enmascarar los muchos problemas de la sociedad rusa. El deporte es la mejor herramienta para desviar la atención de la realidad, como hicieron en los tiempos de la Unión Soviética. Entonces, lo más importante era ser campeones de ajedrez y hockey sobre hielo. Campeones de ajedrez, porque equivalía a ser los más inteligentes. Campeones de hockey sobre hielo, porque equivalía a ser los más fuertes”, enuncia Reznik.
El pasado noviembre, las partidas del último Campeonato Mundial de Ajedrez entre Magnus Calsen y Sergey Karajakin merecieron un gran interés en Rusia. Karajakin es el nuevo héroe de la propaganda de Putin porque ha abrazado la nacionalidad rusa a pesar de su origen ucraniano.
“La razón fundamental para organizar estos eventos deportivos de primera magnitud son las relaciones públicas. Putin quiere demostrar al mundo lo capaces y poderosos que son los rusos. Otra razón es, por supuesto, que él y sus amigos pueden ganar grandes cantidades de dinero. Los Juegos Olímpicos de Sochi no se hicieron solamente para ‘distraer’ fondos sino para, principalmente, lograr buenos resultados deportivos. Aunque se lograran a través de un programa gubernamental de dopaje”. Bum. Reznik lo deja caer como si tal cosa.
– ¿Cómo de implicado cree que estaba Putin en ese plan?
– Creo que se limitó a transmitir que había que ganar. ¿Cómo? No importa. Pero el Mundial es diferente. Todos entienden que la selección rusa no puede salir campeona. En este caso, el aspecto financiero (o sea, su propio enriquecimiento) es más importante que en Sochi. No ganaremos, pero unos pocos se volverán millonarios gracias a este campeonato.
“El montante total del Krestovsky es obsceno. Resulta absolutamente imposible de entender por qué este estadio es tan caro”, pregona el opositor Maxim Reznik
El Zenit Arena ha costado hasta el momento 1.500 millones de dólares. Un gasto que se detrae de otros proyectos en San Petersburgo. La construcción de hospitales, guarderías y escuelas en la ciudad se han visto postergadas. “Por seis veces el ayuntamiento ha votado por ampliar los fondos del Zenit Arena. Las seis veces voté en contra. Estoy tratando de conseguir que un auditor federal investigue el proceso. Necesitamos hacer todo lo posible para averiguar dónde está yendo el dinero”, apostilla Reznik.
“El montante total es obsceno. Resulta absolutamente imposible de entender por qué este estadio es tan caro”.
Tres partidos de fútbol y una estación de metro
Varios procesos judiciales están en marcha. A Marat Oganesyan, el predecesor de Igor Albin como vicegobernador de San Petersburgo, se le acusa de fraude por valor de más de 200 millones de rublos. Y, según los investigadores, esto es solo el principio.
En agosto de 2016 se optó por una nueva constructora, Metrostroj, para acabar el Zenit Arena. Una decisión sorprendente dado el campo en el que se había especializado esa empresa: estaciones de metro y líneas férreas. “Nadie sabe por qué obtuvieron el contrato. Pero es probable que se debiera a sus buenas relaciones con los círculos de poder en San Petersburgo”, especula Dimitry Sukharev, de Transparencia Internacional.
El Zenit Arena está situado en la isla de Krestovsky, una de las áreas más ricas de la ciudad. Para reunir las condiciones de toda sede anfitriona de un Mundial de la FIFA, San Petersburgo tiene que asegurar adecuadas conexiones de transporte público al estadio, lo que incluye la construcción de una nueva estación de metro.
“No necesitamos hacerla. Se trata de un área residencial donde casi todos los vecinos tienen chófer. Otros barrios albergan a cientos de miles de habitantes y carecen de transporte público. No podemos construir una estación de metro solo para tres partidos de fútbol”, valora Maxim Reznik.
Le preguntamos sobre la vida del opositor político en Rusia. “Es difícil de responder en pocas palabras. Por un lado, puedo hacer más cosas, tengo influencia, la gente me escucha. Por otro lado, estoy en la mira del FSB -servicio de seguridad estatal-, que me tiene por un agente al servicio de algún gobierno extranjero. Me pinchan el teléfono, hackean mi ordenador… buscan de todo para comprometerme. Me detuvieron un tiempo. Cualquier cosa puede suceder. Ser un político de la oposición equivale a ponerte en riesgo”, zanja Reznik.
Pero si piensa en el futuro, se muestra optimista.
“Todas las instituciones políticas rusas están debilitadas. La oposición es débil porque ha de soportar mucha presión gubernamental. Pero el régimen también es débil, porque solo pretende mantener su poder e influencia, como todos los regímenes autoritarios, y eso le quita amplias capas de apoyo entre la población”.
El candidato ruso
El entonces ministro ruso de Deportes, Vitaly Mutko, fue uno de los apoyos principales de Aleksander Čeferin en su candidatura a presidir la UEFA. El 14 de septiembre de 2016 este desconocido esloveno se convirtió en el máximo dirigente del fútbol continental tras un proceso de elección cerrado, en el que los grupos de presión constituyeron la principal receta del éxito.
Mutko, ya se ha dicho, es el presidente del Comité Organizador del Mundial’2018. Su candidato predilecto, Čeferin, además de presidir la UEFA también tiene tiempo para actuar como presidente del Comité de Competiciones de la FIFA. Es decir, el ente responsable de todos los torneos mundiales. Entre ellos, efectivamente, el de Rusia.
El pasado septiembre, en una rueda de prensa en Copenhague, Josimar le preguntó a Čeferin acerca de la transparencia y los valores humanos. Él subrayó lo importantes que eran estos valores para él.
La repregunta fue si tenía preocupaciones de cara al Mundial ruso. Con cara de pocos amigos y una expresión resignada, contestó con un interrogante:
– ¿Por qué?
– Por las revelaciones de dopaje, los escándalos de partidos amañados, la violencia entre hinchas vivida en la Euro de Francia, los derechos de los trabajadores en las obras de los estadios -en buena medida, inmigrantes de países pobres que no reciben los salarios pactados-, las dudas en torno a si Rusia será un destino seguro para los aficionados gays, o la implicación del Kremlin en conflictos como el de Ucrania o el de Siria.
Claramente nuestro listado de razones aburrió a quien estaba a punto de convertirse en presidente de la UEFA. Después de tomar aire, respondió:
– Hay dos tipos de personas: optimistas y pesimistas. Yo soy optimista.
Tras nuestras pesquisas sobre el terreno, Josimar le envió un cuestionario de nueve preguntas a Čeferin. Una semana después, un portavoz de la FIFA nos contestó por él. “La FIFA condena cualquier violación de los derechos humanos y, en el caso de identificar alguna, no tolerará semejantes condiciones en ninguna de las obras en estadios de la Copa del Mundo. En última instancia, el vínculo que ustedes establecen entre los trabajadores emigrados de Corea del Norte en Rusia y el hecho de que la FIFA pudiera estar contribuyendo al programa nuclear en ese país resulta, por decirlo suavemente, disparatado e indignante”.
The answers, my friend
Una semana atrás, habíamos enviado las mismas nueve preguntas también a la oficina de Vitaly Mutko. Curiosamente, dos minutos antes de recibir el correo electrónico con la no-respuesta de Čeferin, a nuestro buzón virtual llegó un mail del departamento de prensa del Comité Organizador del Mundial’2018. Alguien en el despacho de Mutko sí se había tomado la molestia de redactar nueve contestaciones.
¿Cómo describiría el proceso de construcción del nuevo estadio Krestovsky?
La construcción del ‘Estadio San Petersburgo’ ha supuesto ciertamente un reto y ha exigido nuestra mayor atención. Junto con el gobierno federal, tanto el primer ministro Dmitry Medvedev como el presidente Vladimir Putin han valorado los avances según se producían. En varias ocasiones, ante problemas serios ellos han intervenido directamente. En julio de 2016 el gobierno municipal de San Petersburgo reemplazó a la constructora principal debido a los retrasos acumulados y los sobrecostes.
Sin embargo, estas no son circunstancias inusuales en un proyecto de esta magnitud y complejidad, como muestran otros muchos casos en el mundo. Un número de factores que son únicos en este estadio deben tenerse en consideración. Se trata de un estadio multiusos con características arquitectónicas muy sofisticadas, tales como el techo y el suelo retráctiles. Asimismo, las condiciones climáticas en San Petersburgo también han tenido un impacto en el proyecto.
En el momento actual sus obras están acabando para albergar los partidos inaugural y final de la Copa Confederaciones 2017, así como de otros encuentros de ese torneo. Y en 2018 será uno de los estadios clave de la Copa del Mundo FIFA.
Las obras del estadio comenzaron en 2006 y su finalización estaba prevista para diciembre de 2008. ¿Puede explicar un retraso tan masivo?
Los trabajos comenzaron con diferentes previsiones, pero nunca con el plan de acabar las obras en 2008. Originalmente el estadio se ideó para cumplir los requisitos del FC Zenit. Sin embargo, el proyecto pronto se revisó debido al plan a largo plazo que Rusia desarrolló para albergar grandes competiciones deportivas. El diseño inicial se modificó tres veces: en 2008, 2010 y 2013, para acomodar torneos como el Mundial o la Eurocopa.
¿Estará listo el estadio para la Copa Confederaciones? ¿Su partido inaugural, tal y como estaba previsto, tendrá lugar este mes de abril entre el Zenit San Petersburgo y el FC Ural? Si la respuesta a ambas preguntas es no, ¿estará listo para el Mundial’2018?
Sí. El estadio fue visitado por las autoridades de San Petersburgo el pasado 29 de diciembre y albergó un primer test con público el 11 de febrero. 10.000 personas, medios e invitados participaron de aquella prueba. La segunda se celebró el 22 de febrero con los más de 30.000 espectadores que acudieron a un festival de música. El partido inaugural se llevará a cabo entre el Zenit y el Ural, como estaba planeado: el 22 de abril. No hay dudas de que el ‘Estadio San Petersburgo’ albergará satisfactoriamente la Copa Confederaciones del próximo verano.
El Krestovsky ya es el estadio más caro de la historia del deporte mundial. ¿Puede aclarar el coste total?
Sentimos no coincidir. El ‘Estadio San Petersburgo’ no es, y por mucha diferencia, el más caro del mundo. Según las últimas cifras publicadas por las autoridades municipales, el coste final asciende a 43.800 millones de rublos -unos 728,3 millones de dólares al cambio actual-. Como pueden comprobar, el coste de un buen número de estadios ha sido más caro, en algunos casos por encima de los 1.000 millones de dólares, sobre todo entre los recintos de fútbol americano en los Estados Unidos. El nuevo estadio de Wembley también costó supuestamente 1.250 millones de dólares. Y el estadio Olímpico de Londres construido para albergar los Juegos 2012 también se elevó por encima de los 775 millones.
Muchos otros proyectos en la ciudad de San Petersburgo, como hospitales, guarderías o escuelas, se han pospuesto para poder sufragar el sobrecoste del nuevo estadio. ¿Consideran bien invertido el dinero del Krestovsky Arena o albergar el Mundial se ha convertido en demasiado caro?
Los presupuestos municipales son competencia de las autoridades municipales. No estamos en situación de comentar esas decisiones.
Se han registrado problemas de vibraciones bajo el terreno de juego. ¿Ya están resueltos?
Las condiciones climáticas en el norte de Europa son muy exigentes y añaden retos adicionales a las soluciones más sofisticadas. Nuestros ingenieros están abordando la cuestión para que el terreno de juego sea estable.
Según nuestras fuentes, se han registrado varios accidentes graves -incluyendo muertes de trabajadores- durante todos estos años de obras en el estadio Krestovsky. ¿Cuántos accidentes ha habido? ¿Cuántos obreros han muerto?
La salud y seguridad de todos los trabajadores implicados en la construcción y renovación de los estadios de la Copa del Mundo son de la mayor importancia para la FIFA y el Comité Organizador.
El Comité Organizador no ha estado al cargo de cuestiones constructivas ni tiene competencias supervisoras directas. Por tanto, carecemos de la información precisa acerca del número de accidentes durante el periodo de construcción del ‘Estadio San Petersburgo’. De cualquier manera, el Comité Organizador lamenta cualquier incidente que se haya podido dar en las obras de la Copa del Mundo, especialmente los cuatro accidentes mortales que se produjeron en el estadio de San Petersburgo desde 2012.
Para lidiar con asuntos como la salud y la integridad de los obreros, y contribuir a unas condiciones de trabajo decentes en los estadios, la FIFA y el Comité Organizador han desarrollado por primera vez en la historia un programa de control de las condiciones laborales. Ese sistema de monitorización ha contado con la inestimable colaboración del Sindicato ruso de la construcción y el Building and Woodworkers International (BWI).
¿Cuántos obreros han trabajado en total en la construcción del estadio durante estos 11 años de obras?
El número total de obreros inmigrados implicados en la construcción del estadio ha variado en función de la fase y el tipo de trabajo. En 2016, el pico se registró en noviembre, con casi 4.200 operarios en el estadio. Actualmente hay unos 1.700 trabajando en las obras.
¿Cuántos de estos obreros eran trabajadores inmigrados?
De nuevo, el número total de obreros inmigrados implicados en la construcción del estadio ha variado en función de la fase y el tipo de trabajo. Pero en febrero de 2017 ese porcentaje era aproximadamente del 55%. La mayoría de la mano de obra procedía de Ucrania, Tayikistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Serbia y Bielorrusia.
Hemos sido informados de que la mayoría de los trabajadores inmigrados carecían de contrato, no recibían los salarios acordados y algunos ni siquiera cobraban un sueldo propiamente dicho. ¿Les preocupa que los derechos fundamentales de los trabajadores hayan podido ser obviados?
Las informaciones que hemos recibido después de realizar visitas, así como las pesquisas de expertos nacionales e internacionales -incluyendo a los sindicatos-, no corroboran vuestras teorías. En 2016 estos expertos realizaron hasta en cuatro ocasiones visitas de dos días para asegurarse de que las condiciones en el estadio eran decentes. Se centraron en temas como los contratos laborales, el pago de los salarios, la seguridad de los trabajadores o sus condiciones de vida. Durante esas visitas, los expertos y representantes sindicales entrevistaron a cerca de 100 trabajadores. Y no se registraron evidencias de ninguna de las circunstancias que vosotros apuntáis. Si se dieron incumplimientos puntuales de las leyes laborales, estos se reportaron a las autoridades municipales con la recomendación de remediarlas.
Para la FIFA y el Comité Organizador, el respeto a a todos los trabajadores implicados en la construcción del Mundial’2018 es de extrema importancia. Estamos comprometidos a convertir las condiciones de trabajo en equiparables con los estándares internacionales.
¿Creen correcto emplear a trabajadores procedentes de Corea del Norte? En caso de que sí, ¿puede argumentarlo?
En promedio, el 50% de los trabajadores implicados en las obras de los diez estadios del Mundial’2018 son trabajadores extranjeros. Hay que subrayar que para la FIFA y el Comité Organizador, el respeto a los derechos humanos de TODOS los trabajadores implicados es muy importante, con independencia de la nacionalidad de los mismos. Dentro de nuestro marco de buenas prácticas laborales, controlamos y asesoramos acerca de las condiciones de trabajo de todos los trabajadores, incluidos los foráneos. También velamos porque los inmigrantes estén legalmente contratados, reciban iguales derechos y sean tratados en concordancia con los requerimientos legales.
¿Sabía que decenas de operarios norcoreanos han trabajado en el estadio Krestovsky?
Según nuestras informaciones sólo unos pocos trabajadores norcoreanos han participado de las obras para desarrollar labores de acabado final durante un corto periodo de tiempo.
Algunos de quienes han conocido de primera mano las condiciones laborales del Zenit Arena describen la obra como un “completo lío”. ¿Es en su opinión una descripción ajustada?
La construcción del estadio en San Petersburgo ha avanzado no sin obstáculos. Por eso el gobierno se hizo cargo de la situación. Como saben, el estadio se encuentra en su última fase de preparación y albergará partidos de la Copa Confederaciones este verano. Una delegación de la FIFA ha realizado recientemente una visita y ha quedado complacida por los progresos realizados. No tenemos dudas de que la obra estará concluida a tiempo.
Texto: Havard Melnaes
Intérprete: Artem Filatov
Fotos: Denis Sinyakov y Sergey Grachev