“No tomaremos ninguna medida contra los ladrones, pero eso sí:
quien la tenga que la cuide… y que nos la devuelva bien rápido”
Louis Fonteneau, presidente del FC Nantes
“La hemos mantenido con mucho cuidado… ni siquiera hemos bebido de ella”
Robert Giovanardi, sindicalista de Longwy
Planteamiento, nudo y desenlace. A menudo las mejores historias se tejen con hilos sencillos. El problema es que casi nunca suceden así. Por eso se necesita a guionistas que desbrocen los hechos reales (y luego los inflen o los estrujen a voluntad): de otro modo la gente no se suscribiría a Netflix sino al Canal Historia. Pero hace 40 años sucedió: alguien pensó algo, lo hizo… y no solo pasó desapercibido sino que resultó inútil.
Esta es la historia de una boutade, de una ocurrencia, de una marcianada.
Esta es la historia de los 700 kilómetros que separan una deprimida localidad obrera en la Francia que ya desemboca en Bélgica y una bonita ciudad acomodada donde el Loira ya huele a Atlántico.
Esta es la historia de los 4 hombres que los recorrieron en un coche soñando que una copa de fútbol podría frenar el voraz apetito del capitalismo.
Esta es la historia de un cantante de derechas que apoya a los trabajadores y de un maillot amarillo que se caga en ellos.
Esta es la historia de un club marcado por un exiliado bilbaíno, que ganó mientras el mercado se lo permitió.
Esta es una historia sin ganadores.
Esta es la historia de una boutade, sí, pero una con planteamiento, nudo y desenlace. Así que aprovechémoslo.
Lunes, 6 de agosto de 1979
“No sé de dónde salió la idea. Jean-Claude Remoiville (JC) nos citó en el local del sindicato y nos anuncia que hay que robar la copa. La expedición está formada por el propio JC, Francis y Gilles, los tres en paro, y yo, técnico de mantenimiento. Salimos y al llegar a Rennes nos detenemos para pasar la noche en casa de una amiga, después de haber sido multados en la carretera por un exceso de velocidad. ¿Presión? No pensamos mucho en eso. Había que ir y vamos a ir, eso es todo. Es necesario actuar para que se hable de Longwy”.
Hace más de tres décadas que le puso fin a su compromiso obrero: “Me he calmado, he cambiado de vida. Pero todavía habría cosas por hacer… No creo en los gobiernos tal y como son”. Por sus palabras a los medios franceses, uno deduce que Joseph Scatigno no ha olvidado al sindicalista que fue. Al agitador que junto a muchos otros erizó a finales de los 70 la cuenca siderúrgica del Mosela para evitar una reconversión letal. Pero si hay alguna de sus vidas que no olvida es la que protagonizó durante unos días frenéticos, plenos de ideales y extravagancia kitsch, en agosto de 1979. Scatigno formó parte del ‘comando’ que robó el trofeo de la Coupe francesa de fútbol y hasta 2017 no abrió su memoria de los hechos a la opinión pública. Sirvan ahora sus recuerdos de la operación para vertebrar este texto.
Como otras 20.000 personas en la región de Lorena, Scatigno vio peligrar su futuro cuando escuchó los planes del primer ministro francés, el conservador Raymond Barre, de mutuo acuerdo con el también conservador Valéry Giscard d’Estaing, a la sazón presidente de la República. Entre ambos juzgaron amortizada la presencia siderúrgica en ese rincón de la Lorena, que inauguró su primer alto horno en 1848, y se lanzaron al desmontaje industrial de la zona. Grandes chimeneas en las que durante 130 años ardió el mineral, se moldeó el acero y se forjaron vidas. Ahora, a comienzos de 1979, no hay uno sino cinco altos hornos de los que depende toda una ciudad encerrada en su valle. En su efervescencia obrera. En una lucha que -no escapa a nadie- está perdida de antemano.
Sin embargo, el sindicato del que habla Scatigno -la Confederación Francesa Democrática del Trabajo, o CFDT, de inspiración socialista- planea una espiral de acciones cada vez más espectaculares para impactar a la opinión pública. Así, el 20 de febrero sus afiliados ocupan durante horas un repetidor de televisión. Tres días más tarde suben con pancartas hasta las alturas de la Torre Eiffel. El 23 de marzo regresan a la capital para tomar sus avenidas con una manifestación multitudinaria que acaba en enfrentamientos con la policía. Precisamente la crítica mediática tras los incidentes de París le confirma a la cúpula de la CFDT-Longwy que el camino es otro: conseguir con intervenciones mínimas el máximo rédito. Innovar dentro de la no-violencia. Y controlar el relato.
Martes, 7 de agosto de 1979
“Por la mañana decidimos relajarnos un poco. Nos acercamos a la playa a unos 40 kilómetros de Nantes, vestidos con monos caquis y botas militares. Comemos mejillones con patatas fritas en un buffet libre… Creo que los dueños del restaurante aún lo están lamentando. Por la tarde nos acercamos al centro deportivo de la Jonelière. Por primera vez vemos la copa, expuesta dentro de una vitrina. Observamos y tomamos nota de la ubicación. JC, con su máquina de fotos en la mano, le gasta una broma a la persona que vigila el museo: ‘Je peux prendre la coupe ?’. La señora responde que sí, pensando que se refiere a una foto. Y entonces JC le contesta: ‘no se preocupe, eso es lo que íbamos a hacer de todas maneras’. Todos reímos por su juego de palabras.
La imagen de los cuatro obreros de Lorena atiborrándose a moluscos en la playa, en agosto, aunque vestidos como si fueran terroristas del IRA, lleva la narración al terreno del marxismo de Groucho más que al de Carlos. La broma a la vigilante suena a fanfarronada demasiado redonda como para ser creíble. Pero a pesar de las apariencias, los militantes de la CFDT-Longwy sabían lo que se hacían: así lo demostraban sendos triunfos mediáticos que habían resonado en toda Francia. El primero, en una noche de marzo de ese mismo año, cuando ‘convencieron’ al cantante Johny Hallyday -y a su pléyade de periodistas anexa- para que les acompañase a Longwy a la una de la mañana, al acabar un concierto en la cercana ciudad de Metz. “Cuando oigo que me secuestraron… Esa es una palabra demasiado grande. Me pidieron ayuda y yo siempre estaré con el pueblo cuando se rebela”, recordó después Hallyday, toda una estrella del rock francés que aquella noche recorrió las galerías de las fundiciones tocado con un casco de obrero. Aunque con el correr de su vida Hallyday no ocultaría sus simpatías por los gobiernos conservadores de Chirac o Sarkozy, provenía de una familia de izquierdas: su padre había sido corresponsal de prensa en el bando republicano durante la Guerra Civil española.
El segundo gran golpe de efecto del sindicalismo de Longwy llegó por carretera, el 9 de julio, procedente de Bélgica y camino de Metz. Era el Tour de Francia, que aquel día tuvo que detenerse ante el bloqueo de los obreros. Cuentan las crónicas que Bernard Hinault -que pedaleaba en pos de su segundo Tour- no ocultó su enfado por el incidente. Finalmente, la organización de la ronda ciclista pactó con los manifestantes que uno de ellos podría subirse al coche del director de carrera y dar a conocer sus proclamas con un megáfono: los aplausos del público y la empatía de los medios reforzaron a la dirección sindical. Había que insistir con los golpes de efecto.
Tras el rock y el ciclismo, había llegado el momento del fútbol.
Miércoles, 8 de agosto de 1979
“Pasamos el día en Nantes. Después decidimos entrar en acción esa misma noche. Esperamos a que los jóvenes futbolistas internos en el centro de formación se acuesten. Tienen sus habitaciones justo en el piso superior del museo. Me quedo con un compañero en el exterior, vigilando. Hay un guardia de seguridad con un pastor alemán: ninguno de los dos repara en nosotros. Los otros dos compañeros escalan por una verja y corren hacia el edificio. Suben por el techo y aprovechan cualquier hueco para entrar: donde no se puede pasar por una puerta, lo hacen a través de las ventanas… Fácil. 20 minutos más tarde están de vuelta. Dicen que se han encontrado abierta la vitrina que albergaba la copa. Decidimos no entretenernos mucho en la zona, y emprendemos camino de regreso al norte. Por si acaso, hemos ‘desmaquillado’ el coche: le hemos quitado cualquier pegatina con lemas que pudieran llamar la atención. Es medianoche.
En el momento en el que los obreros de Longwy asaltaron el edificio principal de la ciudad deportiva del Nantes, ésta apenas había cumplido un año. Inaugurada en 1978, suponía una de las primeras piezas dentro de la estructura regionalizada de formación que imponía la ‘Carta del fútbol profesional’, que co-responsabilizaba a los clubes franceses de impulsar sus categorías inferiores. Durante un cuarto de siglo los ‘Bleus’ o no se clasificaron para el Mundial de turno (1962, 1970, 1974) o cayeron en la primera fase (1966 y 1978). Las Eurocopas tampoco constituyeron ningún refugio, especialmente durante los 70. Ante el fracaso internacional, el fútbol del Hexágono apostó por la formación, y en ningún sitio caló tan rápido ni mejor que en Nantes. Ese movimiento estratégico vino a darle la razón a un vasco: José Arribas. Exiliado de la Guerra Civil, transformó la idiosincrasia del FC Nantes y por extensión del fútbol francés. “Tomó como referencia al Liverpool de Bill Shankly para asentar un estilo basado en el movimiento posicional y la elaboración del juego”, explica Alain Valnegri, comentarista de Gol Televisión y uno de los mayores conocedores del fútbol internacional. Hoy esas mismas instalaciones que hace 40 años asaltaron los obreros de Longwy lucen el nombre de ‘Centro de Formación José Arribas’.
“Es que Arribas fue toda una institución en Nantes”, recuerda François David, también analista televisivo pero además nacido en Nantes y exportero en edad infantil del club local. “Fue entrenador del primer equipo durante 16 años, entre 1960 y 1976, y con él en el banquillo se sientan las bases de un juego colectivo conocido como jeu a la nantaise que logra los primeros tres títulos de liga del club”. “Coinciden con los años del gran Saint-Étienne, y entre ambos se crea una rivalidad que es también un duelo de estilos: más elaborado en La Beaujoire, más físico en Le Chaudron”, argumenta Valnegri. Entre 1963 y 1983, ‘canarios’ y verdes se repartieron 15 de los 20 títulos en juego, cada cual con su libreto. Pero Arribas, además de un estilo, es también un método: la cantera, primero de jugadores y posteriormente entrenadores como Suaudeau, Denoueix o Deschamps. “Nantes era el colectivo. Defender colectivamente y atacar colectivamente. Jugar con y para el otro. Yo me desplazo para que tú la recibas mejor, cubrir al compañero, ofrecer coberturas… Todas estas cosas son principios que vienen de Arribas, aunque él no nos las explicara así”, resume Raynald Denoueix. Definitivamente, cuando los sindicalistas de Longwy asaltaron la ciudad deportiva de La Jonelière en 1979 estaban atacando una de las capitales del fútbol francés del momento. Aunque eso, probablemente, lo desconocían y solo les interesara un trofeo plateado de tres kilos que los ‘canarios’ habían levantado un par de meses antes: la Coupe de France!
Jueves, 9 de agosto de 1979
“Llegamos a eso de las siete de la mañana. Vamos a esconder la copa. De repente, empezamos a ver como el local del sindicato está vigilado por los gendarmes. Unos cuantos compañeros salen a ayudarnos con unas bolsas: en total somos diez personas, y cada uno lleva un paquete. Nueve están vacíos, y el décimo contiene la copa. Nadie sabe quién la lleva, salvo el que la lleva. Ya en el local, decidimos no decir nada aún, para que la noticia termine de bullir mediáticamente. Y es lo que ocurre: telenoticias, diarios… Entonces hacemos pública una foto del comando, en donde aparecemos enmascarados y con la copa”.
Cuando Arribas deja el banquillo de La Beaujoire, en 1976, a la directiva del Nantes se plantea dos opciones. El joven Jean-Claude Suaudeau, ex jugador del club y en ese momento entrenador de los juveniles, encarnaba la continuidad en el modelo del vasco. Jean Vincent, en cambio, venía de Lorient y suponía la introducción de matices a ese modelo. Y el elegido fue Vincent, quien a pesar de lograr la liga en 1977 no gozó del favor del público: “en Nantes pasa un poco como en el Barça, que hay tanto orgullo por la idiosincrasia propia que se rechaza un poco a quien no se ha formado en ella”, enuncia François David. Quizá por ello la directiva apostó por promocionar a Suaudeau como segundo entrenador. Con ese duo en el banco, y con Henri Michel, Patrice Rio o Maxime Bossis en el campo, el Nantes se deshizo del Angulema, el Niza y el Olympique de Marsella rumbo a su cuarta final de copa, un título que aún se les resistía.
Es 16 de junio de 1979, resuena la Marsellesa en el Parque de los Príncipes, se yergue Giscard d’Estaing en el palco y frente al Nantes se alinea el modesto Auxerre de Guy Roux, todavía en segunda división. Aunque las apuestas sonríen a los atlánticos, que además se adelantan en el marcador, el modesto cuadro blanquiazul logra empatar el duelo y llevarlo a la prórroga. El autor del gol del empate, Serge Mesonès, además de centrocampista es militante comunista, prefigurando los problemas que tendrá el Nantes con esta copa y los movimientos de izquierda. Pero en el tiempo extra el goleador del conjunto atlántico Éric Pécout impone su ley y redondea con un hat-trick el 4-1 final. Pécout también tiene algo de predestinado, puesto que volverá al binomio fútbol-siderurgia cuando abandone el Nantes para fichar por el Metz: allí, a pocos kilómetros de Longwy, conseguirá otra copa en 1984, muy celebrada en toda Lorena precisamente como placebo ante la desindustrialización ya desbocada.
Sábado, 11 de agosto de 1979
“Día de mercado, sale la copa. La paseamos entre los puestos de verduras y frutas. Todo el mundo está feliz de verla y tocarla. Camioneros, tenderas, niños, ancianos… Todos quieren hacerse fotos con ella. El Nantes presenta una denuncia pero en cuanto se enteran de que hemos sido nosotros la retiran, porque saben que devolveremos la copa”
En el noticiero de Antenne2 informan del robo. El presentador, el mítico Leon Zitrone, se pregunta si la copa 1979/80 podrá empezar sin la restitución del trofeo. Sin embargo, acto seguido introduce una pieza de video realizada en Longwy de más de cinco minutos. En ella se expone la dureza de la vida en la ciudad, los riesgos del aumento del desempleo para el sector servicios, las demandas de la junta obrera local, las actividades de la radio pirata sufragada por los sindicalistas… Todo lo que habrían podido desear los autores del ‘robo’ de la Copa cuando idearon esa acción: repercusión en horario de máxima audiencia, sin grandes costes en términos económicos ni de imagen. Hasta el Nantes hizo de tripas corazón por boca de su presidente, Louis Fonteneau: “No tomaremos ninguna medida contra los ladrones, pero eso sí: quien la tenga que la cuide… y que nos la devuelva bien rápido”. Varios años más tarde, el director deportivo del club no podía evitar una sonrisa cuando recordaba el extraño incidente de la Coupe’79: “Sobre todo nos alteró porque era la primera copa en la historia del club, habíamos sufrido mucho en la final para ganarla. Al principio pensamos en la obra de unos bromistas, o quizá de algún coleccionista…”.
La operación fue un éxito. El sindicalismo de Longwy ganó la batalla pero, como estaba previsto, acabó perdiendo la guerra. La reconversión que esbozó un gobierno conservador acabó llevándola a cabo otro gabinete de signo socialdemócrata, el de François Mitterrand, a comienzos de los 80. Ello ahondó la separación entre el Partido Socialista y la CFDT, la central sindical que tanto batalló por mantener los 20.000 empleos que la siderurgia había creado en el Valle del Mosela. Hoy Longwy ha perdido una cuarta parte de la población que tenía en 1979.
Por su parte, el Nantes siguió siendo el equipo de cantera y buen gusto por el balón que ideó José Arribas. Ganó dos ligas en los 80, una en 1995 y otra en 2001. Pero entonces le arrolló otra reconversión, en este caso futbolística, espoleada por la ley Bosman y la mercantilización del deporte. En 2007 el club atlántico descendió a Ligue2 por primera vez en su historia. Hoy se mueve en la zona media de primera, lejos de los éxitos de antaño y sobre todo de la estabilidad que le caracterizó: si entre 1960 y 2001 solo conoció seis entrenadores, desde la llegada del nuevo propietario en 2007, el millonario Waldemar Kita, ha cambiado 13 veces de preparador.
Lunes, 13 de agosto de 1979
“Salimos en autobus hacia Nantes, con varias decenas de obreros para oficializar la devolución. El vicepresidente nos recibe ‘fríamente’ en la Jonelière. Le ofrecemos unos platos de cerámica típica de nuestra región, nos hacemos un par de fotos, y nos volvemos a Longwy. Eso fue todo”.
Eso fue todo, enuncia Joseph Scatigno. Según desveló uno de los sindicalistas que participó en esa comisión del perdón que acudió a Nantes a restituir la copa, alguien, para excusarse ante el directivo del club, proclamó: “La hemos mantenido con mucho cuidado… Ni siquiera hemos bebido de ella”. Un final tan redondo como apócrifo, perfecto para cerrar las peripecias de aquellos días de agosto, hace ahora 40 años, tan inauditas en su tiempo, tan imposibles en el nuestro, tan en el centro de un triángulo formado por la denuncia amable, el humor costumbrista y ese monstruo mainstream en que se ha convertido el fútbol. Todo tan perfecto, tan bien hilado, tan blanco, que parece terreno abonado para una simpática roadmovie en alguna plataforma.
Y, de hecho, ya se está rodando.