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Matthias Sindelar, el hombre de papel

Antes de negarse a vestir la camiseta de la Alemania nazi en el Mundial de 1938, Matthias Sindelar lideró el fútbol de la mejor selección austríaca jamás vista

Jugaba al fútbol como ninguno
ponía gracia y fantasía
jugaba desenfadado, fácil y alegre
siempre jugaba y nunca luchaba.
(poema de Friedrich Torberg a Matthias Sindelar)

En Malesov, un pequeño pueblo de la República Checa bohemia, se empezaron a escribir las primeras páginas de la mejor historia que ha dado el fútbol austríaco. Ahí, en el seno de una familia de comerciantes de origen judío, nació un chico que cambiaría la forma de entender el deporte rey en el extinto Imperio austrohúngaro. El hombre que podría haber conseguido encumbrar a la selección austríaca como uno de los mejores equipos de la historia, pero al que el fascismo y el nazismo le privaron de ese éxito. Ahí nació Hugo Meisl en 1881.

Con apenas 15 años ya había abandonado el nido familiar para finalizar sus estudios en Viena. En la capital austrohúngara compaginaba sus dos pasiones: fútbol y finanzas. Con la pelota, era el Vienna Cricket and Football-Club el equipo que llenaba su tiempo; y cuando cambiaba el cuero por los números trabajaba para el Landerbank. Su pasión, casi enfermiza, por el desarrollo y la profesionalización del fútbol le llevaron a dejar de lado su prometedora carrera bancaria, para sentar los cimientos de este deporte no solo en su país, sino en gran parte de la Europa central. Fue uno de los fundadores de la Asociación Austríaca de Fútbol (OFB) a principios del siglo XX y el impulsor de la Copa Mitropa, la precursora de la Copa de Europa que se disputó entre los mejores clubes centroeuropeos desde 1926 hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial.

La creación del equipo maravilla

La pasión de Meisl por el fútbol no se centraba únicamente en el desarrollo del deporte a nivel estructural, sino que también era un gran conocedor del juego y un entusiasta de la evolución táctica del fútbol. Por ello, y con tan solo 31 años, se puso al frente de la selección austríaca, pero su primera etapa en los banquillos no duró ni dos años. El 28 de julio de 1914, con la declaración de guerra del Imperio austrohúngaro a Serbia por el asesinato del heredero al trono Francisco Fernando, empezaba la Primera Guerra Mundial y Hugo Meisl dejaba los campos de fútbol para servir a su patria en el campo de batalla. En 1919, con la conclusión de la guerra y la disolución del Imperio austro-húngaro, el seleccionador austríaco retomaba su cargo en el combinado nacional.

Por aquel entonces, un incomprendido inglés ya se había metido de pleno en la vida y, sobre todo, en la cabeza de Hugo Meisl. Ese británico, de nombre Jimmy Hogan, renunció al fútbol bruto, tosco y poco combinativo que se desplegaba en su país e inició una travesía por diversos países de la Europa central -Holanda, Austria, Hungría, Suiza, Alemania y Francia- en la que predicó su ideología futbolística cual profeta. Un profeta repudiado en la Inglaterra balompédica, ya que su estancia en territorio enemigo durante la Primera Guerra Mundial le valió el título de traidor. Lejos de su país expandió el conocido como ‘fútbol escocés’, dando paso así a la ‘escuela del Danubio’, con un juego de pases cortos, creativo y vistoso que enamoró a los aficionados centroeuropeos durante más de tres décadas.

Las largas charlas entre Meisl y Hogan con taza de té en mano en el Ring-Café vienés fueron el preludio del que sería el mejor equipo de fútbol que se recuerda en los Alpes austríacos. Con la premisa de “mantener el balón a ras de césped” como lema, Hugo Meisl instauró ese estilo en la Austria de los años 20 y una década después, con la idea ya forjada a fuego lento en la cabeza, los pies y el corazón de los futbolistas, nacía una selección para la historia: el Wunderteam -el equipo maravilla-.

 

Las largas charlas entre Meisl y Hogan con taza de té en mano en el Ring-Café vienés fueron el preludio del que sería el mejor equipo de fútbol que se recuerda en los Alpes austríacos

 

Aquel equipo formaba con un 2-3-5 sobre el terreno de juego y contaba con una plantilla plagada de grandes futbolistas. Karl Sesta formaba pareja junto a Franz Cisar en la zaga; Josef Smistik capitaneaba aquel equipo desde el centro del campo; y Josef Bican -que se mantiene como segundo máximo goleador de la liga austríaca-, Karl Zischek y Anton Schall destrozaban las redes de la portería rival partido tras partido. Pero sobre todas aquellas figuras había un hombre que destacaba por encima del resto. El líder del grupo. Un delantero espigado, de movimientos electrizantes, con un toque de mago y una habilidad innata para zafarse de los rivales una y otra vez. Un ariete con alma de enganche, que jugaba y hacía jugar a los suyos gracias a su dominio del balón. Él era Matthias Sindelar, el hombre de papel.

Sus orígenes checos -nació en el pueblo de Kozlov- y judíos se asemejan a los de su maestro, Hugo Meisl. Como él, de pequeño se trasladó a Viena y en la capital austríaca tomaría su primer contacto con el fútbol. Ese jugador capaz de destrozar a todo el equipo rival ya se atisbaba desde su adolescencia y con apenas 18 años empezaba a labrar su leyenda en el Hertha de Viena, un modesto club del décimo distrito de la ciudad, Favoriten, donde vivía con su familia. Tres años después, en la temporada 1924/25 recalaba en el Austria de Viena -Amateure de Viena en aquella época- y dejaría en las vitrinas del club dos Copa Mitropa, una liga y cinco copas en los 15 años que vistió la camiseta del club vienés. Con 23 años y el apodo de ‘Mozart’ a las espaldas por su forma de dirigir al equipo, llegó su primera oportunidad con la selección y el inicio no podía ser más prometedor. Ante Checoslovaquia, en un duelo entre países del ya desaparecido Imperio austrohúngaro, Sindelar firmó el gol que le daba la victoria a la escuadra dirigida por Meisl. Era el inicio de una etapa dorada para el país de los Alpes.

wunderteam1

En 1930 llegaría la primera cita mundialista de la historia. La mayoría de candidatos para albergar el torneo eran países europeos, pero la FIFA, de la mano del presidente Jules Rimet, se decantó por que fuera Uruguay el privilegiado de inaugurar la competición. Sus oros en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y los cien años que se cumplían de la Jura de Constitución uruguaya fueron motivos suficientes para que el máximo organismo del fútbol se inclinase por la opción sudamericana. Esta decisión no sentó bien en el Viejo Continente y la gran mayoría de selecciones rechazaron acudir a la cita, alegando que las dificultades económicas por las que pasaban sus países no permitían costear un viaje de tal magnitud. Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumanía fueron los representantes europeos en un Mundial que se llevó el anfitrión tras ganar por 4-2 a Argentina en la final.

Pese a que todas las miradas del panorama futbolístico estaban centradas en lo que ocurría al otro lado del Atlántico, en los Alpes se estaba gestando un equipo para la historia. Un grupo de jugadores que dominó el fútbol continental de manera sumamente aplastante. “Entre 1931 y 1934 Austria disputó 36 partidos: perdió tres antes del Mundial, dos durante el Mundial y otro después del Mundial. La segunda derrota de esas fue ante Inglaterra, el 7 de diciembre de 1932. Fue un partido legendario que se desarrolló en Stamford Bridge, la casa del Chelsea, y en el que Sindelar jugó un partido sensacional e hizo un gol muy elogiado. Si bien Austria perdió 2-3, puso en jaque al gran equipo inglés y para el pueblo austríaco y la opinión pública -nacional e internacional- fue como un triunfo. Cuando el plantel regresó al país fue recibido con todos los honores”, explica Camilo Francka, escritor del libro Matthias Sindelar, una historia de fútbol, nazismo y misterios.

Con esa notoriedad llegaba el Wunderteam al verano de 1934. Tras Uruguay, en esta ocasión Italia se impuso a Suecia en la lucha por ser el anfitrión del Mundial. Una decisión que, a posteriori, acabaría siendo decisiva para el devenir del campeonato. Esta vez eran los equipos sudamericanos los que boicotearon el torneo, aún molestos por la decisión de los europeos cuatro años antes. Argentina fue con un equipo plagado de jugadores no profesionales. Y Uruguay ni siquiera se presentó.

 

Un delantero espigado, de movimientos electrizantes, con un toque de mago y una habilidad innata para zafarse de los rivales una y otra vez. Un ariete con alma de enganche, que jugaba y hacía jugar a los suyos gracias a su dominio del balón. Él era Matthias Sindelar, el hombre de papel

 

Francia fue el primer rival de los austríacos. El primer escollo para hacerse con el título. Al término de los 90 minutos el partido iba 1-1, con un gol de Sindelar poco antes de acabar el primer tiempo que igualaba el gol de los franceses. En la prórroga, los goles de Bican y Schall se impusieron al de Verriest y Austria se plantaba en los cuartos de final con un 3-2. Cuatro días después, era el turno de Hungría. Los que hasta no hacía mucho tiempo eran hermanos, ahora eran rivales en el terreno de juego. Horvath y Zischek pusieron el 2-0 y los húngaros acortaron distancias desde el punto fatídico con un gol de Sarosi, que no fue suficiente para batir a los favoritos. La siguiente guerra era contra Italia en semifinales.

El último partido antes de la gran final, el estadio de San Siro como escenario y los anfitriones en frente. Pero el gran rival de ese día no eran los futbolistas italianos. Ni los cuatro argentinos que se nacionalizaron fugazmente para disputar aquel Mundial con la ‘azzurra’ -Monti, Guaita, Orsi y Demaría-. El problema que tenían Sindelar y compañía era Benito Mussolini. En esa época el fútbol ya era el opio del pueblo, por lo que ‘Il Duce’ quería contentar a las masas dominando también en el deporte, y se ocupó de que el trofeo de campeón del mundo no saliera de las fronteras transalpinas.

Ese 3 de junio de 1934, el fútbol rocoso y defensivo que practicaba la selección de Vittorio Pozzo desconectó a ‘Der Papierene’ -el hombre de papel- y a los suyos del encuentro a base de la agresividad permitida por un colegiado, el sueco Ivan Eklind, que ‘curiosamente’ también se encargó de arbitrar la final. Los austríacos volvían a Viena después de encajar un solitario gol en fuera de juego de Enrique Guaita. Aquel equipo que estaba llamado a hacer historia se despedía del Mundial y debían esperar cuatro años para volver a soñar con una oportunidad igual. Pero la historia, y el nazismo, se ocuparon de que esa posibilidad nunca se diera.

El Anschluss, la muerte del Wunderteam

referendum hitlerDesde la disolución del Imperio austrohúngaro al acabar la Primera Guerra Mundial, y tras proclamarse pocos días después la República de Austria, parte de la población alpina se posicionaba a favor de la unión de su país a Alemania, ya que muchos de ellos eran de origen germano. Pero el Tratado de Versalles firmado en 1919 negaba la posibilidad de esta anexión. “Alemania reconoce y respetará estrictamente la independencia de Austria, dentro de las fronteras, que podrá establecerse en un Tratado entre ese Estado y los Principales Potencias Aliadas y Asociadas; ella está de acuerdo en que esta independencia será inalienable, salvo con el consentimiento del Consejo de la Liga de las Naciones Unidas.” (Artículo 80, Tratado de Versalles).

El Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler se postulaba fervientemente a favor de que Austria se anexionara a Alemania. Desde su creación quería llevar a cabo un proceso similar tanto en su país como en tierras vecinas, alcanzar el poder desde la democracia. En Alemania se hizo con el poder en 1933, pero en Austria el éxito no fue el mismo. En 1932, Engelbert Dollfuss disolvió el parlamento austríaco e instauró una dictadura de derechas, nacionalista y antialemana. Por lo que la vía democrática empezaba a verse como una utopía desde los mandos del partido nazi, que, con estas circunstancias, optó por la invasión de Austria en 1933, sin éxito.

En julio de 1934, con los nacionalsocialistas alemanes ejerciendo una gran presión a Dollfuss mediante protestas y atentados en las calles austríacas, el ejército nazi hizo un golpe de estado que acabó con la vida del dictador, pero que no prosperó por la falta de ayuda de los militares alpinos. Tras Dollfuss llegó Schuschnigg, que tras una reunión con Hitler en febrero de 1938 permitió un referéndum en Austria para la anexión a Alemania y liberó a los presos nazis. El 13 de marzo los austríacos debían decidir el futuro de su nación. Pero en esas urnas no se depositó ningún voto. Días antes, los nazis austríacos invadieron las calles de las principales ciudades del país, como Innsbruck, Viena o Linz, y empezó la conquista nazi. Austria pidió ayuda a los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, pero estos no entraron en el conflicto por temor a que volviera a estallar una nueva guerra. Un mes más tarde, ya con Austria dentro del imperio alemán con el que soñaba Hitler, se realizó el referéndum que tenía pendiente Schuschnigg al estilo nazi, con una victoria aplastante del sí que recordaba al caciquismo vivido en la Restauración española de finales del siglo XIX. El anschluss -como se conoce esta anexión- era un hecho y Austria ya era alemana.

El Mundial de Francia estaba a la vuelta de la esquina y, del mismo modo que Mussolini movió cielo y tierra para que Italia saliera campeona del mundo cuatro años antes, Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda en la Alemania nazi, concienció a la dictadura alemana de que el fútbol era el trampolín que ayudaría a conectar a la gente con su país, el vínculo que fortalecía la unión de la nación. “Ganar un partido era más importante para la gente que invadir una ciudad del este de Europa”, escribía el ministro en su diario. Con esa idea en mente, y conocedores de las limitaciones de su plantel, los dirigentes alemanes vieron en el Wunderteam todo lo que necesitaban para formar un equipo exitoso. Y, como era de esperar, uno de los futbolistas por el que suspiraban los germanos era el líder de aquel grupo de ensueño, Matthias Sindelar. Pero el hombre de papel no era partidario de formar parte de aquello, los colores alemanes no eran los que sentía y declinó en reiteradas ocasiones la propuesta fingiendo un sinfín de lesiones.

Entre “lesión” y “lesión” de Sindelar, el régimen nazi propuso la celebración de un partido para conmemorar el anschluss. El estadio Prater de Viena -actual Ernst Happel- acogió un partido amistoso entre las selecciones de Alemania y Austria con las autoridades nazis en las gradas. Un encuentro que suponía el punto y final a una historia separadas. Y daba paso a un camino juntas, a pesar de que muchos no quisieran que se diera este paso. Las autoridades nazis recomendaron a los austríacos que se mostraran endebles durante el partido para que los germanos no se vieran retratados ante la superioridad del Wunderteam. Y Sindelar hizo caso omiso a la petición a su manera. Ese día sacó todo su arsenal a relucir, mostró el fútbol con el que había enamorado a su querida Austria. Los regates, el fútbol de pase corto, el ataque continuo al rival seguían ahí, pero a la hora de definir mostraba cierta dejadez, demostrando su resignación a pertenecer a un lugar con el que no se identificaba. En el segundo tiempo los goles sí entraron, a diferencia de lo visto en los primeros 45 minutos, y el resultado final reflejó un 2-0 a favor de los austríacos con tantos del mismo Sindelar y de Karl Sesta. “Después de haber investigado profundamente la vida de Sindelar durante cinco años concluyo que la persecución de los nazis a Sindelar es un mito sin sustento en los hechos. Sindelar no era judío, no festejó su gol a los alemanes aquel 3 de abril de 1938 con una danza burlona ante Adolf Hitler y tampoco fue un ícono de la resistencia austríaca, por lo que no había ningún motivo de enfrentamiento ni de querer acabar con su vida. La historia, de hecho, nos muestra que hubo más complicidad que animosidad”, clarifica Camilo Francka ante las leyendas que se han difundido sobre ese encuentro.

 

Durante años se habló de una persecución por parte de la Gestapo, ante las reiteradas negativas del futbolista por defender la camiseta alemana. También se dejó caer que la muerte de Sindelar fue un suicidio. Pero las autopsias mostraron lo contrario

 

En el Prater de Viena acabó la leyenda de un equipo que lo tenía todo para hacer historia, pero que nunca pudo escribir su nombre en la historia de los campeones mundiales. Como los ‘Magiares Mágicos’ húngaros en 1954, que perdieron la final del Mundial de Suiza ante Alemania contra todo pronóstico en lo que se recuerda como el ‘Milagro de Berna’; como la ‘Naranja Mécanica’ de Rinus Michels, que revolucionó el deporte rey con el denominado ‘fútbol total’ y se quedó a las puertas de la gloria en las finales 1974 y 1978; o como la Brasil de Sócrates, Zico y Falcao, que dejó su huella en el Mundial de Naranjito sin poder llegar ni a la semifinal. El Wunderteam vivió lo mismo que esos equipos, la sensación eterna de ser el campeón sin la copa.

Lo que no se esperaban los aficionados austríacos después de la desaparición de aquel fabuloso equipo era que la peor noticia estaba aún por llegar. En la mañana del 23 de enero de 1939 ni el corazón de Matthias Sindelar ni el de su esposa, la italiana Camilla Catagnola, volvieron a latir. Durante años se habló de una persecución por parte de la Gestapo, ante las reiteradas negativas del futbolista por defender la camiseta alemana, también se dejó caer que la muerte de Sindelar fue un suicidio provocado por las amenazas que recibió. Pero las autopsias mostraron lo contrario. “La muerte de Sindelar no fue suicidio sino un accidente doméstico por inhalación de monóxido de carbono a través del funcionamiento defectuoso de una estufa. Esto fue certificado por la autopsia que le practicó el Dr. Schneider, del Instituto de Medicina Forense de la Universidad de Viena, el 26 de enero de 1939, es decir tres días después del fallecimiento. El suicidio, la venganza de los nazis y todas las teorías conspirativas también forman parte de los mitos”, nos aclara el escritor de Matthias Sindelar, una historia de fútbol, nazismo y misterios.

Ante tal tragedia, Austria se vistió de luto y le ofreció a Matthias Sindelar un último homenaje en un funeral de Estado. Se llenaron las calles de Viena con más de 15.000 personas para despedir a aquel hombre delgaducho que, con un balón entre los pies, les había hecho soñar con ver a su país en lo más alto del deporte rey. El Zentralfriedhof, cementerio vienés donde se encuentran las tumbas de personajes históricos de la fama de Beethoven, Strauss y Schubert, también guarda un rincón para Matthias Sindelar, que, como todos ellos, hizo de su especialidad un arte y dejó un recuerdo imborrable para la Austria de los años 30.

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“En esta casa, murió en la noche del 23 de enero de 1939 bajo circunstancias misteriosas el rey del fútbol vienés Matthias Sindelar, llamado ‘el hombre de papel’. Sindelar, nacido el 10 de febrero de 1903 en Kozlau (hoy Kozlov, República Checa), fue durante muchos años el corazón y la cabeza tanto del Austria de Viena, así como del Wunderteam. Dedicado por su Austria de Viena. (Viena, mayo de 2008)“