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Don José Eulogio Gárate Ormaechea, el ‘Ingeniero del Gol’

La historia, quizá una de las más surrealistas y espantosas y crueles de la historia del fútbol español en lo referente a lesiones, empieza en Sarandí, provincia de Buenos Aires, un 20 de septiembre de 1944. “Mi abuelo [Eulogio Gárate Osoro] fue teniente alcalde republicano de Eibar. Con la guerra tuvo que huir a Francia y de ahí se marchó a Argentina. Pero mi padre se quedó aquí porque estaba trabajando y se casó. Tiempo después, decidieron ir a visitar a sus padres y se quedaron allí durante la posguerra. España atravesaba momentos de dificultad, de carestía de comida. Problemas de alimentación. De todo. Se quedaron allí porque Argentina entonces era un paraíso. Era el granero del mundo, se decía. Y era verdad. Allí había trabajo para todo el mundo. Y abundancia de todo. Yo nací allí en 1944 y en el 45 mis padres volvieron a Eibar, así que yo me considero eibarrés”, asentía el propio José Eulogio Gárate en una bella e imprescindible entrevista en Jot Down, realizada por Álvaro Corazón Rural.

Como tantos otros, Gárate empezó a jugar en el patio, “en una época en la que el balón si no era de cuero era de papel”, y fue creciendo hasta llegar al juvenil del Eibar. “Como tenía que compaginar los estudios con el fútbol yo no entrenaba. Solo iba el fin de semana a jugar el partido”, añadía un Gárate que más tarde recalaría en el Indautxu bilbaíno, con el que celebró 17 tantos en 26 partidos en la categoría de plata en la 65-66, de la mano de Ferdinand Daučík, enamorado de su joven discípulo y figura clave en su llegada al Atlético de Madrid. La lógica hubiera dictado que su siguiente paso fuera hacia San Mamés, pero el destino le condujo al sur, a Madrid, en el verano de 1966, apenas unas semanas después de que el Atleti se coronara campeón de liga. “Yo era de pueblo, del norte, y quería estar en el Athletic. Era el equipo de nuestro entorno, de la zona, el equipo de los vascos, y ellos querían ficharme. Piru Gaínza, el entrenador, me decía que me daba todo lo que quisiera: libertad para entrenar y estudiar, para compaginar el fútbol con mi vida. Pero el problema fue que para fichar por el Athletic me tenía que hacer español. Yo había elegido la nacionalidad argentina porque la mili me parecía una pérdida de tiempo. Yo no tenía ningún problema en hacerme español, pero no quería ir al servicio militar. Lo intentaron, contactaron con la Capitanía General de Burgos, pero les dijeron que no. Luego el Atlético fue más hábil y me consiguió la nacionalidad sin tener que hacer la mili”, proseguía Gárate. “Llegar a Madrid me causó gran impresión. Era un 25 de julio. Hacía un calor horroroso para alguien que llegaba del norte. Pero gracias a Dios todo fue muy bien”, afirmaba en Jot Down.

En el Manzanares, hospedado en un pensión conocida como Doña Sofi, tutelado por Jorge Griffa, “un maestro para mí”, se consagró como el ‘Ingeniero del Gol’, por su habilidad en el verde y por sus inquietudes más allá de la cal; estudiante de Ingeniería Industrial. En febrero de 1967, El Diario Vasco reproducía una entrevista publicada en Arriba en la que Gárate aseguraba que “lo más importante para mí es la carrera”. “Gárate, como futbolista, se entrega con la misma intensidad que sobre los libros de texto”, decía el pie de foto de la entrevista, en la que Gárate reconocía que, antes de llegar al Indautxu, “me había empezado a aburrir la sujeción a que me obligaba el fútbol. Los viajes para entrenar. Tenga en cuenta que no podía hacer como mis condiscípulos. No tenía la libertad que ellos para aprovechar los ratos de ocio. Sí, me aburría el fútbol, y había decidido dejarlo cuando se decidió lo del Indautxu. Fiché por ese equipo en septiembre y al cabo de una temporada me vine aquí”. En Madrid, empezó a labrar una leyenda alrededor de su nombre, a base de goles, hasta consagrarse en el Olimpo de los mejores jugadores de la historia del Atlético. Hoy sigue ahí. En total, celebró 137 goles con el Atlético, con el que alzó tres ligas (69-70, 72-73 y 76-77), una Copa del Generalísimo (1972) y una Copa del Rey (1976) y la copa Intercontinental de 1974. Solo Alfonso Aparicio (39-40, 40-41, 49-50 y 50-51) ha logrado más ligas con el Atlético que Gárate, empatado a tres con Adelardo Rodríguez, Luis Aragonés, Eusebio Bejarano, Alberto Fernández, Roberto Rodríguez (‘Rodri’), Jesús Martínez Ayo, Ignacio Salcedo y José Ufarte. Tan solo Luis Aragonés (172), Adrián Escudero (169), Francisco Campos (144) le superan en la tabla de máximos goleadores rojiblancos. Antoine Griezmann le alcanzó con su doblete contra el Liverpool, hace una semana. Era el referente, el estandarte y el corazón de uno de los mejores Atleti de la historia. De ese Atleti que pereció a un paso de alzar la Copa de Europa al perder ante el Bayern en la final, tras un tanto clave de Gárate contra el Celtic en semifinales. Era el ídolo de grandes y pequeños. “En los partidos de chapas reservábamos la más lisa y rápida de todas para poner su cara encima, recortada del cromo”, contaba un aficionado del Atlético en internet, volviendo a los goles de Gárate.

Internacional en 18 ocasiones (16 con Ladislao Kubala), encadenó tres Pichichi: en la 68-69, en la 69-70 y en la 70-71. El primero lo compartió con Amancio Amaro (14 goles en apenas 20 partidos de liga), el segundo, con Luis Aragonés y el mismo Amaro (16) y el tercero y último, con Carles Rexach (17). Solo Leo Messi (8), Telmo Zarra (6), Alfredo Di Stéfano, Quini y Hugo Sánchez (5) y Ferenc Puskás (4) tienen más pichichis que Gárate, empatado a tres con Cristiano Ronaldo e Isidro Lángara. Él los enlazó, además, en un fútbol de otra época. “Todavía me duelen los huesos”, decía en Jot Down. “Los centrales en aquella época eran más duros. Tenías un marcador fijo que te seguía a todos los lados y, si no llegaba, te daba un leñazo. Aguirre Suárez salía al campo con varios alfileres y te pinchaba en el culo. Y, luego, otro detalle: en aquella época para un argentino la palabra hijo de puta era como decir hola, qué tal estás. Entraban en el vestuario por la mañana y decían buenas, hijo de puta. Eso aquí no lo podías decir. Ahora se ha popularizado, pero en aquella España no podías decir hijo de puta. Era una palabra prohibida”, continuaba Gárate, referente por su caballerosidad y su nobleza.

 

“Yo fui respetado porque respetaba. No es que yo no fuera valiente. Es que yo no iba a la guerra, iba a jugar al fútbol. Siempre lo he entendido como un juego, respetando al rival”

 

BDFutbol certifica que solo vio cuatro amarillas. Solo le expulsaron una vez, bajo el polémico silbato de Emilio Carlos Guruceta, en el antiguo Sarrià. La leyenda, según recogía un texto publicado en una web del Ayuntamiento de Eibar, cuenta ‘Goyo’ Benito, del Madrid, “solo indultaba de su habitualmente doloroso tratamiento a Gárate”. Y los recuerdos añaden que no celebraba los goles por respeto, para no ofender, para no molestar. “La alegría iba por dentro. Lo que se hace hoy, con todo el mundo dando volteretas y haciendo saltos, no sé…”, decía en Jot Down. “Has puesto de moda las celebraciones estruendosas. A partir de tu famosa voltereta parece que cada uno tiene que inventar algo para dar la nota. Las celebraciones de los goles no tenían nada que ver con lo que son hoy en día. Es la moda, pero a mí no me gusta”, le decía a Hugo Sánchez en un cara a cara en El País, en 1998, siempre discreto, más cómodo en un segundo plano. En 2015, de hecho, fue noticia por aparecer por sorpresa en la cola de hinchas rojiblancos para recoger entradas de la final de Lisboa, en las taquillas del Calderón, para un amigo. Apareció como uno más, sin avisar, sin querer recibir ningún trato de favor.

“Yo fui respetado porque respetaba. No es que yo no fuera valiente. Es que yo no iba a la guerra, iba a jugar al fútbol. Siempre lo he entendido como un juego, respetando al rival”, aseguraba en El País. “Para marcar goles hay que valer. Un defensa o un medio pueden tener mucha técnica, mucha visión, mucha precisión, pero meterse en el área es entrar en una cueva llena de leones. Hay a quien le da miedo mirar la portería y hay quien ni se atreve a entrar en el área”, afirmaba Hugo Sánchez, ante la atenta mirada de Gárate. Sin miedo, el eibarrés miró la portería por última vez, y celebró su último gol, en la final de la Copa de 1976, ante el Zaragoza, dando el triunfo al Atlético con un maravilloso cabezazo en plancha en el minuto 26, sobre el tapete del Bernabéu. Aquel remate en plancha, y tantos otros, permanece clavado en la retina de muchos, como un cuadro en el salón, impertérrito ante el paso del tiempo. Aquella fue la primera Copa que entregó Juan Carlos I, una vez muerto Franco. En la siguiente temporada, la 76-77, Gárate apenas pudo disputar un partido de liga: 14 minutos contra el Barça en el Calderón, con triunfo por 3-1 con goles de Rubén Cano, Ramón Heredia y Eugenio Leal.

Apenas tenía 32 años, y mucho fútbol y, aún más, muchos goles en sus botas, sobre todo teniendo en cuenta que destacaba más por lo técnico que por lo físico. “El 1 de febrero de 1976, el Elche visitó al Atlético en partido de liga. En principio, un partido más. Ganó el Atlético 3-0. Normal: era superior, aspirante al título, jugaba en casa. Las crónicas hablan de un buen partido de toda su delantera, en especial de Leivinha. Pero también de Gárate, el futbolista más querido por la afición en aquellos años. Todavía el más querido, quizás, para un par de generaciones de atléticos, el que más cariño mereció y recibió en el Manzanares. Entrando más a fondo en las crónicas, se lee sobre la dureza del partido. Y se habla de una entrada de Indio, del Elche, que le produjo un corte con un taco a Gárate en la rodilla en el 12′. Le bajaron al vestuario, le pusieron tres puntos y a los siete minutos ya estaba otra vez en juego, vendado, pero en condiciones de rendir. Tanto que al poco de volver abrió el marcador con un precioso cabezazo, en plancha, girando la cabeza. Un gol de pañuelos”, escribió Alfredo Relaño, sobre un jugador inteligente, “de gran control, soltura con el balón con los pies, habilidad para abrirse hacia la banda, arrastrando al central para abrir huecos para los que venían detrás, y magnífico remate, con los pies y con la cabeza”.

La lesión cicatrizó, como tantas otras antes, y Gárate siguió jugando, y tras perder la liga en las últimas jornadas, alzó la Copa como capitán, pero desde aquel duelo contra el Elche jugaba martirizado y atormentado por unas molestias persistentes e incesantes en la rodilla. Y las molestias se acentuaron en verano, mientras los médicos enloquecían buscando su origen, indescifrable. Contó Relaño que, “a la vuelta del verano, el doctor Ibáñez, médico del Atlético, primer gran especialista español en medicina deportiva, le exploró la rodilla. Lo vio todo bien, con la salvedad de un bultito. Hizo una extracción. Se hicieron cultivos. Se encontró un hongo de nombre Monosperium Apiospermun, que se cría entre la hierba en climas cálidos, húmedos”. “La tierra que se me quedó dentro de la herida tenía esporas de hongos”, afirmaba Gárate en Jot Down.

 

“Hasta el Manzanares acudieron hinchas del Betis, del Sevilla, del Rayo y muchos del Real Madrid. Aquel día, la noche que Gárate lloró en una mezcla de rabia y felicidad, de impotencia y alegría, España entera lloró con el ‘9’ del Atlético”

 

“La presencia de ese hongo provoca una enfermedad llamada mitezoma de rodilla, frecuente entre cortadores de caña en zonas tropicales. Ibáñez viajó a Brasil, a informarse. El tratamiento recomendado era Anfotericina B. Se aplicó, hubo una mejoría, e incluso jugó un rato ante al Barça en octubre, pero todo se torció. Estaba registrado un porcentaje de casos en que el organismo del paciente rechazaba ese tratamiento, y el de Gárate fue uno de esos. El hongo se comía la rodilla y la medicina afectaba el riñón”, seguía Relaño. “El antibiótico eliminaba mis defensas y favorecía el desarrollo del hongo, que me estaba comiendo el cartílago y el hueso, pero además el verdadero peligro era que me se extendiera por la sangre y llegara a los órganos”, relataba Gárate. Llegó a pedirle al doctor Ibáñez que le cortara la pierna, de tanto dolor y tanta frustración, de tantas consultas sin respuestas. “En una consulta estuvieron doce médicos. ¡Doce!”, apuntaba en Jot Down. “Si había que amputar, yo estaba decidido para acabar con todo eso”, añadía. Eran días eternos, semanas sin fin: los bares devoraban los periódicos, mientras los niños que se pedían a Gárate en la plaza descubrían la tristeza. “Aquello avanzaba y no se veía remedio. Ibáñez viajó de nuevo a Brasil y un gran especialista, Lacasse, le habló de otro medicamento: Nitrato de Miconazol. En España se comercializaba solo en polvo, para los pies. Se podía adquirir en Bélgica como inyectable. Lo trajo y funcionó”, rememoraba Relaño. “Despareció el hongo, pero la rodilla estaba liquidada”, sentenciaba. “Tuvieron que traer de Bélgica, de los laboratorios Janssen, un medicamento que no estaba aprobado por la dirección General de Sanidad. Me lo dieron y en diez días se había eliminado todo, pero me dejó destrozado”, certificaba el propio Gárate en la mencionada entrevista en Jot Down, en 2014.

Pese a la baja de Gárate, el Atleti, guiado por los goles de Rubén Cano (19), Rubén Ayala (18) y Leivinha (8), caminó con paso firme hasta el título de liga. Recogió el trofeo el 1 de junio de 1977, justo antes del inicio del partido que se organizó, a modo de homenaje a Gárate, entre el Atlético y una Selección de jugadores del Athletic y la Real, con nombres de la categoría de José Ángel Iribar, Inaxio Kortabarria, Ángel María Villar, Jesús María Satrústegui o Roberto López Ufarte, entre muchos otros. Lanzando las muletas al aire, incapacitado para jugar, Gárate saltó al verde con camisa blanca, americana marrón, corbata azul. Cruzó el campo, alzó la copa, de manos Pablo Porta, entonces presidente de la federación, e hizo el saque de honor, mientras las gradas del Manzanares, con 60.000 almas de pie, se inundaban de lágrimas y temblaban, entre aplausos y un grito unánime: Gá-ra-te, Gá-ra-te, Gá-ra-te. “Nunca podré olvidar la reacción del público. No puedo explicar hasta donde llega mi agradecimiento a esa afición y a todo el pueblo de Madrid. Fue algo extraordinario”, asentía en Jot Down, antes de remarcar que “luego tienes que pasar página. No puedes estar añorando lo que fuiste o lo que dejaste de ser, aunque el fútbol haya sido siempre una parte tan importante de tu vida”.

Los más mayores afirman que la noche del 1 de junio incluso hinchas del Madrid se acercaron al Manzanares. “Aquel día no solo acudieron hinchas del Atlético. Hasta el Manzanares acudieron hinchas del Betis, del Sevilla, del Rayo Vallecano y muchos, sí, muchos, del Real Madrid. Aquel día, la noche que Gárate lloró en una mezcla de rabia y felicidad, de impotencia y alegría, España entera lloró con el ‘9’ del Atlético de Madrid”, apuntaba Rubén Uría en Eurosport, dibujando la figura de Gárate, “tan temido como respetado, tan admirado como querido, por su afición y por sus rivales”, “protagonista de las charlas familiares, de las herencias de padres a hijos, donde el niño le pide a su padre que le explique, otra vez, ese cuento tan bonito”.

Con todo, quizás nada puede ilustrar mejor lo vivido ese día y, a la vez, la naturaleza de Gárate, y también, en definitiva, lo que es el fútbol, que un antiguo y hermoso relato escrito por un aficionado rojiblanco en un blog atlético, indiosrojiblancos.com: “Lo recuerdo como si fuese hoy. Había prisa. Mi padre me hacía ver la necesidad de acudir al Calderón el 1 de junio de 1977: ‘Ningún atlético que se precie puede faltar’, decía, mientras mis amigos esperaban para jugar un partido. No habían transcurrido diez minutos y ya me encontraba acompañando a mi padre, en el asiento trasero de un Renault 12 TS azul metalizado, y no lograba entender por qué me pasaban esas cosas, mientras que a Alberto le dejaban hacer lo que quería. Estábamos aparcando cerquita del campo, e hice mi último intento: ‘Papá, es un partido amistoso, y encima contra el Bilbao’. Mi padre frunció el ceño. Y me dijo unas palabras que nunca olvidaré: ‘hoy no vamos a ver un partido. Hoy vamos a despedir un caballero’. Mi tío, algo enfermo, se nos unió después: ‘Se nos va Gárate, chaval. Se nos va y no podemos hacer nada’. A mí me extrañaba tanta milonga. Un año antes se había marchado Adelardo y no se me obligó a nada. En el estadio, sentado y con su almohadilla escocesa nos esperaba mi abuelo: un hombre seco, no muy dado a efusiones, pero de esos que transmiten honestidad e integridad a raudales. Me fui hacia él, para saludarle, y no hicieron falta dos segundos para que se diera cuenta de que algo me ocurría. ‘Es que íbamos a jugar un partido, abuelo’. ‘Pero es el homenaje de Gárate’, me cortó, bruscamente. ‘Hoy no puede faltar nadie, aunque no sean atléticos. Hoy este es el sitio de cualquiera que ame el fútbol’. Me descolocó. ‘Cuéntame algo de Gárate, abuelo. ¿Fue mejor que Mendonça?’. Los pequeños ojitos de mi abuelo se iluminaron. No solía sonreír, pero lo hizo en ese preciso instante, contento de que su nieto se interesase por su opinión. ‘Mira, ahí está Gárate’, me dijo mi padre. Era un tipo espigado. Con enormes dificultades para caminar. Se le notaba emocionado. Mi abuelo se inclinó y puso una mano en mi hombro. ‘Don José Eulogio Gárate Ormaechea, el delantero más elegante que haya pisado campo alguno. Un caballero. Significa lo más grande’. Al final del partido se le ofreció el trofeo como recuerdo. Mis palmas echaban humo. Ya lo había entendido todo. Mi abuelo no dejaba de mirarle. Como queriendo grabar su imagen para siempre. Y lloró. Con lágrimas secas, de hombre duro. Poco después, murió”.

 


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Fotografía de Imago.