Ahora hace más de cinco años, en el primer número de la revista, el #Panenka00, Axel Torres nos analizaba con un extenso reportaje el tópico creado en torno al Arsenal perdedor de los últimos tiempos y, lógicamente, en torno a la identidad de un entrenador que ya entonces presumía de la condición de mito viviente del fútbol de las Islas: Arsène Wenger.
1998: el primer doblete, una columna vertebral de acero
Llegó con pinta de profesor de física, y algunos de sus jugadores hasta se mofaron de su imagen. Mientras la prensa se preguntaba de dónde había salido aquel entrenador francés que venía de Japón, la formación universitaria y la visión cosmopolita de Wenger llamaron la atención en uno de los clubes más conectados a la tradición británica del fútbol. De hecho, la famosa defensa de cuatro del Arsenal, que se recitaba de memoria en todo el país, estaba formada por tipos duros, agresivos, que cumplían su trabajo sin contemplaciones y nada preocupados por la vertiente estética del juego. El concepto salida de balón, tan importante hoy en día en todos los fichajes del alsaciano –de Koscielny se enamoró por lo elegante de sus pases-, no tenía cabida en la filosofía de aquellos zagueros de vieja escuela. Pero en aquel equipo que ganó un doblete en la que sólo era la segunda campaña de Wenger en Londres, los integrantes del back four –Dixon, Keown, Adams y Winterburn, cuya media de edad era por aquel entonces superior a los 31 años- no estaban solos. Los dos medios centros, Petit y Vieira, que aquel mismo verano se proclamarían campeones del mundo con la selección francesa, pertenecían a la misma estirpe futbolística. De hecho, el equipo era, por aquel entonces, más conocido por su récord negativo disciplinario que por su gusto por el toque. Y es que incluso uno de los teóricos extremos, Ray Parlour, era un centrocampista trabajador reconvertido. Los holandeses Overmars y Bergkamp ponían la clase, pero el juego era bastante directo, basado en la velocidad y la salida rápida. Lo evidenciaba la figura del punta principal, siempre vertiginoso y especialista de los espacios: a veces Ian Wright, ya en sus últimos pasos en el profesionalismo, a veces Nicolas Anelka, el primer gran descubrimiento adolescente de Wenger en Islington. Era aquel, pues, el Arsenal de Wenger más alejado de todas las etiquetas que hoy se le cuelgan al técnico alsaciano. Y aunque es cierto que la mayor parte del equipo la heredó de tiempos anteriores, fue él quien lo condujo hacia un doblete histórico, seis años después del último título de liga.
2002: el segundo doblete, la semilla de los invencibles
Fue el de 2002 un equipo mixto: el último acto de servicio de dos integrantes míticos de la vieja guardia (Adams y Dixon) y el primer gran logro de una nueva generación de futbolistas foráneos más próximos al gusto principal de Arsène Wenger por el fútbol asociativo: los Pires, Henry y Ljungberg. Tenía, sin embargo, algunas virtudes que en la actualidad se echan de menos. Ya sin Winterburn y con Keown relegado a un papel de suplente por su pérdida de velocidad, Wenger sustituyó a sus dos zagueros legendarios por defensores ingleses: a Ashley Cole lo promocionó desde las categorías inferiores –un hecho prácticamente único en la era del alsaciano en Islington si nos referimos a canteranos puros-, y a Sol Campbell lo contrató del eterno rival, el Tottenham. De este modo, se mantenía una característica que puede parecer anecdótica, pero que hoy se señala como fundamental: la línea de cuatro seguía siendo íntegramente inglesa. O lo que es más importante: había crecido empapándose de fútbol británico y sus conceptos básicos. Aquel gran equipo, que se proclamó campeón de la Premier en Old Trafford ganando al Manchester United, poseedor de los tres títulos anteriores, en la penúltima jornada de liga, tenía un tremendo espíritu competitivo: venció en sus trece últimos compromisos ligueros, comportándose justo del modo opuesto a como lo ha hecho el Arsenal recientemente en los desenlaces de los torneos. Más llamativo aún: cedió sólo cinco empates y ninguna derrota- desde la jornada 13 hasta el final. Y aunque al año siguiente se le escaparía la Premier, aquella racha de resultados instaló en la conciencia colectiva la idea de que aquel era un equipo potentísimo. La llegada de Ljungberg había desplazado a Parlour al centro del campo, regresando a la que había sido su posición original y formando un doble pivote con Vieira de ida y vuelta, una pareja de volantes box to box. Se empezó a apreciar entonces una de las ideas básicas del Wenger original: los centrocampistas más técnicos, aunque no fueran extremos, se ubicaban en las bandas. Una fórmula que en el futuro el alsaciano intentaría repetir con Rosicky, Hleb y Nasri. Ninguno de ellos, ni en su mejor año, funcionó nunca tan bien como Robert Pires y Fredrik Ljungberg.
2004: campeón invicto, referencia estilística europea
El mejor Arsenal de Wenger fue, sin ninguna duda, el que ganó la Premier sin perder ni un solo partido en la temporada 2003-2004. También fue el que practicó el mejor fútbol, el más celebrado por el público internacional, el que realmente publicitó a escala global el cambio de estilo que en Inglaterra ya se estaba comentando en los años anteriores. Aunque en 2006 el equipo se metería en la final de la Champions y se quedaría a veinte minutos de ganarla, fue éste, el de los ‘Invencibles’, el que realmente desaprovechó la gran oportunidad histórica de conquistar Europa. Porque si dos años después el Arsenal llegaba a París pese a su discreta campaña doméstica, en 2004 sí había unanimidad a la hora de considerar al cuadro de Wenger como el mejor del momento en Europa. Se cruzó en cuartos de final de la Champions con el Chelsea, un enemigo al que, por entonces, tenía absolutamente dominado. Y sin embargo, rompiendo una estadística contundente en los enfrentamientos directos entre los dos conjuntos londinenses, los blues ganaron en Highbury tras el 1-1 de la ida en el Bridge. De haber superado aquella eliminatoria, el Arsenal se habría enfrentado al Mónaco en semifinales… y al Oporto de Mourinho en una hipotética final. Pero Europa no coronaría a aquel auténtico equipazo, quizá el más perfecto de la era Premier en el fútbol inglés. Wenger logró que su apuesta por el toque adquiriera además un ritmo frenético en la circulación de balón, provocando un juego vistoso, eléctrico, definido en la prensa local como flying football. La base del equipo era la misma que había logrado el título en 2002, pero con cuatro piezas nuevas: el portero Jens Lehmann, el central Kolo Touré –un absoluto descubrimiento, ya que había llegado al club sin posición definida, y sus primeras apariciones fueron como centrocampista de banda-, el lateral Lauren y el medio centro Gilberto Silva, que se había presentado con el cartel de haberse proclamado campeón del mundo en Corea y Japón. Así que incluso aquel equipo tan apreciado por su estética contaba con una pareja de mediocentros agresivos y repletos de virtudes defensivas. Un dato que a menudo se olvida. Pero ante todo, aquel era el Arsenal del Henry en plenitud. De un Henry que anotó 30 goles en la Premier y al que se le escapó el Balón de Oro -probablemente merecido por nivel de juego- tras la derrota en cuartos de la Champions y el papel gris de Francia en la Eurocopa 2004.