Hace tiempo que crear es un concepto difícil de cumplir porque todo parte de lo ya creado. En el fútbol, siendo más precisos, se renuevan métodos según lo que va ocurriendo y partiendo desde una idea anterior que obliga a contrarrestarla. En función de ello, Pep Lijnders, segundo entrenador de Jürgen Klopp, se reunió con el alemán para convencerle de que necesitaban reproducir el fútbol de la calle en los entrenamientos. El neerlandés creía que los rondos o la manipulación geométrica del campo hacia otros más reducidos no era lo mismo. Así, Lijnders, que había trabajado en el Oporto, quería construir una gaiola portuguesa, una especie de jaula con paredes de 20×40, sin fueras, donde los jugadores pudieran reproducir el juego continuo, la inventiva y la improvisación como únicos recursos, armando partidillos de cinco contra cinco o siete contra siete en los que dos capitanes eligieran por turnos a los jugadores que formarían su equipo mientras un tercer equipo esperaba por el vencedor. Como los niños dando al telefonillo y bajando al parque: quien gana, sigue en la cancha. La calle y la inocencia como parte del método.
A esta jaula la llamó Melwood Arena y su intención no era otra que llevar al jugador a otro lugar emocional anterior que lo estimulara y que a su vez representara un sentido claro y aplicable a lo que se estaban encontrando en la competición. “Realmente creo que tenemos que ser mejores en el último tercio, más creativos; en el espacio reducido necesitamos retener mejor el balón. Podemos desarrollar 100 ejercicios, pero lo mejor sería que reproduzcamos la calle”. Jugar para ganar y no ser derrotado, acercarse unos a otros y comunicarse en espacios cortos. Sobre esto último, Adrián Cervera, exentrenador español, escribió un libro, casi un tratado, de lo que estaba por venir. Lo llamó Juego de aproximación, y en él se desvelaba una respuesta simple al sofisticado pressing imperante en el fútbol, repleta de visión pero en el fondo tratada con la lógica cruyffista, que venía a expresar la necesidad de aproximarse y no alejarse a la hora de salir de la presión. Si sé que me van a perseguir, me acerco y genero un espacio para otro. Esto está sucediendo de tal modo que hasta los más alejados de todo esto, sirva el símil, se están acercando.
Hace unos cuantos meses, Diego Simeone se vio contra las cuerdas. Y de alguna forma, él se lo había buscado. Desde 2011 se propuso transformar la mentalidad del Atlético de Madrid y generó una reacción en cadena que cambió el club de arriba a abajo. El argentino mezcló un desconocido nivel de exigencia y diferentes códigos desconocidos en ese primer vestuario con la labia y el dominio de los tiempos de un publicista estadounidense, convirtiéndose no sólo en el motivador, el líder y el manager, sino en el director de comunicación, el de marketing y el de branding, inventando y relatando cultura, marca, comunidad, pertenencia y propósito que el paso del tiempo ha modificado no tanto su sentido sino sus prioridades. Así, el Atlético pasó paulatinamente de competir con plantillas escasas, revitalizadas y revalorizadas por el argentino, con otras donde se acumuló más talento y de características muy diferentes a las de los inicios. Un buen resumen empezaría por el cambio del Vicente Calderón por el Metropolitano y seguiría por el desgaste propio de los años que hizo de la idea original algo incompleto y de un presente reciente donde la configuración de la plantilla y el liderazgo del Cholo no tenían demasiados puntos en común.
Simeone tuvo siempre una relación peculiar como técnico de cara a la opinión pública con respecto a la idoneidad de sus planteamientos y convicciones tácticas, pero no la tuvo dentro del vestuario, donde siempre logró, con excepciones, mantener de puntillas a sus jugadores y alinearlos en su senda
Pero, ¿y futbolísticamente? Es importante resaltar ese último punto o matiz, porque si bien Simeone tuvo siempre una relación peculiar como técnico de cara a la opinión pública con respecto a la idoneidad de sus planteamientos y convicciones tácticas, no la tuvo dentro del vestuario, donde siempre logró, con excepciones, mantener de puntillas a sus jugadores y alinearlos en su senda. Convicciones que partían de una paradójica rigidez creativa, con soluciones fluidas para crear ocasiones pero no tanto para dominar partidos a través del balón, administrando el resultado de la misma forma durante tantos años y cuyo mensaje no penetraba igual en los nuevos que iban llegando. Quizás había acumulado demasiadas temporadas utilizando una posición de inferioridad como motor competitivo, construyendo un equipo que siempre sería difícil de vencer y que él sostenía de forma extraordinaria con una indudable astucia como estratega.
El caso es que desde 2018 hasta 2020, Simeone no encontró una forma clara de recuperar la velocidad e intensidad que su equipo había perdido en Europa ni un sistema lo sólido y reconocible como para luchar por títulos. De pronto comenzó a cambiar cosas con la visión del que reconoce que aquello de renovarse o morir no sólo es impepinable sino incompleto, pues renovarse implicar hacerlo de forma anticipada, antes de que te visite el letargo. Primero pasó a la defensa de tres centrales junto a la inclusión de un pivote único en lugar de uno doble para ganar una liga. Y cuando tuvo que defender el título se encontró con más plantilla que equipo y sin una idea que recogiera voluntades y organizara los roles, como había logrado la campaña anterior. En ese punto pudo parar y verse desde fuera, donde poder ver con perspectiva cómo confluían varios caminos: el club había cambiado, él llevaba más de diez años al pie del cañón y la vida y los futbolistas fueron dándole señales inesquivables.
Entonces llegamos al cambio que se sucede después del Mundial y que resulta la principal reflexión a valorar. Tomado aquel tiempo mundialista como una verdadera pretemporada, la victoria de Argentina mueve a Simeone hacia otro lugar, actitud que sirve para entender cómo un líder puede seguir siéndolo si entiende el contexto y reconoce los estímulos necesarios para moverse en función de los jugadores. Cuenta Pep Guardiola lo que Julio Velasco le vino a decir sobre el oficio de entrenador en una charla mantenida años atrás. “Mira, Pep, lo primero que tienes que hacer cuando seas entrenador es que no intentes cambiar a los jugadores. Los jugadores son como son. La clave es saber tocar la tecla correcta. La suya”. Tecla que para Pep “es intransferible. Esa tecla no está en ningún lado, sólo está dentro de ese jugador. Por eso es tan hermoso nuestro oficio, porque tienes que tomar decisiones que ayer sirvieron pero que hoy ya no”.
Relaciones cercanas. Pases cortos. Distancias estrechas. Comunicación directa. Fútbol de la calle. Nunca fue Simeone tan distinto como ahora, tan del presente, tan poco del pasado
“Sé que mis jugadores las juegan bien, porque es a morir, y a morir los míos mueren, no le temen a la muerte. Sabemos que somos peores a otros equipos por jugadores, sabemos que lo somos, es nuestra virtud, el día que pensemos que somos mejores, nos meten cuatro”, diría en 2015. Hay un cambio muy interesante de percibir y debatir en Simeone como líder. Con el paso del tiempo como fiel ayudante para el análisis, observamos que ya no hay tanta energía en sus palabras, que ya no aparece tanto mensaje y homilia en sus ruedas de prensa, tanta frase de pertenencia y marca, porque ya no tiene tanto sentido. En realidad, lo que ha hecho Simeone es cambiar el pasado, cuando rememoraba y reivindicaba el estilo tradicional contragolpeador del Atlético, todo un acierto para la construcción de la renovada identidad, para mirar al presente como paso previo del futuro. Como seguiría diciendo Velasco, “nosotros los entrenadores, por nuestro cargo, estamos por encima de los jugadores, pero en realidad estamos por debajo de ellos, porque dependemos de ellos”.
Como colofón a todo ese viaje, mirando quiénes son sus jugadores, cómo se expresan en el campo y en qué momento están, el Cholo se dio cuenta de que si no pocos habían dejado de escucharle, tendría que escuchar más a los que seguían haciéndolo, cambiando, a la postre, una buena cantidad de sus principios futbolísticos, que no competitivos, para que su Atlético 22-23 y 23-24 se construya alrededor del balón: rondos itinerantes de cinco o seis futbolistas jugando en función del balón y no de la zona, un central-líbero que avanza y termina como segundo pivote (Hermoso), un líder en campo de nivel mundial que activa todos los rondos (Griezmann) y un falso pivote que moviéndose es mucho mejor que fijando (Koke). Relaciones cercanas. Pases cortos. Distancias estrechas. Comunicación directa. Fútbol de la calle. Todo, para hacer líquidos y escurridizos los prejuicios sobre mármol que desde 2011 le acompañan. Conclusión: es complicado, si no imposible, estar tantos años en un mismo sitio sin renovarse; lo es mucho más hacerlo sin escuchar también a los que te han escuchado. Nunca fue Simeone tan distinto como ahora, tan del presente, tan poco del pasado.
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Fotografía de Getty Images.