Una ciudad de nueve millones de habitantes tiene algo que la diferencia del resto. Allí unos mismos colores no lo inundan todo. En las macrourbes las bufandas ondean por barrios. Si coges la línea azul claro en Brixton, no te encontrarás a ningún ‘gunner‘. Tampoco los verás cuando te bajes en Finsbury Park para hacer transbordo y subirte a la línea azul oscuro hasta llegar a la estación de Arsenal. Entonces sí, será cuando empieces a empaparte de su cultura. Yo pensaba que el trayecto en el underground hacia el estadio sería algo así como una oda al hooliganismo, imaginaba que eso era lo normal en cualquier barrio londinense. Y no. Pocas pintas, ningún supporter exaltado y tímidos gritos de guerra: las calles no parecían precisamente un infierno. Mucho padre, mucho hijo y la sensación de ir de camino a misa de 12. Así es como se toman un partido los hinchas del Arsenal. Al menos así se lo tomaban aquel mes de noviembre de 2018, cuando aquello de los ‘Invencibles’ quedaba ya tan lejos. No obstante, aquel viaje mereció la pena.
Decía lo de misa de 12 porque el Emirates Stadium, además de ser un estadio espectacular, es lo más parecido a un templo donde honrar a dioses y santos paganos. En las gradas y fuera de ellas, donde los dos puentes que unen el estadio y las calles Ken Friar Bridge y Danny Fiszman Bridge son un paseo por la historia del club. Hay carteles de sus ídolos por todas partes: Arthur Shaw, Frank McLintock, Ljungberg, Pirès. Al cruzar los puentes, en la explanada del estadio, la traca final. Cinco estatuas para cinco leyendas: el entrenador Herbert Chapman, el directivo Ken Friar, el eterno capitán Tony Adams, el magistral Dennis Bergkamp y el mejor jugador de su historia, Thierry Henry. Cinco figuras que dejan embobados a los feligreses, con una marabunta de gente a sus alrededores, antes y después del partido.
Entremedio de esta clase de Historia, fútbol. A mí me tocó vivirlo ante los ‘Wolves’. Su hinchada, ubicada en uno de los córners, fue la alegría de la huerta. Para ellos, pasar un fin de semana en Londres ya era un planazo de por sí, y disfrutar ganándole al Arsenal desde el 13′ era para celebrarlo. Se lo pasaban en grande mientras la afición local, sumida en tiempos confusos, no acababa de arrancarse a cantar y llevar en volandas al equipo desde sus asientos -comodísimos, por cierto-. Todo el empuje se quedó en tímidos cánticos de: ‘Come on Arsenal, Come on Arsenal!’. Al final pudieron maquillar la tarde con un extraño gol de Mkhitaryan: terminaron empatando. Después del encuentro, el verdadero espectáculo consistía en volver a recorrerse todo el santoral ‘gunner‘; y antes de coger el metro de vuelta, había una parada obligatoria. Highbury, o la fachada que queda de él, está a apenas ocho minutos a pie. Las calles y las casas por las que se pasa son agradables en la tranquila noche del norte de Londres. Encontrarse con ese muro todavía intacto te recuerda por qué el Arsenal era el equipo inglés de tu infancia, para un guiri que acude a bañarse en nostalgia como yo.
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Fotografía de Imago.