En esta serie de artículos, proponemos un viaje al lector a través de lugares, momentos, casualidades, héroes y villanos que conforman la historia de los mundiales de fútbol, desde sus primeros días hasta la actualidad.
En Italia, dos décadas han sacado brillo hasta la excelencia al deporte balompédico. Primero, en los 60, con el claro dominio del ‘Calcio’ más allá de las fronteras itálicas. Esa década prodigiosa, casi monopolizada por los equipos de Milán, se dio de bruces con las mieles del éxito tras ese primer título europeo en las vitrinas de un equipo italiano. Luego vinieron muchos más, pero fueron tres años seguidos con la bandera italiana gobernando la máxima competición europea. Tras esos años dorados de Rocco y Herrera, vendría un periodo oscuro de casi 20 años.
El fútbol creció en otros lugares, desarrollándose tanto que, a finales de esa década, uno de los grandes exponentes, el Ajax de Michels, se lo quiso poner difícil a Rivera y los suyos. La Copa acabaría cayendo de lado milanista, pero el mensaje había calado.
En esa década se vivió en la Copa de Europa casi una representación de la caída del Imperio Romano. Muchos esperaban en la frontera del imperio, pacientes, atentos a la debilidad para morder la yugular. Los neerlandeses llegaron para quedarse largos años. Esos fueron seguidos por los alemanes y, más tarde, llegaron los ingleses. Tras esa última victoria inglesa, del Forest para más misticismo, en el atardecer de ese año 1982 la Copa del Mundo esperaba nuevo dueño.
Cuatro años antes, Argentina había doblegado a los neerlandeses, con la genialidad de Kempes por bandera y en medio de las dudas de Perú, el régimen político y los rumores que envolvían a las frías comisarías de Buenos Aires.
Ese nuevo Mundial, disputado en España, era el encargado de dar color de nuevo al torneo mundialista tras esa edición del 78 que, con el paso de los años, fue asentándose en el blanco y negro. A las puertas de la segunda edad de oro del fútbol italiano, con sus clubes empezando a dominar el apartado deportivo nacional con fichajes, entrenadores y novedades tácticas, esa Italia de los 80 se abría a base de talonario a la admiración del resto del planeta.
En medio de ese escenario, un muchacho de Sonnino se abría paso en el fútbol. Las dudas de un gigante como el Inter a finales de los 70 los había empujado a apostar por la figura de un tal Alessandro Altobelli, un delantero alto y delgado que estaba sobresaliendo en el Brescia de Mauro Bicicli.
Con un dominio natural del área y de las habilidades necesarias para vivir en esa zona, ‘Spillo’ era un delantero con mucho olfato de gol y capacidad física para imponerse en cualquier situación ofensiva
Con un dominio natural del área y de las habilidades necesarias para vivir en esa zona, ‘Spillo’, como lo conocían, era un delantero con mucho olfato de gol y capacidad física para imponerse en cualquier situación ofensiva. Esto lo aliñaba, además, con una muy notable habilidad con el esférico, que lo convertía en un socio más que importante cuando se necesitaba criterio y coherencia.
Quizá fue ese nuevo destino el que convenció del todo a su seleccionador para contar con el delantero de cara al torneo del 82 en España. En 1980, los elegidos fueron otros para la Eurocopa, pero Altobelli había formado parte de las categorías inferiores y estuvo en el equipo que no pudo clasificarse a los Juegos Olímpicos de Moscú ese mismo año. Altobelli estaba despegando en el fútbol a la vez que en la selección italiana crecían las dudas.
Enzo Bearzot había sustituido al exitoso Valcareggi, que vivió los últimos estertores de dominio sesentero en Italia como entrenador. Bearzot llegaba al banquillo de Italia en 1975 con un gran problema: a los aficionados les había decepcionado de manera categórica la imagen de la ‘Azzurra’ en 1974. De esa manera, planteó una idea de renovación total, contando con jugadores que conocía de su etapa en las categorías inferiores y del campeonato italiano.
En 1978, presentó una selección con muchas caras nuevas. Si bien es cierto que la mayoría no eran completamente ajenos al combinado nacional, en Argentina sólo hubo cinco jugadores que hubieran estado en la edición de 1974 (Zoff, Bellugi, Benetti, Causio y Pulici). Su delantera estaba asentada en dos nombres, Bettega y Rossi, pero llevaba además una pieza que daba seguridad y recursos en esa línea, Graziani.
Los 18 años de Francesco Graziani alentaban al muchacho de Subiaco con respecto a su itinerario en los mundiales y, si bien es cierto que en 1978 apenas sumó partidos y no anotó goles, la mejoría de la Italia de Bearzot en Argentina permitió que la confianza del míster le llevara a ser, en España’82, pareja de baile del cuestionado Paolo Rossi.
Un lío extradeportivo dejó a Rossi en una cuerda floja que el seleccionador italiano se encargó de tensar. Confiaba en esa dupla para ser fuerte en España tras las buenas sensaciones logradas en Argentina con un grupo de jugadores excelente. Graziani y Paolo Rossi, además, tendrían también otro escudero, a la manera de Graziani en 1978. Y no era otro que ‘Spillo’ Altobelli.
Consiguió ser parte de la historia con un gol en la final ante los alemanes. Ni estando por detrás de dos grandes torres ofensivas, Altobelli se arrugó para tener su minuto de gloria en el Mundial 82
Tras ganar la Copa en Italia y brillar ya como ‘neroazzurro’, Altobelli empezó a ser parte de una Italia absoluta encaminada a ganar el Mundial de España con toda la fe de sus componentes y sin la confianza de nadie fuera de sus fronteras. Junto a otras novedades, como Baresi, Massaro o Conti, y con la ausencia de Antognoni, Enzo Bearzot logró ganar un Mundial que incluso en la fase de grupos parecía imposible.
Italia empató ante todos sus rivales. Sólo la diferencia de goles permitió a los italianos superar a la Camerún de Roger Milla. En la segunda fase, el combinado mejoraría, imponiéndose de manera notable ante Argentina, y, sobre todo, venciendo a una gran Brasil en un 3-2 mítico. Hat-trick de Paolo Rossi y a la semifinal. El delantero de la Juventus repetiría como doble goleador ante Polonia para volver a anotar ante Alemania Federal en la final. Tardelli se sumaría a la fiesta y, finalmente, a Altobelli le llegaría su momento.
Haciendo de Graziani en la edición anterior, el delantero interista consiguió ser parte de la historia con un gol en la final ante los alemanes. Ni estando por detrás de dos grandes torres ofensivas, Altobelli se arrugó para tener su minuto de gloria en el Mundial 82.
España fue testigo del paso adelante de un delantero que destacó durante esa década como artillero en el Inter. Con el equipo de Milán, más de 200 goles oficiales. Con la selección, 25 tantos en 61 partidos, presente en dos mundiales (82 y 86) y en la Eurocopa de 1988. Altobelli, escudero de los hombres de Bearzot, supo ser, en ese título de Italia en 1982, una prueba más de la importancia del conjunto. De la notoriedad, a menudo, de esos nombres secundarios, de esas piezas que construyen un proyecto ganador sin la garantía de ser jamás protagonistas principales.
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