PUBLICIDAD

Simplemente Beckenbauer

Cómo un chico de clase trabajadora de Giesing, rebelde en sus inicios y no siempre respetado, pasó de delantero prometedor a Káiser del mejor Bayern y la mejor selección alemana de la historia

Este perfil sobre la figura de Franz Beckenbauer lo publicamos en nuestra revista en julio de 2018


 

Hace diez años que Dieter Danzberg sufre Alzheimer. Vive en un asilo a 32 kilómetros de la ciudad donde nació, Duisburgo. Su situación es tan precaria que su memoria a corto plazo es casi inexistente. Pero hay algo que recuerda con total claridad. Al mencionarle el nombre de Franz Beckenbauer, los ojos de Danzberg se encienden. La enfermedad ha afectado a los músculos de su cara; sin embargo, se nota que está tratando de sonreír. “Yo lo descubrí”, dice. “¡Yo descubrí a Beckenbauer, el líbero!”.

En cierto modo, así fue. Danzberg era un defensa pragmático que jugaba en su club local, el Meiderich, más tarde llamado MSV Duisburgo. En 1965, cuando tenía 25 años, recibió una oferta de un club que acababa de subir a la Bundesliga: el Bayern de Múnich. La idea era que Danzberg jugara de mediocentro. En los viejos tiempos, los de la formación en pirámide (2-3- 5), el mediocentro había sido el generador de juego del equipo, un verdadero maestro del centro del campo. Pero en el sistema WM (3-2-2-3) o en la formación 4-2-4 que usaban la mayoría de clubes alemanes a mediados de los años 60, la posición del mediocentro se retrasó hasta convertirse en un central, un stopper robusto y físicamente imponente.

Danzberg debutó con el Bayern el 14 de agosto de 1965, en la primera jornada de la nueva temporada. Su oponente no fue otro que su máximo rival, el 1860 Múnich, en un encuentro duro, casi brutal. De hecho, fue tan violento que el seleccionador nacional Helmut Schön se levantó de su asiento antes del pitido final, sacudió su cabeza en desacuerdo y se marchó.

Aquel día, jugaba con Danzberg un chico local de 19 años llamado Franz Beckenbauer. Llevaba el número ‘6’ y ocupaba una posición de half-back, defensor del centro del campo, lo que hoy definiríamos como un centrocampista defensivo al que también se le pedía que nutriera de balones a los delanteros. A Beckenbauer le faltaba un mes para recibir su primera llamada para la selección absoluta de Alemania Occidental, pero ya había jugado en un partido de preparación entre la selección y el Chelsea en febrero. Después de ese encuentro, un periódico deportivo tituló: “El joven Beckenbauer puede progresar como half-back. Parecía el final de una extraña evolución -el gradual retraso de la posición de Beckenbauer-, dado que había empezado como delantero centro. De hecho, si estaba en el Bayern era porque de niño había sido un prolífico atacante.

El ‘Kaiser’ es uno de los protagonistas de nuestro Especial sobre el fútbol de los 70, que puedes conseguir aquí

 

BLANCO Y ROJO

Beckenbauer, hijo de un empleado postal, creció en la localidad de clase trabajadora de Giesing, a un kilómetro escaso del campo del 1860 Múnich. Su sueño era jugar para este club, los azules, más que para el Bayern, los rojos. Pero en 1958 jugó un torneo sub-14 con su modesto equipo local contra un conjunto de jóvenes del 1860. Era un delantero tan peligroso en aquellos tiempos que hizo perder la paciencia a su marcador, que le dio una bofetada en la cara. Ese hecho lo conmocionó tanto que juró que no ficharía nunca por un club cuyos futbolistas se comportaran de este modo. Un año más tarde, pasó a formar parte de la cantera del Bayern. Combinada con su apariencia -Beckenbauer siempre tendría la mirada angelical de un inocente chico del coro-, esa reacción a un simple tortazo parecía indicar que el joven Franz era un chaval sensible y tímido. Quizá. Pero sin duda tenía otra cara. En una ocasión, el entrenador del juvenil del Bayern Rudi Weiss lo relegó al segundo equipo, pues sentía que Beckenbauer podía ser una mala influencia que estaba minando la disciplina del grupo. A Weiss tampoco le gustaba el hábito que tenía el chico de hacer gestos desdeño – sos con la mano cada vez que un compañero cometía un error técnico o táctico. Le dijo que eso le hacía parecer arrogante. Y cuando Beckenbauer viajó a Holanda con la sub-19 de Alemania Occidental para jugar el prestigioso Campeonato Europeo Juvenil, en marzo de 1964, no compartió habitación con ningún compañero, sino con el entrenador, Dettmar Cramer, que lo quería tener vigilado. Aunque Beckenbauer solo tenía 18 años, ya había tenido un hijo (y, lo que es más chocante para la época: no se había casado con la madre).

Tal vez esta sucesión de actos rebeldes fuera la razón por la que el técnico del primer equipo del Bayern, el yugoslavo Zlatko ‘Tschik’ Cajkovski, era reacio a subir a Beckenbauer. En su autobiografía, el balcánico afirma que había estado ‘luchando’ por Beckenbauer durante mucho tiempo. Pero en realidad había sido el presidente, Wilhelm Neudecker, quien impuso el jugador al entrenador. Así también es como Beckenbauer lo ha recordado siempre. En una ocasión, aseguró: “Nuestro presidente me presentó a Tschik. Y Cajkovski dijo: ‘He escuchado que no eres un luchador'”.

 

No era un luchador. En cambio, tenía cerebro, técnica, visión y elegancia

 

No, no lo era y nunca lo sería. De hecho, tenía pocas de las proverbiales virtudes alemanas -disciplina, diligencia, ética de trabajo-. En cambio, tenía cerebro y visión, una impecable técnica y una elegancia casi propia de la realeza que explica por qué sería conocido como el Káiser. Dicho de otro modo: no necesitaba luchar, como Cajkovski pronto descubrió. El entrenador hizo debutar a Beckenbauer en junio de 1964, situándolo en el extremo izquierdo. En el partido inmediatamente posterior, Beckenbauer fue de nuevo titular en ataque, pero después del descanso pasó al centro del campo. A Cajkovski le gustaba la forma como el adolescente movía los hilos en una posición más profunda. Y de este modo Beckenbauer acabaría como centrocampista. O al menos así lo hizo hasta que Danzberg entró en escena.

Porque el debut de Danzberg fue una pesadilla. En el primer minuto, recibió un pelotazo en la cabeza y mientras estaba tendido en el suelo, el futbolista del 1860 Timo Konietzka marcó el único gol del partido. Danzberg se vengó de Konietzka machacándolo a faltas con una cruel regularidad. A cuatro minutos del final, el árbitro tuvo suficiente y expulsó al jugador del Bayern. De repente, Cajkovski necesitaba otro mediocentro. Decidió situar a su jugador más talentoso un poco más atrás. Fue un movimiento que cambiaría el curso de la historia del fútbol, aunque no de manera instantánea.

Porque tuvieron que darse unas cuantas coincidencias para que se formase ‘Beckenbauer, el líbero’, como hoy lo llama Danzberg. Una de ellas fue la inspiración. Beckenbauer la encontró en el catenaccio que el Inter había usado con grandes resultados. Sin embargo, no fue el líbero del Inter, Armando Picchi, el que inspiró a Beckenbauer, sino Giacinto Facchetti, su lateral izquierdo. “A Facchetti se le conocía por sus subidas al ataque -contó una vez Beckenbauer-. Pensé: ‘si es tan peligroso aunque casi no tenga espacio ni para él mismo, ¿cuánto más efectivas podrían ser esas carreras desde mi posición, centrada y profunda?”. Lo que le faltaba era un socio. Porque Beckenbauer no podría hacer sus incursiones campo arriba sin alguien que cerrara los espacios tras él. Ese alguien era un hombre fuerte y callado llamado Georg Schwarzenbeck. Jugó como lateral izquierdo para Cajkovski, pero cuando Branko Zebec se convirtió en el nuevo entrenador del Bayern, en 1968, pasó a una posición de la defensa más centrada. “Desde entonces -explicó- jugaba más cerca de Franz y mi trabajo era cubrirlo. No necesitábamos señales. Franz ni siquiera tenía que mirar atrás cuando avanzaba. Sabía que estaría ahí y que lo cubriría”.

UN HOMBRE LIBRE

‘Libero’ significa ‘hombre libre’. Cuando se creó ese rol, probablemente en los 50, obra del legendario entrenador Nereo Rocco, en su etapa en el Triestina, la idea era que el líbero se liberara de las tareas del marcaje al hombre y pudiera recorrer la defensa para tapar agujeros –sweep up, barrer, como dicen los ingleses-. Pero cuando no marcas a nadie, también significa que nadie te está marcando a ti. Y por eso las habituales escapadas de Beckenbauer, a menudo finalizadas con un balón en profundidad peligroso o incluso una pared con Gerd Müller, sumían a las defensas rivales en la confusión. Beckenbauer se convirtió, en esencia, en una mezcla entre el nuevo mediocentro, una punta de lanza defensiva y el viejo mediocentro generador de juego.

El líbero Beckenbauer era tan imponente que empezó a ser conocido como el Káiser (el apodo apareció por primera vez publicado en 1967 pero no se hizo común hasta 1970). Lideró al Bayern para lograr tres títulos consecutivos de Copa de Europa, entre 1974 y 1976, pero se podría argumentar que fue incluso más icónico para la selección nacional, debido a que, a diferencia de lo que ocurría en el Bayern, Alemania Federal (para la que el Káiser empezaría a ‘barrer’ después del Mundial de 1970) no consideraba a Beckenbauer su principal futbolista creativo, sino que situaba a un centrocampista creador delante suyo, ya fuera Wolfang Overath o Günter Netzer. Los resultados fueron a menudo espectaculares. Durante la famosa victoria sobre Inglaterra, 1-3, en Wembley, en 1972, Beckenbauer y Netzer intercambiaron sus tareas constantemente -a veces Netzer se echaba para atrás y Beckenbauer surgía del centro del campo, a veces Netzer hacía la estampida y el Káiser esperaba detrás-. Era un fútbol glorioso y, en Alemania, está aceptado que aquel equipo de 1972 es la mejor selección que el país ha tenido.

 

Mientras unos lo amaban por ser tan poco alemán en el campo, era a su vez el primero en ser criticado cuando las cosas no iban bien

 

UN KÁISER IMPOPULAR

Pero la vida de un icono no es fácil. La relación de Beckenbauer con los aficionados a veces fue tensa. Por un lado, era jugador del Bayern, un club que ya en aquel tiempo generaba división de opiniones. En una de sus muchas autobiografías, el Káiser recuerda un partido de diciembre de 1973, jugado fuera de casa, en Bremen. Después del encuentro, los futbolistas estaban ya sentados en el autocar, preparados para ir al aeropuerto, cuando una veintena de gamberros bloquearon la salida, gritando: “¡Maier estiércol, Müller mierda, Beckenbauer meado!” (Sepp Maier dice que también cantaron: “¡Muerte a esos cerdos del Bayern!”). Cuando los hinchas empezaron a tirar piedras, unos cuantos jugadores del Bayern bajaron del autocar y empezaron a repartir unos cuantos puñetazos.

También habría que tener en cuenta su manera de jugar. Si alguna vez alguien pareció distante jugando a fútbol, ese era el chico de clase trabajadora de Giesing. Mientras unos lo amaban por ser tan poco alemán en el campo, era a su vez el primero en ser criticado cuando las cosas no iban bien, al pensar muchos aficionados que Cajkovski tuvo razón años atrás cuando dijo que había escuchado que no era “un luchador”. Pero, por supuesto, eso no significaba que no estuviera comprometido ni dispuesto a sufrir. En el Mundial de 1970, torneo disputado bajo un calor inhumano, fue Beckenbauer el que se arremangó y lideró al equipo para remontar dos goles a Inglaterra en los cuartos de final. En las semifinales, contra Italia, se dislocó el hombro (y se rompió la clavícula) en el minuto 65, pero continuó a pesar de todo hasta el final de la prórroga con el brazo en cabestrillo y con la parte superior del cuerpo vendada.

 

Beckenbauer estaba cansado de vivir expuesto. Era la mayor estrella deportiva en un país que no era capaz de decidir qué opinaba sobre él, así que necesitaba alejarse y reinventarse

 

Con todo, el público lo respetaba, incluso lo admiraba, pero no podía amarlo, al menos no durante sus años como futbolista. En la Copa del Mundo de 1974, Beckenbauer provocó un pequeño escándalo cuando reaccionó a los abucheos con lo que la prensa llamó “gestos de desprecio”, que todavía irritaron más a la afición (su entrenador en el juvenil, Rudi Weiss, habría sacudido la cabeza al verlo). No ayudó que Beckenbauer dejara el país tres años más tarde cuando tuvo enormes problemas con hacienda. La revista política Der Spiegel tituló: “Líbero a la carrera”, y se preguntó: “¿Es una rata abandonando un barco que se hunde?”. Aunque la verdad era que Beckenbauer estaba cansado de vivir expuesto. Era la mayor estrella deportiva en un país que no era capaz de decidir qué opinaba sobre él, así que necesitaba alejarse y reinventarse.

Probablemente no sea una coincidencia que la marcha de Beckenbauer al New York Cosmos marcara el final del dominio del Bayern de Múnich en Europa y de los mejores días de la selección nacional. Ambos conjuntos continuarían ganando y levantando trofeos, pero sin la gracia y la elegancia de Beckenbauer, las proverbiales virtudes alemanas se volvieron a imponer. Para aquellos aficionados que habían crecido viendo cómo el Káiser repartía pases con calma, usando el exterior del pie, el Bayern y la Alemania Occidental de los 80 eran verdaderamente difíciles de mirar. Y eso incluía también a Beckenbauer. En 1986, cuando era seleccionador, hablando sobre su plantilla a Der Spiegel, de repente se echó a reír. Luego dijo: “¿Te puedes creer que llegamos a la final del Mundial con esos jugadores?”. Cuatro años más tarde, lo volvió a hacer -y finalmente se convirtió en lo que debería haber sido todo el tiempo: un ídolo futbolístico querido y reconocido por todos-. Así es como lo ve Dieter Danzberg, que ha seguido siendo amigo del Káiser durante todas estas décadas, a pesar de la enfermedad. “Yo descubrí a Beckenbauer, el líbero”, reivindica. “El jugador más grande que hemos tenido nunca”.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Consigue el número en nuestra tienda online