Durante algún tiempo, Sergio Busquets fue como la tilde de ‘sólo’: nadie sabía muy bien qué hacía, pero todo el mundo la ponía, porque estaba claro que un texto quedaba mucho mejor con ella. Y ya no digamos si encima la reivindicaban los expertos, que entonces éramos capaces de usarla incluso cuando no había que hacerlo. Para comprender el talento del centrocampista de Badia en toda su dimensión, la mayoría tuvimos que ponerle horas y paciencia, como cuando probamos el café o la cerveza por primera vez. Busquets era un jugador +18, el típico autor que no te recomendaban leer hasta que acabaras la ESO, un concierto de música clásica, algo que escapaba a nuestros sentidos pero que sin embargo no rechazábamos ni repudiábamos, pues intuíamos que escondía una verdad universal que tarde o temprano nos iba a ser revelada, y entonces ya no habría manera de deshacer el camino. “Esto suyo no lo hace nadie más”, “el tío es un genio”, “parece que lleve 30 años jugando”, nos repetían. Y nosotros no conectábamos. Pero aguantábamos. Busquets no mareaba a los contrarios en la banda, no centraba de rabona, no marcaba goles de tacón, no ocupaba portadas. Fundamentalmente, recibía el balón y lo soltaba, como esos móviles de antes que solo podían hacer llamadas y mandar mensajes. Como mucho, a veces pisaba un poco el cuero, o se lo cambiaba velozmente de pierna, o tiraba un caño, normalmente al borde del área propia, lo que provocaba los insultos y luego los piropos de la grada, en un resumen perfecto de lo que es el amor para el ser humano. En general, siempre se acababa imponiendo el cariño. El Barça lleva tantos años organizándose en torno a Busquets en el campo que el día que falte será como aprender a conducir con el volante a la derecha. Ahora que sabemos que se acerca el momento, algunos estamos entrando ya en pánico, porque hoy sí que somos conscientes de lo que estamos a punto de perder. Busquets es una especie aparte. Busquets es el tío de barrio que cena en el Ritz y no lo sube a Instagram. Busquets es una frase sin adverbios ni adjetivos que luce de puta madre en la faja de cualquier libro. Busquets es la canción de aquel verano que ha seguido sonando todos los veranos. Busquets es un Ford Fiesta adelantando a un A3 en la autopista, y tocando la bocina para celebrarlo. Busquets es un Marlboro después de la comida. Un placer extraño pero irrenunciable. Busquets es un remordimiento. Me arrepiento de muchas cosas. Pocas me queman tanto como no haber comprado nunca una camiseta con su nombre. Ese hueco en el armario ya lo voy a ver vacío toda mi vida.
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Fotografía de Getty Images.