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Raspa y gana

Giacomo Raspadori es un jugador diferente al resto. No es un 9 al uso, tampoco un 10: quizás un 'nove e mezzo'. Juega igual que entrena, entrena igual que vive. Quedan pocos de su estirpe

raspa

Hay días que se graban a fuego en tu mente y no sabes ni por qué. La típica tarde de domingo, con un partido aburrido, el móvil en silencio y tu cerebro dormido. Y de pronto, clin. No es tu ex, ni tu madre, ni tu amigo, es un gol que te has perdido y te pide, con fervor, que vuelvas a verlo con atención. Los que seguimos el calcio no olvidamos cuando ‘Ciccio’ Caputo, tras marcar uno, se acordó de todos nosotros confinados en plena pandemia: “Todo saldrá bien. Quedaros en casa”. Fue más esperanzador que cualquier otro mensaje que hubiera podido lanzar en ese momento Fernando Simón. Por eso amamos el calcio. Porque, un domingo tonto, te hace sonreír. Y por sus historias, porque ningún país produce tantísimas con esa leggerezza.

Tanto en la vida como en el fútbol, escuece perder y pica que te lo recuerden. Lo saben bien los hinchas de la Reggiana. El Sassuolo juega a 26 kilómetros de su ciudad, lo hace en el campo de su eterno rival, desde 2013 disputa sus partidos de local en Reggio Emilia cuando comenzó su meteórico ascenso rumbo a la Serie A. Nadie lo cuenta mejor que Toni Padilla en su Unico Grande Amore. Todo gracias a Giorgio Squinzi, un apasionado del ciclismo y ‘tifoso’ del Milan, que supo hilar trabajo y pasión para llegar a la cima. Con el lema italiano ‘testa bassa e pedalare’, Squinzi hizo a Mapei un equipo campeón en el ciclismo y al Sassuolo, un club casi sin historia ni masa social, lo convirtió antes de su marcha en un ejemplo de gestión dentro y fuera del campo.

 

El curso pasado se convirtió en el italiano más caro fichado por el Napoli. De Laurentiis sabe que tiene el reemplazo en casa para cuando se marche Osimhen

 

Otro que ahora también sonríe los domingos por culpa del calcio es Gianni Soli, ex director deportivo del Sassuolo. Él fue hasta Castel Maggiore, en la provincia de Bolonia, a fichar a Enrico Raspadori, jugador por aquel entonces de la escuela deportiva Progresso Calcio. Por suerte, su amigo Guido Pucetti, entonces director deportivo de la escuela, le alertó que simplemente tenía que ver jugar también al pequeño de los hermanos, a “Giacomino”. Nacido en el 2000, el Bolonia estaba interesado en sus servicios, pero la familia decidió que ir a Sassuolo era la mejor opción por seguir el camino todos juntos de la mano. Así, el Sassuolo se hizo con los hermanos Raspadori. “Tres años más tarde a Enrico decidieron no renovarle el contrato, pero a Giacomo sí. Así empezó todo”, nos recuerda Guido Pucetti.

Un Sassuolo que encuentra talento por castigo, ahora a las órdenes de Giovanni Carnevali, se encontró casi sin quererlo con un tesoro en 2009. Un delantero anómalo, con cara de monaguillo, pero belicoso y con brío, diligente con el balón en los pies. En la última jornada de la temporada 2019-20, contra la Atalanta, Roberto De Zerbi le regaló debutar en Serie A por su gran rendimiento con el Primavera.

El gesto más bonito del entrenador fue dos años más tarde cuando le hizo capitán con 21 años. “En mi móvil tengo una foto suya de pequeño con el brazalete. Lo decidí porque es una imagen bonita para él y porque los sueños en el fútbol, a veces, se hacen realidad. Todos en el vestuario estaban de acuerdo conmigo”, explicaba el ahora entrenador del Brighton. 

Si Squinzi era del Milan, ‘Raspa’ -como le llaman en el vestuario- de pequeño era del Inter. “En mi habitación tenía un póster de Eto’o. Estaba loco con él. Disfruté mucho con el triplete”, llegó a reconocer en Tuttosport. Pasan los años y nuestros ídolos se nos parecen. Raspadori ahora se inspira en Agüero, Di Natale, Paolo Rossi o Wayne Rooney. El curso pasado se convirtió en el italiano más caro fichado por el Napoli. De Laurentiis sabe que tiene el reemplazo en casa para cuando se marche Osimhen. Lo reconocen desde dentro del club. “Ojalá se acerque a lo que ha significado Ciro Mertens. Por calidad humana, nadie lo duda. Por goles, tiene trabajo”.

Raspadori, siendo todavía un niño, en su etapa en el Progresso Calcio.

El Napoli del Scudetto lleva la firma de dos goles de ‘Raspa’. El primero, contra el Spezia. Un partido horrible el suyo. Lo falló todo, se llevó pitos, pero Spalletti lo aguantó hasta que llegó el 90’ y la mandó a guardar. El Napoli, capolista; Spalletti, expulsado y Giacomino, de villano a héroe para renacer. Como dice su pareja Elisa Graziani: “Nápoles te hace renacer”. El segundo fue en Turín para ganar a la Juventus y poner el Scudetto en bandeja. Fue la noche que toda Nápoles se lo creyó de verdad. Una volea para la historia, otra vez en el 90’. Luciano Spalletti, ahora seleccionador de Italia, lo sabe bien: “Es un tipo espléndido. Es increíble verlo entrenar. De normal se suele decir que todos entrenan por igual, eso es mentira. Raspadori es diferente”. En Italia nadie olvida su debut en la Champions: cuatro goles en 127’ minutos y una exhibición particular en la goleada frente al Ajax (1-6).

Poco se sabe de su vida privada. En unos meses será padre. Le gusta leer, informarse y estudia Ciencias del Deporte por una sencilla razón: “Cuando entreno, no me limito a hacer los ejercicios, me gusta entender las razones”. Nápoles fue otra decisión familiar. Una elección ambiciosa. Le gustan los porqués y lo demuestra cuando se cose el balón al pie. Tiene una sensibilidad de la que otros carecen. Y para colmo, ambidiestro que es. 

 

Spalletti, ahora seleccionador de Italia, lo sabe bien: “Es un tipo espléndido. Es increíble verlo entrenar. De normal se suele decir que todos entrenan por igual, eso es mentira. Raspadori es diferente”

 

Para servidor, no hace tanto encontrarse con Raspadori un domingo cualquiera era como tirar un caño en el patio del colegio y pensar que JAS estaba con un ojo al fondo, como conseguir un beso en la primera cita, como arriesgarse a ir al centro en coche y aparcar en la puerta del Ayuntamiento, como entrever un premio jugoso en un Rasca y Gana. Hay días tontos y tontos todos los días. Lo mismo que niños que sueñan con ser futbolistas y hombres que se miran la suela del zapato -como los muñecos de Andy en Toy Story– y tienen el número de la lotería. Por eso, Giacomo Raspadori no podía haber nacido en otro lugar que en Bentivoglio. Nacemos con las cartas bastantes marcadas, y ‘Raspa’ nació para ganar.