Cuando aún no ha terminado el invierno, para Neymar ya ha acabado el verano. El brasileño, antes de cada partido, escribía en sus redes sociales “que Deus nos abençoe e nos proteja”. Lo bendijo, sí. Pero no lo protegió. Basta que el PSG le fichara para ganar la Champions League para que él apenas haya podido disputar eliminatorias en plenas condiciones. Se perdió los octavos en 2018 y en 2019, y en algunas otras ediciones ha jugado, pero mermado de condiciones físicas. También se ha perdido partidos del Mundial: en 2014 tras el aguijonazo de Zúñiga y en 2022 después de una dura entrada contra Serbia, una lesión que ha arrastrado. Ese es el Neymar que nos perdimos, el Neymar que por sus méritos, podemos imaginar lo que hubiera hecho de haber estado sano. Nos lo enseñó en 2020, cuando llevó a su equipo a jugar la final de la Champions. Era ese Neymar que conducía la pelota con patines en línea. O ese otro que, en la remontada del Barcelona ante el que después iba a ser su equipo, Messi ganó la foto, pero Neymar ganó la eliminatoria.
Nos despistaba, o nos queríamos despistar, con que si se ataba las botas para promocionar la marca, que vacilaba a los rivales con regates innecesarios, que si el cumpleaños de su hermana. Siempre estaba el cumpleaños de su hermana. Pero lo que de verdad ha alejado a Neymar del Balón de Oro no ha sido nada de eso, ni su comportamiento, ni sus salidas nocturnas, ni su sobrepeso. Las únicas que han impedido a Neymar ser el mejor futbolista del mundo han sido las lesiones. Hay muchos mundos paralelos en nuestra vida: aviones que no cogemos, correos que borramos o noches que nos quedamos en casa. En todos los mundos paralelos en los que Neymar no se lesiona, gana el Balón de Oro.
Tenemos que preguntarle a Neymar si hasta aquí hemos llegado o si volverá y, como nos prometió hace años, todavía puede ser el jugador de nuestras vidas
Las lesiones son el imprevisto de una relación. Va todo bien, o eso creemos, y de repente llega un guasap de tu pareja con un punto final. Los cracs de los tobillos de Neymar han sido como destripar las páginas de un diario de amor. Ahora hay que saber si esto ya se acabó. Tenemos que preguntarle a Neymar si hasta aquí hemos llegado o si volverá y, como nos prometió hace años, todavía puede ser el jugador de nuestras vidas. Si no, como en el final de toda relación, nos preguntaremos de qué ha servido todo este tiempo.
Ah, sí, hemos llegado a la gran pregunta: ¿De qué sirve el amor y de qué sirve el fútbol? No sirven de nada, pero el problema es que hoy todo tiene que servir para algo. No fabrica, no produce, no crea, no es útil, hoy existe y mañana no y hemos perdido toda la inversión. Todo el tiempo. Pero lo mejor del amor, sea a una persona o a un jugador, es que todo tiene sentido si nos preguntamos si lo volveríamos a hacer y la respuesta es sí. Recorrer el camino pese a saber que hay un final. El amor y el fútbol son más mapa que tesoro. Neymar nos dio goles, regates y asistencias y nos dio magia, que es la clave del amor. No hacía falta creer en Dios para sentir un cosquilleo cuando él escribía su mensaje característico en redes sociales. Nosotros creíamos en Neymar. Y con eso nos ha servido. Que ahora nos siga defendiendo de un fútbol ordinario, previsible y aburrido. Que vuelva Neymar. Que Neymar nos abençoe e nos proteja.
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Fotografía de Getty Images.