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Ousmane Dembélé: la esperanza más desesperante

Desde que comenzó su carrera, las expectativas que acompañan al extremo francés se sostienen más por lo que se cree que puede llegar a ser que por lo que realmente ha demostrado ser

Dembélé

Dicen en los colegios que la historia se estudia para no repetir los errores del pasado. Del mismo modo, hay un mantra que colea desde tiempos paleolíticos que asegura que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y si el personaje que hoy nos atañe es más de videojuegos que de libros y, además, se le ha visto trastabillar consigo mismo en repetidas ocasiones, los doctores del fútbol no necesitarán garabatear la pizarra para encontrar el diagnóstico perfecto de Ousmane Dembélé.

La biografía del francés en el Camp Nou ha sido tan irracional como insidiosa. En un contexto de emergencia, un opulento Barça -aunque esto ahora suene a chino- tras la venta de Neymar, convirtió a un joven extremo con solo una temporada destacada en su currículum en el fichaje más caro de su historia. La falta de planificación deportiva de un club que asomaba el abismo institucional se encontró con un futbolista con una esquivez patológica por el régimen interno que suele conducir cualquier vestuario profesional. Ora “no me ha sonado el despertador”, ora “voy a pedirme un McDonald’s en el Glovo, que la noche de Fortnite será larga”.

Sin embargo, la negación del ‘culé’ promedio a aceptar la nueva -y cruda- realidad, una en la que las goleadas encajadas en Europa se tornaron rutinarias y a la que gente se acostumbró a encender la tele los jueves, sostuvo a Dembélé en la plantilla cinco temporadas entre duraderas lesiones y espontáneas indisciplinas. Las esperanzas depositadas en un hipotético nivel que los profetas del fútbol aseveraban que el francés lograría en su apogeo, porfiaron en este discurso sin atisbo alguno de evidencia empírica, más allá de unos fugaces destellos de calidad, más ornamentales que efectivos.

 

Su inicio de temporada en París confirma que quizás fue una torpeza cambiar de aires. Cero goles en nueve partidos. Y una hinchada que empieza a sospechar. El fichaje estrella del verano en Francia está lejos de demostrar su capacidad

 

Con el aficionado azulgrana ya hastiado de esperar ese presunto clímax de Ousmane y dispuesto a aceptar su marcha a coste cero tras sus desmedidas exigencias salariales, el ‘culé’ asumió que jugar con Dembélé era como ir a la guerra con pirotecnia: vistoso, ruidoso, pero inútil para ganar cualquier batalla. Hasta que llegó Xavi a Can Barça y la sagrada palabra que le otorga su condición de leyenda del club volvió a modificar la opinión pública azulgrana. El de Terrassa apostó por él, lo convirtió en una pieza clave de su proyecto, cambió los unánimes pitos por aplausos fervientes y el extremo sacó a relucir su mejor versión hasta la fecha.

Pero esa discreta dosis de rauxa como contrapartida a la abundancia de seny que caracterizan a un entrenador como él, le salió por la culata a Xavi, que este pasado verano fue traicionado y abandonado por Dembélé, que se marchó al PSG. Esta vez, afortunadamente para los amantes de la pela, dejó dinero en las arcas del club. Pero la decepción, tanta que la hizo pública, invadió el corazón del técnico del Barça. Por la pérdida cualitativa que sufría su equipo, pero también por su cariño personal hacia Ousmane, que había reconducido su carrera y, ahora sí, estaba preparado para hacer grandes cosas en la Ciudad Condal.

Por ello, y retomando el inicio de esta pieza, queda claro que Dembélé no estudió historia -al menos la azulgrana-, y sus decisiones confirman el proverbio del hombre y el doble tropiezo con la misma piedra. Los errores del pasado llevan nombre de estrellas en esta novela. Neymar, primero, y Messi, después, tropezaron con el pedrusco de fichar por el PSG. Uno en Arabia, y el otro en Miami, raramente discutirán que dejar el Barça para poner rumbo a París no fue la más idónea de las decisiones tomadas en su exitosa vida. ‘Dembouz’, con mucha calidad, pero con mucha menos que los otros dos, pasó de esos refranes y apostó por el de ‘a la tercera, va la vencida’.

Como filosofía no tiene reproche, sin embargo, no parece estar funcionando el refranero español de un tipo que apenas chapurrea nuestro idioma. Su inicio de temporada en París confirma -por el momento- que quizás fue una torpeza cambiar de aires. Cero goles en nueve partidos. Solo dos asistencias. Y un campo, el Parque de los Príncipes, que empieza a sospechar. El fichaje estrella del verano en Francia está lejos de demostrar su capacidad de influir de manera determinante en un partido tras otro a lo largo de toda una temporada.

 

El ‘Mosquito’ hace honor a su mote. Molesta mucho a sus oponentes, pero su herida suele ser poco letal. Una tónica que le costó cinco años cambiar en Can Barça, antes de hacerse el harakiri y escapar a su país

 

Quizás por eso haya ido a un equipo como el PSG, un circo hollywoodense que ha aprovechado -una vez más- el vodevil veraniego que constituye el mercado de fichajes actual para gastar sus ilimitados recursos económicos fichando delanteros sin ton ni son y demostrando -también de nuevo- que el dinero sin gestión no compra Champions Leagues. Pero no pasa nada, entre enfado y enfado, pitidos de la afición, jugadores convertidos en rehenes y mil cabezas rodadas de por medio, un día sonará la flauta y Al-Khelaifi tendrá su ansiada orejona. Todo esto, con el beneplácito de un curioso fair play financiero, cuyas consecuencias no trascenderán más allá de un documental de sucesos en Netflix cuando cualquier indicio mínimamente imputable haya prescrito.

El ‘Mosquito’ no arranca y hace honor a su mote. Molesta mucho a sus oponentes, pero su herida, si la hay, suele ser poco letal. Una tónica que le costó cinco años cambiar en Can Barça, antes de hacerse el harakiri y escapar a su país. Porque, cómo citó Vargas Llosa, “vivimos en una época donde la honorabilidad es la excepción y la traición es la norma”. La traición al fútbol. Jugadores que no se dan cuenta o no les importa que su imagen roce el ridículo. Por unos euros más o porque su vanidad se contrapone a las ineluctables verdades del raciocinio, ahí siguen, potenciales héroes convertidos excesivas veces en payasos. Solo un tipo capaz de casarse sin que nadie de su entorno sepa ni siquiera que tiene novia puede hacer algo así y no sorprender a propios ni extraños.

Tras pasar una larga etapa alimentando enormes expectativas que desesperaron a toda una afición, la realidad es que Dembélé aún está a tiempo de cambiar su situación. Transportar sus highlights de la categoría de memes a la de top class es su deber y, para ello, cuenta con la ineludible ayuda de Luis Enrique y de su amigo Mbappé, si no le abandona por el camino. Eso sí, pase lo que pase, alcance la gloria o se ahogue en su propia bañera, al dos veces sustituto de Neymar siempre le quedará el Fortnite.

 


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Fotografía de Getty Images