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Los momentos mecedora de Ángel Di María

El 'Fideo' sería el propietario de un anticuario si su colección de recuerdos fuese tangible. Aunque las portadas son para Messi, la historia de Argentina le pertenece

La vida es una colección de vivencias infinitas. La conversación más anodina tomando café. El día de tu boda. El nacimiento de un hijo. Una ruptura amorosa. Según su importancia -a criterio de nuestra mente-, unas se desvanecen con el paso del tiempo, pero otras, sin embargo, permanecen sempiternamente en nuestra memoria de una manera tan nítida que incluso los detalles que no tuviste en cuenta por aquel entonces, ahora se vuelven imprescindibles. Nunca sabemos por qué, pero hay momentos que quedan grabados en nuestra retentiva. Seguro que recuerdas qué hacías cuando España ganó el Mundial, el día de tu primer beso, aquel regalo esplendoroso o cuando probaste esa comida que te hizo llegar al clímax. Son los llamados ‘momentos mecedora’, definidos a mi juicio por esos instantes que, cuando alcancemos el tramo final de nuestra vida, balanceándonos en una mecedora, sumidos en un silencio profundo y una soledad abrumante, seremos capaces de recordar al dedillo y acompañar con una sonrisa. Cuantos más de ellos podamos recordar, más felices habremos sido. Alguien dijo en un día lúcido que la felicidad se encuentra en pequeños momentos que permanecen en la memoria in aeternum.   

Ángel Di María, a sus 34 años de edad, es un ilustre coleccionista de exorbitantes recuerdos. La madera de su mecedora no será añeja, húmeda, agrietada, ni mucho menos chirriante. Será reluciente, de madera de amaranto chapada en fresno, de cojín cálido, protecciones de fieltro y función de masaje a varias velocidades. Tan suave como sus recuerdos. Dorados, de sonrisas gingivales, emoción y felicidad eternas. Y solidarios, compartidos con millones de argentinos que también los trasladarán a su particular mecedora. Con apenas 20 años, Di María marcó ante Nigeria el gol que le brindó el oro olímpico a la ‘Albiceleste’ en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008. Argentina no volvió a ganar un título hasta que, en 2021, Di María la picó por encima de Alisson para derrotar a Brasil en la final y alzarse con la -tan anhelada- Copa América en el histórico Maracaná. Para más inri, contribuyó a la goleada en la Finalissima ante Italia para sumar un título más en el palmarés albiceleste y, como colofón, abrió la lata en la final del Mundial de Catar ante Francia, donde se terminó conquistando el trofeo más ansiado de la historia del país. Un seguro de vida, algo tan preciado en la tercera edad como la capacidad de rememorar que posee aquel asiento mágico. 

No es sencillo medir el pulso de la emoción en un país donde la presión de su camiseta pesa como una prenda de seda un día de lluvia torrencial. Pero Di María tiene un doctorado en días grandes. No le importó llegar al Mundial entre algodones, su mente los transformó en suaves nubes que lo elevaron al cielo. Las lesiones podrían haber sido su Waterloo, pero no entraba en sus planes fallar a sus compatriotas. En concreto a uno, su amigo Leo Messi, quien necesitaba de su mejor versión. Ambos compartieron alegrías y llantos desde jabatos, formando una troika que completaban el Kun Agüero o Higuaín, sustituidos contemporáneamente por Lautaro y Julián en el tan afamado como necesario relevo generacional. Aquellos considerados rehenes de pasar el balón al nene chiquito, su decano, ejecutaron su papel de manera encomiable.

 

Di María es un regateador curtido en mil batallas, como el que esquía cada invierno en los mejores montes helvéticos o el que toca rodilla con la moto en las curvas más pronunciadas

 

Di María se empeñó en dejar huella como si pisara un trigal y mostró el fulgor de su técnica junto al aplomo que solamente proporciona la experiencia. El Mundial fue su redención. Sacó a pasear su papel de futbolista diferencial, ese en peligro de extinción en el fútbol de la generación Alpha. Un gambeteador clásico, que desparrama adversarios a golpe de cadera, elástico, cuyas extremidades pierden su forma a conciencia en busca del engaño. Un regateador curtido en mil batallas, como el que esquía cada invierno en los mejores montes helvéticos o el que toca rodilla con la moto en las curvas más pronunciadas. Eso cuando no podía arrimarse a Messi, con el que colocaba comas para lograr cláusulas subordinadas y era el balón el que pasaba a sudar tinta. 

Hasta que llegaba el gol, siempre en la gran final. Incrustado en las troneras de las defensas rivales, el ‘Fideo’ aparecía para disparar con precisión en el momento justo. El gol nunca ha entrado en sus principales quehaceres, pero su versatilidad lo adapta a cualquier contexto, por muy adverso que se presente. Lo mismo da que se trate de un violinista al que las circunstancias le obliguen a tocar la pandereta. El reto es tan enigmático como cautivador. Francia fue su última gran víctima. Víctima de una sonrisa tan aterradora como la de la película Smile. Toparse con ella por el camino conjetura desgracias, y en la final de la Copa del Mundo, tardó 36 minutos en aparecer. Cuando la pelota golpea la red, su ritual es hipnótico. Se dirige a la cámara, entrelaza los dedos hábilmente para formar un corazón con sus manos y despliega una mueca de felicidad absoluta para dedicar el tanto a su esposa, a sus hijos y a todo aquel ejército ‘albiceleste’ a quien ha contagiado la imagen de su rostro como si el televisor fuese un espejo. Repartir amor y terror a partes iguales con un solo gesto nunca había sido tan fácil.

Di María llega al ocaso de su carrera vestido de leyenda, aunque hubo un tiempo que el contubernio que no cesa amenazó con hacer saltar por los aires esta visión del argentino. Las críticas llegaban por doquier, algunas veces constructivas y otras muchas desmesuradas. Aunque para gustos los colores y aunque haya mucho daltónico en este mundillo. Dicen que el tiempo pone las cosas en su lugar, y esta vez se ha cumplido el proverbio. Lo que podía parecer una película de terror, donde no siempre hay un final feliz, terminó siendo un cuento de hadas. O de ángeles, en este caso.

 


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Fotografía de Getty Images.