Hubo un tiempo en el que se sentía devoción por la escultura non finita, aquella que termina inacabada de manera intencionada. Fue durante el cinquecento italiano cuando se consideró, por primera vez, el concepto de lo incompleto como condición estética. Véase, por ejemplo, el San Mateo de Miguel Ángel (1506), precisamente el gran instigador de la obra imperfecta. Dicen que el escultor quedó fascinado por la vulnerabilidad que reflejaban sus cuerpos inconclusos.
De pronto, lo que pudo parecer una contradicción con el modelo de estatua canónica, se convirtió en una nueva forma de entender el arte, pues basta con un pedacito, una pincelada o un golpe fugaz de maestría para comprender el talento de un artista sin necesidad de asistir a la terminación total su obra. 500 años más tarde, la misma perspectiva renacentista me transporta hacia un pase de Iván de la Peña.
“Es el único jugador que he conocido al que se le aplaudía la intención sin tener en cuenta la ejecución. No importaba cómo acababa la jugada, su pase era un bisturí”
Ramon Besa
El talento quirúrgico del cántabro fue de lo más perspicaz que el fútbol español pudo contemplar durante las décadas de los 90 y 2000. La admiración hacia su figura no precisaba de la efectividad de la jugada, pues la calidad de su visión de juego era tal que una posible pérdida de balón no podía lamentarse. Igual que un mármol inacabado de Miguel Ángel, la habilidad de ‘Lo Pelat’ maravillaba a pesar de, en muchas ocasiones, carecer de materia firme.
Existe un agujero negro en el fútbol donde no importan vencedores ni vencidos, solamente la belleza instantánea de un gesto técnico. Iván fue eso: pura plástica al servicio del espectador, una especie de fútbol por fascículos que enaltecía su condición de espectáculo. Su pase quedó grabado en la memoria de muchos niños que empezaron a interesarse por la asistencia más que por el gol. A la típica pregunta de ‘¿qué prefieres, un gol o dos asistencias?’, Iván de la Peña hubiera respondido que con una sola le bastaba.
“Era el futbolista favorito de gran parte de la afición, pero ningún entrenador consiguió sacar lo mejor de él”
Ramon Besa
A pesar de su buena técnica de disparo, jamás se detuvo a finalizar la jugada a menos que considerara la posibilidad de lograr la perfección. El genio de ‘la Quinta del Mini’ adoptó el non finito como su habitual recurso, el mismo que acabó poniendo en duda su competitividad. De ahí la desconfianza de muchos de sus entrenadores, lógicamente angustiados al ver que Iván rompía por completo aquello de asegurar el pase, máxima de las máximas.
Bobby Robson, Louis van Gaal y Javier Clemente fueron especialmente críticos acerca de su juego supuestamente insuficiente. Prueba de ello fueron sus únicos cinco partidos como internacional. Antes de eso, en 1995, justo cuando se erigía como una de las grandes promesas de La Masía, Johan Cruyff tildó de mediocre su técnica futbolística refiriéndose a la nulidad de su pierna izquierda. Sin embargo, no fueron tan destacadas otras declaraciones del holandés en las que aseguró que el FC Barcelona podía tener en él un jugador fabuloso para los próximos diez años.
“Fue un genio víctima de sus propias expectativas, esclavo de su luz. ‘Lo pelat’ no podía ni siquiera dejarse crecer el pelo”
Ramon Besa
El talento de Miguel Ángel se fraguó a base del aprendizaje que recibió de sus antecesores del quattrocento, fundamental para luego experimentar con la escultura inacabada y terminar influyendo en Rodin y Brancusi 300 años después. Johan pudo haber sido ese maestro que nunca tuvo Iván, puesto que consideró la imperfección de su fútbol como un elemento pendiente de corregir, un estado previo al nacimiento de una estrella con suficiente bagaje para mantenerse en lo más alto y, quien sabe, perdurar hasta los tiempos de Guardiola.
Pero la senda de aquel prometedor centrocampista seguiría su camino lejos del Camp Nou. A su participación prácticamente testimonial en el Barça de Robson se le añadió la desgracia de una grave lesión muscular que le obligó a hacer las maletas para probar suerte en la Lazio (1998) y, posteriormente, en el Olympique de Marsella (1999). En ninguno de los dos clubes pudo deshacerse de sus problemas físicos, ni siquiera en su vuelta al FC Barcelona (2000), esta vez en calidad de cedido y con Llorenç Serra Ferrer al mando del equipo.
No obstante, los caminos del fútbol son inescrutables y, a menudo, terminan por hacer justicia rescatando el talento frustrado de algunos de los futbolistas más distinguidos. Tras múltiples ensayos fallidos, ya nadie imaginaba que el fútbol de Iván de la Peña pudiera florecer. Hasta que llegó el año 2002, momento en el que daría comienzo su etapa más creativa vistiendo la camiseta del RCD Español.
“Su aura era tan grande que incluso Vázquez Montalbán se puso su camiseta para cocinar un gran plato”
Ramon Besa
De la misma manera que Miguel Ángel recibió numerosos encargos por parte de la familia Médici, el futbolista santanderino aceptó el compromiso de unirse al club ‘perico’ con el fin de poder exhibir su obra con total libertad, sin censura ni cautela. Su particular renacimiento tuvo lugar en el Estadio Olímpico de Montjuïc, allí donde gozó de continuidad y, además, conquistó una Copa del Rey (2006), disputó una final de la Copa de la UEFA (2007) y lució el brazalete de capitán tras la marcha de Raúl Tamudo (2009), con quien formó el famoso ‘dúo sacapuntas’ del fútbol.
Ciertamente, la exigencia futbolística a veces puede pasar por encima del desarrollo de los genios, de quienes se dice que más vale dejarlos fluir que abrumarlos con consejos e indicaciones. En este sentido, el RCD Español fue para Iván una especie de remanso donde poner fin a su imperfecta trayectoria. Un final fragante, curativo y balsámico, tanto como el plato que cocinó el escritor Vázquez Montalbán vistiendo la camiseta de ‘Lo Pelat’.