En la pasada Copa del Mundo de Rusia 2018 se batió el récord de goles anotados a balón parado. 73 de los 169 tantos se marcaron de falta, de penalti, tras un saque de esquina o una falta indirecta. En este aumento (del 22% o 24% de las anteriores citas al 43% en 2018) tuvo mucho que ver la introducción del VAR, pues se pitaron más penaltis de lo habitual, pero también se puso de manifiesto que en el fútbol contemporáneo el balón parado es cada vez más diferencial.
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Los Mundiales son siempre una buena referencia para saber hacia donde está evolucionando el fútbol. En la Copa del Mundo de 2014, por ejemplo, se confirmó que el esquema de los tres centrales había regresado para quedarse. Y en Rusia sucedió lo propio con el estudio, trabajo y valor del balón parado.
El mejor ejemplo fue Inglaterra. Al contrario de lo que hicieron la mayoría de sus predecesores, que básicamente fue mirarse el ombligo y dar la espalda al resto del mundo, Gareth Southgate entendió que debía renovar la que había sido de forma histórica una de las armas más potentes de su selección. Estudió otros deportes, como se veía en cada saque de esquina en el que que sus futbolistas montaban un tren con destino la frente de Harry Maguire, y también trató de controlar todas las variables posibles, como se comprobó en la decisiva tandas de penaltis ante Colombia.
Éstas, al igual que los córners, hace tiempo que dejaron de ser una lotería donde, si acaso, sólo tenía impacto el talento individual. Southgate, por ejemplo, insistió constantemente con el tiempo que se debe tomar un lanzador, pues afecta en la precisión final del disparo. Ya no es el estudio del lanzador o portero rival, el cual se da como obvio en 2019, sino también de la lógica interna de este tipo de acciones.
Gracias a este nivel en el control de los detalles Inglaterra pudo llegar a las semifinales del Mundial anotando únicamente tres goles a balón jugado en 7 partidos.
A balón parado logró firmar 9.
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En el fútbol actual el nivel táctico de todos los equipos ha aumentado una barbaridad. Mismamente, los rivales de Inglaterra en este Mundial no fueron ni mucho menos grandes potencias (Túnez, Panamá, Bélgica, Colombia, Suecia y Croacia), pero la forma que encontró el combinado inglés de marcar la diferencia, de confirmar que tenía más argumentos para ganar, fue a balón parado.
A fin de cuentas el balón parado no está desvinculado del juego. Este tipo de acciones también hay que crearlas, también hay que forzarlas. Lo que sucede es que, una vez se generan, da la sensación de que cada vez es más fácil aprovecharlas y más complicado defenderlas. Por eso, en la era en la que el regate está en peligro de extinción y las pizarras controlan al diferente, el balón parado es tan decisivo.
En este hecho confluyen varias razones diferentes:
1
El balón parado ofensivo ha mejorado enormemente. Cada vez son acciones más complejas, más estudiadas y más precisas. O mejor dicho: más optimizadas. Un ejemplo muy evidente es el RCD Espanyol de Pablo Machín. Sus saques de esquina prácticamente siempre tienen un mismo objetivo: que remate Bernardo Espinosa, su mejor rematador. Sólo él. Hasta los otros centrales trabajan para este fin. Bloqueos, movimientos de arrastre, movimientos de engaño… Da igual si es al primer palo o al punto de penalti, el objetivo siempre es Bernardo Espinosa. Y así el central colombiano ya ha ganado más puntos para su equipo que sus propios delanteros.
2
El balón parado defensivo ha mejorado a nivel colectivo, pero ha empeorado a nivel individual porque, básicamente, ya no se trabaja tanto. Numerosos profesionales, como Mauricio Pochettino o Carlos Cuellar, vienen insistiendo en la pérdida de fundamentos defensivos de los nuevos defensas. Se da más peso a otras acciones, hay mucho más balón en sus entrenamientos, se tienen que preparar para retos diferentes… Y es lógico. Ya no se centra tanto en el fútbol actual, la morfología de los delanteros ha cambiado enormemente y, por ende, la de los centrales se ha tenido que adaptar a ello. Un central de área que no sepa jugar a campo abierto no va poder competir en un aspirante a ganar la Champions League salvo que éste equipo desarrolle otro tipo de propuesta (como el Atlético de Madrid). Y esto, como consecuencia, afecta de forma directa a la defensa de los saques de esquina o las faltas indirectas.
3
La evolución del arbitraje y la introducción del VAR ha limitado la forma de defender de los defensores. Basta con ver cómo se defendía un saque de esquina en los años 90 para entender por qué antes se defendía al hombre y ahora en zona, pues lo que se permitía entonces (también a los porteros) ahora es castigado. Empujones, agarrones, cargas… La defensa del área cada vez tiene que ver menos con la lucha por un rebote y tiene que ver más con la recepción de un jugador de fútbol americano. En el fútbol actual o te impones al balón o se impone el contrario. No hay término medio. Todo es balón, balón, balón. Ya no hay jugador. Y esto es más complejo, pues el balón es incontrolable.
Sin ni siquiera necesidad de contar los penaltis, recientemente en La Liga española hemos tenido varias jornadas donde 6 o 7 partidos han cambiado de signo en la Quiniela a base de saques de esquina o faltas indirectas. Diego Martínez o Pablo Machín, al igual que antes Emery o puntualmente Zidane o Simeone, están marcando más diferencias así que con el balón en juego. Y ésta no parece que sea una tendencia que vaya a frenarse, sino más bien al contrario.